El genocidio americano.

Son muy escasos los testimonios literarios directos de la presencia de la corona española en América y especialmente en su etapa inicial, un momento clave de la historia en el que la llamada civilización occidental da el salto a un nuevo continente.

Siempre preferimos en este blogg testimonios de autores de ficción de los que cabe esperar sino necesariamente su imparcialidad al menos su independencia y su distancia de lo relatado.  Pero en este caso es muy dificil encontrar relatos situados en ese tiempo y lugar, de manera que vamos a recurrir al testimonio de Bartolomé de las Casas.

Como bien es sabido viajó repetidamente a América desde poco después del descubrimiento hasta su muerte, estubo relacionado tanto con la corona como con la jerarquía eclesiástica y a lo largo de todos esos años desempeñó una serie de labores privadas, religiosas y civiles que le convirtió en espectador privilegiado de lo que allí estava pasando.

Nos centramos en particular en la "Brevísima...." en el que nos relata fundamental el tratamiento que  los conquistadores dan a los indígenas desde principio de siglo hasta 1542.

Debemos de empezar diciendo claramente que lo que leemos en ese testimonio es uno de los genocidios más crueles de la historia de la humanidad sólo comparable con otros granes genocidios como el que sufrieron los judios durante la segunda guerra mundial determinadas etnias africanas en los enfrentamientos de finales del siglo pasado en Ruanda y en el este del Congo.

La codicia de los conquistadores por conseguir fundamentalmente oro, pero también otros productos valiosos como las perlas o las esmeraldas les lleva a implantar un régimen de terror. El asesinato masivo de hombres, mujeres y niños y los procedimientos más espantosos de tortura se empleaban para que los indios les entregasen tales productos que Europa tenían precios incalculables, ante la suposición que además de los que obtenían de manera amigable se les escondían los verdaderos tesoros.  Pero además el trabajo en las minas, en el transporte de productos y pertrechos o en las zonas productoras de perlas se hacía con unas exigencias más allá del límite de la resistencia humana, despreciando la vida de los indígenas que los desarrollaban en régimen de esclavitud a sabiendas que inmediatamente podían ser sustituidos por otros.  Así se nos dice por ejemplo como en el  caso de las perlas los propietarios mantenían desde una barca a los indígenas bajo el agua constantemente hasta el nivel de ahogamiento para obtener el máximo rendimiento posible y cuando simplemente dejaban de respirar eran sustituidos por otros. 

Los procedimientos empleados superan la capacidad del horror humano. Descuartizamiento de niños, pueblos enteros metidos en una cabaña y quemados vivos, corte de manos narices y labios, y la muerte por simple inanición de niños, ancianos y enfermos en las aldeas en las que todos las personas útiles eran mandados a los explotaciones mineras

Y todo ello tanto en el Caribe como en "tierra firme" y en los territorios del interior que se iban conquistando, incluidos Florida, el Rio de la Plata o el corredor comprendido entre Nueva Granada y el Perú.

La brutalidad de lo que leemos ha llevado a que la historia nacionalista se haya encargado de bien desacreditar o remarcar lo que allí se cuenta. Así por ejemplo en España la historia que se nos ha contado al respecto ha pasado de puntillas sobre Bartolomé de las Casas, tópicamente descrito como un "fraile preocupado por los indios" o directamente como un "paranoico", mientras que en los Países Bajos o Inglaterra se convirtió en el apoyo perfecto de la llamada Leyenda Negra y del conjunto de la propaganda de sus respectivos poderes en los largos periodos de conflicto que mantuvieron con la corona de España.

Pero al margen de tales  tópicos nos preguntamos que verosimilitud podemos darle al testimonio de Bartolomé de las Casas. Por descontado su relato está repleto de fechas, datos e incluso la identificación de los principales responsables, si bien no se menciona su nombre, con una precisión inaudita para cualquier texto de la época. En ningún caso parece que haya sido escrito por un paranoico sino por alguien que tenía muy fuertes convicciones sobre los derechos que debían de asistir a los indígenas. Una fortaleza tal que le llevó sin duda a arriesgar su propia vida ya que como es evidente en aquella época la heterodoxia respecto a la verdad del poder tenía un recorrido muy corto.

Probablemente su perfil fuera el de los grandes reformadores que han ido apareciendo en la historia que si bien no ponía en duda las instituciones fundamentales (la corona y la religión) creían firmemente que se podían reconsiderar los viejos conceptos para integrar nuevas realidades.

Esto no quiere decir que el texto rezume exageración desde la primera a la última línea.  Incluso parece que el autor no quiso evitar es percepción. Pero esto no debe de poner en tela de juicio de que en el fondo haya una serie de realidades brutales que con independencia de su generalización o de su persistencia en el tiempo suponen una de las páginas más tristes de la historia. De hecho hoy en día seguimos viendo con la frecuencia de que cualquier reivindicación justa tiende a vestirse inmediatamente de datos alarmistas que sirvan de aldabonazo frente a sociedades adormecidas.

Sin duda hay argumentos para no creer que todo el desplome demográfico en la Antillas en esa época se deba exclusivamente al contagio de enfermedades europeas o a la falta de costumbre de los indígenas. Por contra todos y especialmente los que hablamos castellano en este planeta merecemos un esfuerzo especial de los investigadores para que más allá de los tópicos sepamos cual fué la magnitud de aquel genocidio o si, alternativamente, estamos hablando tan sólo de un pésimo gobierno por parte de los conquistadores que fueron incapaces de detener el proceso de extinción de los pobladores primitivos en gran parte del entorno del Caribe.

Pese a sus posibles exageraciones y generalizaciones el testimonio de De las Casas rezuma verosimilitud y merece, por lo menos, que agotemos todos los procedimientos de investigación histórica para que podamos saber realmente cuales fueron las verdaderas consecuencias para los indígenas del gobierno que ejerció en América la Corona española en las décadas posteriores al descubrimiento.

Es cierto que la historia nacionalista nunca ha tenido demasiado interés en agotar esta investigación ya que supone poner en tela de juicio su "verdad oficial" que durante generaciones ha hablado del "heroísmo de los conquistadores" pese a "su increible inferioridad numérica respecto a la población indígena", a la labor de "extender la civilización occidental a América" y la "protección que otorgaban las Leyes de Indias, a diferencia de otros sistemas coloniales".

La historia nacionalista es un mecanismo de poder destinado a crear un "orgullo colectivo" y por lo tanto cualquier verdad incómoda como pudiera ser un genocidio debe de ser lateralizado cuando no negado abiertamente.

Para ello se basa en la falsa premisa de la "nacionalidad histórica" desgraciadamente recogida en nuestra Constitución.  Esto es, en unificar bajo el concepto de nación formulas de poder radicalmente distintas como son nuestros actuales estados constitucionales, las monarquías absolutas que los precedieron, el sistema de poder medieval y, si resulta necesario, los de los pueblos prerromanos ya sean íberos, vascos o germanos.

Pero lo cierto es que la participación de los ciudadanos es las decisiones colectivas (y en paralelo el que las decisiones del poder se tomen en beneficio de los ciudadanos) es una realidad muy reciente en términos históricos que ni siquiera en estos momentos podemos considerar como plenamente desarrolladas.

Durante el siglo XV, como es evidente, los españoles (la inmensa mayoría de los españoles) no tenían capacidad alguna de influir en las decisiones de la corona española.  E igualmente los españoles (salvo unos pocos) no fueron los beneficiarios de dicha acción de gobierno.

Por lo tanto nosotros no tenemos ninguna razón para sentirnos orgullosos de las hazañas de la Corona de España en América tantas veces reiteradas desde los tópicos nacionalistas. Pero de igual forma tampoco responsables de las crueldades y de los posibles genocidios que se produjeron bajo dicho sistema de poder.

Resulta mucho más interesante por el contrario profundizar en como tal mecanismo de pudo ordenar, propiciar o consentir tales hechos en una época ya calificada de renacentista en la que deberíamos de esperar sino el pleno reconocimiento  de los derechos indígenas si unas prácticas muchos más entroncadas en la tradición occidental de la gobernanza de los pueblos.

De cara a esta indagación es cierto que una primera lectura de la "Brevísima" nos da un pista falsa al reiterar de forma repetitiva la denominación de "los españoles" como los autores del genocidio que describen sus páginas. Esta terminología ha propiciado incluso el dar una lectura étnica a lo que sucedió en América en aquella época atribuyendo a la genética de "los españoles" una crueldad que en el colmo de los tópicos se confirma con espectáculos como los toros.

Hoy en día deberíamos de perder poco tiempo esta visión que nadie defiende en serio. Entre los españoles (como entre los ingleses, los holandeses o los indígenas) pueden desarrollarse los comportamientos más nobles o más abyectos.  Pero frente a esta miseria innata a la condición humana la civilización (y el Estado) ha impuesto un férreo sistema corrector tanto desde el punto de visa cultural como de los límites que progresivamente se han ido imponiendo desde el poder a tales comportamientos personales.

No hay ninguna prueba de que las tropas y los comendadores que envió la corona española a América fueran personas especialmente crueles y mucho menos por ser Españoles.  No haría falta aportar prueba alguna al respecto pero si lo hiciera bastaría recordar toda la literatura del siglo de oro que nos describe a unos ciudadanos obligados a enfrentarse constantemente contra otros para salir adelante pero siempre manteniendo los limites no solamente de un mínimo de civilización sino de conmiserción y solidaridad con el más débil.

Lo que allí pasó fue mucho más complejo y requiere que indagemos  no sobre comportamientos personales sino sobre como en ellos incidieron los mecanismos de poder de la Corona de España.

Sobre este extremo concreto los tópicos quizá nos impidan analizar debidamente la realidad de tales mecanismos. Todos tenemos en nuestra retina imágenes de conquistadores tomando posesión de las nuevas tierras en nombre de la corona de España y de le misión evangelizadora de la Iglesia bajo el estandarte de la casa real y de la cruz.  Y ello nos induce a pensar en una cadena de mando muy precisa en donde las decisiones solidarias del Rey y de la Iglesia Católica eran cumplidas de manera precisa e inmediata por las tropas desplazadas a América.

En general esta no sería una hipótesis descartable. A través de Tito Livio o de Appiano sabemos como las decisiones fundamentales de las campañas para controlar el interior de la península eran dictadas por Roma y trasladadas a los frentes en un plazo corto a través de un sistema excelente de comunicaciones. Y que su incumplimiento conllevaba rendir explicaciones frente al senado en comparecencias en las qu a veces este órgano incluso convocaba a los propios enemigos de Roma para contrastar el grado de cumplimiento de sus instrucciones militares.

Pero nada de eso sucedía en la naciente Corona de España de principios del Siglo XI.  Para empezar la historia se enfrentaba por primera vez a como ejercer el control sobre un territorio situado a la otra parte de un océano y, si hablamos de territorios interiores, con itinerarios que eran meras sendas a través de selvas o desiertos. La comunicación del poder peninsular con los conquistadores era por lo tanto pésima y mucho más la posibilidad de que se tuviera conocimiento rápido y veraz de lo que allí estaba sucediendo.   Es precisamente esta cuestión el pie que utiliza Bartolomé de las Casas para dirigir su versión directa de los hechos al "Principe" argumentando que lo que el conocía de la que estaba pasando en las Indias no obedecía para nada a la vedad.

Pero este no era el principal problema. Hemos utilizado adrede el término "Corona de España" para referirnos a complejo sistema de poder de la época muy distinto al que posteriormente se ejercería en cuando la monarquía española se consolidó definitivamente. Un término que además permite referirnos no solamente a las decisiones reales sino a un entramado de poder mucho más complejo en el que la nobleza tradicional y toda una larga serie de nuevos "cortesanos" condicionaban  fuertemente las decisiones reales.  Un hecho del que igualmente tenemos un testimonio directo en la obra de Bartolomé de las Casas que exculpa de toda responsabilidad al Emperador y la situa en los que toman decisiones en su nombre.

Quizá sorprenda que hablemos de la Corona de España como una institución en fase de consolidación frente al tópico de la historia nacionalista de que en tal época lo que hubo es una mera sucesión de potentes monarcas (los Reyes Católicos, Carlos I, Felipe II...) sólo ensombrecida por la aparición de dos personajes secundarios como son una reina loca y enamorada que rápidamente fue apartada del gobierno real y de un elegante rey consorte procedente de Flandes.

La magnitud de tales tópicos hace que muchos de nosotros no seamos de responder a la pregunta de cuando nació España. Es probablemente cierto que hubo un compromiso serio de Isabel de Castilla y de Fernando de Aragón de crear el Reino de España. Pero también es cierto que Carlomagno o Alfonso el Batallador, por citar sólo un par de casos, tenían una fuerte voluntad unificadora que no se llevó a cabo frente a los deseos de las noblezas territoriales que veían su poder amenazado por una posible monarquía más potente (un fenómeno que curiosamente pervive aún en las filosofías nacionalistas).

Lo cierto es que los deseos que habían mantenido los Reyes Católicos no aseguraba en el fondo nada  de lo que luego pudiera suceder de forma que tras la muerte de Isabel la Católica, Fernando de Aragón tuvo que hacer un gran esfuerzo por mantener la unidad de la corona española frente a una muy sustancial de las noblezas castellana y aragonesa.  Por lo tanto, hasta su muerte, Fernando el Católico tuvo que emplear toda su capacidad posible de loque hoy llamaríamos concertación para ejercer su gobierno sobre Castilla alternado lo menos posible el estatus de poder de la nobleza castellana.

Probablemente esta limitación de poder no le preocupara demasiado a Fernando el Católico que, no lo olvidemos, siempre preferenció la "política mediterránea" que durante siglos había llevado la Corona de Aragón y que quizá, si no hubiera ocurrido el descubrimiento, le hubiera llevado a conformar un gran reino el sur de Europa.  De manera que es igualmente probable que la "cuestión americana" sólo interesara realmente al citado Rey en la medida que asegurará fondos adicionales para sus campañas en Italia.

¿Cual era pues el verdadero núcleo de poder desde el que se gobernaba América?. Recordemos que  el descubrimiento de América fuñé promovido por la Corona de Castilla y que por lo tanto fue la Reina Isabel la que de una forma muy rápida y eficiente organizó las instituciones encargadas de los nuevos territorios (el Consejo de Indias, la Casa de Contratación), instituciones que fueron confiadas a la nobleza castellana como de también estaban otras instituciones anteriores igualmente influyentes como era el Almirantazgo de Castilla.

Por lo tanto quizá la idea que debiéramos tener es que tras la muerte de Isabel y hasta la coronación de Carlos I, en una etapa en la que según leemos es cuando empiezan a desarrollarse las acciones más crueles contra los indios, la esencia del poder allí ejercido se ejercía desde la nobleza castellana con un escaso nivel de control real por parte de la monarquía española.  Y por descontado para que ello fuera así el que hubiera una reina loca (o una reina a la que se le había declarado loca) suponía una gran ventaja.

Nos desorienta mucho a los no expertos en historia que se haya declarado como inicio de la edad moderna el 12 de octubre de 1492.  Como es evidente ese día no nació de la nada en Castilla un sistema de gobernanza renacentista. La nobleza Castellana era una nobleza medieval y por lo tanto la gobernación de América hasta mediados del siglo XV debemos de considerarla como puramente medieval. Esto es: los derechos forales de los ciudadanos no solamente eran tremendamente escasos, sino que su aplicación era en gran medida completamente discrecional, de manera que sobre ellos siempre prevalecían los intereses de la nobleza (y en su caso de cierta burguesía emergente). No existía por lo tanto una preocupación genérica en relación con la aplicación de la Ley más allá de la protección de tales intereses, y mucho menos nada que tenga que ver con una acción de gobierno destinada a fomentar el bienestar o la riqueza de los ciudadanos. Todo esto son verdades que ahora tenemos muy presentes pero que cuando las tenemos en cuenta a la hora de analizar situaciones pasadas nos puede llevar a conclusiones erróneas.

Además, en lo militar no podemos pensar en ejércitos profesionalizados sujetos a la ley, sino más bien en señores de la guerra al servicio de reyes y nobles a los que no se les preguntaba nada sobre como habían conseguido los fines últimos que se les había encomendado.  Nuevamente testimonios directos como el Mio Cid nos lleva a visiones distintas de la heroicidad romántica y respetuosa con el vencido que a veces encontramos entre los tópicos de la época.

En este caso, el objetivo que el poder peninsular habían marcado como prioridad a las tropas a los conquistadores desplazados a América era muy claro: el que las remesas de oro y el resto de importaciones de alto valor (esmeraldas, perlas...) llegaran en la mayor cantidad posible, para así beneficiar a la nobleza castellana que manejaba las instituciones de gobierno de las indias y a la monarquía.  Y para lograr esos objetivos los métodos empleados importaban poco, y por lo tanto era mejor no conocerlos.  La biografía de Zweig de Magallanes nos aporta datos interesantísimos sobre la tomas de decisiones al respecto, y como se simultaneaban los dos procedimientos mediante los cuales la nobleza tradicional y determinados comerciantes se aprovechaban de las mercancías traídas del exterior, bien mediante las inversiones iniciales en el armado de las flotas y de las expediciones, bien mediante la corrupción directa.

De manera que debíamos de ver a los conquistadores que llegan a América tras el descubrimiento como una serie de señores de la guerra que bajo un estado sumamente débil no sólo por la lejanía física sino por el desinterés del poder peninsular (de la nobleza Castellana y de la propia monarquía) en lo relativo a ejercer control efectivo de sus acciones y en particular por supervisar el nivel mínimo de derecho de los indios, esto es el derecho a su propia vida y a la de sus hijos.

Tal como vemos en el relato de la "Brevísima" la situación en su esencia no cambió en su esencia tras la coronación de Carlos I.  La historia nacionalista ha resaltado hasta la saciedad la imagen del Emperador Carlos V triunfante encima de su caballo en mil batallas y con un inmenso amor a España que llevó a acabar sus días en un monasterio del corazón del país. Como en la buena publicidad se trata de contraargumentar las debilidades de la marca.

Cuando recibe la Corona de España Carlos I era un muchacho flamenco de 16 años formado bajo los objetivos y los intereses de la Casa de Austria y especialmente en lo relativo a "la joya" de la Corona, esto es Flandes y los Paises Bajos.  Sin duda a  lo largo de su reinado tuvo una gran evolución personal asumiendo una mirada mucho más amplia sobre el conjunto de sus responsabilidades. Pero en los primeros años, los que nos preocupan a nuestros efectos, su objetivo esencial era mantener el flujo de oro y otros recursos proveniente de América y consolidar su reino en la península manteniendo una línea de "convivencia" con el poder de la nobleza castellana lo que implicaba no atacar sus derechos en relación al poder que ejercía en América siempre que no se opusiera a sus objetivos.

Y por lo tanto, en los primeros años del nuevo Rey, según nos relata Bartolomé de las casas, no varió sustancialmente la situación precedente antes descrito. Al revés, y como igualmente se nos relata lo que sucede es que a los contingentes castellanos se unen algunos contingentes alemanes. Contingentes que por cierto actúan de manera idéntica a los españoles desmintiendo (si hiciera aún falta) la explicación simplista de lo sucedido como un comportamiento étnico.

Por lo tanto, en todo el periodo a que hace referencia la "Brevísima" la situación de los conquistadores españoles en América se desarrolla en esa zona de tinieblas entre la civilización y la nada tan magistralmente descrita por Conrad.  Una zona de tinieblas parecida a la cabecera del río Congo (o del Mekong) en la que la ausencia de cualquier tipo de control del poder lleva un personaje de una solida formación como Kurtz a tener un comportamiento que nunca hubiera antes imaginado.

En el caso concreto de los conquistadores de los que habla De las Casas una situación que les lleva a dar rienda suelta a su codicia (obviamente ellos también se beneficiaban directamente del oro que llevaban a la península) olvidando el respeto a los indios (y probablemente a sus propios compañeros de lo que curiosamente sólo tenemos algún pequeño inicio en el relato).

Pero todo ello sucede no sólo por la dejación del control que debía de haber ejercido el poder peninsular.  Los conquistadores habían sido conscientemente por una gran mentira: la existencia de un "El Dorado" en el que podían encontrar oro en abundancia sin ningún esfuerzo que les permitiera salir a muchos de ellos de la pobreza absoluta que les esperaba a ellos, y a todos sus descendientes, en Castilla.  Sólo un argumento como ese era capaz de movilizar a miles de hombres que nunca habían visto el mar a una travesía larga y peligrosa que debía de realizarse bajo condiciones inhumanas, para llegar además a un clima y a unas condiciones selváticas completamente desconocidas en las que las enfermedades tropicales seguro que se cobraban un porcentaje nada despreciable de todos los que allí llegaban. Como así sucedió a los últimos soldados peninsulares que fueron a Cuba en una etapa mucho más reciente.

Estamos hablando por lo tanto de exigir un comportamiento moral adecuado a la cultura occidental a quien se enfrentaba a una realidad en la que tras los padecimientos antes comentados sólo en muy pocos casos se cumplía la promesa del oro fácil. No es de extrañar que tras el desencanto en algunos casos la furia se desencadenara contra los indios obligándolos a trabajos extenuantes para obtener nuevas partidas o sometiéndolos a terribles torturas cuando sospechaban que lo escondían.

Como sucede con todas las grandes mentiras del poder, nacen de la necesidad de justificar otras otras mentiras anteriores. La aventura del viaje de Colón fue un gran fracaso para Castilla que al fin y al cabo lo que buscaba era el control del comercio de Especias con oriente (volvemos a referirnos al interesante relato de Zweig) . Para nada debemos de presumir un deseo científico y ni siquiera territorial a las decisiones expansivas de las monarquías medievales.  El naciente reino de España no decidió saltar a la otra parte del estrecho de Gibraltar para conquistar el Magreb tras la caída del reino de Granada fundamentalmente por que ninguna riqueza especial se esperaba en tan bastos territorios. Por lo tanto, una vez constatado el incumplimiento de los objetivos iniciales, el sueño de que lo que realmente se había encontrado es una tierra en la que el oro era abundante y se encontraba facilmente era uno de los pocos argumentos capaces de convencer a decenas de miles de hombres a que cruzaran el Atlántico. Aunque se supiera que los volúmenes reales eran mucho menores.

Estamos hablando por lo tanto de un motivo bien diferente a lo que llevó a los colonos griegos o fenicios a establecerse a lo largo de todas las riberas del mediterráneo y el mar negro estableciendo canales de comercio estables en el tiempo y no basados exclusivamente en el agotamiento rápido de un recurso escaso. Y mucho menos del tipo de colonización del que nos habla el Myflower en lo que se buscaba nuevos niveles de libertad y la posibilidad de obtener recursos del trabajo de la tierra.

En resumidas cuentas, lo que las historias nacionalistas convierten en un batería de hechos heroicos o en en el genocidio de España ( y de los españoles) en América tiene una explicación completamente diferente. La obra de Bartolomé de Las Casas nos habla en su esencia de mecanismos de poder medieval que se convirtieron en especialmente brutales cuando se desarrollan en la periferia de un poder que entonces aún estaba en una fase de consolidación.

Y más allá de ello nos habla como las decisiones de ese poder ya empezaban a tener un escenario completamente distinto al de la geometría medieval.  El surgimiento de la Corona de España como una gran potencia inaugura la etapa que denominaremos de "los cuatro reinos" (en honor de la historia china) en la que por encima de la miseria de la inmensa mayoría de los ciudadanos europeos cuatro grandes monarquías luchan poder del continente en una larga e inexplicable sucesión de guerras.  Una etapa en la que tras unos inicios vacilantes dicha Corona alcanza durante más de un siglo un papel hegemónico en parte debido a los recursos procedentes de las Indias.

Hemos empleado conscientemente el término de Corona de España y no de Monarquía Española o Reino de España dado que con independencia de la corrección de uno u otro término los últimos nos llevan a una lectura nacionalista de la que se deriva de que los beneficios de los sucesivos monarcas y de sus cortes revertían especialmente en España.   En pleno "siglo de Oro" "español" la economía peninsular sienta las bases de una divergencia cada vez mayor con la del conjunto de centroeuropa en la que países en principio insignificantes desde el punto de vista militar como Italia o Flandes progresan más rápidamente que la (que nos creemos) "metrópoli del imperio".  Los intereses de la llamada Corona de España eran en el fondo muy distintos de los de los ciudadanos españoles de la época.

Un ejemplo al respecto. La habilidad de Bartolomé de las Casas traslada al lector el terror de las aldeas indígenas que esperaban en cualquier momento la llegada de los conquistadores españoles pidiendo todo el oro que lo tuviesen sabedores que como con independencia de que lo tuvieran o no podían ser sometidos a la violación sistemática de todas las mujeres, a la tortura, a la esclavitud y a la muerte. En la misma etapa lo mismo podía suceder a cualquier pueblo de la costa mediterránea del Reino asolada sistemáticamente por la piratería berberisca. Y en ambos casos la Corona de España, capaz de gastar ingentes cantidades para desplazar los tercios a Flandes, era incapaz de preocuparse por la defensa de la vida y por los derechos de sus súbditos. Ya fueran indios o súbditos de los reinos del Reino de Valencia. La expulsión de judíos, moriscos o mozarabes serían otro tantos ejemplos de ello.

El nombre de España es común a nuestro actual estado y a la Corona de España, pero ambos son sistemas de organización política radicalmente distintos.  La historia nacionalista tiende a confundirlas. Pero por el contrario, desde el punto de vista de la historia de los ciudadanos, responden a niveles muy diferentes de la defensa de sus libertades y de su opciones de progreso personal y colectivo.

Esto nos lleva a la cuestión de los símbolos. Es posible que desde el punto de vista nacionalista resulte razonable mantener la fecha del 12 de octubre como fiesta nacional. Pero a espera de un debate mucho más profundo de lo que sucedió alrededor de esa fecha deberíamos de hacer una reflexión crítica al respecto ya que existen dudas razonables que significara un hito relevante en el progreso de los derechos y libertades ni de los indígenas ni de los propios españoles que allí acudieron victimas en muchos casos de falsas promesas.  Y si bien nuestra bandera nos recuerda una fase ya muy avanzada del antiguo régimen en el que se desarrollaron las primeras políticas ilustradas tampoco recuerda ningun escalón especial en el avance hacia el estado de derecho.

Muy al contrario de casos como el de Estados Unidos o Francia en los que sus simbolos si nos llevan a hitos especialmente relevantes de la historia de sus ciudadanos.

Perro en algunos casos los tópicos atados a la historia nacionalista llevan a decisiones mucho peores que la persistencia de algunos simbolos. En el caso de España algunos poderes territoriales siguen enfocando sus propuestas no buscando nuevas formulas que permitan el avance de las libertades y derechos de sus ciudadanos sino recurriendo al "paleonacionalismo" que justifica sistemas posibles de organización política no en su eficiencia sino en la recuperación de lo que se dice "se perdió en su día".

Y consecuentemente, algunos historiadores nacionalistas reinciden en considerar que un posible estado independiente catalán, por ejemplo, como una simple restauración de un reino medieval. Olvidando que aquel reino (o no-reino en este caso) era un mecanismo de poder bastante simple mediante que por descontado no reconocía al conjunto de los ciudadanos un grado de derechos sustancialmente distinto al de otros lugares de Europa. Desde luego para este enfoque la guerra de Sucesión supuso un hito crucial en cuanto el sistema de poder catalán tuvo que compartir alguna de sus parcelas con el poder nuevo central. Sin que por ello evidentemente quede constatado que se produjera ninguna variación especialmente relevante en los derechos de la  inmensa mayor parte de los ciudadanos que antes y después siguieron siguieron sometidos a formulas de servidumbre muy parecidas.

E igualmente, en el caso de la Comunidad Valenciana, la simbología de su gobierno autonómico se centra en el fundador del antiguo Reino (Jaime I) que cuando conquista el reino de Valencia por descontado no restaura los derechos que en su día la ciudadanía romana otorgó a sus habitante sino que por el contrario reconvierte el sistema de servidumbre anterior con la sola variación de una sustitución de la nobleza territorial.

Decíamos antes que desde el punto de vista de la historia de los ciudadanos uno de los temas claves es como se ha ha ido avanzando en la consecución de derechos frente al poder absoluto. Y aquí debemos de volver a la figura de Bartolomé de las Casas.  Como es bien sabido sus esfuerzos y los de otros que trabajaron en la misma dirección dieron lugar a la promulgación de las Leyes de Indias en las que se reconocía el derecho a la libertad de los indígenas (con una serie de matizaciones) a la vez que el Iglesia Católica proscribía la esclavitud de los indios.

Se trataba de hitos muy importantes para la época cuya relevancia se puso de manifiesto en el hecho de que su aplicación en las Indias dio lugar a una guerra civil en los territorios americanos entre los partidarios de la nueva Ley y los sectores locales que seguían beneficiándose de la esclavitud.  Un precedente de la que tres siglos más tarde enfrentaría al sur y al norte de los Estados Unidos.

Lo cierto es que conforme fue avanzando el reinado de Carlos I progresivamente la Corona de España a la vez que se consolidaba definitivamente modernizaba su sistema de gobierno en el que cada vez más los poderes distintos de la propia monarquía debían de desarrollar sus acciones en cierto marco de respeto a la ley.

Por lo todo ello deberíamos de reconocer en Bartolomé de las Casas no tan sólo como un "fraile preocupado por los indios" sino como un personaje esencial a la hora de hablar del desarrollo de los movimientos reformistas en España y en la propia Iglesia Católica. Movimientos que como es obvio progresaron a partir de finales del siglo XVI de una manera más lenta que lo deseable.

Por último volvamos a hablar de los "españoles" a los que Bartolomé de las Casas atribuyó las constantes masacres sobre la población indígena.  Una parte de los importantes contingentes de ciudadanos peninsulares (y europeos) que cruzaron el Atlántico buscando en América una vida mejor regresaron a Europa al cabo de un tiempo. Su rastro material o encontramos en los palacios y "casas de indianos" que en muchos casos aún podemos ver en el norte y en el este de España.  Hay algunos casos extraordinarios, pero en general no estamos hablando de construcciones excepcionales ni demasiado numerosas.  Como antes veíamos el producto de la riqueza americana sólo quedó en una pequeña parte en los que allí fueron, y esencialmente acabo en las manos del poder de la Corona de España y, en buena parte para desarrollar su expansión en centroeuropa e Italia.

Pero la inmensa mayoría de los que cruzaron el atlántico a lo largo de los 400 años de presencia de la Corona de España en América se quedaron en el nuevo continente.  Fueron con sus costumbres, su cultura, su religión y su lengua y, durante una gran parte de dicho periodo, fueron gobernados por leyes comunes a las de la península y tuvieron acceso a las mismas innovaciones sociales y tecnológicas que iban lentamente apareciendo en Europa. Poco a poco, ellos o sus descendientes, comenzaron a tener relaciones de colaborativas, amistosas,  afectivas o familiares con los indígenas hasta formar una sociedad étnicamente diversa, con independencia de que las élites siguieran siendo poco permeables al asceso indígena,

Fueron estas élites las que impulsaron el proceso insurgente que llevó a la creación de la mayor parte de los estados americanos.  Curiosamente en un momento en el que en la península, en paralelo, se desarrollaban una excitante etapa contra el poder real absolutista dando lugar a la non-nata Constitución de Cádiz.  Sería muy interesante que cada vez entendiéramos más lo que entonces sucedió relacionandolo con la revolución norteamericana y su lucha por alcanzar mayores niveles de libertades para los ciudadanos. Una lucha que, a falta de respuestas de la régimen monárquico central, llevó a la creación de los nuevos Estados.

Desde luego, frente a este planteamiento, la historia nacionalista vuelve a crear una ficción en el que la esencia de lo que pasó (el gran avance para su versión de la historia) es la independencia territorial y no el acceso a la democracia de sus sociedades.  Este planteamiento desde luego crea fisuras a la hora de juzgar los hechos que denuncia Bartolomé de las Casas ya que nos lleva a recordar que en tales hechos las élites que precisamente promovieron la independencia fueron realmente la sucesión de los españoles que siglos antes habían tenido tales comportamientos con los indígenas.

La tremenda obra de Bartolomé de las Casas debía de ser objeto de lectura y de análisis crítico por todos los estudiantes a una y otra parte del Atlántico. Y desde luego los poderes públicos debían de fomentar un debate sobre la magnitud de lo que entonces realmente sucedió más allá de la historia nacionalista que sigue empleando tales hechos para seguir manteniendo versiones enfrentadas y diferentes pero en su esencia igualmente cómodas a los las corrientes políticas nacionalistas de los estados europeos o americanos.

Pero quizá la historia real es otra bien distinta. La Corona de España fué un sistema de poder que nació ejerciendo una inusitada crueldad sobre indígenas, penínsulares, italianos, flamencos, judíos o musulmanes no muy diferente que la que existió en los tiempos oscuros del medievo. Y ni siquiera la debíamos de considerar como un poder "español", especialmente considerando cual eran sus verdaderos objetivos políticos>  A la vez que sucede lo que nos cuenta Bartolome de las Casas en una capital Imperial como Toledo, segun nos cuenta el Lazarillo de Tormes sus familias no tenian nada para dar una misera limosna en los a;os de malas cosechas. El oro y los beneficios de la ocupacion de America no beneficiaron a la gran mayoria de los ciudadanos peninsulares sino que fue a parar a los intereses eruopeos de la Corona y al gigantesco sistema de corrupcion montado entorno al comercio con America.

Pero tambien bajo la Corona de Espa;a llegaron a America las costumbres, la cultura y las innovaciones sociales y tecnológicas que iban  apareciendo en Europa. Y cuando, muy lentamente, la Corona de España fué trasformandose en un Estado preocupado por el fomento de la riqueza de sus territorios muchas de las iniciativas que se tomaban al respecto se desarrollaban a la par a los dos lados del Atlántico. Al sur de la ciudad de Valencia aún hay una larga avenida denominada Camino Real, una denominación exactamente igual del eje principal del condado del Silicon Valley en la bahía de San Francisco recordando que formaban parte del impulso que Carlos III decidio dar a las comunicaciones de sus reinos para fomentar su desarrollo. Y algo parecido podr'iamos decir en temas como las Universidades, el Urbanismo etc...

Pero por fin, la Corona de Espa;o y el resto del sistema de poderes absolutistas que habia ejercido en Europa comenzo a desplomarse durante el siglo XIX y de manera paulatina fue sustituyendose por una bateria de estados constitucionales que reconocian y defendian los derechos y libertades de sus ciudadanos.

Ese gran cambio de produjo a partir de los movimientos revolucionarios que se sucedieron entorno al final del Siglo XVIII, incluidos los movimientos insurgentes de los paises latinos.  El desarme del complejo sistema de poder del antiguo r'emine no fue facil ni en tales paises ni Espa;a. Pero lo cierto es que al final fueorn sustuidos por una bateria de estados democratiucos cuyos ciudadanos estan unidos no solo por una lengua comun sino por una civilizacion compartida con el resto de Europa y de America. Y sin duda tales movimientos no hubieran triunfado sin que personas como Bartolom'e de las Casas planteara de una forma valiente y persistente los derechos de una parte de tale sciudadabos, los indigenas frente al poder entonces terrible e inmisericirde. Y que lo hiciera quiza con estrategias que hoy nos resultan tan actuales como la exageraci'on n sistematica, pero tambien desde el punto de vista de la razon, argumentando constantemente como mediante un trato digno a las poblaciones nativas podria lograrse para todos un nfuturo mejor que con su aniquilamiento sistematico.

La comunidad hispana no debiera cimentarse en viejas leyendas heroicas o tr'agicas, sino en el reconocimiento que lo com'un que une a sus ciudadanos a una y otra parte del Atl'antico es un factor de tremendo interes para defender los derechos de todos ellos y favorecer su progreso.

Y en todo ello cabe reconocer que lo simbolos de lo que hizo la Corona de Espa;a * El 12 de octubre o la exigencia de responsabilidades a la actual monarquia espa;ola( en el fondo desvian el debate a terminos frentistas sin reconocer que afortunadamente para todos, a una y otra parte del AStlantico, desaparecio y que ni los ciudadanos de habla hispana ni los actuale estados democraticos les corresponda pedir perdon spor lo que entonces sucedio.













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