Decamerón
Los largos siglos del medievo no fueron buenos tiempos para Europa. La inmensa mayoría de los europeos se vio limitada a la mera supervivencia, a las hambrunas cíclicas y a la obediencia ciega a la pléyade de reyes y señores feudales que constantemente batallaban por repartirse el poder. Pero en un momento determinado las cosas comenzaron a cambiar en algunos rincones del continente. Muy lentamente se abrieron paso nuevas tendencias que llevarían a la ilustración, a las revoluciones de finales del XVIII y principios del XIX y, al fín, a la creación de los estados constitucionales que hoy conocemos.
Para entender mejor ese momento mágico de nuestra historia recurrimos al Decamerón. Sin duda algunos han visto esta obra como una mera colección de relatos con toques eróticos. Pero lo cierto es que en si misma es un testimonio interesantísimo de como se abre un nuevo género literario (la novela) destinado a ser sin duda el más popular entre los ciudadanos. Una innovación para nada es gratuita sino que refleja los grandes cambios sociales que atisbamos detrás de sus cien relatos.
Curiosamente esta estructura de conjunto de cuentos inconexos resulta muy interesante para lo que pretendemos. A lo largo del texto encontraremos un inagotable conjunto de pinceladas que se extienden a decenas y decenas de ciudades de Italia y del resto de Europa, a todas las clases sociales, y a todos los tonos y temas posibles: desde los llamativos cuentos eróticos hasta los moralizantes, y desde la tragedia a la sátira descarnada. Queda pues a nuestra disposición un de rico retrato de la Florencia, la Italia y el Mediterráneo de mediados del siglo XIV para a partir de ahí entrever los gigantescos cambios que comenzaban a producirse.
Pero antes de avanzar situemos la Florencia de 1350. Quizá debamos considerar su República como uno de esos estados que han podido desarrollar modelos de progreso muy interesantes con cierta autonomía al estar en la línea de fricción entre grandes poderes limítrofes. Como luego sería Suiza, Paises Bajos, Bélgica o, mucho más recientemente Corea. Un espacio que goza de cierta independencia real y garantizada por el equilibrio entre tales poderes.
La República de Florencia era el límite sur del poder del Emperador. Del Sacro Imperio Romano Germánico. Pero estaba flanqueada por el sur y por el oeste por los territorios pontificios. Un estado minúsculo pero detrás del cual estaba le entonces inmenso e ilimitado poder del Papado. Ciertamente su modelo republicano nada tenía que ver con nuestras actuales democracias. Era una mera oligarquía cuyo control enfrentaba constantemente a los determinados clanes encuadrados además en güelfos o gibelinos, en las corrientes favorables al Papa o al Emperador.
Pero lo verdaderamente importante es que era un modelo diferente del de los señoríos feudales. Por descontado los terratenientes seguían teniendo un peso muy relevante. Pero ahora había surgido un nuevo actor que pretendía también el poder: la alta burguesía. Y en las florecientes ciudades del norte de Italia era ya muy relevante.
Detrás del puro divertimento, en los relatos de Boccacio se esconce el acta de nacimiento de este nuevo estamento. Su base económica, sus aspiraciones, su nueva forma de ver la vida y el viraje desde el mundo de las creencias y los mitos hacia valores entonces revolucionarios como el respeto a la ciencia y a la razón.
Una buena parte de los personajes que desfilan ante nosotros ya no son nobles, caballeros u hombres de armas sino comerciantes, artesanos o financieros (prestamistas). Aparece un entramado productivo capaz de generar riqueza frente a la posesión de la tierra de manos muertas y a la dilapidación de recursos en actividades no productivas (la guerra, el lujo y las fiestas inacabables) propias del medievo. Los emprendedores de las ciudades italianas del XV ya no esperaban tener más poder mediante el dominio de otros lugares sino mediante el incremento de la riqueza. Y para ello, las tres patas antes señaladas eran la base imprescindible.
Por una parte en la Florencia de la Baja Edad Media las actividades puramente artesanales habían evolucionado hacia un nivel preindustrial. Así uno de los cuentos nos habla de un simple panadero que gracias a su habilidad y su iniciativa se había convertido en un rico respetado por toda la sociedad florentina. Pero especialmente fue el sector textil el que supuso un salto adelante en la riqueza de la ciudad, sobre todo en la medida que se convirtió en una actividad exportadora.
Es el renacimiento de la actividad comercial lo que realmente marcó estos nuevos tiempos. Muchos de las pequeñas novelas del Decamerón tiene que ver con ello. Los comerciantes podían nuevamente tras siglos y siglos de impedimentos establecer vínculos no solamente con otras ciudades cercanas sino mucho más allá. Vemos así como funciona regularmente el corredor que enlazaba el norte de Italia con París y Londres, en la que no había trabas a esta actividad entre los reinos (frente a lo frecuente de sus enfrentamientos militares) y en los desplazamientos eran rápidos y con mucha mayor seguridad que lo habían sido anteriormente. Los desplazamientos diurnos por tierra se habían librado de gran parte del bandolerismo y, de noche, la red de ciudades eran puntos seguros para la pernoctación. Disponían de un sistema básico de lo que hoy llamaríamos policía y justicia, que no era discriminatorio para los foráneos y como dato curioso incluía un registro de entrada y salida. Y dentro de ellas una buena red de albergues.
Desde poco después de la caída del Imperio y hasta la reunificación de finales del XIX el norte de Italia vivió repartida entre una miriada de micropoderes locales y regionales. De esta larga etapa la historia convencional nos cuenta un sinnúmero de invasiones, batallas y guerras. E incluso, en nuestros días, hemos sido incapaces de conocer todos los cambios de gobierno que se han venido sucediendo compulsivamente. Pero quizá eso no haya sido lo más importante de la gobernanza del país, ya que bajo ello han venido funcionando las redes de las que hablamos que han permitido no solamente el requisito básico de la seguridad de los viajes, sino la libertad de mercado y un sistema de justicia que hicieran estables las relaciones comerciales. Así por eje ejemplo en uno de los cuentos se nos describe el funcionamiento de la aduana de Palermo y como de manera muy eficaz permitía la custodia de las mercancías, la trasparencia de las ventas y la obtención de los recursos que enriquecían las ciudades y las hacían los puntos fuentes de esta naciente red comercial.
Pero además esta red comercial estaba también funcionando en el Mediterráneo si bien con el constante temor a los piratas y corsarios. No solamente los "sarracenos", sino los basados en Monaco que afectaban incluso al tráfico de cabotaje entre las costas italianas. Varios de los cuentos están basados en los viajes de los comerciantes a Alejandría, Chipre, Creta o Arce: en los peligros que debían de afrontar, pero también en como las relaciones comerciales saltaban los límites de la religión.
Comentarios
Publicar un comentario