La Riqueza de las Naciones (Adam Smith, 1775)
En el la Inglaterra del siglo XVII sucedieron una de cosas que iban a cambiar el curso de nuestra historia.
Poco antes de su inicio, en 1688, se promulga la Declaración de Derechos. Tras una larga marcha que tuene sus raíces en el final del medievo los británicos consiguen limitar radicalmente el poder de su soberano. Por primera vez una gran nación europea empezó a gozar de cierto nivel de libertad. Sin duda imperfecta y vulnerable, pero en el fondo tan sólida como para durar hasta nuestros días.
Y de la mano de ella, el movimiento científico que había comenzado a avanzar en el Renacimiento de la mano de la recuperación de los autores griegos y romanos y de personajes como Leornardo da Vinci o Galileo, florece definitivamente. La obras de Newton y otros contemporáneos abren paso al triunfo de la razón frente a las creencias y el oscurantismo.
En este marco, en Inglaterra la innovación tecnológica da gigantescos pasos adelante con descubrimientos como la máquina de vapor y otros muchos que afectaron a prácticamente todas las ramas de la actividad productiva.
Todos estos movimientos permiten que el siglo se cierre con la Constitución de Estados Unidos de 1776, la Revolución Francesa y su Declaración de los Derechos de los Ciudadanos en 1789. Y en lo material la Revolución Industrial y los avances en los transportes y el comercio abrían un horizonte para que desapareciese la miseria absoluta en la que habían vivido durante siglos y siglos la inmensa mayoría de los ciudadanos europeos
La Riqueza de las Naciones será siempre recordada como la obra mara el nacimiento de la ciencia económica. Pero ahora nos interesa sobre todo en lo que tiene de testimonio de los tiempos de cambios de los que hablamos. Adam Smith la publica justo un año antes de la promulgación de la Constitución estadounidense, y sus propuestas parten del análisis de todo lo que había venido sucediendo en las décadas anteriores, en la atmosfera de libertad y respeto por la ciencia que se había logrado a lo largo del siglo en Gran Bretaña. Como veremos, a diferencia de la visión de obra conservadora que se ha pretendido difundir de ella, es una obra profundamente crítica con los poderes. Con los económicos, gremiales, religiosos y con el propio soberano. De manera que su propia publicación y la libertad con la que se difundió son una muestra de que en la Inglaterra de finales del XVIII pasaban cosas que eran impensables en el resto de las grandes naciones europeas.
La lectura de la Riqueza de las Naciones nos hace pensar que Adam Smith era un economista. No es así en absoluto. O al menos no alguien al que solo le preocupara el progreso material de las personas. Su perfil es más bien de alguien que trata de extender el pensamiento científico, que tan eficaz demostrado se había mostrado para establecer las leyes que regían al mundo físico también, a las relaciones personales y sociales.
De hecho su primera gran obra trata de un tema tan aparentemente diferente de la Economía como las relaciones de las personas con un entorno abordando cuestiones tales como la simpatía. Su visión de las relaciones económicas y productivas nace del análisis de los comportamientos personales. Y de la parte de estos comportamientos que forman parte de su esencia como ser humano. De los que tienen un carácter antropológico que los hacen invariables ya estemos hablando en el marco de una tribu perdida en el neolítico o en lo ahora esté sucediendo en los territorios más avanzados del planeta.
Para Adam Smith la esencia del comportamiento de las persona es su búsqueda permanente del beneficio individual. Y lo que demuestra es como a partir de esta gran fuerza surge el beneficio colectivo. Lo que no quiere decir que junto con este vector de la vida de cada humano no trate también de establecer fuertes vínculos de apoyo y solidaridad con los más cercanos.
Su espíritu científico le hace comenzar la obra de una forma contundente, como si fueran los acordes iniciales de la novena sinfonía, con la tesis que pretende demostrar: La Riqueza de las Naciones es fruto del Trabajo. Nos recordará cuando la leamos a una clase de física en la que el profesor comienza por exponer una ley o una fórmula y dedica el resto de la clase a justificarla.
Pero a partir de ahí no esperemos ver deducciones tan simplistas como luego aparecerían en muchos de los pensadores del XIX. El principio de la búsqueda del beneficio personal no solamente e suma piedra angular de la teoría económica. Debe de ser aplicado igualmente al ejercicio del poder político. Todos los que de una forma u otra han tocado o tocarán una esfera de poder lo ejercerán en su interés personal. Una "ley" que no tiene menos fuerza que la relación entre trabajo y riqueza ante señalada a la hora de explicar el comportamiento de las sociedades.
El libro de Adam Smith de una forma contundente y despiadada al poder. Y En repetidas ocasiones señala y justifica como el poder es lo que se opone al avance de las personas, pero con la frialdad de quien está hablando de una verdad científica: habla de ello de la misma forma que Newton medio siglo antes había establecido que los cuerpos se atraen con una fuerza proporcional al cuadrado de su masa. Y con una ironía corrosiva que nos lleva a comprender que el problema del poder está en su esencia y no en quien lo ejerce, ya que al sea quien sea, desde el mayor dictador a una monja benefactora al mando de una congregación siempre lo ejercerá en su propio beneficio.
Así por ejemplo la cuestión de la dilapidación de los recursos públicos nos la expone con esa ironía y, hay que decirlo, también con el optimismo derivado de que pese a ser la norma universal la citada la humanidad al final sigue avanzando frente al poder. En concreto nos explica que por su propia esencia el poder siempre es "derrochador" (entrecomillamos los bonitos términos que usa el libro). Por por contra los ciudadanos a veces somos "derrochadores", pero generalmente somos "frugales" (esto es, como ahora diríamos, dedicamos gran parte de nuestro esfuerzo a ahorrar y no gastar en actividades no productivas, y de ahí procede la ampliación del conjunto del capital productivo). Además, que el conjunto del esfuerzo (y la acumulación de capital) que por ello logramos los ciudadanos en general supera y compensa al derroche de lo público. Y que por ello las sociedades progresan.
La acidez con la que Adam Smith habla del poder no se limita al "soberano". Alcanza a la religión, los que ahora llamaríamos agente sociales (los "gremios" y los empresarios que pretenden constantemente el monopolio), el parlamento cuando cae en las pretensiones de los llamados los agentes sociales, los "nacionalistas" norteamericanos que dicen querer la libertad o incluso la universidad. El poder por lo tanto es una estructura muy compleja que siempre está frente a "los que consumen" , esto es, frente a los ciudadanos.
Pero ello no quiere decir para nada que el poder no sea necesario. Buscando nuevamente la equivalencia grosera con la física, las fuerzas positivas siempre son balanceadas con las negativas y sin la simultaneidad de unas y otros no existiría nuestro universo tal como lo conocemos.
Para Adam Smith el poder es imprescindible y por lo tanto está justificado para tres fines: la defensa frente al exterior, la aplicación de la justicia (la defensa de los derechos de los ciudadanos) y las "obras públicas" y "otras instituciones" que benefician al conjunto de los ciudadanos.
Esta limitación del poder a una serie de fines que deben de ser justificados al interés público es el fruto del ambiente intelectual y ciudadano de la Inglaterra del XVIII. Adam Smith está convencido de que la etapa de prosperidad material y de optimismo que atravesaba su país era fruto de libertad, de la limitación de poderes del soberano que el pueblo británico había conseguido al final del siglo anterior. Y que ello no había supuesto par nada el desmontaje del Estado y la anarquía. Un convencimiento que con toda seguridad era generalizado entre el pueblo hasta el punto que, como hemos dicho, nunca más permitiría que el totalitarismo regresase a su país.
Los tres fines señalados por Adam Smith como limites de la acción del poder tienen 250 años después una tremenda vigencia. Y con toda seguridad su texto, escrito además en este tema de una forma particularmente clara y didáctica, seguirían siendo entendidos como aceptables por muchos de la gente en nuestros días.
Así por ejemplo la necesidad de defensa de los valores propios frente los poderes exteriores. Adam Smith por descontado está en contra de las guerras en las que había participado su país. Con su habitual ironía se limita a tratarlas como un despilfarro inoportuno. De hecho, en contra del imperialismo/nacionalismo que tantos millones de muertos ha costado a la humanidad en el último siglo, se manifiesta abiertamente contrario a las acciones militares contra los pueblos primitivos tanto en oriente como en América. Y tiene una visión incluso crítica sobre las acciones que se estaban desarrollando contra los insurgentes norteamericanos. Una postura que, defendida en aquellos momentos, supone un gran valor y el ejercicio de la libertad de pensamiento más allá de la opinión pública predominante en su país.
En los últimos 250 años las dos naciones del que hablaba Adam Smith (Reino Unido y Estados Unidos, entonces un solo reino) han defendido sus valores en muchas ocasiones frente a toda diversidad de totalitarismos. Pero en ese periodo han sido raras las guerras entre democracias. Durante 500 años Inglaterra y Francia habían sostenido decenas de guerras. Pero desde que este último país acaba con el poder absoluto del antiguo régimen sus dos pueblos trasformaron esa dinámica en otra de alianzas, ayuda mutua, colaboración y, como no, de competencia y emulación mutua. La equidistancia frente a los conflictos actualmente tan en boga y el pacifismo buenista olvida frecuentemente que el totalitarismo, sea cual sea su perfil, suele ser expansionista y que por lo tanto, como decía Adam Smith, a veces la defensa de la libertad y los derechos de los ciudadanos debe de hacerse por medios militares.
El segundo deber del "soberano" es la aplicación de la justicia. Esto es, que los ciudadanos tengan una protección real frente a aquellos otros que pretendan arrebatarle sus derechos. En el contexto de La Riqueza de las Naciones esta acción se contempla como un elemento esencial para la estabilidad y el progreso de las naciones. El autor atribuye el desarrollo de la Inglaterra del XVIII muy especialmente a la independencia de la justicia y la contundencia del estado para hacer cumplir sus decisiones. Sólo así nace la confianza de todos. De los que generan actividad o de los que consumen. La discrecionalidad de los soberanos continentales y la facilidad con la que daba lugar a una corrupción generalizada no sólo es injusta sino que desincentiva a que se genere riqueza. La idea de la prevalencia de la ley frente a las decisiones discrecionales del poder se trasladarían a la constitución norteamericana y a las que luego de desarrollarían en el resto de Europa.
El tercer objetivo, la "obra pública" y las "otras instituciones" de las que habla Adam Smith es el antecedente directo de lo que hoy llamamos "estado del bienestar". Por descontado la amplitud de este estado de bienestar en los tiempos en los que se escribe nuestro testimonio era muy diferente del actual. Pero las bases de este análisis siguen siendo de gran interés.
Hay determinadas cuestiones que suponen un "beneficio general" pero que por su propia esencia no generan un beneficio particular, y que por lo tanto deben de ser asumidas por el estado. En el libro se desarrollo especialmente el tema de la instrucción pública. Adam Smith considera que es esencial extender la educación a la que podían acceder las clases adineradas al conjunto de la población, y que ello debe de ser una tarea impulsada por los gobiernos. Pero también habla de sistemas que ahora llamaríamos de copago y de las formas para incentivar el aprovechamiento de los alumnos como pequeños premios. En ambos casos el objeto es introducir elementos de interés privado en el supuesto que ello aportará una mayor eficiencia en la prestación de este y otros servicios.
En el caso de la obra pública hace un planteamiento parecido. Las redes de carreteras y canales son esenciales para desarrollar la riqueza de las naciones. Pero es conveniente que se desarrollen mediante sistemas que ahora llamaríamos concesionales, esto es por la iniciativa privada, como formula para asegurar la eficiencia de las inversiones. Y sólo cuando ello no sea posible el estado debe asumir determinadas tareas como por ejemplo la conservación de los caminos secundarios.
Para Adam Smith el poder es, por lo tanto, lo que podríamos llamar, un mal necesario. Ya sea el poder del "soberano" o el poder democrático. A finales del siglo XVIII la democracia, entendida como la elección de la totalidad de los órganos del poder, era una excepción. Pero esto no obsta para que la inquietud científica del autor le lleve a tratar de validar sus tesis más allá de los regímenes monárquicos. Y en su opinión uno y otro al final tienden a comportarse de la misma manera: serán derrochadores por su propia esencia y los que lo detectan seguirán estando movidos por su interés personal.
En este sentido hace una curiosa predicción. Se pregunta que pasaría si las colonias americanas tuvieran capacidad para participar en el Parlamento Británico. Su respuesta es que entonces pasaría es que los parlamentarios adicionales elegidos lo que harían en primer lugar es que sus afines ocuparan muchos cargos en el gobierno, lo que acabaría con un poder más amplio y despilfarrador. Y lo dice sin ningún tipo de acritud, como el médico que explica que la formación de células cancerosas es consustancial con la fisiología humana.
Muchas veces se nos trata de confundir empleando como sinónimos las palabras Democracia y Libertad. Pero se trata de conceptos muy diferentes. El libertad supone que los derechos básicos de las personas no pueden ser restringidos por nadie: ni por el poder totalitario ni por la colectividad. El poder totalitario anuló durante siglos y siglos todos los derechos de las personas, incluso el de la vida que estaba a disposición del "soberano". Pero también tras la implantación de la democracia la colectividad en Alemania aupó al poder a Hitler y sucedió lo mismo. Por descontado muchos de los que le apoyaron enseguida, en pocos meses, se dieron cuenta que habían cometido un brutal error. Pero el error forma parte de la condición humana. Y en política con mucha frecuencia por que una de las habilidades innatas del poder es la manipulación las conductas de sus ciudadanos. Especialmente cuando estos no están suficientemente formados. Cuestión esta que ya preocupaba a Adam Smith que justifica la necesidad de una instrucción pública universal en relación con ello y no tanto con las habilidades profesionales para las que entendía que había otros cauces.
En nuestros días, los sistemas políticos de occidente las libertades básicas están a salvo de la arbitrariedad del poder. Pero vemos día tras día como otras esferas de libertad son cercenadas constantemente por los poderes democráticos con justificaciones erráticas que en el fondo no son otra cosa que ocultar la influencia de determinados grupos de presión. Desde conductas personales mal vistas por las jerarquía religiosas o la posibilidad de ejercer un trabajo para ganarse la vida por que ello afecta a otros que ya estaban establecidos antes y que quieren retener sus beneficios. Como por ejemplo los casos en los que un poder tan de tercer como un alcalde prohíbe abrir los comercios un domingo o ofrecer un servicio de transporte tipo Uber.
Es una opinión generalizada considerar a Adam Smith el padre del capitalismo. Sin embargo, quien lea La Riqueza de las Naciones verá como de forma muy ácida y reiterada ataca a aquellos que forman grupos de presión para incluir en las decisiones del poder. Entiende que cada vez que tienen éxito el poder favorece un traslado automática de beneficio desde el "consumidor" (ahora diríamos el ciudadano) a dichos grupos de presión. Y esto lo aplica tanto a los que quieren fomentar los monopolios empresariales como a los gremios que desde el medievo monopolizaban la actividad en las ciudades. Esto es, en nuestro lenguaje actual, de los lobys capitalistas de presión, las grandes empresas oligopólicas y los sindicatos. De lo que el poder suele llamar "agentes sociales" para encubrir decisiones que favorecen a unos pocos en contra de la mayoría. Todo lo que al respecto leemos en la obra que nos ocupa nos suena muy cercano, cuando vemos una y otra vez como cuando el poder atiende a estas presiones disminuye la riqueza de la nación, las oportunidades de empleo y el paro. Esto es, la desigualdad más absoluta en relación a la actividad productiva.
La defensa de los derechos de los ciudadanos frente al poder absoluto siempre ha estado precedida de una y otra forma de una revolución. A mediados del siglo XVI los ciudadanos de las Provincias Unidas (la actual Holanda) se levantaron contra el poder de los Hausburgo (contra la Corona de España), y un siglo después, cuando curiosamente un Rey holandés pasa a reinar en Inglaterra, la revolución gloriosa concluye con la Declaración de Derechos de 1689. Y otro siglo después, inmediatamente después de la publicación del libro del que hablamos, en el marco de la Revolución Francesa se promulga la Declaración de Derechos de los Ciudadanos a la vez que la Revolución norteamericana logra imponer la Constitución que sigue vigente en dicho país.
En este último paso el avance de la libertad y de la limitación de poder del soberano marcan caminos algo diferentes. En Europa se sigue pensando que la formula inglesa, esto es, la pervivencia de un soberano con poderes limitados puede ser válida. Así en Francia los Derechos recién adquiridos tratan de convivir son una serie de "soberanos", desde Napoleón Bonaparte hasta Napoleón III que en teoría tienen que cumplir el papel de garantizarlos, hasta que en 1871 la inutilidad de esa serie de soberanos desemboca en la República.
Pero sin embargo en Estados Unidos desde el principio se apuesta por aplicar sistemas democráticos para elegir al "soberano" (al Presidente) y al resto de los responsables de la estructura de poder. Pero la esencia de su sistema político no es tanto esta cuestión sino los sistemas que limitan su poder, los sistemas que por lo tanto protegen los derechos de los ciudadanos. Esa es la esencia de la Constitución de los Estados Unidos, sin duda una base muy exitosa de organización política del Estado como demuestra su vivencia prácticamente íntegra dos siglos y medio después.
Por lo tanto las Constituciones modernas, las que emanan de los periodos revolucionarios antes señalados y del pensamiento ilustrado son en su esencia un instrumento de catalogación y defensa de los derechos de los ciudadanos frente al poder y frente a la colectividad. La democracia, la capacidad de elegir a los gobernantes y de establecer leyes que restrinjan ciertos derechos personales deriva de la Constitución. Por ello ninguna ley, ningún tipo de mayoría política, puede restringir los derechos personales de los ciudadanos consagrados en la Constitución.
La Democracia es pues una parte de los derechos de los ciudadanos, esto es de la Libertad y no un sinónimo de ella. Por lo tanto el planteamiento de Adam Smith, su duda entre el "soberano" y la República es en el fondo muy razonable. El sistema constitucional (sin Constitución escrita) británico sigue defendido los derechos de los ciudadanos frente al soberano y frente a la colectividad. Cosa que no se opone a que la Reina sea el personaje más popular y querido del país. Pero no tanto como ejerciente del poder sino por que día tras día, año tras año no ha pronunciado un sola palabra que vulnere los derechos de los británicos. Por lo tanto por que es un símbolo casi centenario del poder limitado.
Y como predijo igualmente Adam Smith los poderes elegidos democráticamente tienen una gran propensión a satisfacer a los grupos de presión de manera que gran parte de su actividad se desarrolla cerca del límite de los derechos de la colectividad. Y desde luego, en todos los países y en todos los tiempos cayendo a veces en la corrupción: vinculando su beneficio personal (recordemos, según el autor innato a la naturaleza humana) a la ganancia de algunos y en contra del conjunto de los ciudadanos. Por eso en el Reino Unido los primeros ministros y sus gobiernos siempre son peor valorados que la Reina. Por que su compromiso con los derechos constitucionales se percibe más estricto que el de los restantes escalones del poder público.
El segundo pilar del pensamiento político de Adam Smith es la justicia. Esto es, de la existencia de un sistema efectivo de defensa de los derechos de cada ciudadano, incluyendo tanto la función de juzgar como la de hacer cumplir lo juzgado, y por lo tanto de de un sistema vigoroso y eficaz de policía. Desde el punto de vista de las relaciones económicas cree que es absolutamente esencial para que prospere las riqueza de las naciones. Y para ello aporta incluso datos de como lo intereses de los préstamos son mucho más bajos en los países en donde funciona la justicia que en aquellos inestables en los pueden llegar a superar el importe del principal.
Así en la obra que comentamos se explica como el motor de la riqueza, la búsqueda de beneficio personal hace desplazar la actividad productiva hacia los sectores y los países en donde la justicia es más efectiva en la medida que asegura más este beneficio. Y que de esta forma es allí en donde prosperan los ciudadanos mientras que en otros lugares persiste la miseria.
Adam Smith escribe gran parte de su obra en los años previos a la Guerra Revolucionaria (o de la Independencia de Estados Unidos). No hay mejor y más admirable demostración de su mente científica el que frente a ello dude y no se vea arrastrado por el nacionalismo histérico. Así que a lo largo de la obra podemos leer posicionamientos diferentes y contradictorios al respecto. Pero en el fondo sacamos la conclusión de que considera la independencia lo mejor para todos. Considera que las guerras coloniales son improductivas y, por lo tanto, empobrecen al Reino Unido. Pero por otra parte tiene en cuenta (antes de la proclamación de la Constitución norteamericana) que los habitantes de las Colonias son en el fondo británicos que, en caso de ser independientes, establecerán sus reglas políticas con la mismas bases que en la metrópoli tal como ya eran entonces. Esto es, con un sistema efectivo de limitación del poder y de protección concreta de los derechos personales mediante una justicia efectiva.
Predijo además que en el caso de que las Colonias se independizaran progresarían mejor y más rápido que el Reino Unido, ya que sus habitantes descendían en gran parte los que habían tenido una actitud más "revolucionaria" huyendo de la falta de libertad y de la miseria de la antigua Inglaterra. Y por lo tanto predijo que iba a nacer una gran nación (sólo después de publicar la obra conocería el nombre de Estados Unidos, así que este nombre no aparece en el libro). Y no solo eso sino que, en un siglo su riqueza sería superior a la del Reino Unido.
Y efectivamente, justo un siglo después, en la década de los 70 del siglo XIX el PIB de Estados Unidos superó al del Reino Unido por primera vez. Adam Smith no era ni un profeta ni un visionario. Era un científico ilustrado que sabía que todo lo que sucede obedece a ciertas leyes básicas. Y de la misma forma que un químico sabe lo que va a suceder cuando se mezcla el hidrógeno y un sulfuro en determinadas condiciones, pudo predecir cual iba a ser la evolución del sistema productivo y comercial en la medida que se cumpliesen ciertas condiciones de contorno.
Adam Smith reclama además que la justicia sea igual para todos. En nuestros tiempos es posible que esa igualdad no se produzca, pero eso es un fallo del sistema. Sin embargo durante la edad media y los siglos siguientes cada estamento social solía estar regulado por leyes distintas y, en todo cas, la aplicación de tales leyes era siempre diferente en las clases pudientes o en las menesterosas. En la Inglaterra del siglo XVIII eso había dejado de ser así nominalmente, pero seguía siendo un tema tan denigrante (y tan dañino para el desarrollo de los negocios, ya que antes servía para defender por ejemplo a los terratenientes monopolistas frente a los comerciantes por ejemplo) que debía de seguir siendo defendida la Igualdad ante la ley.
La Igualdad, el que todas las personas tengan los mismos derechos con independencia de sus circunstancias personales, no debe de ser confundida con el propugnar que todas las personas reciban un mismo beneficio con independencia de cual sea su trabajo efectivo, su esfuerzo del que deviene al final la riqueza general de la nación. La confusión entre la Igualdad de derechos y la igualdad de retribuciones (o de rentas) es uno de los argumentos básicos de muchas fuerzas políticas desde los tiempos de Adam Smith hasta nuestros días. Una confusión que sin duda encontraremos la próxima semana por ejemplo en algún tema concreto en las declaraciones de alguno de sus miembros.
Para Adam Smith esta segunda desigualdad es inherente al ser humano. Recordemos que, en términos muy sencillos, nos plantea que las personas son a veces frugales y a veces derrochadoras. Esto es: las personas encuentran a veces su beneficio en el máximo esfuerzo (en la formación, en la dedicación, en la habilidad con la que desarrollan las tareas), pero otras veces prefieren rebajar su esfuerzo e incluso gastar (o dilapidar) lo ahorrado. Una elección libre que, obviamente, no es lógico que tenga la misma renumeración: el mismo salario o el mismo beneficio empresarial.
Entre los ejemplos más interesantes que aporta en relación a este principio está el de la propiedad de la tierra. Los terratenientes tienen una posición monopólica por lo que pueden marcar el precio del arrendamiento en una cantidad tan alta que no le quede beneficio alguno a los arrendados, a los que realmente la explotan. Y esta fuente de rentas inagotable ha conllevado que tengan conductas derrochadoras: realmente general muy poco capital (invierten muy poco en la mejora de sus tierras) y en cambio dedican sumas astronómicas a gastos suntuarios. Esto al final tuvo un efecto revolucionario en la distribución de la riqueza ya que las actividades comerciales e industriales generalmente están ejercidas por gente mucho más frugal (entre otras cosas por que se desenvuelven en mercados competitivos), esto es con una gran capacidad de generar capital y ampliar la riqueza. Nos dice muy lucidamente que es la riqueza de las ciudades la que desarrolla el campo y no al revés, por que es de esta riqueza la que proviene la mejora del consumo y la derivación de rentas hacia la tierra. Y a largo plazo, la política de manos muertas de los terratenientes les lleva a que sus bienes, en términos relativos disminuyan mucho en valor.
El igualitarismo, la convergencia de las rentas y del bienestar de los ciudadanos con independencia de su esfuerzo no tiene que ver por lo tanto con la igualdad ante la ley de la que habla Adam Smith, el resto de pensadores ilustrados y la inmensa mayor parte de los lideres de las revoluciones de finales del XVIII y del XIX.
Adam Smith se proclama abiertamente como Liberal, término que identifica con el trinomio de Libertad, Justicia e Igualdad, entendidos en los tres casos en el sentido que hemos estado comentando
Y lo hace no desde el pragmatismo político, desde la creencia, sino de la ciencia. Desde el convencimiento que la Riqueza de las Naciones depende en último caso de esos factores. Detrás de sus propuestas hay un riguroso método científico que nada tiene que ver ni con los pensadores de los tiempos anteriores ni con muchos de los que luego se han venido dedicando a ser profetas de nuevas verdades detrás de las cuales no había base alguna
Línea tras línea vemos el tremendo e inusitado esfuerzo que hace el autor para exponer todos los datos y razonamientos en los que se basa. Y para ello aporta una cantidad de datos increíble buscando ejemplos en los sitios más diversos y en un largo periodo de tiempo para demostrar que el sistema de relaciones económicas que plantea tiene un carácter universal y atemporal y no coyuntural. Así nos habla de la evolución de la demanda y de la oferta de ciertos productos en Inglaterra desde los tiempos de Enrique VIII hasta el momento en el que escribe su obra. Constantemente busca la comparación de lo que sucede en Inglaterra y en Escocia, y dentro de que era su nación, entre las Tierras Altas y el entorno de las grandes ciudades. De esta forma valida sus propuestas como aplicables a tres niveles de desarrollo muy distinto.
Y más allá de ello un ...historia
Esta vez no buscamos testimonios de los tiempos pasados en una obra literaria sino científica. La genial obra de Adam Smith interesará sin duda a todos los que quieran comprender porque progresan las sociedades. Pero en si misma es un eslabón esencial para comprender el lento y dificultoso camino que ha tenido que recorrer la razón, el pensamiento científico, para abrirse paso frente a las creencias. Esto es, frente a aquello que se le impone al ciudadano sin otro argumento que la autoridad, divina o humana, de quien lo ha dicho.
Desde luego la ciencia ya se había abierto camino en la Grecia clásica y en Roma frente a la oscuridad de los tiempos chamánicos en el que el control de la tribu siempre iba de la mano de un relato fantástico que explicaba la vida y la muerte, los desastres naturales, las cosechas o las victorias frente a los enemigos. Pero el medievo acabó con todo ello. Fue la vuelta a la oscuridad absoluta en la que decenas de generaciones vivieron bajo el terror de un cúmulo de mentiras siempre vinculadas al control del poder y su capacidad de movilización para que las masas obedecieran ciegamente sus iniciativas. El terror ante el fin del mundo del año 1.000 o la etapa de las Cruzadas son algunos de los grandes hitos que recordamos de esos tiempos.
Poco a poco la razón fue abriéndose paso frente a ello. Primero con la la recuperación de los clásicos en el renacimiento y luego, en los siglos XVI y XVII de la mano de figuras gigantescas como Copérnico, Galileo o Newton. Este último materializa para todos los habitantes del planeta el pensamiento científico. El universo obedece a leyes físicas que se establecen y justifican tras un proceso en el que se contrasta su verosimilitud en situaciones y escenarios muy diversos. Y todo ello a partir del respeto y análisis de los que las autoridades en la materia han dicho antes y con sometimiento a la opinión de otros científicos mediante su publicación y divulgación.
Más allá de la astronomía, las matemáticas, la física o la medicina el método científico fue abriéndose paso también para explicar el comportamiento de las personas y las relaciones políticas y sociales. Esto es lo que centró a lo largo de toda su vida el interés de Adam Smith que, en contra del tópico no solamente fue el padre de la ciencia económica tal como ahora la concebimos sino que supo vincular las relaciones productivas a las esencias de la condición humana. Quizá sorprenderá que su primer gran tratado versara sobre los sentimientos humanos y tocara temas como la simpatía y la forma de ver a los demás que tenemos los humanos más allá del interés personal.
En pocas palabras, Adam Smith parte de la tesis de que el ser humano compatibiliza sus relaciones de solidaridad con los más cercanos con una tendencia innata a maximizar su interés personal. Y que de ello se deriva la satisfacción del interés colectivo y el consiguiente progreso de las sociedades.
El desarrollo de esta tesis ha sido capaz de desarrollar satisfactoriamente una buena parte de las relaciones económicas y productivas y, en todo caso, convierte a la Riqueza de las Naciones en una pieza clave del pensamiento económico ortodoxo. Pero más allá de ello estamos hablando de una tesis profundamente revolucionara: las personas tratan de maximizar su interés personal no solo en sus relaciones económicas sino también en sus relaciones políticas. Y por lo tanto los gobernantes, los que ocupan el poder, se mueven fundamentalmente al servicio de dicho interés y no, como repetida y machaconamente se nos dice, en beneficio de los ciudadanos.
El sistemas de creencias que sustentaba el poder en el medievo era fundamentalmente religioso. El poder disponía de una fuerza ilimitada que le eximia de la necesidad de ampliar este sistema de creencias. Pero en la medida que las creencias religiosas se van debilitando son sustituidas por la idea de que el poder siempre hace las cosas en beneficio de los ciudadanos. Una idea que ya está presente en las monarquías ilustradas del Siglo XVIII y que es recogida por los gobiernos constitucionales que las suceden hasta llegar, quizá más reforzada que nunca, hasta nuestros días. Cada mañana, en cada país o ciudad del mundo, la prensa, los medios audiovisuales y las redes están llenas de nuevas iniciativas del poder, grandes o pequeñas, trascendentes o efímeras, que nos dicen que se han tomado para beneficiar a los ciudadanos. Raramente encontramos ningún informe técnico que nos diga el coste real que tiene, a que ciudadanos en particular beneficia y que alternativas podían plantearse. Todo esto sería ciencia y no se trata de activar la razón sino de repetir la letanía básica del poder benefactor que no se discute sino que se acata.
La vida de Adam Smith se desarrolla en la Inglaterra del Siglo XVIII. Un siglo que comienza con la consolidación de la imitación de poderes de la Corona y el reforzamiento del parlamento tras las revoluciones del siglo anterior. Una experiencia que no había vivido ningún gran país Europeo (salvo en el caso de Holanda) desde hacía más de mil años y que al contrario de lo que algunos predecían no había venido acompañada de ninguna catástrofe apocalíptica. Muy al contrario: la sociedad británica progresaba firmemente en una atmosfera de orden y libertad. Hasta el punto por descontado que Adam Smith, personaje ya muy notorio entre los medios intelectuales cuando publica La Riqueza de las Naciones puede permitirse hablar con toda libertad de lo que piensa del Soberano y del sistema de poder de su país, defendiendo incluso tesis favorables a la independencia de las colonias americanas en pleno conflicto militar (como si fuera un presagio publica su obra justo antes de nacer los Estados Unidos, el país destinado a liderar el capitalismo mundial).
La lectura de la Riqueza de las Naciones nos hace pensar que Adam Smith era un economista. No es así en absoluto. O al menos no alguien al que solo le preocupara el progreso material de las personas. Su perfil es más bien de alguien que trata de extender el pensamiento científico, que tan eficaz demostrado se había mostrado para establecer las leyes que regían al mundo físico también, a las relaciones personales y sociales.
De hecho su primera gran obra trata de un tema tan aparentemente diferente de la Economía como las relaciones de las personas con un entorno abordando cuestiones tales como la simpatía. Su visión de las relaciones económicas y productivas nace del análisis de los comportamientos personales. Y de la parte de estos comportamientos que forman parte de su esencia como ser humano. De los que tienen un carácter antropológico que los hacen invariables ya estemos hablando en el marco de una tribu perdida en el neolítico o en lo ahora esté sucediendo en los territorios más avanzados del planeta.
Para Adam Smith la esencia del comportamiento de las persona es su búsqueda permanente del beneficio individual. Y lo que demuestra es como a partir de esta gran fuerza surge el beneficio colectivo. Lo que no quiere decir que junto con este vector de la vida de cada humano no trate también de establecer fuertes vínculos de apoyo y solidaridad con los más cercanos.
Su espíritu científico le hace comenzar la obra de una forma contundente, como si fueran los acordes iniciales de la novena sinfonía, con la tesis que pretende demostrar: La Riqueza de las Naciones es fruto del Trabajo. Nos recordará cuando la leamos a una clase de física en la que el profesor comienza por exponer una ley o una fórmula y dedica el resto de la clase a justificarla.
Pero a partir de ahí no esperemos ver deducciones tan simplistas como luego aparecerían en muchos de los pensadores del XIX. El principio de la búsqueda del beneficio personal no solamente e suma piedra angular de la teoría económica. Debe de ser aplicado igualmente al ejercicio del poder político. Todos los que de una forma u otra han tocado o tocarán una esfera de poder lo ejercerán en su interés personal. Una "ley" que no tiene menos fuerza que la relación entre trabajo y riqueza ante señalada a la hora de explicar el comportamiento de las sociedades.
Adam Smith emplea las armas más dañinas que tiene a su disposición para atacar al poder: la solidez de la ciencia y la acidez de la ironía y el desprecio. Y esto es casi lo más brillante de una obra en su conjunto extremadamente brillante. Así por ejemplo en uno de sus pasajes indica que no se debería molestar al soberano en que tome decisiones sobre temas de los que no sabe nada como es la protección de determinadas actividades económicas frente a otras. Una forma elegante de recordar lo que repetidamente señala a lo largo del libro: la propensión del poder de beneficiar a determinados poderes económicos en contra de los que hoy llamaríamos derechos de los consumidores.
Para el autor el poder es necesaria y sistemáticamente "derrochador". Los ciudadanos pueden también serlo a veces. Pero en general son "frugales". Prefieren generar riqueza trabajando o creando negocios por eso s lo que deviene de su propensión antropológica a defender su interés personal. Y como Adam Smith es un optimista nos dice que esta generación de riqueza privada al fil siempre logra compensar el despilfarro púbico.
Recordemos una vez más que Adam Smith no es un panfletario. No pretende crear una nueva iglesia laica con nuevas creencias. Es un científico. Y por lo tanto no atribuye maldad alguna a los que ostentan el poder ya que, al fin y al cabo, no hacen otra cosa que obedecer a una ley natural: ellos también quieren maximizar su interés personal. Y por lo tanto todas las decisiones en función de su conveniencia. Por ejemplo protegiendo a unos determinados comerciantes poderosos en contra de otros comerciantes o de los consumidores finales.
Las criticas al poder se extienden a cuestiones tales como la economía de guerra, la gestión monetaria, la fiscalidad o el endeudamiento. En relación con esto último por ejemplo nos dice con la ironía que ates señalamos que los gobernantes deciden ocuparse siempre de lo importante que es lo que preocupa en el momento, esto es, el gasto, dejando a los gobernantes venideros un tema menor como es el pago de la deuda. Y que lo malo es que a estos gobernantes les preocupa lo mismo de manera que la deuda no deja de crecer indefinidamente. ¿Nos suena de algo todo esto?.
Siendo una cuestión consustancial con el comportamiento humano, el interés personal como motor de la acción de los gobiernos es independiente de que estos sean "partidarios del soberano" o "democráticos". En relación con ello cita el caso de las Colonias americanas. Si sus representantes, elegidos democráticamente llegaran a participar en el gobierno del conjunto del país lo que harían es tratar de ocupar el mayores puestos posibles que reparte discrecionalmente el gobierno y el numero de estos se ampliaría para dar cabida a todos sea o no esto necesario. Cita esto como efecto fundamental sin que haya mención alguna a la mejora que ello supondría para los habitantes de las colonias.
Para Adam Smith el poder es imprescindible y por lo tanto está justificado para tres fines: la defensa frente al exterior, la aplicación de la justicia (la defensa de los derechos de los ciudadanos) y las "obras públicas" y "otras instituciones" que benefician al conjunto de los ciudadanos.
Esta limitación del poder a una serie de fines que deben de ser justificados al interés público es el fruto del ambiente intelectual y ciudadano de la Inglaterra del XVIII. Adam Smith está convencido de que la etapa de prosperidad material y de optimismo que atravesaba su país era fruto de libertad, de la limitación de poderes del soberano que el pueblo británico había conseguido al final del siglo anterior. Y que ello no había supuesto par nada el desmontaje del Estado y la anarquía. Un convencimiento que con toda seguridad era generalizado entre el pueblo hasta el punto que, como hemos dicho, nunca más permitiría que el totalitarismo regresase a su país.
Los tres fines señalados por Adam Smith como limites de la acción del poder tienen 250 años después una tremenda vigencia. Y con toda seguridad su texto, escrito además en este tema de una forma particularmente clara y didáctica, seguirían siendo entendidos como aceptables por muchos de la gente en nuestros días.
Así por ejemplo la necesidad de defensa de los valores propios frente los poderes exteriores. Adam Smith por descontado está en contra de las guerras en las que había participado su país. Con su habitual ironía se limita a tratarlas como un despilfarro inoportuno. De hecho, en contra del imperialismo/nacionalismo que tantos millones de muertos ha costado a la humanidad en el último siglo, se manifiesta abiertamente contrario a las acciones militares contra los pueblos primitivos tanto en oriente como en América. Y tiene una visión incluso crítica sobre las acciones que se estaban desarrollando contra los insurgentes norteamericanos. Una postura que, defendida en aquellos momentos, supone un gran valor y el ejercicio de la libertad de pensamiento más allá de la opinión pública predominante en su país.
En los últimos 250 años las dos naciones del que hablaba Adam Smith (Reino Unido y Estados Unidos, entonces un solo reino) han defendido sus valores en muchas ocasiones frente a toda diversidad de totalitarismos. Pero en ese periodo han sido raras las guerras entre democracias. Durante 500 años Inglaterra y Francia habían sostenido decenas de guerras. Pero desde que este último país acaba con el poder absoluto del antiguo régimen sus dos pueblos trasformaron esa dinámica en otra de alianzas, ayuda mutua, colaboración y, como no, de competencia y emulación mutua. La equidistancia frente a los conflictos actualmente tan en boga y el pacifismo buenista olvida frecuentemente que el totalitarismo, sea cual sea su perfil, suele ser expansionista y que por lo tanto, como decía Adam Smith, a veces la defensa de la libertad y los derechos de los ciudadanos debe de hacerse por medios militares.
El segundo deber del "soberano" es la aplicación de la justicia. Esto es, que los ciudadanos tengan una protección real frente a aquellos otros que pretendan arrebatarle sus derechos. En el contexto de La Riqueza de las Naciones esta acción se contempla como un elemento esencial para la estabilidad y el progreso de las naciones. El autor atribuye el desarrollo de la Inglaterra del XVIII muy especialmente a la independencia de la justicia y la contundencia del estado para hacer cumplir sus decisiones. Sólo así nace la confianza de todos. De los que generan actividad o de los que consumen. La discrecionalidad de los soberanos continentales y la facilidad con la que daba lugar a una corrupción generalizada no sólo es injusta sino que desincentiva a que se genere riqueza. La idea de la prevalencia de la ley frente a las decisiones discrecionales del poder se trasladarían a la constitución norteamericana y a las que luego de desarrollarían en el resto de Europa.
El tercer objetivo, la "obra pública" y las "otras instituciones" de las que habla Adam Smith es el antecedente directo de lo que hoy llamamos "estado del bienestar". Por descontado la amplitud de este estado de bienestar en los tiempos en los que se escribe nuestro testimonio era muy diferente del actual. Pero las bases de este análisis siguen siendo de gran interés.
Hay determinadas cuestiones que suponen un "beneficio general" pero que por su propia esencia no generan un beneficio particular, y que por lo tanto deben de ser asumidas por el estado. En el libro se desarrollo especialmente el tema de la instrucción pública. Adam Smith considera que es esencial extender la educación a la que podían acceder las clases adineradas al conjunto de la población, y que ello debe de ser una tarea impulsada por los gobiernos. Pero también habla de sistemas que ahora llamaríamos de copago y de las formas para incentivar el aprovechamiento de los alumnos como pequeños premios. En ambos casos el objeto es introducir elementos de interés privado en el supuesto que ello aportará una mayor eficiencia en la prestación de este y otros servicios.
En el caso de la obra pública hace un planteamiento parecido. Las redes de carreteras y canales son esenciales para desarrollar la riqueza de las naciones. Pero es conveniente que se desarrollen mediante sistemas que ahora llamaríamos concesionales, esto es por la iniciativa privada, como formula para asegurar la eficiencia de las inversiones. Y sólo cuando ello no sea posible el estado debe asumir determinadas tareas como por ejemplo la conservación de los caminos secundarios.
Para Adam Smith el poder es, por lo tanto, lo que podríamos llamar, un mal necesario. Ya sea el poder del "soberano" o el poder democrático. A finales del siglo XVIII la democracia, entendida como la elección de la totalidad de los órganos del poder, era una excepción. Pero esto no obsta para que la inquietud científica del autor le lleve a tratar de validar sus tesis más allá de los regímenes monárquicos. Y en su opinión uno y otro al final tienden a comportarse de la misma manera: serán derrochadores por su propia esencia y los que lo detectan seguirán estando movidos por su interés personal.
En este sentido hace una curiosa predicción. Se pregunta que pasaría si las colonias americanas tuvieran capacidad para participar en el Parlamento Británico. Su respuesta es que entonces pasaría es que los parlamentarios adicionales elegidos lo que harían en primer lugar es que sus afines ocuparan muchos cargos en el gobierno, lo que acabaría con un poder más amplio y despilfarrador. Y lo dice sin ningún tipo de acritud, como el médico que explica que la formación de células cancerosas es consustancial con la fisiología humana.
Muchas veces se nos trata de confundir empleando como sinónimos las palabras Democracia y Libertad. Pero se trata de conceptos muy diferentes. El libertad supone que los derechos básicos de las personas no pueden ser restringidos por nadie: ni por el poder totalitario ni por la colectividad. El poder totalitario anuló durante siglos y siglos todos los derechos de las personas, incluso el de la vida que estaba a disposición del "soberano". Pero también tras la implantación de la democracia la colectividad en Alemania aupó al poder a Hitler y sucedió lo mismo. Por descontado muchos de los que le apoyaron enseguida, en pocos meses, se dieron cuenta que habían cometido un brutal error. Pero el error forma parte de la condición humana. Y en política con mucha frecuencia por que una de las habilidades innatas del poder es la manipulación las conductas de sus ciudadanos. Especialmente cuando estos no están suficientemente formados. Cuestión esta que ya preocupaba a Adam Smith que justifica la necesidad de una instrucción pública universal en relación con ello y no tanto con las habilidades profesionales para las que entendía que había otros cauces.
En nuestros días, los sistemas políticos de occidente las libertades básicas están a salvo de la arbitrariedad del poder. Pero vemos día tras día como otras esferas de libertad son cercenadas constantemente por los poderes democráticos con justificaciones erráticas que en el fondo no son otra cosa que ocultar la influencia de determinados grupos de presión. Desde conductas personales mal vistas por las jerarquía religiosas o la posibilidad de ejercer un trabajo para ganarse la vida por que ello afecta a otros que ya estaban establecidos antes y que quieren retener sus beneficios. Como por ejemplo los casos en los que un poder tan de tercer como un alcalde prohíbe abrir los comercios un domingo o ofrecer un servicio de transporte tipo Uber.
Es una opinión generalizada considerar a Adam Smith el padre del capitalismo. Sin embargo, quien lea La Riqueza de las Naciones verá como de forma muy ácida y reiterada ataca a aquellos que forman grupos de presión para incluir en las decisiones del poder. Entiende que cada vez que tienen éxito el poder favorece un traslado automática de beneficio desde el "consumidor" (ahora diríamos el ciudadano) a dichos grupos de presión. Y esto lo aplica tanto a los que quieren fomentar los monopolios empresariales como a los gremios que desde el medievo monopolizaban la actividad en las ciudades. Esto es, en nuestro lenguaje actual, de los lobys capitalistas de presión, las grandes empresas oligopólicas y los sindicatos. De lo que el poder suele llamar "agentes sociales" para encubrir decisiones que favorecen a unos pocos en contra de la mayoría. Todo lo que al respecto leemos en la obra que nos ocupa nos suena muy cercano, cuando vemos una y otra vez como cuando el poder atiende a estas presiones disminuye la riqueza de la nación, las oportunidades de empleo y el paro. Esto es, la desigualdad más absoluta en relación a la actividad productiva.
La defensa de los derechos de los ciudadanos frente al poder absoluto siempre ha estado precedida de una y otra forma de una revolución. A mediados del siglo XVI los ciudadanos de las Provincias Unidas (la actual Holanda) se levantaron contra el poder de los Hausburgo (contra la Corona de España), y un siglo después, cuando curiosamente un Rey holandés pasa a reinar en Inglaterra, la revolución gloriosa concluye con la Declaración de Derechos de 1689. Y otro siglo después, inmediatamente después de la publicación del libro del que hablamos, en el marco de la Revolución Francesa se promulga la Declaración de Derechos de los Ciudadanos a la vez que la Revolución norteamericana logra imponer la Constitución que sigue vigente en dicho país.
En este último paso el avance de la libertad y de la limitación de poder del soberano marcan caminos algo diferentes. En Europa se sigue pensando que la formula inglesa, esto es, la pervivencia de un soberano con poderes limitados puede ser válida. Así en Francia los Derechos recién adquiridos tratan de convivir son una serie de "soberanos", desde Napoleón Bonaparte hasta Napoleón III que en teoría tienen que cumplir el papel de garantizarlos, hasta que en 1871 la inutilidad de esa serie de soberanos desemboca en la República.
Pero sin embargo en Estados Unidos desde el principio se apuesta por aplicar sistemas democráticos para elegir al "soberano" (al Presidente) y al resto de los responsables de la estructura de poder. Pero la esencia de su sistema político no es tanto esta cuestión sino los sistemas que limitan su poder, los sistemas que por lo tanto protegen los derechos de los ciudadanos. Esa es la esencia de la Constitución de los Estados Unidos, sin duda una base muy exitosa de organización política del Estado como demuestra su vivencia prácticamente íntegra dos siglos y medio después.
Por lo tanto las Constituciones modernas, las que emanan de los periodos revolucionarios antes señalados y del pensamiento ilustrado son en su esencia un instrumento de catalogación y defensa de los derechos de los ciudadanos frente al poder y frente a la colectividad. La democracia, la capacidad de elegir a los gobernantes y de establecer leyes que restrinjan ciertos derechos personales deriva de la Constitución. Por ello ninguna ley, ningún tipo de mayoría política, puede restringir los derechos personales de los ciudadanos consagrados en la Constitución.
La Democracia es pues una parte de los derechos de los ciudadanos, esto es de la Libertad y no un sinónimo de ella. Por lo tanto el planteamiento de Adam Smith, su duda entre el "soberano" y la República es en el fondo muy razonable. El sistema constitucional (sin Constitución escrita) británico sigue defendido los derechos de los ciudadanos frente al soberano y frente a la colectividad. Cosa que no se opone a que la Reina sea el personaje más popular y querido del país. Pero no tanto como ejerciente del poder sino por que día tras día, año tras año no ha pronunciado un sola palabra que vulnere los derechos de los británicos. Por lo tanto por que es un símbolo casi centenario del poder limitado.
Y como predijo igualmente Adam Smith los poderes elegidos democráticamente tienen una gran propensión a satisfacer a los grupos de presión de manera que gran parte de su actividad se desarrolla cerca del límite de los derechos de la colectividad. Y desde luego, en todos los países y en todos los tiempos cayendo a veces en la corrupción: vinculando su beneficio personal (recordemos, según el autor innato a la naturaleza humana) a la ganancia de algunos y en contra del conjunto de los ciudadanos. Por eso en el Reino Unido los primeros ministros y sus gobiernos siempre son peor valorados que la Reina. Por que su compromiso con los derechos constitucionales se percibe más estricto que el de los restantes escalones del poder público.
El segundo pilar del pensamiento político de Adam Smith es la justicia. Esto es, de la existencia de un sistema efectivo de defensa de los derechos de cada ciudadano, incluyendo tanto la función de juzgar como la de hacer cumplir lo juzgado, y por lo tanto de de un sistema vigoroso y eficaz de policía. Desde el punto de vista de las relaciones económicas cree que es absolutamente esencial para que prospere las riqueza de las naciones. Y para ello aporta incluso datos de como lo intereses de los préstamos son mucho más bajos en los países en donde funciona la justicia que en aquellos inestables en los pueden llegar a superar el importe del principal.
Así en la obra que comentamos se explica como el motor de la riqueza, la búsqueda de beneficio personal hace desplazar la actividad productiva hacia los sectores y los países en donde la justicia es más efectiva en la medida que asegura más este beneficio. Y que de esta forma es allí en donde prosperan los ciudadanos mientras que en otros lugares persiste la miseria.
Adam Smith escribe gran parte de su obra en los años previos a la Guerra Revolucionaria (o de la Independencia de Estados Unidos). No hay mejor y más admirable demostración de su mente científica el que frente a ello dude y no se vea arrastrado por el nacionalismo histérico. Así que a lo largo de la obra podemos leer posicionamientos diferentes y contradictorios al respecto. Pero en el fondo sacamos la conclusión de que considera la independencia lo mejor para todos. Considera que las guerras coloniales son improductivas y, por lo tanto, empobrecen al Reino Unido. Pero por otra parte tiene en cuenta (antes de la proclamación de la Constitución norteamericana) que los habitantes de las Colonias son en el fondo británicos que, en caso de ser independientes, establecerán sus reglas políticas con la mismas bases que en la metrópoli tal como ya eran entonces. Esto es, con un sistema efectivo de limitación del poder y de protección concreta de los derechos personales mediante una justicia efectiva.
Predijo además que en el caso de que las Colonias se independizaran progresarían mejor y más rápido que el Reino Unido, ya que sus habitantes descendían en gran parte los que habían tenido una actitud más "revolucionaria" huyendo de la falta de libertad y de la miseria de la antigua Inglaterra. Y por lo tanto predijo que iba a nacer una gran nación (sólo después de publicar la obra conocería el nombre de Estados Unidos, así que este nombre no aparece en el libro). Y no solo eso sino que, en un siglo su riqueza sería superior a la del Reino Unido.
Y efectivamente, justo un siglo después, en la década de los 70 del siglo XIX el PIB de Estados Unidos superó al del Reino Unido por primera vez. Adam Smith no era ni un profeta ni un visionario. Era un científico ilustrado que sabía que todo lo que sucede obedece a ciertas leyes básicas. Y de la misma forma que un químico sabe lo que va a suceder cuando se mezcla el hidrógeno y un sulfuro en determinadas condiciones, pudo predecir cual iba a ser la evolución del sistema productivo y comercial en la medida que se cumpliesen ciertas condiciones de contorno.
Adam Smith reclama además que la justicia sea igual para todos. En nuestros tiempos es posible que esa igualdad no se produzca, pero eso es un fallo del sistema. Sin embargo durante la edad media y los siglos siguientes cada estamento social solía estar regulado por leyes distintas y, en todo cas, la aplicación de tales leyes era siempre diferente en las clases pudientes o en las menesterosas. En la Inglaterra del siglo XVIII eso había dejado de ser así nominalmente, pero seguía siendo un tema tan denigrante (y tan dañino para el desarrollo de los negocios, ya que antes servía para defender por ejemplo a los terratenientes monopolistas frente a los comerciantes por ejemplo) que debía de seguir siendo defendida la Igualdad ante la ley.
La Igualdad, el que todas las personas tengan los mismos derechos con independencia de sus circunstancias personales, no debe de ser confundida con el propugnar que todas las personas reciban un mismo beneficio con independencia de cual sea su trabajo efectivo, su esfuerzo del que deviene al final la riqueza general de la nación. La confusión entre la Igualdad de derechos y la igualdad de retribuciones (o de rentas) es uno de los argumentos básicos de muchas fuerzas políticas desde los tiempos de Adam Smith hasta nuestros días. Una confusión que sin duda encontraremos la próxima semana por ejemplo en algún tema concreto en las declaraciones de alguno de sus miembros.
Para Adam Smith esta segunda desigualdad es inherente al ser humano. Recordemos que, en términos muy sencillos, nos plantea que las personas son a veces frugales y a veces derrochadoras. Esto es: las personas encuentran a veces su beneficio en el máximo esfuerzo (en la formación, en la dedicación, en la habilidad con la que desarrollan las tareas), pero otras veces prefieren rebajar su esfuerzo e incluso gastar (o dilapidar) lo ahorrado. Una elección libre que, obviamente, no es lógico que tenga la misma renumeración: el mismo salario o el mismo beneficio empresarial.
Entre los ejemplos más interesantes que aporta en relación a este principio está el de la propiedad de la tierra. Los terratenientes tienen una posición monopólica por lo que pueden marcar el precio del arrendamiento en una cantidad tan alta que no le quede beneficio alguno a los arrendados, a los que realmente la explotan. Y esta fuente de rentas inagotable ha conllevado que tengan conductas derrochadoras: realmente general muy poco capital (invierten muy poco en la mejora de sus tierras) y en cambio dedican sumas astronómicas a gastos suntuarios. Esto al final tuvo un efecto revolucionario en la distribución de la riqueza ya que las actividades comerciales e industriales generalmente están ejercidas por gente mucho más frugal (entre otras cosas por que se desenvuelven en mercados competitivos), esto es con una gran capacidad de generar capital y ampliar la riqueza. Nos dice muy lucidamente que es la riqueza de las ciudades la que desarrolla el campo y no al revés, por que es de esta riqueza la que proviene la mejora del consumo y la derivación de rentas hacia la tierra. Y a largo plazo, la política de manos muertas de los terratenientes les lleva a que sus bienes, en términos relativos disminuyan mucho en valor.
El igualitarismo, la convergencia de las rentas y del bienestar de los ciudadanos con independencia de su esfuerzo no tiene que ver por lo tanto con la igualdad ante la ley de la que habla Adam Smith, el resto de pensadores ilustrados y la inmensa mayor parte de los lideres de las revoluciones de finales del XVIII y del XIX.
Así pues Adam Smith se define como liberal, concepto que asimila a "justicia, libertad e igualdad". Tres palabras que desde la época ilustrada han venido estando en la base de muchos movimientos políticos, si bien en muchos casos con contenidos diferentes de como los entendieron los pensadores ilustrados.
El carácter científico del pensamiento de Adam Smith tiene una de sus dimensiones más interesantes en el análisis histórico. Establecidas las "leyes" que gobiernan las relaciones económicas de las personas reinterpreta la historia de las naciones dando el protagonismo a tales factores y no de los avatares y hazañas de sus soberanos, esto es del Poder. Una aportación revolucionaria que sin embargo no logró cambiar la forma en la que en general se aborda, enseña y divulga la relación entre lo que ha venido sucediendo a lo largo de los siglos y nuestra realidad actual. El auge y la caída de los estados siempre ha tenido detrás su capacidad productiva, y esta a su vez la forma en la que han organizado sus relaciones económicas. Aunque no lo explicita así, la riqueza de las naciones está es la base de sus éxitos militares y de la pervivencia y expansión de los estados y no al revés. La caída del zarismo, la victoria aliada en la segunda guerra mundial o el derrumbe de los estados socialistas hace tres décadas confirman esta tesis.
Por contra Adam Smith relaciona la libertad de comercio y el sistema colonial griego con la espiral de crecimiento que dio lugar al impero romano. Y tras su caída y la desaparición de su sistema de gobernanza en gran parte de Europa llegó una larga etapa de oscuridad marcada por el monopolio de la tierra y las luchas feudales por su dominio. Con una visión tremendamente lúcida indica que durante el medievo la burguesía gremial urbana jugó un papel parecido al de los terratenientes, y que sólo cuando las ciudades pudieron librarse de los monopolios productivos y comerciales (y se pudo implantar en ella cierto derecho igualitario) comenzó la espiral de crecimiento y algunas naciones (Holanda, la misma Inglaterra, Suiza..) incrementaron su riqueza, su poder y la libertad de sus ciudadanos. Y en todo este proceso no menciona ningún soberano en concreto: la fuerza de la historia está al margen de la eventualidad de sus protagonistas. Nos hace pensar que si Julio Cesar, Lutero o Guillermo de Orange no hubieran existido hubiera habido otros personajes que más pronto o más tarde hubiesen propiciado una misma evolución de la humanidad en occidente.
Con estos planteamientos la visión que Adam Smith tiene de la historia de España es tremendamente interesante. Sólo dedica algunas páginas a ello, pero sin duda lo que en ellas postula es mucho más sensato que la "grandeza" de la España Imperial proclamada en toneladas y toneladas de tratados y que ni siquiera en estos momentos ha sido objeto de una revisión crítica suficientemente profunda para que podamos revisar los ciudadanos como se formó la España que conocemos y de donde nacen algunos de nuestros problemas actuales.
Adam Smith recuerda varias veces como al final del medievo España había desarrollado ciertos sectores artesanales e industriales a la par que el resto de Europa, como por ejemplo la de los tejidos de lana superiores a los ingleses o flamencos. Pero la colonización americana supuso un cambio de tendencia a causa de tres errores esenciales.
Primero la destrucción sistemática de los pueblos de la otra parte del Atlántico. Recordemos que el principio básico de su obra es que la riqueza de las naciones deriva del trabajo de forma que ello no solo fue cruel e injusto sino que supuso desperdiciar un gran potencial de crecimiento. En segundo lugar no tener en cuenta el oro y la plata no tienen un valor intrínseco, sino que derivan de su escasez. El crecimiento inaudito de las cantidades de plata en Europa devaluó su valor en relación con otros productos, de manera que la riqueza que se pudo crear en un primer momento fue efímera. Y en tercer lugar el sometimiento del comercio con América restringido por un férreo monopolio que en la etapa en la que empezó a escribir su libro aún persistía.
Respecto a esto último nos dice como a lo largo de los últimos siglos dicho monopolio sólo había servido para enriquecer a los comerciantes que lo manejaban, primero en Sevilla y luego en Cádiz. Nos dice Smith que este exceso de recursos sin necesidad de inversiones productivas, conduce a que gran parte de ellos se destine a gastos improductivos y no a la generación de capital. De forma que en gran parte se consumieron, nos dice, en los gastos suntuarios y en "inacabables fiestas". Esto es, derroche y no la frugalidad de la que deviene la riqueza de las naciones. Un modelo que nada tiene que ver con el que desarrollaron Inglaterra y Holanda en las indias orientales basado en el comercio y en la pervivencia de las sociedades preexistentes.
Por otra parte Adam Smith cita repetidamente en su obra la diferencia entre el trabajo productivo y el no productivo. El ejército, el clero y la administración son para él trabajo no productivo. Y ello lo dice desde la mirada de un científico, sin ningún tipo de valoración negativa de los que los ejercen. Así por ejemplo dice textualmente que la profesión militar es muy honorable e imprescindible para la defensa de la nación, pero que no deja de ser trabajo improductivo ya que la mayor parte del tiempo tanto los mandos como la tropa no hacen nada más que prepararse para la batalla.
Vuelve a ser tremendamente lúcido Adam Smith al indicar que el problema no es tanto la existencia de este "sector público" (como ahora lo llamamos), sino su entidad. Si es excesivo su dilapidación de recursos no puede ser compensada por la "frugalidad" del sector privado y por lo tanto el país no puede generar capital productivo, no puede enriquecerse.
En la España de los Siglos XVI, XVII y XVIII, detrás de la ilusión del imperio se generó un país improductivo que lateralizó el potencial agrario de Andalucía, el desarrollo industrial incipiente de Castilla y el potencial comercial de las ciudades de la Corona de Aragón. En Cervantes vemos un país lleno de gente "improductiva" y "ociosa" viviendo de la ilusión de la plata y el oro de América. La Corte, los nobles, los comerciantes monopolistas, los hidalgos, el clero, los soldados pagados por los Habsburgo para acabar con la resistencia a su poder en Flandes o en América y hasta una legión de picaros que ante la falta de trabajo productivo se tienen que limitar a recoger las últimas migajas, el último polvo, de la plata y el oro que parecían inacabables.
Adam Smith, como decíamos, no era un profeta, pero si un científico. Así que leyendo su obra vemos como de manera increíble predijo un mundo futuro parecido al que ahora tenemos. Desde la vitalidad de lo que ahora llamamos Estados Unidos, a la persistencia del Reino Unido como un gran actor de la economía planetaria. Y también la fortaleza de Francia si corregía sus errores estructurales o las capacidades de progreso de la India o China. Y obviamente con algún fallo que nos parece una curiosidad, como calificar a Escandinavia como un conjunto de "países atrasados".
Su diagnóstico en relación a España (y Portugal) fue, desgraciadamente, igualmente certero. La herencia imperial quizá fue realmente un lastre. La divergencia de los niveles de progreso material, social y científico entre España y los estados centroeuropeos siguió agrandándose desde el final del siglo XIX. La revolución industrial llegó con mucha tardanza a España e incluso en tiempos tan recientes como la pasada dictadura de Franco el nacionalismo económico, la planificación centralizada de la economía, la "misericordia púbica" como alternativa al fortalecimiento del sistema productivo o la presencia del estado en temas puramente empresariales (recordemos el INI) parecen ser viejos vestigios del antiguo régimen que tan bien había descrito la obra que nos ocupa.
Dentro de pocos años vamos a poder celebrar los doscientos cincuenta años de la publicación de esta gigantesca obra. Desde luego el mundo en el que vivió Adam Smith se parece poco al nuestro. Y sin embargo página tras página constatamos que tiene una increíble vigencia. Vemos que muchas de las acciones de los poderes actuales en relación a las relaciones productivas y económicas de los ciudadanos tienen su explicación en los postulados de las Riqueza de las Naciones. Hasta una cuestión tan sumamente actual como el crecimiento de la deuda pública que conllevará en Europa y en España los planes de recuperación tras la pandemia de COVIS-19. Con su habitual ironía Adam Smith ya dijo hace 250 años que los gobernantes están tan preocupados por el bienestar de los ciudadanos que siempre priorizan el gasto público y el endeudamiento frente a una cuestión menor como es quien va a pagar la deuda. Esta tarea siempre se lo dejan a los futuros gobernantes, pero cuando estos llegan hacen lo mismo que los anteriores. Y por descontado nos advierte que cuando el poder dispone de muchos recursos es muy proclive a atender no tanto las verdaderas necesidades públicas como las presiones de algunos grupos de productores y de los gremios. En muy poco tiempo quizá comprobemos la certeza de estas pevisiones.
Las "leyes" que propone Adam Smith para explicar las relaciones económicas y sobre el papel que en ellas juega el poder y los ciudadanos las vemos ahora con el mismo respeto que las que habían establecido antes Galileo o Newton en materia de astronomía o física, o con las que luego propugnaría Darwin sobre la evolución. La Riqueza de las Naciones es una gran obra científica. Sin duda con algunas tesis concretas que luego debieron ser profundamente modificadas como por ejemplo el comportamiento de las sociedades mercantiles o el avance de la sociedad del bienestar, dos cuestiones entonces irrelevantes cuando el gran problema era la miseria, el hambre y la muerte en edades tempranas a las que estaba sometida la mayor parte de la población del planeta. Pero la esencia de sus postulados han sido completamente confirmados con el paso del tiempo.
El trabajo de Adam Smith criticando abiertamente a los soberanos, al parlamento, a la iglesia, a la universidad, a los "empresarios", a los gremios y hasta a los boticarios sólo fue solo posible en el marco de libertades públicas que habían logrado los ingleses tras siglos de lucha contra la monarquía absolutista. Y en este marco no solamente fluyó la ciencia sino también el progreso. En el ambiente de libertad de pensamiento del que hablamos La Riqueza de las Naciones tuvo un éxito inmediato. Su difusión en Inglaterra fue enorme e inmediatamente fue traducido a varios idiomas, de manera que inmediatamente influyó en el posicionamiento del mundo mercantil y productivo, del gobierno inglés y de los movimientos que luchaban por la libertad en las colonias americanas y en Francia.
El testimonio del que hablamos pone de manifiesto como las grandes revoluciones de principios del XIX en la Europa Continental y en América están directamente ligadas con el pensamiento ilustrado y científico del XVIII y con la brecha en el poder absoluto de las grandes monarquías que se había abierto en Inglaterra con la Declaración de Derechos de 1698.
Y por otra parte, en lo tocante al desarrollo productivo del planeta, pone en cuestión el concepto de la Revolución Industrial. El gigantesco proceso de innovación tecnológica que comienza con la difusión de la máquina de vapor y con el ferrocarril hubiera sido imposible sin el desarrollo de la ciencia y de las ideas ilustradas del siglo anterior. Pero además para ello fue imprescindible el establecimientos de mecanismos que permitieran una ingente generación de capital. Y en ello tuvo que ver mucho la liberalización de los mercados, la extinción de los monopolios medievales y postmedievales, la limitación del poder arbitrario de los soberanos y la solidez de los estados en relación a la defensa equitativa de los derechos de los ciudadanos. Las formulas que predicaba Adam Smith cuando hablaba de la Riqueza de las Naciones.
En esta atmosfera el progreso material "fluye" naturalmente. El autor dedica pequeño párrafo a la sorpresa que le causaba como había evolucionado la técnica de los relojes en los dos últimos siglos en el ambiente de libertad de mercado emergente de Inglaterra. La inquietud científica por este pequeño aspecto de Adam Smith era sin duda una intuición de como la innovación tecnológica es el efecto (y no la causa) del progreso de las relaciones productivas. Desgraciadamente murió unas décadas antes del nacimiento del ferrocarril y de la navegación a vapor, la revolución de los transportes atada a la expansión de los mercados y a la materialización de la Riqueza de las Naciones que en un siglo acabó con la miseria y el hambre dela mayor parte de los ciudadanos europeos.
La escuela clásica de Adam Smith y sus contemporáneos encontró en el XIX la oposición de nuevas ideas que volvían a confiar en el poder y que olvidaron que en el fondo quien lo ejerce siempre busca en todo o en parte su beneficio personal. Estas teorías no tuvieron la ambición ilustrada de limitar el poder sino que confiaron en que con la simple sustitución de los antiguos soberanos por una nueva élite proletaria bienpensante se conseguiría el avance de la humanidad. Y tampoco llegaron a comprender que en el esfuerzo y la innovación están ligados al beneficio personal de una forma intrínseca.
El Siglo XIX fue una etapa de paz y progreso. Pero también de la incubación de una serie de ideas contrarias a los movimientos liberales y constitucionalistas que permitieron el renacimiento del poder totalitario en el Siglo XX . De forma que al final el siglo pasado quizá sea recordado (o al menos sus décadas centrales) en el futuro como un paréntesis en el ciclo de progreso de las sociedades, una etapa de guerra, terror y muerte como no había asolado a los ciudadanos desde el medievo.
El testimonio de Adam Smith respira página tras página ilusión por el progreso. Por la maravillosa condición del ser humano que a través de la ciencia y de su esfuerzo diario puede cambiar radicalmente las condiciones de vida de su especie. Una ilusión que recuerda mucho a la que inunda las memorias de Zweig cuando habla del XIX. Con la diferencia de que en este caso su vida se prolongó hasta comprobar que también de la misma esencia humana de la que hablamos puede surge el poder totalitario. Y de ese poder que se creía perfectamente controlado y limitado (al menos en occidente) podría revivir.
Comentarios
Publicar un comentario