El instituto para la sincronización de los relojes (Ahmet Hamdi Tanpınar, 1954). Poder y religión.
En 1923 nace la actual Turquía como una república laica sobre las cenizas del Imperio Otomano, la gigantesca teocracia islámica que durante islámica que durante siglos había dominado el mediterráneo oriental y oriente medio. Pero tras ese gigantesco paso adelante, un siglo después la evolución de las naciones de religión musulmana hacia formas de gobernanza más modernas el proceso quedó estancado. Una parte muy relevante de los ciudadanos del planeta sigue padeciendo grandes restricciones de sus libertades públicas y privadas y, lo que es más preocupante, las líneas de avance que al respecto se habían venido dibujando han fracasado una y otra vez.
La historia convencional nos habla de lo que entonces sucedió como la reacción nacionalista a la derrota de los otomanos en la Primera Guerra Mundial liderada por Kemal Atatürk: Sin duda esta gran estadista ha sido uno de los personajes más relevantes de la historia del pasado siglo, pero su papel debe de ser enmarcado en un proceso mucho más complejo que nace a mediados del XIX, cuando comienza el declive del Imperio Otomano. Fue una evolución parecida a la de la Rusia zarista en la que el agotamiento del antiguo régimen materializado en severas derrotas militares lleva a una búsqueda de nuevas fórmulas, primero en círculos intelectuales que con el tiempo derivan en revueltas populares. En el caso concreto que nos ocupa, en 1906. Los hechos que sucedieron en ese año y en los siguientes tuvieron mucho que ver en la participación del país en la Primera Guerra Mundial. Y la derrota en ella en la reactivación del proceso revolucionario. Pero si en el caso de Rusia dicho proceso hacia el régimen soviético en el de Turquía concluyó con la implantación de una larga serie de cambios "liberales" que fueron mucho más allá del de las formas políticas y que incluyeron la adopción del alfabeto occidental, el cambio de capital y el sufragio femenino bastante antes en otros países europeos.
Nos vamos a permitir llamar a todo ello la "revolución turca" ya que la esencia, la magnitud y los efectos de lo que hace un siglo sucedió allí tiene grandes semejanzas a lo que había pasado ciento veinte años antes en la Francia revolucionaria, incluso en lo referente al papel que desarolla el ejército en un momento determinado en relación a los nuevos a la consolidación de los primeros avances) . De alguna forma materializan el comienzo y el final del largo ciclo de la caída del antiguo régimen en Europa.
Ahmet Hamdi Tanpinar esta considerado como uno de los escritores contemporáneos en lengua turca. De él dice Pamuck que es quien le correspondería realmente el Premio Novel. Nace en 1901 de forma que en su juventud fue un espectador privilegiado de todo lo que entonces sucedió en su país. "El Instituto de Sincronización de Relojes", una de sus mejores obras, en primera persona por Hayri Irdal, un personaje de la misma edad que Tanpinar, que nos cuenta su ajetreada vida y la de su familia remontándose hasta la generación de sus abuelos. Esto es, a mediados del siglo XIX en donde comienza la etapa de fuertes cambios que queremos indagar.
Por ello la obra de la que hablamos nos resulta un testimonio especialmente interesante. Pero además, en este caso, tenemos que decir que se trata de un relato muy divertido, escrito párrafo a párrafo con una magistral ironía que en algún caso llega a lo hilarante. Igualmente magistral es la creación del personaje de Irdal, un hombre atípico y desclasado que entre otras cosas que, como parte de la ironía de la que hablamos, tiene una visión muy distorsionada de la realidad. Ello obliga al lector al constante (e interesante) ejercicio de identificación de la realidad que se nos cuenta detrás de dicha visión irónica y distorsionada. También quizá tengamos que prestar una especial atención a los nombres y apellidos de los personajes que, como en el caso de la literatura Rusa o China responden a una estructura diferente a la nuestra. Hacer una nota con dichos nombres conforme vayan apareciendo puede ser de ayuda.
Pero realmente el centro de la obra es Estambul y sus gentes, es ciudad mágica y seductora a la que todos los europeos deberíamos de peregrinar al menos alguna vez en nuestras vidas para conocer las entrañas de nuestra historia y que en la época del relato vive su enésima transformación. El tópico histórico de Estambul (y de Turquía) como una ciudad tradicionalmente islámica que se aún ahora se debate entre sus creencias ancestrales y la modernidad debe de ser revisitado y para ello el libro de Tanpinar nos interesantes claves. Hagamos un poco de historia antes de hablar de ellas.
Santa Sofía debe de ser la Meca de esa peregrinación. Quizá sea el edificio más hermoso del planeta. Es imposible entrar en él sin sentir enseguida que estamos en un espacio mágico, un cobijo lleno de grandiosidad y de luz capaz de acoger a las personas que allí se reunen de una forma que incluso ahora quizá no hayamos superado. Pero además si comenzamos a prestar atención a sus detalles veremos en cada rincón la destreza de la ingeniería grecoromana adquirida tras mil años de evolución. No vemos sólo una construcción perfectamente proyectada y construida, sino el símbolo del avance de una civilización que no solamente había desarrollado profundamente la arquitectura, el urbanismo, los transportes o el arte. Y también por descontado en la ciencia, la filosofía, la justicia y la administración del estado.
Bizancio nace como una ciudad charnela entre oriente y occidente. Y nace como una ciudad esencialmente europea, en el altozano del Serrallo en el que luego se levantaría Santa Sofía, el extremo del continente desde el cual se pueden controlarse las invasiones asiáticas. Pero a los pies del Serrallo se desarrolló un activo puerto y un polo comercial que siglo tras siglo supuso un eslabón clave de conexión de occidente con oriente y con la gran llanura rusa. Ya con la nombre de Constantinopla, tras la división del Imperio Romano, añadiría a este carácter defensivo y comercial la función de capital de un imperio que durante siglos dominaría el mediterráneo oriental. En el siglo XV ya había perdido casi todos sus territorios exteriores pero la ciudad seguía siendo una de las más importantes de Europa, mantenía su pulso de gran centro del comercio con oriente y, quizá lo más importante, la referencia de todo el viejo saber griego y latino.
El 29 de mayo de 1453 Mehmed II entra en Constantinopla. Gobernaba hasta entonces un pequeño y aguerrido estado y ahora, por fin, iba a hacerse cargo de un Imperio. Quizá cuando entró en Santa Sofía por primera vez tuvo la misma sensación que antes describiríamos. Nunca lo sabremos, pero lo que si que es cierto es que tomó una decisión tremendamente inteligente. Aquel edificio y todo lo que rememoraba no debía ser destruido sino utilizado. De manera que inmediatamente Santa Sofía pasaba a ser una mezquita. Y lo mismo sucedió con el tremendo caudal de conocimiento que la ciudad le trasladaba desde el tiempo de los romanos. Y con las personas que lo manejaba. Quizá sea un dato olvidado, pero lo cierto es que el nuevo emperador encomendaría a un sobrino del antiguo emperador una parte de su ejercito.
Esto no bebe extrañarnos. Los otomanos antes de entrar en Constantinopla no eran nada más que un pueblo aguerrido, fuertemente militarizado pero sin capacidad productiva o comercial que se había desplazado de sitios mucho más inhóspitos para hacerse con las riquezas de otros pueblos laboriosos emplazados en sitios más ricos y mejor conectados. Igual había sucedido con los normandos vikingos cuando invadieron Inglaterra cuatro siglos antes o cuando los mogoles se hicieron con el Estado Chino dos siglos antes. En los tres casos a un potente estado preexistente se sobrepone un poder exterior. En los dos primeros casos hablamos de sendas etapas en la historia de Inglaterra o China. En el caso del Imperio Otomano lo conocemos con un nombre diferente pero, como reconocieron ya algunos historiadores ilustrados, no era otra cosa que la continuación del Imperio Bizantino.
Por descontado que el sultán ejerció un poder despiadado y cruel sobre la población no turca (y con la turca), pero lo cierto es que en gran parte permaneció en Constantinopla aportando su acerbo técnico y cultural. La Iglesia Ortodoxa no fue prohibida, los comerciantes pudieron seguir desarrollando su labor y en lo sucesivo la justicia, la administración y el ejército Otomano se apoyó en gran medida en funcionarios, soldados y mandos griegos y balcánicos. Y por otra parte los contactos comerciales siguieron con mayor o menor intensidad y por lo tanto el establecimiento de comerciantes europeos y asiáticos.
La gran urbe imperial y comercial siguió así su curso y con ello una buena parte de su sociedad compuesta por amplios colectivos directivos, profesionales y artesanales relacionados con esas funciones. Y por descontado, como en cualquier gran urbe junto, centenares y centenares de miles de trabajadores manuales, muchos de ellos formando un gigantesco ejército de servidores domésticos. Y también gente mísera sin oportunidad de trabajo o que desarrolla su astucia para aprovechar de cualquier forma la riqueza que genera la ciudad.
Con toda seguridad manto del islam que los otomanos impone a Constantinopla partir de mediados del siglo XV afectó de forma muy diferente a cada uno de sus estratos sociales. No tenemos ninguna información de ello pero no tenemos por que pensar que sea algo de lo que sucedió en el Madrid de los Austrias. En ambos casos el poder absoluto y la religión estaban sólidamente entrelazados formando un conglomerado que establecía minuciosamente las relaciones de sumisión política, social y familiar. Y que las hacía cumplir con la fuerza del estado, con la inquisición (o con los "guardianes de la fe") y con el ostracismo y la repulsa social.
Pero el poder absoluto tenía algo mucho peor que unas leyes y unos castigos feroces. Tenía una justicia desigual en su esencia que era cumplida de manera muy diferente por los círculos del poder y por el resto de la población. Como Cervantes nos cuenta en ese muestrario de horrores que son las Novelas Ejemplares el asesinato, el secuestro y la pedastria era para los primeros un desliz a veces, mientras que los castigos y la presión social siempre era implacable para los segundos. Y mucho más para las mujeres.
El relato de Tanpinar nos habla fundamentalmente de los círculos cercanos al poder. Y en ellos, lo que se nos dice en relación a lo que sucedía a finales del XIX no era muy distinto de lo que podíamos ver un siglo antes en España y otros países de Europa. Para los círculos del poder, para aquellos que siendo o no de etnia turca participaban de sus beneficios, el islam se muestra como una "religión social", como un delgado velo de expresión formal y pública debajo de la cual había una sociedad en ebollución que disfrutaba de amplias libertades y en la que por descontado no vemos ningún temor ante la furia divina por apartarse del Corán.
A uno de sus maravillosos personajes secundarios Tanpinar lo bautiza con el divertido mote de "El Aproximadamente". Es uno de los antepasados de Irdal por lo que su vida trascurrió a mediados del XIX. Recibió unos fondos y de ahí surgió el compromiso de fundar una nueva mezquita y una madrasa. Pero fueron pasando los años y en vez de comenzar las obras fue gastando en su beneficio esos fondos. Al final la gente le preguntaba que cuando iba a empezar la construcción del edificio y él, lustro tras lustro, fue contestando que "el año que viene aproximadamente". Y sus herederos siguieron haciendo lo mismo. No encontramos en el relato ninguna pena pública o ningún reproche social a este comportamiento. Y por descontado ningún remordimiento o arrepentimiento por parte de "El aproximadamente". La sabia ironía del autor nos permite contemplar la hipocresía de una parte de la sociedad que seguramente era tremendamente estricta con el cumplimiento de los preceptos islámicos a lo largo de todo el imperio pero que disculpaba sus propias debilidades. Ironía que por cierto veremos después que se traslada a lo que quedó de esos fondos.
A lo largo del XIX la relación de esa parte de la sociedad de Estambul con Europa fue cada vez más intensa. En la etapa de la guerra de Crimea el imperio Otomano ya no era considerado como el enemigo de la fe católica sino como un actor más del juego político del continente. Y la mejora de las comunicaciones no sólo marítimas sino terrestre (el mítico Orient Express) empezó a conformar un eje entre Estambul y el centro del continente a través de Viena por el cual los avances políticos y técnicos llegaban e influían cada vez en los profesionales, grandes comerciantes y altos funcionarios del imperio, sobre lo que llamaríamos en el resto de Europa la alta burguesía. Así vemos por ejemplo como uno de los personajes del relato se forma en las teorías del psicoanálisis con Freud y luego las introduce y difunde en Estambul, si bien de una forma que como también luego veremos es objeto también de la ironía de Tanpinar.
Con estos antecedentes, la Estambul de después del final de la Primera Guerra Mundial que nos describe el autor es una ciudad alegre y bulliciosa, llena de vida, y tremendamente permeable a los valores occidentales. Con animados cafés en donde sus habitantes de reúnen durante horas y horas debatiendo de lo divino y de lo humano, donde se forman y desaparecen cada día las más peregrinas asociaciones, en donde por descontado el consumo de alcohol es un uso social extendido entre hombres y mujeres, y en el que teatros, salas de música y cine tienen un gran éxito, tanto si sus contenidos son autóctonos como si son occidentales. Nuevamente la maestría de Tanpinar vuelve a recurrir a la ironía para señalar esto último. Uno de los principales personajes femeninos esta completamente obsesionada con las estrellas de Holywood hasta hablar y actuar en la vida cotidiana como una de ellas. En este y en otro caso no vemos personajes femeninos sumisos obsesionados por la religión sino integrados en la vida social y en el trabajo.
Podemos ver también la evolución de las relaciones familiares. Las grandes familias en las que varias generaciones conviven en una casa y bajo un patriarca que también eran muy frecuentes en España a finales del XIX van dando paso a núcleos más pequeños. Y en lo tocante a las relaciones extramatrimoniales y los divorcios se relatan también como elementos de normalidad.
Es en el seno de este marco social en el que no sólo la intelectualidad sino también una gran parte de los mandos militares, los profesionales, el empresariado y el comercio certifican la decadencia y la inutilidad del estado islámico otomano, incapaz de mantener las posesiones del imperio en Europa, de estar en el bando vencedor de la guerra mundial e incluso de conseguir unas condiciones mínimamente justas en los tratados de paz subsiguientes.
Occidente aparece con toda claridad con el modelo a seguir. Como la forma de compaginar un cierto nivel de libertad, una economía más productiva y una potencia militar que al menos sea capaz de defender ese marco de derechos en una zona del planeta especialmente compulsa.
Algunos pensadores ilustrados analizaban el Imperio Otomano como la sucesión del Imperio Bizantino (y por lo tanto, en parte, de Roma). Quizá no estuvieran encaminados. La historia convencional muchas veces se ha escrito valorando la religión como un elemento de poder y no como una creencia personal o una corriente de opinión.
Por ello hablamos, equivocadamente, de países musulmanes, convirtiendo en sustantivo lo que es meramente adjetivo y ocasional. A partir del Siglo XVII el pensamiento científico e ilustrado postuló que el hecho religioso debía ser objeto de duda e indagación como cualquier otro fenómeno. Y a partir de ahí los movimientos revolucionarios en los que se apoyaron declararon la libertad de culto y la separación entre Iglesia y Estado. Por lo tanto, dentro de esta línea de pensamiento los estados que apoyan su poder en una religión oficial para ejercer su poder deberían ser considerados como una forma política poco avanzada e incapaz de respetar la libertad y los derechos de los ciudadanos. Y mucho más si ese poder es absoluto e invade las decisiones privadas de las personas.
En nuestro planeta por descontado hay decenas de estados en los que la mayoría de sus ciudadanos profesan la religión musulmana. Pero casi todos ellos son meras dictaduras o en todo caso regímenes que no respetan los derechos básicos de sus ciudadanos. El islam por descontado merece el mismo respeto que cualquier otra creencia. Pero no es otra cosa que un gigantesco paraguas bajo los que se esconden por una larga batería de poderes absolutos con frecuencia tiránicos e incluso en algún caso que alientan directamente el terror sobre las personas como forma de alcanzar sus objetivos políticos. Esos poderes necesitan el islam desesperadamente para mantener la sumisión de sus súbitos. Y como un escudo frente a sus enemigos exteriores: cualquier opinión negativa sobre esas dictaduras es leída enseguida como un ataque al islam.
La revolución turca por ello fue por ello uno paso gigantesco y esperanzador. Por primera vez la separación de un estado de la religión musulmana mediante un proceso sólido e irreversible. Cien años después los derechos políticos que entonces consiguieron los ciudadanos turcos y en particular la libertad religiosa en gran parte se mantienen. ¿Pero en que grado han sido ejercitadas estas libertades?.
Si paseamos por paseo por el centro de Estambul, siquiera sea virtualmente, veremos mujeres de todas las edades llevando desenfadademante la moda occidental. Pero probablemente un porcentaje similar se viste atendiendo a las normas del islam. Y, curiosamente, es muy difícil las veamos pasear solas. Sin duda podemos pensar que en ejercicio de los derechos de los que hablamos un porcentaje de mujeres y hombres han mantenido su religión con un alto grado de respeto a sus normas. O por ser más exactos, en un grado mucho más elevado que el resto de los ciudadanos europeos. Pero también es posible que el maridaje entre religión y poder si que ha sido eliminado de las estructuras políticas pero que cien años después persiste en gran medida en las relaciones sociales y familiares.
En el Estambul de principios del XX persistía aún un modelo de férrea estructura familiar en el que varias generaciones y tanto sus ramas centrales, las colaterales e incluso personas que no tenían una religión de sangre vivían juntas bajo un mismo techo y bajo el amparo y el mando del patriarca, del abuelo. El tomaba las decisiones económicas y las sociales. por descontado los descendientes podían abandonar a su familia, pero con ello perdían un nivel de apoyo sin el cual su vida se iba a complicar mucho. Y especialmente por que estas familias dentro de una profesión, de un barrio o de una procedencia común formaban un denso tejido de ayuda....pero también de exclusión. Tanpinar, con su siempre increible ironía, nos cuenta los avatares de una de esta familia hasta el momento en que empieza a declinar en el cual "tan sólo" tenía tres o cuatro decenas de miembros. Un tipo de familia también la vemos en los recuerdos de infancia de Pamuck. Y no sólo en Turquía, también en la literatura china de la misma época (hay una descripción magnífica "La Familia" de Ba Jin) e incluso cuando indagamos en nuestros ancestros en España en donde era muy frecuente que tras el matrimonio se siguiera compartiendo la vivienda con los padres.
Este tejido social en las ciudades, y por supuesto en el mundo rural, se forma de microcosmos regidos por un poder patriarcal que puede ser ejercido desde la racionalidad o desde la mera creencia ancestral. La esencia del poder no son las decisiones que se toman sino el grado de limitación de las libertades de otros. Veremos en el libro del que hablamos como Irdal, ya un hombre maduro, considera absurdas y demenciales las decisiones que se toman en su familia. Pero que es incapaz de desprenderse de ese vínculo sin el cual su existencia cotidiana se complicaría mucho y que además le llevaría a la condición de proscrito entre sus vecinos y sus conocidos.
En este tipo de poder las creencias, la religión, suele desempeñar un papel clave. Como en el poder político la razón es sustituida por la verdad inexplicada. Y para ello por descontado contando con la tutela y el apoyo del clero normal en las Iglesias formalmente constituidas o por una amplísima red de derviches, consejeros, o maestros.
Las reformas de Kemal Atatürk triunfaron entre la parte de la sociedad más abierta, con mayor formación, mas recursos y más interrelacionada con occidente. Pero en las capas populares y sobre todo el mundo rural el entramado social creado en base a la utilización de la fe musulmana constriñe las libertades personales y orienta, a veces decisivamente el voto y la acción política. Y por ello, algunos de los que quieren alcanzar o mantener el poder agitan constantemente la bandera del islam para atraer a las masas rurales y poco formadas. Este tipo de islamismo político no deja de ser una forma de populismo en el que la razón vuelve a ser ocultada por la religión.
En los momentos que se escriben etas líneas las dos principales cadenas de televisión disputan el horario de máxima audiencia con sendas series turcas. Nos retratan la sociedad que vemos en el relato de Tanpinar si bien con mucha menos destreza y por descontado con la visión propia de una telenovela. Pero simultáneamente podemos encontrar entre la oferta de las plataformas digitales otra producción turca que abre el zoom de su relato al conjunto de la sociedad de Estambul. Enfrenta a las mujeres profesionales que viven su vida con la misma libertad que en occidente con las que viven en la periferia metropolitana bajo el férreo control de su familia, del barrio y del líder musulmana de la zona. La tragedia es relatada desde una visión brutalmente angustiosa que enfrenta la falta de libertad con la soledad del individualismo que rompe con las estructuras familiares.
No es nuevo lo que vemos en Turquía. El desmontaje del poder absoluto, el ascenso de las sociedades libres, también ha durado varias generaciones en el resto de Europa tras la proclamación de los derechos constitucionales. Y ello no solamente por la persistencia y la fuerza de los entramados sociales que conformaban el antiguo régimen. El desarrollo productivo, la generación de recursos y, con todo ello, la adquisición de toda una serie de derechos sociales adicionales que sustituyen a las redes tradicionales de clientelismo/dominación ha sido imprescindible para este avance. Y esto ha durado también varias generaciones.
Pero tenemos la impresión que el proceso avanza con pasos muy firmes de manera que debemos ser optimistas. Ahora debajo de la colina en la que se ubicó la antigua Bizancio, muy cerca de Santa Sofía, varias decenas de metros bajo el Bósforo encontramos una de las grandes obras de la ingeniería de los últimos años en Europa: Marmaray, el enlace ferroviario de Europa y Asia y que permite que trenes chinos de mercancías estén llegando al este de Europa. Un brillante éxito de la técnica turca que es todo un símbolo. Y por otra parte la actividad productiva está en pleno desarrollo y de su mano el fortalecimiento de una amplia autónoma y bien formada. Hemos visto como la sociedad abierta y cosmopolita de la que nos habla Tanpinar tiene raíces muy profundas que alcanzan mucho más allá de la implantación del Islam, y como fue capaz de protagonizar hace un siglo la última revolución europea contra el poder absoluto. Y pese a que siguen habiendo enemigos interiores para consolidar esos cambios la eterna Estambul se está convirtiendo en la mayor metrópoli de Europa. Por el crecimiento demográfico y por su perfil social y productivo, cada vez más parecido al de otras grandes ciudades del resto del continente. Y curiosamente, como en ellas, con una minoría/mayoría que sigue atada a los poderes islámicos.
Pero lo que vemos en Turquía no es una pauta que podamos reconocer en el resto de países en los que la religión musulmana es mayoritaria. Hoy en día, salvo alguna excepción, conforman una batería de monarquías o regímenes autoritarios, en bastantes casos controlados por en las fueras armadas, en los que los derechos de los ciudadanos son muy limitados. Y en algunos casos, y en especialmente en relación a las mujeres o los homosexuales, escandalosamente reducidos. Las llamadas "primaveras árabes" han sido en casi todos no sólo un un gran fracaso sino el final de las esperanzas de cambios a medio plazo en este estado de cosas. Y en paralelo, junto a los poderes estatales convencionales, una batería de poderes no territoriales muchas veces auspiciados por los primeros, tratan de extender su poder de la mano del terror y exterminar las libertades de los ciudadanos de los mismos países o de otros.
El islam está demostrando ser una creencia religiosa especialmente efectiva para amparar al poder totalitario. No debe de extrañarnos: su dogma nació para ello y por lo tanto sus creencias se dictaron, en su esencia, como instrumento de poder. Y ello, como es obvio, con el pleno respeto a los que opinen que detrás de la revelación del Corán está la palabra de Dios/Alá.
La expansión de las tribus árabes en toda la franja central de Eurasia y Norte de Africa no es muy diferente a la de los Unos, los Mogoles o los Vikingos. Pueblos procedentes de sitios inhóspitos que en un momento determinado fueron capaces de salir del hambre y la miseria no mediante el esfuerzo y el comercio sino arrebatando sus riquezas a los que habían elegido otras vías y que en algún momento habían desatendido la defensa colectiva de sus sociedades. La expansión militar de los árabes triunfa y perdura en el tiempo fundamentalmente por el buen diseño (en orden a los fines perseguidos) de las creencias que imponen a sangre y fuego. Y de esta forma su poder se sobrepone a civilizaciones milenarias como la egipcia, la persa o, en gran parte, a la hindú. Pero de una forma tan contundente y absoluta que en gran parte acaba y dilapida sus valores tradicionales. Salvo en casos como el del Imperio Otomano, la India o la propia Hispania, que es capaz de rehacerse en la península ibérica y, curiosamente, en el otro extremo del planeta, detener el avance del Islam desde Filipinas en el cordón insular del sureste asiático.
Quizá por ser una creencia nacida desde el poder no dejado pervivir bajo su égida los valores que en occidente llevaron a la libertad religiosa. La creencia cristiana nos recuerda como Jesucristo hablaba de que "a Dios lo que es de Dios y al Cesar lo que es del Cesar" y que "mi reino no es de este mundo". Y que Pablo de Tarso, ciudadano romano convencido, difundió sus creencias mediante el convencimiento, curiosamente comenzando por lo que ahora llamamos Turquía, y no por las armas. Hasta el punto de ir solamente con la fuerza de su creencia a discutir con los sabios griegos en Atenas sobre la verdad de su Dios frente a los otros entonces allí adorados. La religión cristiana tal como la conocemos se forja durante tres siglos conviviendo e integrándose con la civilización griega y romana . Por descontado con la oposición de algunos poderes y las consiguientes persecuciones. pero enraizándose en Roma hasta el punto que no es por el fruto de las armas sino de uno de los valores del Impero (los derechos de los ciudadanos) como logra la libertad de culto en el edicto de Milán y la propia conversión del Emperador. Es el renacer de estos valores y en particular del espíritu científico el que muchos siglos después, a finales del XVIII a que se vuelva a proclamar la libertad de culto y que se desencadene la independencia de la Religión y del Poder del Estado, a las frases que antes recordábamos.
Pero este proceso nunca se ha desarrollado desde el seno de los países sometidos al Islam. Entre otras cosas, quizá, por que no estamos hablando de una religión que se haya conformado dentro de un sistema de libertades, derechos y reconocimiento de las culturas de los países vencidos, aunque fueran a un nivel tan básicos como los de la Roma Imperial.
Pero a todo ello se sobrepone una "casualidad planetaria". El petróleo, el oro negro del siglo XX, se sitúa en gran parte en territorios bajo el poder de autocracias musulmanas. De manera que durante décadas y décadas un gigantesco flujo de recursos de occidente están siendo manejados por los poderes amparados en el islam.
Y cuando este tipo de situaciones sucede los resultados no pueden ser otros de los que nos dice la ciencia económica y política. Como ya analizó muy certeramente en el caso de España y Portugal Adam Smith esto conlleva a largo plazo un serio obstáculo para que se desarrolle la riqueza de las naciones, sino que simplemente se produce una dilapidación de recursos y la asfixia de la economía productiva local incapaz de generar capital y tejido emprendedor y productivo.
Los poderes que se amparan tras el islam lo que han venido haciendo sistemáticamente es dilapidar los recursos del petróleo en gastos suntuarios inútiles que han reforzado las economías occidentales (otra profecías cumplida de Adam Smith). Pero eso no es lo peor. Otra parte muy importante de los recursos los han empleado en fomentar el clientelismo, en asegurar mediante estos recursos del país el apoyo de una parte de su población. La inundación de dinero en algunos casos alcanza a la totalidad de los ciudadanos (como en los Emiratos Árabes) y en otros casos se extiende a las medias. Pero siempre mediante procedimientos arbitrarios en los que, como contraprestación, se exige la sumisión absoluta del poder. Esto, lo opuesto que supone la distribución equitativa y reglada de los mismos recursos en países como Noruega, Escocia o Canadá que por el contrario ha supuesto el fortalecimiento de su sociedad y la generación de riqueza al margen de la explotación de recursos naturales.
La Arabia Saudí o el Irán del Siglo XXI en este sentido no se diferencian mucho de la España de los Siglos XVI y XVII. Sociedades estancadas, economías que difícilmente prosperan al margen de la exportación de crudo (o de plata y oro), gastos suntuarios enormes, mantenimiento de guerras externas que no le interesan para nada a los ciudadanos de los países que las financian (Adén, el Sahel o Flandes). Y con todo ello la imposibilidad de que se generen amplias capas medias dependientes de su trabajo y no del clientelismo y la obediencia al poder. Incluso cuando los recursos provienen de otros factores (ayudas internacionales como en los casos del Sahara Occidental, Afganistán o Palestina o los peajes del Canal de Suez) el resultado es el mismo: fortalecimiento del poder al margen de cualquier atisbo de democracia.
Por descontado la retroalimentación del poder autoritario utiliza una parte muy importante de estos fondos en el adoctrinamiento y la formación de niños y jóvenes como cualquier otro poder totalitario. Y esto en muchos de estos países se hace de la mano de la religión, de forma que el nivel de arraigo de las creencias religiosas entre las nuevas generaciones sigue siendo muy importante y, a la larga , la base de la sumisión al poder civil. Y de del expansionismo predicado por el islam entre los infieles por cualquier método que se considere útil.
El diagnóstico parace ser mucho más complejo de lo que en occidente se piensa. Los procesos endógenos hacia la libertad que se dieron en Turquía hace un siglo tarden en producirse y por lo tanto es posible que el conflicto entre las libertades de los ciudadanos de una parte del planeta y el sometimiento a los poderes totalitarios disfrazados de creencias religiosas sigan formando parte del escenario de los próximos años. Incluso cuando se producen a una parte y otra de un mar o un estrecho, o cuando se dan a favor de tales libertades en países que desde hace muchos años supieron embridar al poder y limitarlo a lo que beneficia a los ciudadanos.
Ciertamente esta opinión no es la única y algunos, incluso desde el ateísmo o al menos desde la defensa de las libertades públicas otorgan al islam no el respeto debido a una religión, sino que lo consideran una civilización incluso reclamando "alianzas" con ella. La equidistancia con la que con ocasiones se analiza a los poderes totalitarios de aspecto "islámico" no tiene nada que ver con la corriente de progreso que logró que muchos países, desde la Holanda del XV hasta la Turquía del XX consiguieran compaginar la libertad de creencias con el respeto a todas personas que creen (o no creen) algo distinto de lo que nosotros consideramos verdadero.
Poco a poco el poder en occidente y en países como Turquía ha dejado de apoyarse en las creencias religiosas para avalar su forma de actuar. Pero eso no quiere decir que renuncie a un método tan efectivo para sustituir la justificación razonada de sus intenciones y de sus actos por la fe en alguna verdad superior.
Así que el viejo recurso a la religión se fue sustituyendo por los nuevos dioses, las nuevas verdades reveladas y las nuevas excusas para que el poder actuara ilimitadamente. Algunas de ellas fueron (y son) creencias terribles como los nuevos nacionalismos y otros muchos ismos. Y otros de baja intensidad de manera que pueden convivir incluso dentro de regímenes constitucionales y democráticos.
Es la hora de que hablemos del Instituto para la Sincronización de los Relojes, el ISR ya que tiene mucho que ver con ello. La ciencia nos habla de la importancia de una correcta medición del tiempo. Y a partir de la ciencia se salta a la pseudociencia. Si los relojes se atrasan todos estamos perdiendo segundo y a veces minutos, estamos perdiendo el tiempo.. y eso es malo para nosotros y para la sociedad en su conjunto. Puede ser una frase inocente. O un lema excelente para que el poder expanda sus tentáculos en contra de los ciudadanos.
Así que la ficción que plantea Tanpinar es como tras promulgar el laicismo y la libertad religiosa el gobierno crea el ISR amparado en el lema antes citado. Es muy inteligente la propuesta de Tanpinar: el sometimiento de los turcos al islamismo pasaba por que sui tempus estaba marcado por las llamadas a la oración de las mezquitas. Como sabemos los que hemos dormido cerca de una de ellas el reloj se hace innecesario. Y en ese sentido el reloj, la tecnología científica, debe de sustituir esa medición.
Así que se crea un órgano "pseudopúblico" (financiado con recursos públicos) para apoyar la verdad "pseudocientífica" que una buena sincronización de los relojes evita perder el tiempo y va contra el progreso.
Y enseguida la decisión del poder se manifiesta en beneficio de él mismo y en contra de los ciudadanos: por una parte todos los puestos de trabajo y los niveles directivos se van a cubrir con amigos y no por mérito y capacidad. Y si en algún caso se elige algún no amigo es para que si se descubre el pastel o algo salga mal se le echen a él las culpas (la ironía y la lucidez de Tanpinar hace de este detalle una de las páginas más divertidas del libro). Y por descontado dentro de la plantilla debe de haber mujeres para demostrar la modernidad del nuevo estado: las hijas, esposas y amantes de los directivos.
Esto es muy gracioso, sino fuera la reinvención del clientelismo. De esa numerosísima clase social que apoyó al poder absoluto a cambio de un puesto seguro y bien redistribuido en medio de la miseria general en el Antiguo Régimen, desde el clero, la corte, el ejército o los señoríos territoriales.
Pero evidentemente debe de buscarse una financiación para todo ello. Así que surge un sistema de multas para los ciudadanos que no lleven sincronizado el reloj. Un sistema también pensado que entusiasma a los ciudadanos, según piensan los del ISR (nuevamente la magistral ironía del relato).
Y en seguida el poder se da cuenta de que el tema da para más y se pasa a la fase de adoctrinamiento y búsqueda del apoyo electoral. Se crean sociedades de amigos del instituto que organizan actos sociales y una red de puntos de atención en todo Estambul en los que se da a conocer la nueva creencia a cambio de que te sincronicen el reloj.
El siguiente paso es la conversión en pseudoreligión. Se inventa un profeta del tema del Siglo XVII; el viejo reloj de la familia Irdal preside las reuniones con el nombre de "Bendito" (dejando claro hacia donde apunta la ironía del autor) y al final se crea un templo sustituyendo el papel de la mezquita en el que se emplean las corrientes arquitectónicas más rupturistas y atrayentes (nos sonará también a algo) con el dinero obtenido. E incluso se comienza el apostolado en otros países que aún no habían caído que la sincronización de los relojes es un derecho esencial de los ciudadanos que debe de cubrir el estado (con el dinero de ellos).
Pero todo el edificio al final se desmonta cuando viene una misión extranjera. Nuevamente de forma magistral el autor liquida el ISR en una frase, en la pregunta que hace uno de sus miembros: ¿No será mejor llamar al 035?. Si el lector no es veterano no se acordará que ese tipo de teléfonos en los años 60 te daba la hora enseguida y podías sincronizar el reloj sin más historias. La misión es norteamericana. Quizá procedencia elegida por Tanpinar para hacer pensar que como ya apuntaba Adam Smith en el nuevo país los atavismos no iban a tener el mismo protagonismo que en el viejo mundo frente al pensamiento racional.
La forma en la que enfoca el ISR el autor es igualmente genial. No lo hace desde el punto de vista del poder sino desde esa tercera esfera clientelar. La pobre gente que ha tenido que optar entre la miseria y el hambre y una posición estable y a veces distinguida en la sociedad mediante la supeditación al poder. Y ese personaje es Irdal. Sus ancestros se habían apoyado en la religión de estado como forma de tener una posición social aceptable, pero eso había menguado. Participa en la guerra que reunifica Turquía pero tampoco era una hazaña de la que sentirse orgulloso por que en parte había sido un conflicto civil. Así que una vez conseguidos los derechos constitucionales se encuentra desclasado y desorientado. Busca un nuevo rumbo en la sociedades espiritistas (otra pseudociencia), pero tampoco resuelve esto su vida. En su juventud fue aprendiz de relojero. Así que sabe algo del tema. Repetirá decenas de veces que en la obra que el es un ignorante. Pero da igual: es el tipo de perfil que al poder le parece perfecto. El que crea una apariencia externa pero no se opone a sus designios. Así que es nombrado director "técnico" del ISR. El no se siente cómodo y varias veces piensa abandonar el proyecto. Pero en el fondo prevalece seguir en la zona de confort que el poder le ha creado y predicar la pseudociencia a todos los incautos.
Y junto a este personaje la obra nos describe al otro tipo de perfil que suele ser corriente en estos andamiajes. La persona que ni sabe nada de nada ni le interesa saber. Pero que tiene una gran habilidad para las relaciones personales y para el convencimiento de terceros: de los que ocupan el poder y de los ciudadanos de la calle. Quizá hoy los medios de comunicación le llamarían "el conseguidor".
Pero al final estas "capas" del poder no son otra cosa que los pequeños elementos que dan vueltas entorno al núcleo. Una vez más la habilidad del autor hace que no conozcamos su nombre: es sólo "la autoridad". Realmente ni importa ya que siempre se va a comportar de la misma forma: ya sea el poder Bizantino, el que se ampara en el islam o el recién implantado régimen constitucional. En un momento determinado, en un café, se acerca a Irdal y pone la mano en su hombro. Irdal siente inmediatamente la seducción del poder. Es el anillo de Tolkien que trasforma a las personas en piezas del poder. Y a partir de hay hasta el final de lo que se nos relata en el libro seguirá sus designios y se convertirá en una pieza más de ese complejo mecanismo de relojería que asegura el beneficio del que lo detecta a costa del resto de la gente.
El padre de Tanpinar trabajó en la administración de justicia y el mismo en la de educación. Además llegó a ser Diputado. La precisión con la que detrás de la ironía describe estos mecanismos del poder sin duda es el resultado de la mirada de alguien que ha estado relacionado por sus procedimientos y que siente la inquietud de cuales deben de ser sus límites. De como resulta imprescindible para la organización de la sociedad y para solventar los problemas básicos de la ciudadanía. Pero que en su esencia está la tendencia a expandirse ilimitadamente. A veces en temas menores como el ISR, pero si no se le controla, a partir de ahí hasta convertirse en un mecanismo totalitario y absolutista como el que habían sufrido los turcos durante siglos y siglos.
Seguro que los lectores del testimonio que comentamos identificarán inmediatamente los nuevos "Institutos para la Sincronización de los Relojes" y las nuevas alianzas entre la pseudociencia y el poder.
La miseria de gran parte de los ciudadanos del planeta, la violencia contra las mujeres o los efectos de las emisiones de los combustibles, la amenaza de los plásticos sobre la biodiversidad de los mares son problemas que preocupan profundamente a la inmensa mayoría de los ciudadanos. Científicos y técnicos los han analizado y han planteado desde la racionalidad como avanzar para atajarlos.
Las personas, utilizando la terminología de Adam Smith, son por su propia esencia empáticas y van a tratar de solventar los problemas comunes de las sociedades y a apoyar a los más débiles. Pero el poder está movido por su beneficio y además suele ser derrochador y no frugal. Así que el poder va a enfocar todos estos problemas como una forma de expandir ese beneficio. Adoptará no las soluciones que aporta la racionalidad sino las que aseguren su consolidación y expansión. Y además de una forma poco eficiente. Y desde luego esto no quiere decir que muchas de las personas que detectan el poder crean sinceramente que están haciendo lo correcto, como lo creyó Irdal.
Y de esta forma la ciencia se convierte en "pseudociencia". De todos los problemas relacionados sobre la biodiversidad marina se escoge y la presencia de plásticos en los océanos y se olvida todo lo demás. Y se crea una "paraverdad": la culpa la tienen las bolsas de los supermercados (una parte ínfima del uso de plásticos en el planeta). Así que se impone un precio a su uso (las multas del ISR), se obliga a centenares de miles de cajeros de supermercados a cobrarlas (sincronizar los relojes) y se crea un entramado clientelar (administración sobredimensionada, organizaciones que predican la nueva verdad, medios de comunicación a los que con esta escusa se le puede encauzar más recursos) a la vez que el poder tiene unas nuevas líneas en cada uno de sus discursos de cara a captar nuevos apoyos.
Y frente a este nuevo ISR y sus nuevas creencias parareligiosas está la verdad. A veces tan sencilla como saber que un teléfono da la hora exacta. O que el problema de los plásticos en los mares no se debe para nada a los ciudadanos sino a la falta de custodia de los residuos de todo tipo que la legislación encomienda a las administraciones públicas. Y que día a día incumplen de manera sistemática. Y lo mismo en todo lo relacionado con los microplásticos.
El respeto a la ley y su cumplimiento no es la esfera natural del poder. No le permite expandirse o debilitar al los otros que quieren ocuparlo. Las creencias pseudocientíficas, el mantener a la población al margen del conocimiento y de la razón, el generar nuevos abultamientos periféricos de su capacidad de manejar a la ciudadanía forman parte de la esencia del poder.
Tanpinar plantea la ficción del ISR en la joven república turca férreamente gobernada por Atatürk y sus sucesores. En los regímenes democráticos las pseudoncreencias tienen una evolución algo diferente. Cada aspirante al poder debe de contratar su neobiblia con los otros aspirantes. Y como se trata de religión y no ciencia el debate no se establece en el marco de la razón sino en el conflicto entre ortodoxia y herejía. Los discrepantes son infieles: apartarse del último párrafo de la verdad absoluta es ir en contra de todos los ciudadanos. La ciencia une a las personas en la búsqueda del progreso. La paraciencia se utilizar para enfrentar a los ciudadanos y así poder facilitar el avance del poder ilimitado.
El personaje de Tanpinar que pregunta que por que no sincroniza cada uno su reloj preguntando la hora por teléfono, el que pide una mirada crítica, es vencido rápidamente por la descalificación y no por la razón. La pseudociencia aspira no solamente a ser una religión más sino la verdadera.
La apasionante Turquía del siglo XXI puede convertirse en el mayor país de la UE en algunos años. Algunos la miran con desconfianza incluso desde el pensamiento progresista por que se han olvidad de uno de los derechos esenciales que tanto constó conseguir. La separación del estado y de la Iglesia. No nos debe de preocupar que sea un país en donde la mayoría de sus ciudadanos profesen el islam. Tan sólo debemos conseguir que lo hagan libremente y que el poder no siga escondiéndose tras las religiones. La Estambul de la que nos habla Tanpinar nos recuerda mucho la España de los años 60 y 70. No es de extrañar. La latinidad es más que un concepto linguístico. Y pervive detrás del cristianismo o del islam con mucha más fuerza de lo que parece.
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