Eugènie Grandet (Honoré du Balzac). Burguesía y progreso.

No cabe duda que las revolución francesa marca el inicio del los tiempos contemporáneos de nuestra historia. Pero los cambios no fueron para nada inmediatos: durante tres décadas, la conmoción que supuso la caída de la Monarquía abrió un periodo de grandes esperanzas, pero también incierto y convulso. En un momento determinado, tras la batalla de Waterloo, pareció que el Antiguo Régimen sobrevivía y que por lo tanto la toma de la Bastilla quedaba como un mero suceso puntual. La Revolución de 1830 y la caída definitiva de los Borbones cierra este ciclo: a partir de este momento, en Francia el control del poder quedaba bajo la influencia de los ciudadanos. Una situación muy lejana por descontado a las actuales democracias, pero esencialmente distinta a la que había pervivido durante siglos y siglos, desde los oscuros tiempos del inicio del medievo.  Por descontado, detrás de Francia, tanto España como el resto del occidente europeo, seguiría durante el resto del siglo la así senda marcada. 

No hablamos tan sólo de cambios políticos y sociales. Estos no se pueden separar de la trasformación del sistema productivo, fruto de la revolución tecnológica. Y por supuesto tampoco de la parición de un nuevo concepto de cultura en el que ya no se involucraban tan sólo algunas élites sino porcentajes cada vez más amplios de los ciudadanos.

No es de extrañar que sea a partir del periodo del que estamos hablando eclosione autores como Balzac, Hugo, Stendhal o Georges Sand que hoy en día siguen siendo leídos con avidez por millones y millones de lectores en todo el planeta.   

Así que en este caso podemos disfrutar de testimonios no sólo de gran interés literario sino directamente relacionados con estos tiempos convulsos y luminosos en que todo cambiaba con una velocidad inustitada.

Nos centraremos en Balzac. Escribe Eugeníe Grandet unos pocos años después de la Revolución  de 1830 y de la caída definitiva de la monarquía borbónica, en pena ebullición de los cambios de los que hablamos. Un a obra esencial en la historia de la literatura francesa pero que además es un testimonio inestimable de los profundos cambios que vivió entonces Francia (y, a partir de ahí, Europa). Y no sólo políticos y sociales. También tecnológicos, productivos y económicos.

Para saber algo más de ellos nos interesa sobre todo el padre de Eugeníe, el "tío" Grandet. En su juventud, en los tiempos del Antiguo Régimen había sido un artesano tonelero de provincias, un trabajador especialmente dedicado y habilidoso que, poco a poco, se va enriqueciendo con compra y explotación de tierras y, más tarde con la especulación de activos.

La familia Grandet debe su  fortuna en parte a su esfuerzo, al ahorro, a su capacidad para aprovechar una coyuntura favorable, y, por su puesto a las posibilidades que abre la nueva política.  

Comencemos hablando de esta última cuestión: el testimonio que tenemos en nuestras manos nos sirve para desmentir cierta imagen bucólica de los lideres revolucionarios del 98.  Por descontado fueron capaces de avanzar hacia un nivel de derechos de los ciudadanos completamente diferente del del Antiguo Régimen: pero eso no quiere decir que no se comportasen de la misma forma que los políticos de la etapa anterior (y de las posteriores), priorizando sobre todo sus intereses personales. Y por lo tanto utilizando el poder que les ha conferido prioritariamente en beneficio propio: en esa delgada línea entre la corrupción y el tráfico de influencias.  Y sobre ello Balzac deja deslizar una larga serie de datos en las que no perdona ni a nadie, ya sean republicanos, bonapartistas o "restauradores" (partidarios de la nueva monarquía de Carlos X).  Y lo hace sin extenderse mucho sobre ello, aceptando implícitamente que el poder es así por su naturaleza, aceptando lo que el pensamiento ilustrado del siglo anterior había establecido. Una visión avanzada y corrosiva que luego se iría repitiendo en la literatura del XIX. A veces de forma explícita y otras mediante el simple desprecio.

Procesos de enriquecimiento como los de la familia Grandet no hubieran sido posibles sin una coyuntura favorable, un entorno que pro primera vez favorecía claramente el desarrollo de los negocios y el progreso. Y en particular por dos factores la revolución científica y técnica de los tiempos ilustrados y el proceso de consolidación del Estado francés que arranca en el siglo XVII, en el reinado de Luis XIV.   

Hay elementos comunes en el movimiento intelectual del siglo XVIII que no solamente sirvieron de base para alcanzar libertades, derechos hasta entonces desconocidos.  La razón, el método científico, el respecto a técnicos y profesionales y la fe en la capacidad de las personas para cambiar su destino dieron lugar a una revolución tecnológica que, pro descontado, abarcó muchos más aspectos que la producción  industrial.  Los Grandet se benefician de los avances de la navegación, del comercio, de lo que hoy llamaríamos sistema financiero y de las prácticas de cultivo. Junto a la emblemática máquina de vapor muchas otras actividades comenzaban a tener la línea de desarrollo tecnológico que ha llegado hasta nuestros días.

El segundo al que nos referimos, la consolidación del Estado tuvo en Francia tres aspectos especialmente interesantes: largos periodos de paz sólidamente defendida respecto a terceros, la solidez del sistema jurídico de interrelaciones civiles y mercantiles,  y una red cada vez más eficiente de carreteras y canales que favorecían el transporte de mercancías, los contactos personales y, algo que sigue siendo clave: las comunicaciones. Todo ello lo encontramos en el testimonio de Balzac:  notarios, jueces, la conexión directa entre la pequeña villa donde viven los Grandet con su capital regional (Angers) y con París, la eficiencia del correo, el comercio internacional, la tutela judicial de los herederos, el mercado de activos financieros.. E incluso el autor se entretiene en darnos una auténtica clase de lo que hoy llamamos derecho concursal.  El antiguo régimen había sido despiadado con los ciudadanos, pero se diferenció de los tiempos medievales en el hecho de comprender que era necesaria la expansión de la riqueza para consolidar sus intereses.

Pero más allá de estos condicionantes, la clave del éxito del "tio Grandet" fue el ahorro. Balzac deja claro que quería darle una vuelta más al personaje del avaro. Moliére creó su genial personaje para hacer reír a la aristocracia, que por descontado despreciaban a aquellos que no se gastaban el grueso de sus ingresos en el lujo, en gigantescas mansiones o en un ejército de sirvientes. Esto es, en el gasto improductivo. En casa del "tio Grandet" ni siquiera se sentaban para la comida de mediodía e incluso, y por lo tanto la mayor parte de sus beneficios se convertían en ahorro. Y, en gran medida inversión: en generación de capital productivo, tanto propio como del estado : Grandet adquiere tierras improductivas vendidas por el Estado, provenientes de amortización de bienes de la Iglesia, y para conseguir más beneficios las trasforma y hace más productivas. Y parte de sus beneficios se los presta a la hacienda pública (mediante la compra de Deuda), hacienda que sin duda dilapidará parte de estos recursos, pero que mediante el resto podrá seguir creando capital público: en la mejora de los caminos o en las necesidades de la defensa.

No tenemos noticia de que Balzac leyera a Adam Smith. Pero lo cierto es que "Eugènie Grandet" describe con todo el lujo de detalles la eclosión del capitalismo predicho por dicho autor medio siglo antes. Por descontado la burguesía había venido emergiendo desde la baja edad media de la mano de valores parecidos a los que representa el "tio Grandet", pero siempre bajo el férreo control del soberano y de su corte de turno. De manera que los proceso de formación de capital siempre quedaban férreamente controlados mediante sistemas monopólicos o gremiales, trasfiriendo gran parte de los frutos de la riqueza generada a los señores territoriales, a la aristocracia y a la casa Real. 

Las revoluciones de 1798 y de 1830 suponen el éxito de los valores burgueses en la medida que el Antiguo Régimen queda desbordado quizá por su propia obsolescencia. Quizá Luis XV, o su nieto Carlos X podrían haber optado por la represión brutal. E incluso podrían haber vencido y sobrevivido con el apoyo de las demás monarquías absolutistas del continente temerosas de que, como así fue, tras los Borbones cayeran el resto del sistema de poder absolutista. Pero en el fondo eso solo hubiera diferido el final de un sistema obsoleto incapaz de hacer progresar a la nación.

La familia Grandet, como otros centenares de miles de otras estirpes de la Europa del XIX, cubrieron un ciclo de enriquecimiento, ahorro, inversión y generación de capital productivo.  Y como capitalistas quizá estaban destinados a consolidar indefinidamente esta espiral, generando cada vez más beneficios en merma de las ganancias de los trabajadores. Pero el testimonio de Balzac nos dice que hay otras posibilidades. Las personas no son tan sólo entes económicos maximizadores de beneficio. En cada una de sus decisiones tienen uno u otro peso las afinidades familiares, amorosas o simplemente, de solidaridad con el próximo.  Incluso en el caso del "tio Grandet", el avaro por definición. Y por supuesto en el de su mujer, su hermano, su sobrino o su hija.  Reservamos al lector de la obra que compruebe como cinco miembros de una misma familia tienen perspectivas diferentes sobre la importancia de la fortuna económica y actúan al respecto de manera muy distinta.  Y como fruto de ello aparece un ciclo de redistribución de la riqueza. 

Dada la condición humana, la generación de capital productivo genera oportunidades de progreso mucho más allá que en los círculos en los que se genera. Y lo hace en ciclos muy cortos, a veces en una misma generación. Comenzando por las retribuciones diferenciadas de los trabajadores en función de su esfuerzo, lealtad o capacitación, como vemos en dos ejemplos en la obra que nos ocupa. O por descontado por la necesidad de enlazar con otras personas ya sea por la pasión, el amor o el reconocimiento social: la burguesía emergente probablemente despreciaba a la vieja aristocracia de manos muertas, pero a la vez muchas veces pretendía ganar la vieja patente de nobleza mediante el matrimonio. 

Y por descontado el estado está también muy interesado en participar en esa riqueza. Siempre había sido así, pero ahora, la revolución había traído el poder limitado: el reparto de la riqueza generada por las personas ya no volvería a hacer nunca más por relaciones de vasallaje y sumisión resguardadas por el uso de la violencia. Este reparto de basaría en la constante reconstrucción del pacto social y la extensión de los derechos de los ciudadanos.  Desde la dotación de los primeros servicios públicos en materia de defensa o comuni





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