Prim, La de los tristes destinos (Benito Perez Galdós, ). Para la libertad.


Democracia, Libertad y Progreso son tres conceptos que vemos enredados en muchos discursos que parecen tratarlos como sinónimos.  En los tiempos del Antiguo Régimen eran inexistentes para la mayor parte de las sociedades europeas y americanas, de manera que tendemos a pensar que tras su caída comenzó una nueva etapa de la historia en la que los tres términos comenzaron a avanzar de la mano hasta llegar a la situación de nuestros días.

Sin embargo ese proceso fue mucho más complejo.  Hace ahora doscientos años, en la primavera de 1.820 España tuvo sus primeras elecciones. Diez años antes parte del país pudo participar en medio de la Guerra en la elección de los miembros de las Cortes de Cádiz. Pero ahora se trataba de elegir a los que iban a gobernar España.

El proceso de mejora de este primer proceso de participación democrática fué muy lento. Se tardó más de un siglo en conseguir la universalización del derecho al voto, un largo periodo en el que las fuerzas que lo pretendían controlar siguieron recurriendo a los pronunciamientos militares, los levantamientos populares y a las acciones armadas.

En la historia del convencional encontramos todos los avatares de este proceso a lo largo del siglo XIX que incluyeron una serie innumerable de gobiernos inestables, tres periodos monárquicos, una república y cuatro guerras civiles (incluyendo entre ellas la de la Independencia).

Pero sin embargo en esa historia no solemos encontrar respuesta a una serie preguntas claves. Y en particular a la cuestión de en que medida esas nuevas fórmulas determinaron el desarrollo de las libertades y de las oportunidades de los ciudadanos. Por descontado que a lo largo del diecinueve se produjeron avances muy importantes en ambas cuestiones.  Pero más allá de ello lo que también nos gustaría saber es porque no se desarrollaron al mismo ritmo que en otros países. El saber las razones de como entonces fue creciendo la divergencia que ha llegado hasta nuestros días.

Para este debate volvemos a recurrir al testimonio de Galdós, y en concreto a los dos Episodios Nacionales que cierran la cuarta serie y que nos hablan del proceso que concluyó con la Revolución de 1868, la llamada Gloriosa y la abdicación de Isabel II.  En este caso el autor habla de la España de su juventud, pero tres décadas después.  Y quizá por ello nos traslada la ilusión de un país ávido de libertad y progreso, pero lo hace desde el desencanto posterior.

En los tiempos del antiguo régimen los horizontes de una sociedad más libre y desarrollada se limitaban a la visión de una serie de ilustrados.  El "tercer estado", la gran mayoría de la población tanto en las nacientes ciudades como en el inmenso mundo rural limitado a la supervivencia, en el que no podían plantarse que pudiera mejorar la situación de sus libertades personales y de su nivel de vida mucho más de lo que lo habían sucedido durante generaciones y generaciones anteriores.  Sólamente en la segunda parte del siglo XVIII el Estado absolutista de los Borbones había conseguido ciertos avances en algunas materias  como la discrecionalidad en la aplicación de la Ley, benignidad en los castigos penales, ciertos progresos en materia de sanidad, el desarrollo de una red de caminos y ciertos avances en la liberalización del comercio, entre los que destacaba el fin del monopolio del puerto de Cádiz en el comercio con América.

Todo ello no supuso gran cosa para la mayor parte de la población española. Pero si que es cierto que el estamento más cercano al poder, el que había sucedido a los antiguos hidalgos y caballeros, comenzaron una lenta evolución hacia lo que luego se denominaría la clase media. Un estamento que incluiría lo que ahora llamaríamos funcionarios, profesionales, pequeños comerciantes y mandos intermedios tanto de las explotaciones agrarias o manufactureras como del ejército o del clero. Todos ellos tenían a finales del XVIII dos denominador común. Por una parte, una buena parte de ellos habían adquirido cierto nivel de formación, incluso en cada vez más casos universitaria. Y por otra su posición les permitía albergar un horizonte de progreso en sus vidas, pero siempre ligada a la discrecionalidad del poder lejano o inmediato.

Y por encima de estos dos estamentos por descontado estaba la vieja y nueva aristocracia. Los terratenientes, el alto clero y los beneficiados por los monopolios económicos de todo tipo: desde los que controlaban el comercio con América a través de la Casa de Contratación hasta los que manejaban los gremios urbanos, la Mesta o a los arrieros.  Un estamento con capacidad de influencia en las decisiones de la Corona y cuyos integrantes históricamente, al menos en España, habían elegido una vía de progreso personal basada en el favor real y la astucia respecto a los integrantes del mismo estamento y no en la expansión de la producción y de la riqueza.

Y por descontado, en los tres estamentos, el ámbito de libertad y progreso de las mujeres quedaba limitado además especialmente. En este caso, no sólo desde el poder sino del castigo del desprecio social a cualquier comportamiento que se alejara del más estricto cumplimiento de la obediencia al padre o marido y a la moral católica.

Cierto es quea principios del XIX, en el marco de la confrontación con la Francia napoleónica, se desploma el poder absoluto en España. Pero en el relato que nos hace Galdós del Motín de Aranjuez o de el Dos de Mayo no vemos que esté detrás el deseo de Libertad de los revolucionarios franceses sino otras motivos más ligados a la lucha por el poder y a la rabia de la población.  Y sin embargo en los testimonios que ahora comentamos, los que describen la España de finales de los 60 del siglo pasado vemos como el de Libertad y Progreso ha inflamado a capas muy amplias de su población.  ¿Que sucedió para que en el medio siglo que separa estas fechas se diera este gigantesco cambio?

En primer lugar, por supuesto la autoliquidación del poder absoluto plasmada en los hechos de Bayona de 1808.  Pero tan importante como ello es que tras dicho vacío de poder las fuerzas palaciegas que antes se disputaban calladamente su control recurren por primera vez a la movilización de amplios sectores del pueblo para defender sus intereses.  Movilización a través de la difusión de ideologías capaces de seducir las voluntades de la gente (como el nacionalismo), el caciquismo o la simple compra (directa o con promesas de futuras prevendas). De esta forma se consigue el voto, el respaldo a los pronunciamientos militares o la participación de los soldados en las cuatro guerras sucesivas que asolaron España. Lo que antes hubieran sido órdenes cuyo incumplimiento hubieran dado lugar al fusilamiento directo o a la condena a una vida llena de dificultades ahora no es posible.

Las revoluciones francesa y norteamericana habían demostrado que la represión indiscriminada conllevaba la caída del poder monárquico, de manera que ahora el poder debía de recurrir a la movilización ideológica.

Pero una vez desencadenado este proceso, una vez que el propio poder abre algunos resquicios en su absolutismo, se desencadena en los ciudadanos una voluntad colectiva imparable para conseguir las libertades públicas y privadas y por la limitación del  poder de los gobernantes.

De esta forma, las semillas ilustradas prenden rápidamente entre amplias capas del estamento intermedio que antes comentábamos de manera la idea de las libertades constitucionales y el progreso están ampliamente representadas tanto en la nueva Constitución de 1812 o en el pronunciamiento de 1820 que dá lugar al primer gobierno surgido de unas elecciones.

A lo largo de las siguientes décadas el choque político y armado (las guerras carlistas) entre los llamados absolutistas y liberales por controlar el poder tiene como trasfondo el conflicto entre la aristocracia nobiliaria y monopólica y la clase intermedia que antes comentábamos ya ampliamente influida por las ideas progresistas e ilustradas.

En este contexto el control del poder, en los intervalos entre guerras y pronunciamientos, se acuerda que el gobierno derive de elecciones censitaria en la que el voto se limita a los integrantes masculinos de ambos estamentos.

Pero una vez rotas las barreras que antes señalábamos no es posible excluir de las ansias de libertad y progreso al resto de ciudadanos. De manera que desde los años 40 comienza a surgir el movimiento "democrático" que propugna el voto universal (masculino obviamente) que poco a poco comienza a tomar fuerza hasta convertirse en uno de un Partido cada vez más influyente.

Así llegamos a la España que nos describen los dos testimonios de Galdós a los que hemos recurrido. Testimonios que nos permiten ver como el ansia de libertad que vemos por todas partes concluye con los primeros gobiernos democráticos que tuvo el país.

No es para nada una causalidad que para describir los nuevos tiempos Galdós tomo a Prim no sólo como nombre de del primero de ellos sino como hilo conductor de todo el relato.

Prim fué quizá el político más destacable de nuestro Siglo XIX.  Por descontado se movió por intereses personales como el resto de los que detectan el poder, pero probablemente no por el enriquecimiento sino por la sana vanidad de pasar a la historia como el adalid del del deseo de libertad y progreso de amplias capas de la población española.

"Prim Libertad" es el grito de que recorre toda la obra que comentamos.  Repetido por nobles, militares, burgueses o por la gente mísera.  A diferencia de otros movimientos revolucionarios del XIX, el objeto final es acompañado del nombre del César deseado. Una persona en la que la gente confía a la vista no de su actitud personal frente a los problemas del Estado.

Durante la década de los 60  la gente se moviliza por unos ideales comunes claros y concisos, y no por las diferentes versiones que de él le ofrecen los partidos del régimen censitario que aspiran a controlar el poder. El César es el protector de los ideales y derechos del pueblo, al margen del descrédito de los senados o cortes cuyas decisiones sólo trasmiten los intereses coyunturales de los que allí han sido enviados.

Prim es un militar honesto que ha demostrado su capacidad de organización y mando al servicio de la monarquía y del régimen constitucional. Pero que en un momento determinado se revela contra quienes lo manejan para sus propios intereses personales y micropartidistas.

Pero Prim no tiene nada que ver con los militares conspiradores tan abundantes en nuestra historia. Su acción, desde el principio de la década de los 60 , se basa en un entramado de consensos políticos y de voluntades personales que logra articular a todas las fuerzas progresistas y democráticas. Y a partir del triunfo de la revolución y hasta su muerte lo sigue haciendo. Logrando por ejemplo que en las elecciones del 69 triunfe la coalición más sólida que había tenido el país hasta entonces, una coalición con la suficiente capacidad para liderar la nueva constitución democrática.

Un segundo elemento que nos interesa en el texto de Galdós es el proceso de difusión del ideal de Libertad.  Como de ser una semilla entre determinados círculos cortesanos se extiende entre todas los estamentos y tanto en zonas rurales como urbanas.

El proceso de difusión de las ideas (y de la pretensión del poder de controlarlas) ha sido ligado generalmente a los medios de comunicación.  Es cierto que a principios del XIX ya existían ciertos periódicos, pero su influencia se limitaba a sectores muy concretos de algunos ciudades en un país que, recordemos que aún tardaría un siglo de salir del analfabetismo, y en el que las noticias se desplazaban a caballo entre una y otra ciudad.

El progreso del transporte fue un elemento clave en la difusión de las nuevas ideas de libertad y progreso a lo largo de todo el Siglo XIX, de la misma forma que lo había sido en la grecia clásica. Larra ya había escrito en la década de los 30 como el polvo de la libertad viajaba pegado a las ruedas de las diligencias. Galdós lo rememora alabando como el nuevo ferrocarril del Norte, inaugurado en la década de la que hablamos, hace que se extiendan las nuevas ideas con una rapidez inusitada.  El texto de "Prim" comienza con unas décadas antes, en los años 40.  En una de las escenas, los tertulianos más formados de un pueblo de la España interior hablan de los sucesos de la época a partir de falsedades y comentarios desorientados. Algo que podría ser anecdótico. Dero son precisamente  estas informaciones erróneas y distorsionadas las que forjan el carácter de Santiago Ibero, uno de los protagonistas de los dos Episodios Nacionales de los que hablamos. Una magnífico símbolo mediante Galdós nos cuenta como la desinformación (o la contrainformación) es el caldo de cultivo propio del poder que de esta forma puede difundir su propia ideología.

Galdós nos cuenta como de la mano del ferrocarril por primera vez Londres o Paris son ciudades cercanas no sólamente para ciertas élites sino también para las clases populares. Refugiados políticos e inmigrante económicos conocen directamente un tipo de vida completamente distinto en donde se ha consolidado la libertad de expresión (incluso en la Francia del Segundo Imperio), el estado y la religión ya no controlan las costumbres de los ciudadanos, existen oportunidades de progreso para empresarios pero también para trabajadores manuales en la creciente industria artesanal y manufacturera, y en el que la vivienda popular y el acceso a los servicios básicos comienza a distanciarse de la miseria del antiguo régimen. Un entorno en el que además un español (o un alemán) puede trabajar y expresarse amparado por un Estado.

El testimonio directo de estas experiencias es imparable.  El primer viaje de Santiago Ibero desde Álava a Madrid supone una semana llena de incomodidades, riesgos y dificultades, y desde luego es una experiencia singular en su vida.  veinte años después viaja cómodamente en poco más de un día y a lo largo del trayecto puede contactar con un montón de gente que le cuentan sus inquietudes y las novedades de muchos otros sitios. Y por descontado si lo desea pasa la frontera sin ninguna dificultad. De Bayona y del país vasco Francés surge nuestra primera Constitución. Esa frontera entre lo viejo y lo nuevo se convierte durante más de un siglo en el foco de progreso en el que las casas reales, las élites sociales y políticas, los revolucionarios y los inmigrantes económicos comparten filosofías que les influirán en sus vidas cotidianas y que difundirán por toda España.

El comercio marítimo jugó un papel similar. No en vano nuestra segunda constitución también viene de la "frontera", de la ciudad de Cádiz por la que ya de la mano del comercio con oriente había llegado una primera oleada de progreso relatada por Herodoto. Y que durante decenas de años había sido un sitio permeable al contacto con otros puertos, otra gentes y otros sistemas de organización política. En los años 60 este papel se había multiplicado con la navegación a vapor y no solo Cádiz, sino ciudades como Sevilla o Valencia se convierten en activos focos de difusión de las nuevas ideas, y puertos seguros desde donde los revolucionarios extienden su acción, como vemos por ejemplo en relación al segundo de ellos en los Episodios que comentamos.

La burguesía liberal que surge entorno al comercio marítimo tras el final del monopolio del comercio con américa se convierte en un factor de progreso y difusión que por primera vez se opone a los poderes oligopólicos centrados en Madrid y Barcelona. Unos poderes que se habían perpetuado al amparo del poder político absolutista y sus restricciones a la libertad de mercado desde la etapa de su nacimiento como unión de los reinos medievales de Castilla y Aragón.

De esta vinculación entre el progreso económico y el de las libertades populares también encontramos interesantes datos en el testimonio de Galdós.  El mantenimiento en condiciones de miseria de un pueblo es la mejor arma que tiene el poder para mantenerse indefinidamente ya que así se crea una vinculación de dependencia cuya vulneración le lleva al hambre y a la muerte a falta de cualquier otro recurso personal.

El desarrollo de la formación de determinadas capas de la población que nace en el renacimiento (recordemos que uno de los perros salmantinos que encontramos las novelas ejemplares de Cervantes nos cuenta asombrados como también en la Universidad de Alcalá hay más de 5.000 estudiantes) y el creciente acceso a las profesiones y oficios de cierto valor añadido de contingentes cada vez más amplios de la población es el fermento en el que crece el nuevo movimiento revolucionario.

Vemos en los dos episodios nacionales como la oposición al poder sólo puede organizarse con los recursos económicos de los propios intervinientes, de sus familias o de un aparte de las aportaciones de una parte de las familias adineradas que han comprendido que la libertad y el progreso no se va a oponer al desarrollo de sus negocios sino al contrario. El poder siempre se había basado en la dependencia no sólo defensiva sino también económica de sus súbditos. De manera que cuando estos comienzan a ser independientes de él para desarollar sus opciones personales de manera inmediata exigen de éste el respecto de sus derechos personales y sociales.

La mejora de los transportes, la libertad de comercio y la penetración de las tecnologías que se estaban desarrollando en Europa (esencialmente la máquina de vapor) habían permitido el tímido inicio de un nuevo ciclo económico que trataba de sustituir al de manos muertas que en España había pervivido de la mano del dispendio del oro y de la plata americanas.

Y obviamente en ello tuvo que ver los primeros logros políticos de los liberales cuando accedieron al gobierno. Como por ejemplo Mendizábal. Fué el primer ministro de Hacienda "democrático" que tuvo España y a lo largo de su trayectoria de gobierno compaginó la función recaudatoria con lo que hoy llamaríamos los "cambios estructurales" para fomentar la riqueza de la nación, cambios entre los que destaca la desamortización por la que aún hoy en día es recordado y que supuso la introducción de los mecanismos de mercado en la tenencia gigantescas superficies agrícolas hasta entonces sometidas a la improductividad de las manos muertas típica del antiguo régimen.

Políticas como la mencionada devienen de una de las grandes aportaciones de la Ilustración: el papel del estado en el fomento de la actividad productiva. Durante el XVIII, los Borbones trasladan la experiencia francesa del desarrollo de la red de canales para impulsar el riego y la comercialización de excedentes agrarios. Y en la segunda parte del siglo Carlos III y Floridablanca dieron un increíble impulso a la red de caminos reales tanto en la península como en América.

En esta línea,a mediados del XIX se crea el Ministerio de Fomento del que derivarían los que actualmente desarrollan las competencias en Infraestructuras, Industria y Agricultura. Sin duda en el siglo y medio posterior esta nueva labor del Estado desempeñó impulsó el desarrollo del sistema productivo español. Pero este impulso no fue constante: dependió de la prioridad que cada  uno de los sucesivos gobiernos estimó oportuna en función de su preocupación por el progreso, de manera que alguno de los cuellos de botella claves tardaron décadas en resolverse retrasando el crecimiento del sistema productivo nacional.

Pero no fué este el principal problema del creciente diferencial de desarrollo de España respecto a centroeuropa a lo largo del XIX.

El nacionalismo español surge es la gran barrera que el poder derivado del antiguo régimen emplea contra los aires de libertad que llegan de Francia e Inglaterra. Pero inmediatamente es apoyado por la mayor parte de los poderes económicos que toman la decisión de crecer fundamentalmente sobre las posibilidades del consumo interno y no mediante el incremento de la productividad (la inversión en tecnología) y el libre mercado.  El sueño del Imperio tiene mucho que ver con ello. En la época de la Gloriosa de la que habla Galdós España era aún un país firmemente esclavista que confiaba una parte importante de su potencial económico a las exportaciones desde Cuba y Puerto Rico a la reciente demanda de Estados Unidos e Inglaterra de determinados productos. Y por descontado los poderes ancestrales del antiguo régimen en Castilla y Cataluña, seguían confiando en el escudo protector del arancel para mantener sus mercados cautivos y su relevancia política.

El problema es que de la mano de la máquina de vapor, de la revolución industrial y de la evolución de los transportes el sistema productivo había saltado irremediablemente los límites de los Estados del Antiguo Régimen.  El impulso productivo y del sistema de transportes del que antes hablábamos permitió que durante la primera parte del siglo se acabara con las hambrunas cíclicas. Pero más allá de ello el crecimiento de la economía nacional implicaba la exportación de los excedentes agrarios peninsulares. Y eso era exactamente lo contrario del libre mercado.

De manera que, como muchas veces ha sucedido, el nacionalismo productivo deriva en la dependencia financiera y en el colonialismo económico. 

A mediados de Siglo se pone en evidencia que es imprescindible dotar a España de una red ferroviaria.  Eso suponía abrir en ciclo de inversión privada de dimensiones increíbles. Pero España, tras tres siglos de Imperio era un país descapitalizado que tenía que hacer frente a una administración clientelar ineficiente y de un coste muy elevado para las posibilidades del país. Un país que además ya había perdido muchas oportunidades de progreso en las primeras cinco décadas del siglo a la vez que se desangraba en conflictos internos.

Así que los nacionalistas, absolutistas o liberales, deciden  conceder el control y los beneficios de la  nueva red ferroviaria al capital extranjero. 

Galdós elogia la libertad y el progreso que viene de la mano del nuevo Ferrocarril del Norte. Pero astutamente introduce un pasaje en el que dos representantes de los hermanos Perriere, la banca francesa que controlaba dicha compañía, viajan hacia Madrid en él nuevo tren para expandir a partir de ahí su red de financiación y control de sectores productivos. Uno de los personajes de Galdós (probablemente el mismo) se indigna de los comentarios despectivos que los franceses hacen del funcionamiento y las costumbres de España. Un tipo de indignación que avivó el nacionalismo sin que nadie preguntara como dilapidó el poder todos los recursos americanos hasta el punto de crear esta nueva situación de colonialismo económico.

De la mano de las necesidades de financiación el control extranjero se extendió a la minería, la exportación de vinos, la siderurgia y a otros muchos sectores. Y la banca creada en España por los hermanos Perriere derivó en el Banco Español de Crédito. La financiación extranjera pasó a a ser otro de los elementos claves de este nuevo modelo de dependencia que fué incapaz de expandir el progreso a ritmos parecidos al de centroeuropa durante muchas décadas.

De manera que las masas míseras (y su control clientelar) y la gran dimensión de un estamento intermedio poco formado y muy vinculado al poder seguirían siendo factores que dificultarían seriamente el desarrollo de las libertades constitucionales, a la estabilidad política y a la convergencia con Europa. Y a un escenario en el que el frentismo por el control del poder daría lugar a sucesos aún más terribles que los que conoció Galdós.

El último factor del que condiciona la España previa a la Revolición Gloriosa es el de la libertad religiosa. La religión había apuntalado el poder en Europa desde los tiempos de Constantino el Grande. Había logrado la pervivencia del poder romano hasta muchos siglos después en oriente y tranquilamente utilizado con la misma finalidad por godos, sajones, francos o vikingos que al efecto olvidaron rápidamente sus cultos ancestrales. Su eficacia se había probado en América, y no sólo en la del centro y el sur, sino que también aseguraba el control social en la del norte. Y por descontado la siguiente versión del monoteísmo surgida en los confines de occidente se convirtió en el mecanismo más efectivo para controlar la vida de una buena parte de los habitantes del planeta en el Mediterráneo, Asia y Africa hasta nuestros días.

Pero durante el XVIII, nuevamente de la mano de la razón y de las ilustración, se va abriendo la idea no tan sólo de la libertad religiosa sino de la irrazonabilidad de buena parte del sistema de creencias que conllevaban. Los absolutistas lograron que Bonaparte mantuviera en su primera Constitución para España la religión única, y así se mantuvo en la siguientes Constituciones. Pero en este asunto la llama prendida por la Revolución Francesa era imparable y las masas urbanas poco a poco fueron apartándose de la obediencia religiosa.

Eso era un gran problema para el poder en España, que veía amenazada su gran red de apoyo rural, de la que dependía entonces esencialmente su sustrato económico. Durante siglos y siglos había sido el único sistema de difusión de ideas capaz de llegar hasta los últimos extremos del poder: desde las aldeas más apartadas de la montaña asturiana hasta las pequeñas islas Marianas en el pacífico. Y lo hacían de una forma persistente, semana tras semana, año tras año y generación tras generación mediante una fórmula en la que nada, ni siquiera la obediencia ciega al poder, se justificaba sino que simplemente se avalaba con la doble pena de la exclusión social y el fuego eterno. Reforzada cuando hacía falta con la Inquisición.

El antiguo régimen no estaba dispuesto a perder este apoyo esencial, de forma en los nuevos tiempos siguió actuando con gran potencia como una pieza del mecanismo clientelar en las zonas rurales, en la educación colectiva (en donde su eficiencia era atrayente incluso para muchas familias liberales) y en lo referente a la mujer y, a través de ella, en la educación familiar.

De esto último el testimonio de Galdós nos aporta unos datos interesantes en relación precisamente a la propia Reina Isabel II.  Sin duda fué un personaje histórico muy interesante del que echamos en falta esa disección pública a la que han sido sometidos muchos monarcas británicos a lo largo de los siglos a través del teatro, el cine o la series televisivas.

Fué una niña huérfana educada, interesadamente, como futura reina al margen del absolutismo de su padre.  Y en sus primeros años empleada como estandarte frente a la reacción carlista de manera, como nos de como sinceramente creía en los ideales de libertad y progreso. Y de su estima real por Prim y otros líderes liberales. Lo que es cierto es que su vida personal respondió a los nuevos aires de libertad, actuando como al respecto siempre lo han hecho los Borbones masculinos, si bien en  este aspecto Galdós no quiso ir mucho más allá de algunas insinuaciones difícilmente inteligibles para los lectores actuales.

Pero también nos recuerda Galdós como al final quien realmente controlaba sus decisiones era una "camarilla íntima"  por el Padre Claret y otros religiosos y religiosas. Y como detrás de ellos estaba el absolutismo y, directamente, el Papado, que veía en ella su ultimo apoyo para perder su indepencia política frente al naciente estado italiano.

Como en el caso de Carlos IV y Fernando VII, el segundo final de la dinastía  borbónica en España vino de la mano no del pueblo, dispuesto a seguir al Rey y a la Reina incluso desde las filosofías democráticas o liberales, sino de su autoexclusión voluntaria tomando decisiones no por interés público sino por el sometimiento a las influencias de intereses particulares. Interiores y exteriores. En los primeros de Francia, en la segunda del Vaticano.

Galdós (como la historia) es mucho más benigno con Isabel II que con Fernando VII. Pero no por ello deja de reprocharle como había sido la bandera que unió a muchos españoles respecto al  absolutismo Carlista, y que en su nombre murieron "más de 100.000 españoles" sin que en contraprestación facilitara para nada las opciones de los liberales para gobernar España. Quizá por ello la salida de Isabel II de España es un viaje triste y sin gloria, la antesala de una abdicación inmediata propia de quien no obró tanto por ambición personal sino por el sometimiento absoluto a las influencias de unos y otros. Magistralmente Galdós cierra el Episodio recordándonos como España se liberó de la reina e Isabel II, a la vez, de los españoles.

La supeditación de una buena parte de la política de Isabel II a los dictados de la Iglesia, no deja de ser por otra parte un ejemplo más de lo que sucedió antes, entonces y después a muchas mujeres españolas. El sometimiento legal y social al marido convertía a la Iglesia en el único amparo de las mujeres, y en muchos casos en sú única vida exterior autónoma. Cervantes nos cuenta como uno de sus personajes encierra a su mujer durante años (por descontado de forma legal y ante la aquiescencia social) de manera que su única salida era la misa diaria y su única interlocución exterior su confesor.

La confesión se demostró como un elemento especialmente eficiente del mecanismo de poder católico. Permitía a los representantes de la Iglesia entrar en los mecanismos íntimos de las decisiones personales y a partir de ello guiarles hacia los fines deseados. Y por descontado en el caso de las mujeres suponía un mecanismo de dependencia total ya que la desafección, en caso de producirse, suponía perder una parte de su propia intimidad. Gracias a mecanismos como este la religiosidad de las mujeres pervivió en tanto en cuento sus derechos no fueron realmente respetados. Y de la mano de ello la incrustación a través de la enseñanza y de la familia de sus valores como esencia de la moral pública.

De manera que los ciudadanos y las ciudadanas  a lo largo del XIX observaban las ventajas de las libertades públicas, pero su disfrute debían de compaginarlo con la moral pública católica. La solución para muchos era la hipocresía . Pero algunos comenzaban a rechazarla valientemente propugnando unos nuevos valores sociales frutos de la reflexión razonada frente a los dogmas católicos.

Galdós utiliza dos de sus personajes protagónicos par hablarnos de ello.  Por una vez adelantamos algo del texto para ilustrar los cambios de los que hablamos. Un hijo de buena familia y una mujer que había sido una "querida profesional" (uno de los personajes típicos de la hipocresía reinante) deciden vivir su amor juntos de manera abierta.  De manera que para ejercer sus libertades políticas políticas (los dos era fervientes seguidores de Prim) y personales se establecen en Francia. En donde además encuentran para ambos, con la curiosidad el de ella es mejor retribuido y considerado que el de él.  Y con la "Gloriosa" deciden volver a España a ejercer en su tierra sus libertades.

 Como vemos la libertad trata de avanzar y no solamente en su lucha contra el poder, sino reformando profundamente el sistema de valores personales y sociales del antiguo régimen. Y como todo ello se produce como un proceso de difusión en el que expande las filosofías ilustradas y las aportaciones de la Revolución Francesa. Un relato de amor y libertad que no deja de recordarnos a la "Historia de las dos ciudades", en donde asistimos al escalón anterior cuando las primeras libertades inglesas se van difundiendo en Francia.

El lento retroceso de la moral pública católica como elemento vertebrador de la sociedad creaba un gran problema: la necesidad de un sistema de valores alternativo.  Los ilustrados ateístas cometieron en general un gran error al considerar que el sistema de valores católico era un invento de la religión. A Jesucristo le repugnaba como se apedreaba a las adulteras de manera que nunca hubiera decidido ponerle una letra escarlata a una madre soltera en el Salem de principios del XVIII. Jesús encarga la creación de la Iglesia. Y estos, una vez desaparecido su jefe, hacen lo que creen que es más conveniente, como vemos en los Hechos de los Apóstoles.

En su nacimiento, no lo olvidemos, en  las colonias griegas que surgen en el próximo oriente desde la época de Alejandro Magno. San Pablo debate en la acrópolis con los sabios griegos directamente. La moral católica se conformó en los primeros siglos incorporando los valores vertebradores de la sociedad romana. Pero como toda religión, también fué incluyendo con el tiempo principios que hoy nos parecen espantosos.

Y de la misma forma, con el reformismo ilustrado, una parte de la Iglesia avanzó orillando los aspectos salvacionistas (la omnipresente amenaza del fuego eterno) y prestando cada vez más atención a la solidaridad con los necesitados, la formación de los jóvenes y la divulgación de la ciencia.  En el "Periquillo Sarmiento", escrita a finales del XVIII en Nueva España, lejos de las tendencias ancestrales del viejo continente, tenemos un testimonio de esta evolución.

En la etapa de la que nos habla Galdós los nuevos vientos de libertad implicaban por primera vez desde la caída del imperio romano en occidente la creación de un nuevo sistema laico de valores de interrelación social al margen de la religión.

Por descontado no estamos hablando de la normativa legal sino de todo el código de interrelaciones y comportamientos que bajo ella desarrolla los ciudadanos. Y por lo tanto no cabía esperar que tal sistema de códigos se construyera desde el nuevo poder: eran los propios ciudadanos los que tenían que ir tejiéndolo día a día, en medio del dogmatismo religioso tradicional que seguía perviviendo y de la nueva corriente de racionalidad ilustrada.

De esta forma el nuevo código de relación de pareja del que nos habla Galdós recoge valores como la monogamia, la fidelidad o la familia como unidad social básica. Pero se aparta de valores preexistentes como el desprecio social de las mujeres que habían tenido varias relaciones o la certificación pública de la unión mediante el matrimonio. Incluso la construcción de los dos personajes nos permite reflexionar con la relación paterno filial.  En el antiguo régimen la norma social era la dependencia hasta la creación de una nueva familia, paso mediante el cual se cedía el control de las mujeres desde sus padres al marido. Ahora se creaba el problema de la libertad de los hijos e hijas y de la tutela de los padres más allá de la mayoría de edad. Y de como esta tutela se puede desarrollar desde el apoyo distante o desde la creación de relaciones de dependencia que rayan en lo sicótico.

Por otra parte, los principios republicanos de igualdad y solidaridad comenzaron a calar igualmente en la sociedad española.  Las rígidas barreras entre las estamentos del antiguo régimen son ahora cada vez más flexibles. Y por otra parte, de la mano del interés común por los cambios, se van tejiendo redes de apoyo mutuo que tratan de socorrer a los más desfavorecidos.

Pero nada de todo esto lo deberíamos de ver como el resultado de un movimiento revolucionario sino como un constante conflicto entre lo viejo y lo nuevo.  Por ejemplo en relación con esta red de solidaridad de la que hablábamos. En un momento determinado uno de los personajes liberales creados por Galdós ofrece ayuda a otro prometiéndole que tras la revolución tendrá un empleo público en lo que el autor califica del "pesebre burocrático". El ideal de los progresistas no incluía la supeditación de la ley a la administración ya que ello supondría prescindir del clientelismo que entendían esencial para el triunfo de sus ideas.

El movimiento por la libertad que invadió España en la década de los sesenta del siglo XIX tuvo mucho de iniciativa popular. Pero como como ha sucedido siempre el poder está muy atento a tales iniciativas para utilizarlas de cara a conseguir sus propios fines.

Los partidos y tendencias que se coaligaron bajo la bandera de "Prim, Libertad" para poder derribar al antiguo régimen tenían como fin último el control del poder. Con independencia de que algunos de sus líderes creyeran muy sinceramente que era la única solución para el progreso del país. Pero sin que ello evitara que a la vez aspiraran a su beneficio personal.

La dialéctica entre estos dos factores, entre el poder y el deseo de la libertad de la gente, es la gran cuestión que vemos tras el testimonio de Galdós. Y como estamos hablando de un gigante de nuestra literatura cierra "La de los Tristes Destinos", y con ello la cuarta parte de los Episodios Nacionales,  con los personajes colgados de una cornisa, sin que sepamos lo que va a pasar al día siguiente del triunfo de la "Gloriosa".  Al estilo de los grandes creadores actuales de series televisivas.

Cerremos con otra posdata cinematográfica. Hawks o Houston debían de haber rodado alguna de las páginas de los Episodios de Galdós que comentamos.  Como la marcha épica del pequeño ejército de Prim por las montañas desiertas camino de Portugal en medio de la cual dos personas de distintas edades y extracciones sociales, pero que luchan por los mismos ideales descubren su amor medio de
la acampada nocturna y de soldados que esperan la batalla. O como la huida por las llanuras de Castilla o por los mares más recónditos de un joven que abandona la tranquilidad burguesa de su mansión en la España profunda buscando un futuro propio al margen de lo que había sido la vida de sus antepasados.

Historias que nos hablan de la atmósfera de libertad personal más allá del poder omnipresente que hizo del Cine del Oeste un icono de nuestra cultura popular.  El relato de Galdós se desarrolla en la misma época que nos retrata ese género.  Y lo que en uno y otro caso sucede es exactamente lo mismo en su esencia.  Los excitantes tiempos que les tocaron vivir a las generaciones siguientes al desplome del antiguo régimen, tanto en Norteamérica como en España tras sus respectivas Guerras de la Independencia. Dos guerras (tres si contamos la que dió lugar al nacimiento de México) que si bien tuvieron causas y desarrollos muy diferente coincidieron en significar un punto de inflexión en el progreso de los derechos de los ciudadanos.

"Para la Libertad sangro, lucho y pervivo" cantaría décadas después el poeta. Unos versos que nos recuerdan a todos aquellos luchadores que conoció Galdós en su juventud.  A los que estuvieron detrás de nuestro particular 68,  en un tiempo excitante en el que parecía que la vieja España podía al final reinventarse.

























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