La Familia (Ba Jin, 1933). Un plantea, dos civilizaciones.
Más allá de los tópicos manidos, deberíamos considerar a China como la alternativa a nuestra historia, como la otra forma de civilización que ha venido desarrollándose en nuestro planeta, merecedora de un profundo respeto y en la que podemos ver el resultado de caminos diferentes para el avance y el progreso de sus habitantes.
Lo poco que escribieron los autores romanos sobre China trasluce respeto que se convierte en admiración en la etapa de Marco Polo cuando occidente puede advertir el retraso del su medievo frente a un sistema eficiente, ordenado y brillante. Y por descontado Montesquieu, Adam Smith y otros ilustrados ven en oriente un interesante universo paralelo que le sirve para analizar los problemas de la sociedad europea.
Sin embargo nuestra visión actual se limita a una especie de sorpresa en la que advertimos tan sólo los efectos de la dialéctica entre el capitalismo y el comunismo y otras influencias de occidente, pensando en que lo que está ahora pasando allí no tiene nada que ver con un Estado que se fundó en paralelo al romano (recordemos que la unificación de China es coetánea con las guerras púnicas) pero con la diferencia de que ha sabido pervivir hasta nuestros días y por cierto con una dimensión que es más del doble que Europa.
No es fácil encontrar testimonios directos más allá de esta visión exterior y a menudo distorsionada. La inmensa mayor parte de la literatura china es desconocida en occidente y por descontado escasean las traducciones al castellano. En medio de este vacío sin embargo podemos encontrar obras como la de Ba Jin y en particular La Familia, un relato con una gran cantidad de elementos autobiográficos que nos habla de una etapa tremendamente interesante como son los años 20 del pasado siglo en donde, un momento en el que había caído la institución imperial que durante milenios había gobernado China pero que en la que aún no se podía prever los gigantescos cambios a los que asistiría el país en el siglo que discurriría hasta nuestros días.
La lectura de "La Familia", pese a estar centrada en los avatares de una familia de la alta sociedad de Chengdu, de la China profunda, no es para nada complicada para un occidental. Al contrario es un relato atrayente y de fácil comprensión siempre que usemos una edición comentada que aclare alguno de los hitos históricos de la época que nos permiten advertir el contexto en el que se desarrolla la narración.
Es más: una buena parte de los comportamientos y de las estructuras familiares y sociales que vemos en nuestro testimonio nos van a parecer tremendamente cercanas, especialmente para las generaciones que vivimos una parte de nuestras vidas bajo la dictadura y en contacto con la España rural. Desde la inusitada rigidez de las formas hasta el desprecio hacia las mujeres pasando por los ritos funerarios.
Este es un primer elemento de análisis. La relaciones y la sin influencias mutuas entre China y occidente hasta mediados del XIX siempre han sido muy tenues, y en todo caso muy centradas en las relaciones comerciales en las zonas portuarias. Sin embargo los entramados familiares de los que nos habla Ba Jin se parecen prodigiosamente a las que teníamos nosotros en la etapa similar, esto es, en el tránsito entre el antiguo régimen hacia las sociedades liberales que le sucederían. Nos sorprendemos pues de como el desarrollo de la civilización, de las estructuras de interrelación entre las personas, parecieran obedecer a una serie de reglas básicas que van más allá de avatares históricos, sociales, culturales o religiosos tan diferentes entre oriente y occidente.
Así vemos como la familia funciona como un férreo mecanismo de trasmisión de los valores tradicionales a las nuevas generaciones mucho más allá de la etapa de la infancia y la adolescencia. El patriarca ejerce un poder absoluto sobre todos los aspectos de la vida de sus hijos y de sus nietos, son los que convive hasta el día de su muerte. y en particular sobre su educación, su vida profesional y su matrimonio. Y esto último es particularmente importante ya que la familia tradicional no es un núcleo aislado, sino una célula entrelazada con otras redes familiares con las que se comparten intereses económicos y sociales. El matrimonio es así un sistema de fortalecimiento de alianzas que afianza los intereses comunes de los diversos sectores terratenientes o comerciales, les hace ganar influencia frente al poder y les permite tener economías de escala al manejar los mercados y las relaciones con las clases inferiores.
En este mecanismo de alianzas e interrelaciones tiene mucho que ver con el destino que se le asigna a cada uno de los hijos varones. Como hemos visto a lo largo de la historia (y seguimos viendo) en las familias de las clases adineradas de occidente lo esencial es designar al sucesor, al que debe de hacerse cargo de los negocios familiares que, normalmente pero no siempre es el primogénito: al nuevo patriarca. Y a partir de ahí se produce un fenómeno centrífugo por el cual el resto de hijos varones se destinan a labores secundarias o, casi mejor, a entrelazarse con otros órganos de poder (la corte, la iglesia, la representatividad empresarial...) y en último caso, a la formación universitaria.
El destino de los hijos de la Familia de Ba Jin nos recuerda lo que vemos en las Novelas Ejemplares de Cervantes o en otros autores de la España "imperial" en donde a muchos de los secundones se les permite que "conozcan mundo" por si mismos o a través del bachillerato o las enseñanzas superiores. Y s eles permite no tanto por respeto al conocimiento y la innovación sino para que no molesten en el proceso de trasmisión de los valores tradicionales dentro de la unidad familiar/empresarial.
Pero este mecanismo, aparentemente anecdótico, iba a tener unas consecuencias increiblemente relevante tanto en occidente como en la lejana China. Hasta tal punto que Ji Bin lo utiliza como apoyo esencial de su relato, como lo ha venido siendo en un muchas de las obras de nuestra mejor literatura del XIX. Y lo que sucede en uno y otro caso es muy similar: lo que hoy llamamos enseñanzas medias y la propia universidad es el medio perfecto para que se produzca la difusión de la innovación más allá del enclavamiento social de lo rural (dominado férreamente por las ideas tradicionales) o de la burguesía urbana, una burbuja aferrada igualmente a aquello que le estaba permitiendo mantener el control de las ciudades medievales y del antiguo régimen.
Hablamos de innovación técnica en la que las ideas ilustradas y la prevalencia de la razón va aportando soluciones a problemas que pervivían generación tras generación ante la ceguera de las creencias ancestrales. Y también de innovación social, de la aparición de nuevas formulas que dan a los jóvenes nuevas oportunidades de interrelación que amplían sus horizontes: desde la posibilidad de emparejarse con otras capas sociales hasta el fortalecimiento de redes de amistad y camaradería alternativas al núcleo familiar.
Y con todo ello tenemos servido el drama: el enfrentamiento entre lo viejo y lo nuevo no tan sólo como un fenómeno social abstracto, sino dentro de la estructura familiar, entre hermanos entrelazados por fuertes vínculos afectivos. Este es el núcleo de la obra de Ba Jin que comentamos y de ahí su fuerza y su universalidad. Algo que sucedía en el lejano Chengdu de los años 20, a la vez que estaba sucediendo en muchas familias europeas o americanas unas décadas antes o en la propia España hace tan sólo un par de generaciones.
Ba Jin, como reconoce en el prólogo, no está hablando solamente de una ficción, sino de una experiencia personal. Y quizá por ello tiene la maestría de no convertir el relato en una historieta de buenos y malos. La condición humana nos hace reaccionar a cada uno de nosotros ante estas situaciones de una manera diferente. A algunos con valentía tomando el riesgo de destruir todo lo anterior para lograr algo mejor. Y otros con prudencia, asegurando una vida sistema convencional que sin duda es injusto, pero que ha permitido que hasta donde se recuerda, hasta donde se pierden las generaciones anteriores, la gente haya podido sobrevivir y mantener lo preexistente para que también lo hicieran sus hijos.
Este es el drama de la libertad en China. La dinastía Qin instauró hace 23 siglos el estado más sólido (y más gigantesco) que ha conocido la historia de la humanidad. Pero lo hizo a costa de, literalmente, quemar todas las culturas ancestrales, todos los factores diferenciadores preexistentes generando un gigantesco ejercito de "personas de terracota" que a cambio de una obediencia ciega a las normas han tenido asegurada una vida que nosotros consideramos mísera, pero que es mucho más de lo que han dispuesto muchas de las generaciones de occidentales, especialmente en la larga noche del medievo. Y por ello el Estado chino actual es, en términos demográficos, más del doble que Europa. Los guerreros de Xian, ese increible legado que nos dejó la dinastía Qin como reflejo de esa época, es una emocionante representación de esa China ordenada, uniforme, eficiente pero también carente de libertad y de individualidad.
De esta forma, bajo estos principios, podemos ver como el Estado Chino pudo abordar obras gigantescas como la Gran Muralla o el menos conocido poro no menos interesante Gran Canal, un gigantesco sistema de transporte fluvial finalizado en el siglo VII y que desde entonces hasta nuestros días a venido asegurando la conexión del sistema agrario y productivo de una buena parte de China, y por lo tanto el abastecimiento en etapas de hambrunas mucho antes de que Europa se dotase de un mínimo sistema eficiente de comunicaciones internas.
Pero se dice que esa misma forma de entender el estado fue en un momento determinado la causa de su decadencia. Adam Smith aporta a finales del XVII en una sola frase un diagnóstico demoledor: China se encontraba en una etapa estancada que no iba a cambiar hasta que "cambiaran sus Leyes". En otras palabras, sus rigideces internas impedían el progreso de la forma que entonces se empezada a atisbar en Europa.
Y esto es probablemente lo que pasó. El último Emperador no cae tanto como consecuencia de unas tibias revueltas internos sino por la obsolescencia de un régimen incapaz de avanzar frente a un entorno (las potencias Europeas, Japón e incluso Rusia) mucho más innovador. La caída del último Emperador recuerda lo que un siglo antes había sucedido con el final del Imperio Español, destrozado más por las podredumbres internas que por los éxitos militares de los contendientes.
Nuestro testimonio se centra en lo que sucede a La Familia (y al país) tras este vacío de poder, en un momento en el que se entreabre la ventana a la libertad y en el que, por primera vez algunos chinos (los de las clases pudientes) podían (y debían) decidir sobre sus vidas y sobre la propia organización de la sociedad china. Tenían posibilidades de abandonar el espacio de confort de la estructura familiar para tomar decisiones ante casi imposibles como la elección de esposa u oficio. E igualmente de defender sus ideas. Desde luego jugando constantemente con el límite de la permisividad del poder, pero ya esto significaba un tremendo avance respecto a todas las generaciones anteriores.
Valga para ello una anécdota. Las madres y las abuelas del Chengdu de principios del siglo pasado aún habían sido obligadas a vendarse los pies, a ser condenadas de por vida a tener una movilidad reducida, como la plasmación del sometimiento a la costumbre ancestral y por lo tanto al poder de la familia y de la sociedad sobre el individuo. Pero ahora, las jóvenes burguesas ya accedían a la formación, al contacto con otras (y otros jóvenes) y la difusión de las nuevas ideas y de la libertad de opción. Y así una de las protagonistas de la obra decide cortarse la trenza tradicional y dejares el pelo corto. Algo insignificante pero que significaba romper con el ideal del orden por el orden y de la disciplina que parecía intocable.
Y este viento de libertad por descontado llegaba a temas de mucha mayor profundidad como las tremendas diferencias entre los terratenientes y la alta burguesía y las clases desfavorecidas. De una u otra forma los propios jóvenes de las clases pudientes ya no pueden comprender el sistema de semiesclavitud de los sirvientes con los que conviven diariamente, sistema que incluía la potestad del patriarca de elegir esposo para sus sirvientas, o, si así lo creía oportuno, trasformarlas en concubinas. Esto es liberarlas del servicio doméstico a cambio de la exclavitud sexual reconocida en el seno de la propia familia y en convivencia con el resto de los familiares,
La literatura fue clave para propagar entre los jóvenes de las clases acomodadas que protagonizan el relato de Ba Jin la idea de que las cosas podían cambiar. Unos jóvenes que habían podido acceder a enseñanza de otros idiomas y de los valores de la literatura universal y que a través de ello se apasionan por el teatro de Ibsen y por los relatos de Stevenson o Tolstoi. La angustia de este último, la desesperación frente al atraso y la injusticia flota entre los jóvenes que retrata La Familia y, como en la obra de Tolstoi cada uno de ellos responde de una manera diferente, desconcertados a la hora de buscar alternativas al sistema político y social que se había desmoronado. Algo que nos invita a pensar en la universalidad de algunas cuestiones claves más allá de las civilizaciones: la universalidad de las raíces del poder absoluto que son capaces de descender desde la cúpula hasta los aspectos más íntimos de las personas y, frente a ello, la universalidad de las ideas, de las pasiones y de la razón que son capaces de mover en el mismo sentido a un londinense, a un moscovita o, como es nuestro caso, a los miembros de una familia en una de una las ciudades más recónditas de China.
Ba Jin concluyó su novela en los años 30. Hablamos pues de un testimonio escrito en la etapa de dramática incertidumbre que sucedió a la revolución de 1912. Los sueños de libertad y justicia de sus protagonistas, el dramático dilema entre lo viejo y lo nuevo, refleja una etapa tremendamente convulsa pero también llena de ilusión colectiva por un futuro mejor.
Desde occidente esta etapa de la historia China tiende a asimilarse a las que se desarrollaron tras el ciclo de revoluciones burguesas de los países que comenzó con la francesa de 1798, y que en este caso concluyó con la implantación de un régimen comunista cumpliendo las predicciones del marxismo. Pero quizá esta interpretación no sea más que la imagen distorsionada resultante de aplicar conceptos europeos a una realidad completamente diferente.
Lo que plantea el testimonio de Ba Jin es realmente la lucha entre el poder y la libertad. Entre el estricto orden colectivo, eficiente y totalitario, que había caracterizado al Estado Chino desde los tiempos de la dinastía Qin y la posibilidad de que cada persona eligiera su propio destino aún a costa de arriesgarse a perder las seguridades que le ofrecía el antiguo régimen.
En estas líneas no debemos develar las historias que hacen atrayente la lectura del relato. Pero si adelantaremos que el lector se va a encontrar con dos trayectorias de resultados muy diferentes en la búsqueda personal de nuevos caminos al margen de las férreas estructuras tradicionales. Un fracasa y acaba en el fondo de un lago en medio de un paradisiaco jardín privado aislado del universo exterior mientras que el otro acaba en el abierto, competitivo y excitante Shangai de los años 20 tras el lento descenso por el río Yangtsé desde el corazón de esa China tradicional.
Pero todas estas historias personales, la primera participación en una manifestación o las primeras miradas enamoradas entre un terrateniente y una sirviente iban a quedar aplastadas por el devenir de los hechos. Lo que realmente estaba sucediendo no era el desmantelamiento del antiguo régimen de la dinastía Qing sino la lucha de de otros poderes que lo que realmente querían era tomar sus estructuras y mantener, en sus aspectos esenciales, el desprecio ancestral de los derechos de los ciudadanos chinos.
Tres eran los grandes pretendientes a la hora de heredar el viejo poder. El primero de ellos el régimen expansivo japonés que rápidamente se abalanzó sobre el vacío dejado tras el final del último emperador. Y lo hizo con uno de los mayores niveles de crueldad que quizá se hayan visto en el siglo XX. El segundo se escudaba en el ideario nacionalista que entonces también entonces estaba progresando aceleradamente en occidente. Y el tercero el comunismo, una ideario en principio foráneo expandido desde principios de los años 20 de la mano del expansionismo del recién creado régimen soviético.
Los tres poderes se disputaron la hegemonía en un largo periodo de inestabilidad y guerra abierta que concluyó en el año 1947 con la victoria del tercero de ellos. La Familia protagonista del relato de Ba Jin es afectada por la primera etapa de estos enfrentamientos: los ejércitos de uno de los señores de la guerra ataca la ciudad y durante unos días sus integrantes, como centenares de millones de Chinos son sometidos a la angustia, la incertidumbre y el terror de la guerra. En unos días acaba el conflicto y el gobierno cambia de manos, pero no vemos que ello introduzca ninguna variación ni en las relaciones familiares tradicionales ni en el grado de libertad de los ciudadanos chinos.
Quizá las páginas que relatan estos hechos nos den la clave para comprender que es lo que realmente sucedió en el país en ese periodo y en que acabaron las ilusiones de cambio. La disputa entre los poderes que pretendían suceder a la dinastía Quing se resolvió a favor del Partido Comunista de China. Por descontado todas las estructuras de gobierno cambiaron sus estructuras, sus formas y sus ocupantes. La nueva cúpula organizada entorno a Mao Zedong se apoyaba en unas creencias completamente diferentes a las de la dinastía Quing extinguida 35 años antes. Y por descontado muchos de ellos creían que esas nuevas creencias eran imprescindibles para el progreso del pueblo chino.
Las creencias marxistas que por descontado fueron variando debajo de un mismo nombre. Primero la revolución cultural que pretendía en el fondo repetir la exterminación de lo antiguo y la ceración de una nueva sociedad como había logrado la dinastía Quin en los albores del Estado Chino. Y luego cambiando radicalmente de principios cuando el nuevo poder comprendió tras la caída de la Unión Soviética que su pervivencia estaba ligada al desarrollo económico. Y a partir de ahí el marxismo paso a ser un capitalismo bien intencionado en el que el país se enriquece acelaradamente a la vez de que algunos (muchos) chinos lo hacen también, y en un grado ya olvidado en la vieja Europa.
Pekín es una ciudad medieval (en la cronología europea). Por ello los occidentales que la visitan quizá esperan encontrar un núcleo denso, desordenado y abigarrado que creció dentro de unas murallas más o menos caóticas entorno a un viejo y pequeño castillo en donde en su día vivió el señor feudal. Pero lo que se encuentran es la perfección urbanística: una trama de amplísimas dimensiones perfectamente estructurada entorno a la ciudad prohibida, un inmenso y racional complejo de gobierno desde que se administraba ordenadamente el conjunto del Estado.
La ciudad vive una nueva etapa de esplendor convertida en una de las megalópolis más modernas y activas del planeta. Su nuevo urbanismo también nos sorprenderá: el nuevo aeropuerto, el más moderno del planeta, varias estaciones de alta velocidad igualmente impresionantes desde donde cada día millones de chinos se desplazan hasta los puntos más lejanos del país, edificios de arquitectura imposible y centros comerciales que rebosan lujo y ostentación.
Pero también sorprenderá al visitante que para acceder a la plaza de Tiananmen hay que superar hasta cuatro rigurosos controles de seguridad que tratan de evitar concentraciones reivindicativas como las que sucedieron hace más de tres décadas. Y como el ultramoderno centro comercial de su lado sur crece a costa de los míseros hutongs en donde se apiñan las familias trabajadoras en dependencias de menos de 20 metros sin agua corriente no servicios higiénicos. La vida de los que han sustituido (y sucedido) a los integrantes de la familia de la que nos habla Ba Jin seguro ocupan magníficas viviendas en alguno de los nuevos rascacielos y son clientes de centros comerciales como el que hemos mencionado.
Progreso, productividad, sentido de estado, crecimiento, orden, desigualdad, control gubernamental carencia de derechos individuales, y por supuesto, de la mínima libertad. La nueva China se parece mucho a la de le sus tiempos gloriosas. En los tiempos de las dinastías Qin, Sui, Yuan o Ming superaba ampliamente en innovación y desarrollo económico a occidente. Y, como sabemos, dentro de unas pocas décadas volverá a superarle. En pocos años su producto interior bruto será mayor que el de Estados Unidos mediante un modelo que cada vez se apoya menos en los bajos costes y más en la innovación y la expansión del consumo en el propio país y en su entorno. Pero sin que se perciba ningún avance en las libertades y en los derechos de sus ciudadanos.
El dilema que plantea Ba Jin tiene un claro resultado. En su esencia, el gobierno del Partido Comunista no es muy diferente al de las antiguas Dinastías, y quizá, dentro de un tiempo, no será considerado de manera una más de ellas. Un eslabón más en la imperturbable, firme y milenaria marcha del Estado Chino. De la sucesión de ciclos de crecimiento, estancamiento, debilidad, ruptura temporal de sus estructuras y renacimientos bajo sus principios tradicionales. El amanecer de libertad en el que soñaban en los años 20 los protagonistas de su libro no llegaría nunca.
Ba Jin escribe La Familia cuando tenía 29 años. Como reconoce en su prólogo, una gran parte de sus personajes se componen en base a elementos autobiográficos. La apuesta por nuevos tiempos de justicia y libertad que impregna el libro no es una ficción literaria sino el reflejo de una buena parte de la china que había tenido contacto con los valores occidentales. Con el tiempo se integraría en el nuevo régimen comunista quizá pensando que esa era la forma en la que su país avanzara hacia ello. Tuvo una larga vida (murió en este siglo) de manera que llegó a ver como en 1989 una nueva generación de jóvenes se enfrentaba en la plaza de Tianamen al ejercito, reproduciendo una de los pasajes con el que se inicia su gran obra. Y como la revuelta fue aplastada por el nuevo poder absoluto como en los tiempos imperiales. De una forma tan radical y eficaz que no se ha vuelto a reproducir hasta el momento. Al final, los personajes de La Familia que eligieron el área de confort y seguridad que les proporcionaba el orden y la jerarquía tradicional eran los que estaban en el camino correcto y no por aquellos por los que se había decantado el joven Ba Jin.
Nos inquieta saber si tras el próximo e irreversible liderazgo económico de China el proceso de convergencia con la civilización occidental obedecerá a sus principios o a los nuestros. Es cierto que la vinculación entre capitalismo y libertad que predijeron los ilustrados ha venido poco a poco imponiéndose incluso en países tan cercanos a China como Corea o Japón. Y desde ese punto de vista la situación de China a lo largo del siglo XX no es diferente a la de los países europeos durante el XIX, en el largo periodo de desmantelamiento del antiguo régimen.
Pero quizá este planteamiento sea un error más fruto de la mirada paternalista sobre China y el resto del mundo desde los valores occidentales. China ahora está mucho más abierta al mundo que en los tiempos de Ba Jin. Miles de comerciantes y hombres de negocios europeos se pasean cada día por sus ciudades y comparten proyectos con sus colegas chinos. Y a la vez las colonias chinas en los países occidentales son cada vez más abundantes. Pero ni en el interior rebrotan los movimientos por la libertad ni en el exterior podemos hablar de exilio político. La represión del antiguo/nuevo régimen que gobierna en China no explica para nada la falta de respuesta de sus ciudadanos. Desde los tiempos de Mao Zedong ya se han sucedido varias generaciones sin que la llama de la libertad y los derechos personales se reavive, algo muy diferente de lo que sucedió en la Europa del XIX.
Debemos buscar otra explicación. Deberíamos comprender que el proceso de civilización y progreso del planeta se ha desarrollado por dos vías diferentes y paralelas y cada una de ellas ha tenido sus éxitos y sus limitaciones. Una visión científica debe de ser necesariamente exterior a este binomio. La historia de China y lo que allí está sucediendo ahora merece ser contemplado con gran respeto desde la diversidad y no bajo la nuestras pautas.
Quizá no debamos dudar en que la libertad y la justicia son consustanciales a la condición humana. Pero a lo mejor la forma en la que hemos avanzado hacia ellas en la civilización occidental no es la única. De hecho ha tenido un coste brutal en términos de constantes conflictos bélicos, culturales y económicos fruto en gran parte del virus del nacionalismo y de otras estrategias identitarias (como por ejemplo las religiones) usadas por el Poder para enfrentar y debilitar a los ciudadanos. Algo que en China se resolvió hace dos mil años.
Nos costará admitirlo. Pero mirado desde el exterior ni siquiera en estos momentos nuestro modelo de organización política es tan perfecto como parece. Decenas de Estados en los que a su vez existen decenas de poderes limitando las opciones de los ciudadanos y las economías de escala, no solamente en términos productivos sino también culturales y sociales. Mirado desde China nosotros estamos en la etapa de los reinos combatientes que precedió a la dinastía Qin, en una etapa de paz después de dos brutales guerras internas inexplicables pero en la que el más mínimo problema sigue justificándose por el comportamiento de los otros poderes y no por la eficiencia del conjunto de ellos para lograr el bienestar de los ciudadanos.
Quizá nuestro sistema de organización política es el que no ha logrado conjugar adecuadamente los valores occidentales con el progreso integral de las personas, y quizá, solamente quizá por ello no es un modelo tan atractivo como a nosotros nos parece.
Después de leer La Familia un buen ejercicio puede ser visitar al Bazar más cercano y mirar a la familia (seguro que china) que lo regenta. Nos daremos cuenta que no tienen el más mínimo interés en como nos organizamos y cuales son nuestras relaciones familiares o políticas. No somos un ejemplo para ellos. Y no creo que aquí, a 10.000 km de Pekín, eso sea por los largos brazos de la represión. Lo que quizá estén valorando es que la fortaleza de sus estructuras familiares y sus redes de colaboración (que esas si se extienden hacia la lejana China) y la ética del esfuerzo les están permitiendo progresar mucho más velozmente que nosotros. Como demuestra que cada vez les es más fácil adquirir nuestros negocios: desde el bar de la esquina hasta nuestras grandes terminales portuarias. Es posible que a veces piensen que les gustaría elegir democráticamente sus representantes. Pero no nos equivoquemos: están cansados de ver (aquí directamente, allí por las informaciones que les llegan) que al día siguiente de las elecciones los elegidos en muchos casos se preocupan básicamente de su bienestar y de incrementar su poder. Y marginalmente del de los ciudadanos. Al final detrás de una apariencia constitucionalista pueden esconderse los rescoldos del antiguo régimen. Quizá el dilema entre libertad y eficacia que enfrenta a La Familia de Ba Jin no está tan superado como creemos en occidente y por ello el modelo de organización política occidental no es tan atractivo como creemos.
La lectura de Ba Jin y otros autores chinos es imprescindible para conocer mejor a la otra civilización del planeta más allá de los tópicos y de las explicaciones políticas simplistas. Para comprender sus problemas, pero también sus logros. En todo caso para observar con respeto otro modelo de progreso, sin duda imperfecto, pero como es también el nuestro.
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