Novelas Ejemplares (Miguel de Cervantes). Bajo el poder absoluto.
A principios del Siglo XVIII la Corona de España se había convertido en la potencia de referencia en Europa y dominaba un gran imperio transoceánico.
Sin duda todos conocemos el listado de sus posesiones en los cinco continentes y las épicas batallas de sus ejércitos y de su armada. Pero sin embargo sabemos poco de cómo vivía la sociedad española bajo ese manto de poder. Y nos lo preguntamos no solamente por interés histórico. Podríamos pensar que como consecuencia de esa etapa de poder universal nuestro inició una vía de prosperidad, pero sin embargo a partir de ese hito sucedió todo lo contrario: nuestro progreso y en lo fué cada vez más divergente respecto del resto de Europa durante una larga etapa que, quizá, aún no haya concluido. Y no sólamente en lo tocante a los aspectos económicos.
En este caso tenemos el testimonio excepcional de Miguel de Cervantes. Y no sólamente a través de el Quijote sono de obras como las "Novelas Ejemplares" un conjunto de relatos breves en el que a través de decenas y decenas de personajes tenemos un interesantísimo fresco de la España del llamado Siglo de Oro. Una obra en la que por cierto tiene una lectura muy entretenida en la que podemos gozar de como era nuestra lengua entonces sin otras dificultades de la de algunos términos y modismos que han cambiado radicalmente de significado (atención al uso de términos como huesped o discreto por ejemplo)
Como este blog no trata de literatura nos vamos a permitir denominar a la obra de Quijote como "literatura hidalga", de la misma forma que la literatura burguesa del XIX trataba y se dirigía a una determinada clase social.
Se dice que durante el Siglo XVII y XVII los hidalgos (en el más amplio término de la palabra) suponían del orden del 5% de la población. Por lo tanto era un estamento nada despreciable en cuanto a su peso demográfico, era una pieza clave de la sociedad española y de su mecanismo de poder.
Un estamento que tenía sus sus raíces en el medievo. En esa etapa, los caballeros y los señores que bajo una u otra forma administraban las propiedades reales y de la nobleza eran los encargados de hacer cumplir los designios del poder al resto de los habitantes de un determinado territorio, así como de luchar contra otros poderes para poder mantener dicho dominio.
En todo caso el factor clave era que todo ello lo hacían en virtud de una relación de lealtad. Una bonita palabra que suena a ley pero que significa justo lo contrario. La acción de estos estamentos se ajustaba en todo sus extremos a una mera trasmisión de lo que la realeza o la nobleza esperaba de ellos, y los métodos que para ello emplearan no tenían o otro límite del código de honor que aplicaban solamente con sus iguales (esto es con los que desempeñaban las mismas funcione para otro rey o señor feudal) pero no para los siervos, súbditos o en general el pueblo llano.
Don Quijote queda seducido por las obras de caballería que cuentan las hazañas de sus ancestros y a eso dedica su vida. No hay nadie a quien este personaje no despierte una profunda simpatía. Y sin duda tenía "nobles" intenciones. Pero no podemos olvidar que el se consideraba a sí mismo una persona capaz de decidir cual eran las normas a las que se debían de someterse los "no hidalgos" y en virtud de ello actuaba bajo su propio criterio y con plena libertad de "policía", "juez universal" y "ejecutor de las penas". Una conducta que sólo escandaliza a los personajes sensatos de la obra por los males que pudiera acarrearle a Don Quijote esta conducta y no por lo que ahora, algo pedantemente diríamos, lo que suponía de "continua vulneración de los derechos de los ciudadanos".
Las obras de Caballería que leía Don Quijote nos hablan de nobleza, fidelidad, valor, manganimidad, amores galantes y reconocimiento social. Y esa es la imagen que aún hoy tenemos de dicho estamento. Pero realmente su fuerza personal y su habilidad para el manejo del caballo y de la espada fueron durante siglos y siglos el soporte de un sistema de poder alegal en el que los pocos derechos de los ciudadanos se respetaban tan sólo en la medida en el que lo creían conveniente reyes y nobles.
Pero en un momento determinado llegó la época del "último samurai". Los microestados cristianos y musulmanes de la peninsula habían sido trasformados en una Corona que cada vez contaba con estructura más potente. Y por descontado la lanza de un caballero sólo causaba risa frente a las armas de fuego cada vez más perfeccionadas en manos de ejércitos y un sistema de policía (corregidores, alguaciles...) cada vez más organizado.
Los descendientes de los caballeros y señores de la tierra perdieron un agran parte de las funciones que hacían sus ancestros, pero siguieron manteniendo sus reglas y sus elementos de identidad conformando un estamento claramente diferenciado del "pueblo llano". Un estamento que no solo era percibible por su indumentaria, por su tratamiento (Don, Señor...) sino por situarse al margen de la ley.
Don Quijote no se atrevía a mirar a Aldonza Lozano. Pero en las Novelas Ejemplares vemos otros comportamientos: violaciones (incluso a una niña de 13 años), palizas e incluso homicidios en los que las víctimas eran niños y campesinos que se quedan sin castigar (e incluso en un caso acaban que con el matrimonio del homicida y la hija del Corregidor), maridos que encierran a sus mujeres de por vida en su casa con el consentimiento de padres, y el resto de poderes públicos y por descontado el recurso a la esclavitud incluyendo "herrar la cara" de las jóvenes esclavas blancas si así lo había decidido su dueño una mañana determinada. Nada de ello estaba en contra del código de honor de los caballeros. Pero si de las mujeres violadas que tenían un hijo: entonces debían desprenderse de sus hijos y esconderse de por vida para no perderlo, salvo que el violador accediera al final a casarse con ellas.
Y todo sin que ni el sistema de poder de la Corona de España, entonces como decíamos ya muy desarrollado, y la Iglesia Católica que contaba entonces con un sistema de represión tan potente como la Inquisición se pronunciara al respecto.
El precio de la lealtad fué en el medievo (y siguió siendo en la etapa de poder absoluto de los Austrias) era disculpar los comportamientos personales de los que hacían cosas parecidas para consolidar el poder. Y cuando sucedían tales cosas no sólo se ocultaban sino que activamente se recurría a la densa red de influencias cruzadas para evitar el castigo.
El segundo rasgo de identidad de este estamento era el rechazo radical a cualquier tipo de trabajo. No sólo como campesinos u ejerciendo un oficio determinado, sino que incluso estaba mal visto que un caballero llevara directamente la administración de sus propias posesiones o actividades comerciales o financieras. Este rasgo de identidad tenía sin duda su origen histórico en que precisamente su función era controlar a quien desarrollaban tales actividades en nombre del rey o de la nobleza, y que por lo tanto constituía la línea roja que una vez sobrepasada te situaba fuera de la hermandad con los que realizaban funciones análogas.
¿Como pudo pervivir esta actitud durante siglos tras la desaparición del feudalismo y de los mircoreinos medievales? ¿De donde obtuvieron recursos para llevar un tren de vida adecuado o subsistir las cohortes cada vez más numerosas de descendientes de los primitivos caballeros y señores de la tierra?. Probablemente de los recursos provenientes de América jugaron en ello un papel esencial: la Corona y el entramado que junto con ella manejaba tales recursos podía permitirse un gigantesco clientelismo de reparto de cargos (públicos y en las "casas" de la nobleza) en gran parte sin escaso contenido y que siempre se reservaban al estamento con independencia de que fueran los más adecuados para ello. Además, por descontado, de las rentas de la tierra que se percibían en gran parte de una forma pasiva, sin que en muchos casos fueran acompañados del mínimo esfuerzo para mejorar su productividad.
Nuestro querido Don Quijote añoraba los tiempos de la caballería, pero sin que ello suponga que podamos encontrar a lo largo de toda la obra el más mínimo esfuerzo para poder generar mediante el trabajo o los negocios un nivel de recursos como el que tenían sus ancestros. Así que muchos de los hidalgos se vieron reducidos a una situación de pobreza, a veces extrema, acompañada siempre de la ocultación social de tal situación.
En las páginas de las Novelas Ejemplares encontramos un interesante abanico de opciones adicionales a los empleos clientelares o la pobreza discreta. La primera de ellas por descontado "hacer las américas", una solución arriesgada (entre otras cosas por el viaje) pero de resultados seguros mediante fórmulas tales como las encomiendas o el ejercicio de cargos en la administración colonial. Una parte de los que partieron fueron se quedaron allí conformando una de las patas esenciales de la sociedad criolla, trasladando allí los elementos básicos que definían su casta: la creencia de que no existían límites en su comportamiento frente al campesinado y a los indígenas y por otra parte el afianzamiento de su estamento frente a barreras, en la actividad pública y privada, vinculadas a la "pureza de sangre". Mientras que otros como el "Celoso Extremeño" del que nos habla Cervantes volvieron en pocos años con un considerable caudal.
Otra opción era coger "las armas", esto es enrolarse en los tercios que sistemáticamente, durante decenas y decenas de años partían hacia Flandes o hacia cualquier otro destino que requiriese la política expansiva de los Austria. Según vemos en las "novelas ejemplares" esta decisión tenía poco que ver con la "grandeza de España" en contra de los tópicos de la historia nacionalista, sino más bien con el deseo de aventura y de probar el honor personal propio del estamento del que hablamos.
En ese sentido en las Novelas Ejemplares tenemos varios ejemplos de como los hidalgos siguen teniendo un código vinculado a la dependencia personal (en el caso de los reyes ya Castellanos, Aragoneses o de la casa de Habsburgo, o a los nobles de cualquier sitio de Europa) que a la defensa de un determinado estado, ducado o condado. La monarquía, la nobleza y el estamento que nos ocupa eran lo que hoy llamaríamos elementos trasversales para los que lo que prevalecían eran sus intereses y no el servicio a un territorio determinado. El Cid era capaz de luchar a las ordenes de Castilla, de Aragón o de los señores musulmanes. Los Trastámara de origen castellano reinaban tanto en la propia Castilla como en Aragón de la misma forma que los Habsburgo de origen austriaco lo hacían tanto en el Sacro Imperio Romano Germánico como en España.
Así vemos en la obra del autor aclamado por algunos como un elemento esencial de la "españolidad" se habla sin límite alguno de los problemas de una familia adinerada siciliana, de las hazañas conjuntas de hidalgos españoles y de los Este de Ferrara en el norte de Italia o del intachable comportamiento de la reina Isabel I y de sus nobles con una familia hidalga española que acaba con uno de tales nobles emparentando con dicha familia y yendo a residir al centro de Sevilla. Y ello por cierto sólo diez años después de la guerra entre Inglaterra y la Corona de España.
Y en ningún caso encontramos en la obra de Cervantes una crítica ni puntual ni sistemática a todo lo extranjero por el hecho de serlo, ni siquiera cuando habla de los otomanos. Como tampoco lo encontramos en Julio Cesar cuando habla de los galos o en Herodoto cuando lo hace de persas o egipcios
El odio entre los ciudadanos de países distinto ha sido fomentado fundamentalmente por el pensamiento nacionalista queriendo reconstruir un sistema de fidelidades "al rey" por otro de fidelidades a "la patria" mediante el cual las motivaciones del primero se aplican en el segundo que además se entiende no como la comunidad de ciudadanos unidos para defender sus libertades sino como el ámbito de un poder que a toda costa requiere el enfrentamiento con otros para restringir tales libertades (esto es la misma excusa de la lealtad al rey y a la nobleza).
Hidalgos y Caballeros conformaron el tercer halo del poder absoluto, pero con una diferencia esencial respecto a la monarquía y a la nobleza: su incapacidad para influir en las decisiones del poder. Sin duda lo pudieron hacer durante el medievo, pero en la etapa del poder absoluto se habían convertido en un poder secundario que además, por su práctica de "manos muertas" fueron incapaces de reconvertirse en un poder económico.
Algunos de ellos se convirtieron en nostálgicos ilusos que a cambio de llevar durante un tiempo los atributos de sus antepasados y luchar contra molinos perdonaban su miseria cotidiana. Pero muchos otros trataron con una crueldad increíble al resto de la gente, ya fueran libres o esclavos, españoles, flamencos o indios o mujeres o niños. Y en el fondo sólo recibieron las migajas del poder y no su control, de manera que no sabremos nunca si calificarlos como verdugos o unas víctimas más del poder absoluto.
Es posible que la relevancia de este tercer estamento perdurara mucho más tiempo en España que en el resto de países europeos a causa de los recursos americanos y de la potencia militar que siguió manteniendo la Corona de España hasta finales del XVIII. Cualquier base que lo diferenciara del resto de la población desapareció a principios del XIX. Pero una vez desaparecido como estamento relevante durante varias generaciones la palabra "señor" no era una fórmula protocolaria mecánica sino que se aplicaba selectivamente a algunas personas y no tan solo por su capacidad económica. Y lo que es más importante, el sistema de influencias como acceso al poder siguió perdurando, incluyendo en muchos casos la posibilidad de tener un tratamiento judicial preferente. Conductas que quizá por ello encontramos mucho más frecuentemente en antiguos territorios de la Corona de España (Sur de Italia, paises latinos) que en otros países del norte y del sur de Europa.
Este retraso también tenga a lo mejor mucho que ver con la evolución de nuestra estructura productiva y nuestro nivel de riqueza. El papel que la burguesía, la evolución del comercio y la propia revolución industrial jugaron en el progreso de otras naciones quizá en relación con las dificultades que en el siglo XIX hubo en España para desarrollar la transición desde las estructuras del antiguo régimen y en particular en la "reconversión" de un estamento que ya en el siglo del que hablamos empezaba a ser marginal en otras zonas de Europa.
Pero como antes decíamos, los hidalgos sólo eran el halo exterior de la estructura del poder absoluto. En los tiempos de Cervantes la escala del poder había cambiado radicalmente: los reyes medievales tomaban decisiones relativamente sencillas auxiliadas por un conocimiento cercano de sus respectivos reinos. Pero la llamada Edad Moderna había traído un gigantesco proceso de concentración de poder . Los ancestros de Felipe gobernaban espacios parecidos a las actuales Comunidades Autónomas. Pero ahora la Corona de España tenía en sus manos un inmenso y complejo imperio, un juego diplomático que se extendía a toda Europa y una serie de decisiones comerciales y económicas que afectaban, literalmente, a medio mundo.
El poder de la Edad Moderna no se diferenció del medieval por el nivel de libertad de sus súbditos, en ambos casos extremadamente bajo, sino por el desbordamiento del poder personal a familiar. Las decisiones de las Coronas reinantes en Europa pasaron a ser en gran parte dependientes de la información y de la influencia que recibía el monarca, dentro de su casa real y en su entorno inmediato. Y eso probablemente fué así tanto en monarcas de una gran personalidad como en otros que poco a poco fueron atrapados por la indolencia y que por lo tanto sujetos a las presiones de aquellos que se beneficiaban de tales decisiones.
Las Novelas Ejemplares nos hablan del esplendor de Toledo, la ciudad más destacada del reino. Pero también del surgimiento de una nueva capital, Madrid, a la que acudían nobles y señores de toda España para tratar de encontrar en la Corte influencias positivas para sus intereses. Una nueva capital que crece por primera vez (dentro del contexto de capitales europeas) lejos del poder económico (Valladolid, Barcelona, Lisboa, Sevilla) o religioso, y sin una posición estratégica respecto al comercio marítima o fluvial como si la tenían Londres, París, Roma, Venecia, Viena, Estambul y, por descontado, todas las ciudades hanseáticas.
Nunca sabremos las razones últimas de esta elección de Felipe II (salvo que nos creamos que fué una decisión de su mujer, como tantas veces se ha contado quizá para así enmascarar las razones verdaderas). Pero lo que sí que es cierto es que esta desvinculación del poder político (de la Corte) y de los poderes territoriales económicos sería un factor relevante en los siglos venideros, y probablemente una de las razones en el crecimiento del nacionalismo periférico.
Lo que en todo caso sabemos es que tras la muerte de Felipe II las grandes decisiones de la Corona de España no deben de ser consideradas como la decisión unilateral de un monarca absoluto sino de un juego opaco de intereses, influencias y equilibrios entre la propia casa real y los que eran capaces de prevalecer en una Corte cada vez más compleja.
De forma que deberíamos de analizar los grandes sucesos de nuestro país durante los siglos de teórico poder absoluto no tanto como el esfuerzo de los Austrias en mantener la "grandeza de España" sino el fruto de decisiones que en muchos surgían del juego de intereses antes señalado.
La lectura de "La Española Inglesa" nos invita a pensar en ello. A muchos de los lectores le sorprenderá su inicio, basado en un hecho real: la Armada inglesa saquea Cádiz y se lleva como rehenes a una serie de familias nobles de la ciudad. Y posteriormente se nos relata un suceso si bien es ficción quizá estuviera basado igualmente en un hecho real: una pequeña flota al mando de un noble inglés captura un galeón procedente de la "India de Portugal" (entonces bajo el dominio del Rey de España) lleno de productos muy valiosos.
Quizá estas dos derrotas de la flota de la Corona de España frente a la británica no nos llaman especialmente nuestra atención ya que podríamos enmarcarlas en la larga serie de conflictos que se fueron sucediendo entre ambos países hasta principios del XIX.
Pero lo que nos cuenta Cervantes sucede en la primera década del Siglo XVI, cuando Inglaterra era tan sólo un pequeño país situado frente a Flandes, con una población bastante inferior no ya al Imperio de los Austrias sino incluso que Castilla.
Ambos sucesos se enmarcan en una guerra casi olvidada pero que sin embargo cambiaría la tendencia del proceso de expansión de occidente en el resto del planeta. De ella, lo único que se nos recuerda desde la historia tópica es como las tormentas derrotaron a la Armada Invencible. Este cuento, que todavía pervive como cierto, es una descripción típica de la historia contada desde el poder. No cabe duda que las grandes tempestades pueden ser terribles en ocasiones, pero no lo es menos que precisamente por ello el conocimiento de los mares está en la base del mando de cualquier flota. Y en este caso cada una de las decisiones que se tomaron fueron sin duda nefastas, desde eludir el abrigo de los puertos flamencos a comenzar la circunvalación de las islas británicas por el oeste de cara al invierno.
A Felipe II le precedieron cuatro generaciones que fueron capaces de desarrollar una exitosa política de fusiones de pequeños ducados y reinos hasta conformar la Corona de España. Incluso llegaron a él situarle a el mismo en el trono de Inglaterra propiciando quizá la futura integración con ese pequeño reino insular. Una vez coronado Rey de España no es de extrañar que uno de sus grandes sueños fuera volver a intentar dicha integración, sobre todo tras el éxito de Lepanto.
Pero lo que pasó fué todo lo contrario. La Corona de España no había logrado convertirse en una talasocracia a la escala de los descubrimientos de sus navegantes. El antiguo poderío de la Corona de Aragón en el Mediterráneo se había dilapidado y tras los intentos de Carlos I y de la propia coalición vencedora en Lepanto la piratería y los otomanos no sólo controlaban el Mediterráneo Oriental sino que convertían las costas del Mediterránero Occidental, en un entorno tremendamente peligroso no sólamente para el comercio sino para los habitantes cristianos de sus orillas. En otra de las Novelas vemos como una apacible tarde de asueto de una familia señorial de la Sicilia Española junto al mar podía acabar con la captura por piratas dependientes del "Gran Turco". Y a partir de ahí la "grandeza de España" sólo consistía en pagar el rescate y alimentar las arcas del enemigo.
La elección de Madrid y no de un puerto de mar para la capital del Imperio sin duda es un eslabón más en esta elección por lo que podríamos llamar el poder continental frente al marítimo. Y es muy posible que los investigadores nos puedan aportar muchos datos de como se formó la "Gran Armada" como resultado del juego de poder de la Corte y quizá sin recurrir a factores que si que hubieran logrado un mejor resultado en la expedición y en el conjunto de la guerra franco-británica.
La toma de Cádiz por la armada de Isabel I al final de esta guerra nos habla del nacimiento de una gran potencia marítima capaz de bloquear el nexo de la Corona de España con su Imperio. Potencia que no dejaría de incrementar su poder (territorial y económico) hasta el siglo pasado sobreponiéndose incluso a la perdida de las colonias americanas.
Cervantes nunca llegó a saber que su relato fantástico de la captura del navío procedente de la "India de Portugal" era casi profético. Unos años después , la supremacía marítima de británicos y neerlandeses hizo posible la creación de sus primeras bases en la India, arrebatando a la Corona de España al cabo de unas décadas la primacía en el comercio marítimo con oriente. Y simultáneamente en norteamérica.
De esta forma, en los tres siglos siguientes, la hegemonía de los mares y del proceso de expansión de occidente pasó de manos latinas a manos anglosajonas. Del entorno del Mediterráneo al del Mar del Norte. Un proceso de cuyas causas últimas que esperamos mejores respuestas de los historiadores que el fracaso frente a los elementos de una flota en un momento determinado.
Y entre estas respuestas quizá tenga algo que ver los procesos de tomas de decisiones del poder. Probablemente las decisiones que tomaron los círculos de poder que controlaban la Corona de España de los que antes hablábamos eran mucho menos eficientes que el modelo inglés en el que ya existían ciertas reglas de juego que limitaban el poder del monarca mediante un sistema parlamentario que si bien hoy nos parece rudimentario era capaz de trasladar más eficazmente al gobierno del Estado intereses más generales.
El siglo XVI no fue una buena época para la inmensa mayor parte de la población española, que siguió viviendo en condiciones de miseria y con una vida cotidiana constantemente dependiente de las decisiones en muchos casos crueles de los llamados hidalgos y caballeros.
Pero frente a este triste panorama podemos ver en las Novelas Ejemplares algunos datos que llaman la atención.
El primero de ellos se lo dá un perro a otro con el cual está conversando: En la Universidad de Alcalá hay 5.000 estudiantes de los cuales 2.000 estudian medicina. El ocaso de la vieja clase señorial de que nos habla el Don Quijote lleva a que las nuevas generaciones (o al menos los que no se dedican a desfacer entuertos imaginarios) deban elegir entre "armas y letras". Y un porcentaje cada vez más importante se decide por lo segundo.
Poco a poco, de la mano de la Corona y de la Iglesia se va consolidando un sistema universitario que permite la expansión del conocimiento y de la ciencia entre ciertas élites. Por otra parte no debemos olvidar que en esa época la Corona española era la potencia de referencia en Italia de manera que todos los avances culturales, artísticos y científicos que allí se produjeron a partir el Renacimiento allí tenían una entrada preferente en España. No es de extrañar que una de las Novelas Ejemplares se centra en las peripecias de dos estudiantes españoles en Bolonia. E igualmente encontramos como aquellos jóvenes caballeros que tenían ciertas aspiraciones se dedicaban a hacer "turismo" por Italia admirando la forma en la que estaban evolucionando sus ciudades.
De la misma forma comienza a extenderse una red de Hospitales (la conversación perruna a la que nos referíamos sucede en el Hospital de la Resurección de Valladolid, hoy desgraciadamente desaparecido) que, al menos en las grandes ciudades, suponía una mejora abismal respecto a las posibilidades que al respecto habían tenido los ciudadanos en los siglos anteriores.
Ningún otro edificio define esta época como el Monasterio del Escorial. Un edificio de unas dimensiones entonces desconocidas levantado sin ninguna protección militar (innecesaria en la metrópoli del poderoso imperio español), de acuerdo con los rigurosos cánones de la racionalidad arquitectónica y preparado para albergar una administración imperial que iba mucho más allá de las escuetas cortes medievales. Todo un salto abismal respecto a las alcazabas medievales.
La espiral de conocimiento que se ponía en marcha y la integración en las corrientes europeas eran signos que a la larga iban a ser claves para debilitar el poder absoluto tardomevieval de los Austrias, y de que los viejos estamentos que habían venido conformando la sociedad española iban a sufrir fuertes trasformaciones.
Cervantes seguirá siendo uno de los hitos claves de la literatura universal. Pero eso no obsta para que estemos obligados a decir que su testimonio sobre lo que estaba pasando a principios del Siglo XVI en España no tiene nada de crítico. Algunos de los comportamientos de los señores que nos cuenta hoy nos parecen espeluznantes. Pero realmente el autor en lo que estaba interesado es en la forma que resolvían sus penas de amor y demostraban su hidalguía.
Para nada es un testimonio reformista (como por ejemplo el de Bartolomé de las Casas o el de Luis Vives) y sólo escuchamos decir a un mozo en una de las Novelas alguna frase relacionada sobre lo bueno que es que las decisiones sobre la pena de muerte inmediata a los ladrones ya nos las pueda dictar el Corregidor de forma unipersonal sino que deba de ser aplicada entre varios (refiriéndose probablemente a la Audiencia).
Hoy diríamos que se Cervantes se debía a sus lectores: precisamente a ese mismo estamento que él retrata en sus obras. El mismo tuvo una vida dura. Participó en la batalla de Lepanto, pero sin que a lo largo de todas las Novelas de las que hablamos veamos la más mínima referencia a lo que dicha batalla supuso para el brillo de la Armada nacional. Y supo lo que era los duros cautiverios en el norte de África en relación a los cuales la Corona hacía bien poco. Y evidentemente son increíblemente brillantes sus relatos de los viajes por el Mediterráneo siempre bajo la amenaza de los naufragios y de los piratas.
Un testimonio tan directo como el suyo no se parece en nada al canto triunfal de las glorias de la España Imperial. Y el propio enfoque de su obra nos habla de las dificultades de una sociedad en la que las oportunidades de progreso personal estaban muy ligadas con el grado de implicación que se tuviera con su sistema de poder.
La fidelidad a la Corona (y a su sistema de poder) no es lo mismo que el patriotismo. En la España de Cervantes existió lo primero, pero deberían de llegar el siguiente Siglo para que una serie de autores empezaran a preocuparse en serio acerca de los grandes problemas del país y a aplicar la razón para tratar de encontrar fórmulas de progreso.
Quizá sorprenda que para ello recurramos a una obra de Cervantes mucho menos difundida que el Quijote. Es cierto que con independencia de sus valores literarios el Quijote es un excelente testimonio de la época. Pero no lo es menos que se ciñe a unos personajes y una situaciones muy concretas dentro de la diversidad de lo que entonces era nuestro país. La lectura, por otra parte muy entretenida, de las Novelas Ejemplares complementan algunos de los datos que encontramos en la obra cumbre de nuestra literatura.
Entre todos los enfoques desde los que se puede mirar las andanzas de Don Quijote quizá uno de los más interesantes sea la cuestión de como afrontamos las etapas a las etapas de la historia en las que se producen grandes cambios.
La caballería, con este u otros nombres, había sido un elemento esencial del poder durante toda la edad media. Las epopeyas medievales que tanto entusiasmaban a Don Quijote nos hablan de nobleza, fidelidad, valor, manganimidad, amores galantes y reconocimiento social. Una época que quizá vivieron sus antepasados y ahora se añoraba, entre sensaciones de tristeza y locura propias de quien sabe que nunca volverá.
Pero detrás de este halo el papel que desempeñaron caballeros, hidalgos y hombres de armas en el medievo era bien distinto. Realmente lo que sucedía era que conformaban el sistema mediante el cual las monarquías medievales y los señoríos feudales desarrollaban sus mecanismos de poder enfrentándose a otros reinos y feudos y sometiendo a sus siervos, súbditos o al resto de ciudadanos libres. Y a veces lo hacían ferozmente, respondiendo tan sólo a sus señores directos más allá de las leyes que se imponían al resto de la población.
De manera que la relación con sus señores, con independencia de sus aspectos formales, incluía la protección de los protección de estos cuando utilizaban procedimientos al margen de los fuero o del sistema de justicia existente, por otra parte tremendamente tenue.
Pero, como vemos en el testimonio de Cervantes, a principios del Siglo XVII este sistema de poder había cambiado radicalmente. En tan sólo cien años el puñado de microreinos medievales de religión católica o musulmana de la península se habían convertido en una potente corona fuertemente cohesionada en lo militar. De manera que el papel que habían desarrollado los caballeros medievales se había convertido en gran parte en inútil frente a los nuevos mecanismo del poder absoluto. Desde luego la nobleza territorial seguía teniendo grandes potestades, pero poco a poco sobre ella se iba desarrollando un estado centralizado controlado desde la corona de manera directa.
Sin duda todos conocemos el listado de sus posesiones en los cinco continentes y las épicas batallas de sus ejércitos y de su armada. Pero sin embargo sabemos poco de cómo vivía la sociedad española bajo ese manto de poder. Y nos lo preguntamos no solamente por interés histórico. Podríamos pensar que como consecuencia de esa etapa de poder universal nuestro inició una vía de prosperidad, pero sin embargo a partir de ese hito sucedió todo lo contrario: nuestro progreso y en lo fué cada vez más divergente respecto del resto de Europa durante una larga etapa que, quizá, aún no haya concluido. Y no sólamente en lo tocante a los aspectos económicos.
En este caso tenemos el testimonio excepcional de Miguel de Cervantes. Y no sólamente a través de el Quijote sono de obras como las "Novelas Ejemplares" un conjunto de relatos breves en el que a través de decenas y decenas de personajes tenemos un interesantísimo fresco de la España del llamado Siglo de Oro. Una obra en la que por cierto tiene una lectura muy entretenida en la que podemos gozar de como era nuestra lengua entonces sin otras dificultades de la de algunos términos y modismos que han cambiado radicalmente de significado (atención al uso de términos como huesped o discreto por ejemplo)
Como este blog no trata de literatura nos vamos a permitir denominar a la obra de Quijote como "literatura hidalga", de la misma forma que la literatura burguesa del XIX trataba y se dirigía a una determinada clase social.
Se dice que durante el Siglo XVII y XVII los hidalgos (en el más amplio término de la palabra) suponían del orden del 5% de la población. Por lo tanto era un estamento nada despreciable en cuanto a su peso demográfico, era una pieza clave de la sociedad española y de su mecanismo de poder.
Un estamento que tenía sus sus raíces en el medievo. En esa etapa, los caballeros y los señores que bajo una u otra forma administraban las propiedades reales y de la nobleza eran los encargados de hacer cumplir los designios del poder al resto de los habitantes de un determinado territorio, así como de luchar contra otros poderes para poder mantener dicho dominio.
En todo caso el factor clave era que todo ello lo hacían en virtud de una relación de lealtad. Una bonita palabra que suena a ley pero que significa justo lo contrario. La acción de estos estamentos se ajustaba en todo sus extremos a una mera trasmisión de lo que la realeza o la nobleza esperaba de ellos, y los métodos que para ello emplearan no tenían o otro límite del código de honor que aplicaban solamente con sus iguales (esto es con los que desempeñaban las mismas funcione para otro rey o señor feudal) pero no para los siervos, súbditos o en general el pueblo llano.
Don Quijote queda seducido por las obras de caballería que cuentan las hazañas de sus ancestros y a eso dedica su vida. No hay nadie a quien este personaje no despierte una profunda simpatía. Y sin duda tenía "nobles" intenciones. Pero no podemos olvidar que el se consideraba a sí mismo una persona capaz de decidir cual eran las normas a las que se debían de someterse los "no hidalgos" y en virtud de ello actuaba bajo su propio criterio y con plena libertad de "policía", "juez universal" y "ejecutor de las penas". Una conducta que sólo escandaliza a los personajes sensatos de la obra por los males que pudiera acarrearle a Don Quijote esta conducta y no por lo que ahora, algo pedantemente diríamos, lo que suponía de "continua vulneración de los derechos de los ciudadanos".
Las obras de Caballería que leía Don Quijote nos hablan de nobleza, fidelidad, valor, manganimidad, amores galantes y reconocimiento social. Y esa es la imagen que aún hoy tenemos de dicho estamento. Pero realmente su fuerza personal y su habilidad para el manejo del caballo y de la espada fueron durante siglos y siglos el soporte de un sistema de poder alegal en el que los pocos derechos de los ciudadanos se respetaban tan sólo en la medida en el que lo creían conveniente reyes y nobles.
Pero en un momento determinado llegó la época del "último samurai". Los microestados cristianos y musulmanes de la peninsula habían sido trasformados en una Corona que cada vez contaba con estructura más potente. Y por descontado la lanza de un caballero sólo causaba risa frente a las armas de fuego cada vez más perfeccionadas en manos de ejércitos y un sistema de policía (corregidores, alguaciles...) cada vez más organizado.
Los descendientes de los caballeros y señores de la tierra perdieron un agran parte de las funciones que hacían sus ancestros, pero siguieron manteniendo sus reglas y sus elementos de identidad conformando un estamento claramente diferenciado del "pueblo llano". Un estamento que no solo era percibible por su indumentaria, por su tratamiento (Don, Señor...) sino por situarse al margen de la ley.
Don Quijote no se atrevía a mirar a Aldonza Lozano. Pero en las Novelas Ejemplares vemos otros comportamientos: violaciones (incluso a una niña de 13 años), palizas e incluso homicidios en los que las víctimas eran niños y campesinos que se quedan sin castigar (e incluso en un caso acaban que con el matrimonio del homicida y la hija del Corregidor), maridos que encierran a sus mujeres de por vida en su casa con el consentimiento de padres, y el resto de poderes públicos y por descontado el recurso a la esclavitud incluyendo "herrar la cara" de las jóvenes esclavas blancas si así lo había decidido su dueño una mañana determinada. Nada de ello estaba en contra del código de honor de los caballeros. Pero si de las mujeres violadas que tenían un hijo: entonces debían desprenderse de sus hijos y esconderse de por vida para no perderlo, salvo que el violador accediera al final a casarse con ellas.
Y todo sin que ni el sistema de poder de la Corona de España, entonces como decíamos ya muy desarrollado, y la Iglesia Católica que contaba entonces con un sistema de represión tan potente como la Inquisición se pronunciara al respecto.
El precio de la lealtad fué en el medievo (y siguió siendo en la etapa de poder absoluto de los Austrias) era disculpar los comportamientos personales de los que hacían cosas parecidas para consolidar el poder. Y cuando sucedían tales cosas no sólo se ocultaban sino que activamente se recurría a la densa red de influencias cruzadas para evitar el castigo.
El segundo rasgo de identidad de este estamento era el rechazo radical a cualquier tipo de trabajo. No sólo como campesinos u ejerciendo un oficio determinado, sino que incluso estaba mal visto que un caballero llevara directamente la administración de sus propias posesiones o actividades comerciales o financieras. Este rasgo de identidad tenía sin duda su origen histórico en que precisamente su función era controlar a quien desarrollaban tales actividades en nombre del rey o de la nobleza, y que por lo tanto constituía la línea roja que una vez sobrepasada te situaba fuera de la hermandad con los que realizaban funciones análogas.
¿Como pudo pervivir esta actitud durante siglos tras la desaparición del feudalismo y de los mircoreinos medievales? ¿De donde obtuvieron recursos para llevar un tren de vida adecuado o subsistir las cohortes cada vez más numerosas de descendientes de los primitivos caballeros y señores de la tierra?. Probablemente de los recursos provenientes de América jugaron en ello un papel esencial: la Corona y el entramado que junto con ella manejaba tales recursos podía permitirse un gigantesco clientelismo de reparto de cargos (públicos y en las "casas" de la nobleza) en gran parte sin escaso contenido y que siempre se reservaban al estamento con independencia de que fueran los más adecuados para ello. Además, por descontado, de las rentas de la tierra que se percibían en gran parte de una forma pasiva, sin que en muchos casos fueran acompañados del mínimo esfuerzo para mejorar su productividad.
Nuestro querido Don Quijote añoraba los tiempos de la caballería, pero sin que ello suponga que podamos encontrar a lo largo de toda la obra el más mínimo esfuerzo para poder generar mediante el trabajo o los negocios un nivel de recursos como el que tenían sus ancestros. Así que muchos de los hidalgos se vieron reducidos a una situación de pobreza, a veces extrema, acompañada siempre de la ocultación social de tal situación.
En las páginas de las Novelas Ejemplares encontramos un interesante abanico de opciones adicionales a los empleos clientelares o la pobreza discreta. La primera de ellas por descontado "hacer las américas", una solución arriesgada (entre otras cosas por el viaje) pero de resultados seguros mediante fórmulas tales como las encomiendas o el ejercicio de cargos en la administración colonial. Una parte de los que partieron fueron se quedaron allí conformando una de las patas esenciales de la sociedad criolla, trasladando allí los elementos básicos que definían su casta: la creencia de que no existían límites en su comportamiento frente al campesinado y a los indígenas y por otra parte el afianzamiento de su estamento frente a barreras, en la actividad pública y privada, vinculadas a la "pureza de sangre". Mientras que otros como el "Celoso Extremeño" del que nos habla Cervantes volvieron en pocos años con un considerable caudal.
Otra opción era coger "las armas", esto es enrolarse en los tercios que sistemáticamente, durante decenas y decenas de años partían hacia Flandes o hacia cualquier otro destino que requiriese la política expansiva de los Austria. Según vemos en las "novelas ejemplares" esta decisión tenía poco que ver con la "grandeza de España" en contra de los tópicos de la historia nacionalista, sino más bien con el deseo de aventura y de probar el honor personal propio del estamento del que hablamos.
En ese sentido en las Novelas Ejemplares tenemos varios ejemplos de como los hidalgos siguen teniendo un código vinculado a la dependencia personal (en el caso de los reyes ya Castellanos, Aragoneses o de la casa de Habsburgo, o a los nobles de cualquier sitio de Europa) que a la defensa de un determinado estado, ducado o condado. La monarquía, la nobleza y el estamento que nos ocupa eran lo que hoy llamaríamos elementos trasversales para los que lo que prevalecían eran sus intereses y no el servicio a un territorio determinado. El Cid era capaz de luchar a las ordenes de Castilla, de Aragón o de los señores musulmanes. Los Trastámara de origen castellano reinaban tanto en la propia Castilla como en Aragón de la misma forma que los Habsburgo de origen austriaco lo hacían tanto en el Sacro Imperio Romano Germánico como en España.
Así vemos en la obra del autor aclamado por algunos como un elemento esencial de la "españolidad" se habla sin límite alguno de los problemas de una familia adinerada siciliana, de las hazañas conjuntas de hidalgos españoles y de los Este de Ferrara en el norte de Italia o del intachable comportamiento de la reina Isabel I y de sus nobles con una familia hidalga española que acaba con uno de tales nobles emparentando con dicha familia y yendo a residir al centro de Sevilla. Y ello por cierto sólo diez años después de la guerra entre Inglaterra y la Corona de España.
Y en ningún caso encontramos en la obra de Cervantes una crítica ni puntual ni sistemática a todo lo extranjero por el hecho de serlo, ni siquiera cuando habla de los otomanos. Como tampoco lo encontramos en Julio Cesar cuando habla de los galos o en Herodoto cuando lo hace de persas o egipcios
El odio entre los ciudadanos de países distinto ha sido fomentado fundamentalmente por el pensamiento nacionalista queriendo reconstruir un sistema de fidelidades "al rey" por otro de fidelidades a "la patria" mediante el cual las motivaciones del primero se aplican en el segundo que además se entiende no como la comunidad de ciudadanos unidos para defender sus libertades sino como el ámbito de un poder que a toda costa requiere el enfrentamiento con otros para restringir tales libertades (esto es la misma excusa de la lealtad al rey y a la nobleza).
Hidalgos y Caballeros conformaron el tercer halo del poder absoluto, pero con una diferencia esencial respecto a la monarquía y a la nobleza: su incapacidad para influir en las decisiones del poder. Sin duda lo pudieron hacer durante el medievo, pero en la etapa del poder absoluto se habían convertido en un poder secundario que además, por su práctica de "manos muertas" fueron incapaces de reconvertirse en un poder económico.
Algunos de ellos se convirtieron en nostálgicos ilusos que a cambio de llevar durante un tiempo los atributos de sus antepasados y luchar contra molinos perdonaban su miseria cotidiana. Pero muchos otros trataron con una crueldad increíble al resto de la gente, ya fueran libres o esclavos, españoles, flamencos o indios o mujeres o niños. Y en el fondo sólo recibieron las migajas del poder y no su control, de manera que no sabremos nunca si calificarlos como verdugos o unas víctimas más del poder absoluto.
Es posible que la relevancia de este tercer estamento perdurara mucho más tiempo en España que en el resto de países europeos a causa de los recursos americanos y de la potencia militar que siguió manteniendo la Corona de España hasta finales del XVIII. Cualquier base que lo diferenciara del resto de la población desapareció a principios del XIX. Pero una vez desaparecido como estamento relevante durante varias generaciones la palabra "señor" no era una fórmula protocolaria mecánica sino que se aplicaba selectivamente a algunas personas y no tan solo por su capacidad económica. Y lo que es más importante, el sistema de influencias como acceso al poder siguió perdurando, incluyendo en muchos casos la posibilidad de tener un tratamiento judicial preferente. Conductas que quizá por ello encontramos mucho más frecuentemente en antiguos territorios de la Corona de España (Sur de Italia, paises latinos) que en otros países del norte y del sur de Europa.
Este retraso también tenga a lo mejor mucho que ver con la evolución de nuestra estructura productiva y nuestro nivel de riqueza. El papel que la burguesía, la evolución del comercio y la propia revolución industrial jugaron en el progreso de otras naciones quizá en relación con las dificultades que en el siglo XIX hubo en España para desarrollar la transición desde las estructuras del antiguo régimen y en particular en la "reconversión" de un estamento que ya en el siglo del que hablamos empezaba a ser marginal en otras zonas de Europa.
Pero como antes decíamos, los hidalgos sólo eran el halo exterior de la estructura del poder absoluto. En los tiempos de Cervantes la escala del poder había cambiado radicalmente: los reyes medievales tomaban decisiones relativamente sencillas auxiliadas por un conocimiento cercano de sus respectivos reinos. Pero la llamada Edad Moderna había traído un gigantesco proceso de concentración de poder . Los ancestros de Felipe gobernaban espacios parecidos a las actuales Comunidades Autónomas. Pero ahora la Corona de España tenía en sus manos un inmenso y complejo imperio, un juego diplomático que se extendía a toda Europa y una serie de decisiones comerciales y económicas que afectaban, literalmente, a medio mundo.
El poder de la Edad Moderna no se diferenció del medieval por el nivel de libertad de sus súbditos, en ambos casos extremadamente bajo, sino por el desbordamiento del poder personal a familiar. Las decisiones de las Coronas reinantes en Europa pasaron a ser en gran parte dependientes de la información y de la influencia que recibía el monarca, dentro de su casa real y en su entorno inmediato. Y eso probablemente fué así tanto en monarcas de una gran personalidad como en otros que poco a poco fueron atrapados por la indolencia y que por lo tanto sujetos a las presiones de aquellos que se beneficiaban de tales decisiones.
Las Novelas Ejemplares nos hablan del esplendor de Toledo, la ciudad más destacada del reino. Pero también del surgimiento de una nueva capital, Madrid, a la que acudían nobles y señores de toda España para tratar de encontrar en la Corte influencias positivas para sus intereses. Una nueva capital que crece por primera vez (dentro del contexto de capitales europeas) lejos del poder económico (Valladolid, Barcelona, Lisboa, Sevilla) o religioso, y sin una posición estratégica respecto al comercio marítima o fluvial como si la tenían Londres, París, Roma, Venecia, Viena, Estambul y, por descontado, todas las ciudades hanseáticas.
Nunca sabremos las razones últimas de esta elección de Felipe II (salvo que nos creamos que fué una decisión de su mujer, como tantas veces se ha contado quizá para así enmascarar las razones verdaderas). Pero lo que sí que es cierto es que esta desvinculación del poder político (de la Corte) y de los poderes territoriales económicos sería un factor relevante en los siglos venideros, y probablemente una de las razones en el crecimiento del nacionalismo periférico.
Lo que en todo caso sabemos es que tras la muerte de Felipe II las grandes decisiones de la Corona de España no deben de ser consideradas como la decisión unilateral de un monarca absoluto sino de un juego opaco de intereses, influencias y equilibrios entre la propia casa real y los que eran capaces de prevalecer en una Corte cada vez más compleja.
De forma que deberíamos de analizar los grandes sucesos de nuestro país durante los siglos de teórico poder absoluto no tanto como el esfuerzo de los Austrias en mantener la "grandeza de España" sino el fruto de decisiones que en muchos surgían del juego de intereses antes señalado.
La lectura de "La Española Inglesa" nos invita a pensar en ello. A muchos de los lectores le sorprenderá su inicio, basado en un hecho real: la Armada inglesa saquea Cádiz y se lleva como rehenes a una serie de familias nobles de la ciudad. Y posteriormente se nos relata un suceso si bien es ficción quizá estuviera basado igualmente en un hecho real: una pequeña flota al mando de un noble inglés captura un galeón procedente de la "India de Portugal" (entonces bajo el dominio del Rey de España) lleno de productos muy valiosos.
Quizá estas dos derrotas de la flota de la Corona de España frente a la británica no nos llaman especialmente nuestra atención ya que podríamos enmarcarlas en la larga serie de conflictos que se fueron sucediendo entre ambos países hasta principios del XIX.
Pero lo que nos cuenta Cervantes sucede en la primera década del Siglo XVI, cuando Inglaterra era tan sólo un pequeño país situado frente a Flandes, con una población bastante inferior no ya al Imperio de los Austrias sino incluso que Castilla.
Ambos sucesos se enmarcan en una guerra casi olvidada pero que sin embargo cambiaría la tendencia del proceso de expansión de occidente en el resto del planeta. De ella, lo único que se nos recuerda desde la historia tópica es como las tormentas derrotaron a la Armada Invencible. Este cuento, que todavía pervive como cierto, es una descripción típica de la historia contada desde el poder. No cabe duda que las grandes tempestades pueden ser terribles en ocasiones, pero no lo es menos que precisamente por ello el conocimiento de los mares está en la base del mando de cualquier flota. Y en este caso cada una de las decisiones que se tomaron fueron sin duda nefastas, desde eludir el abrigo de los puertos flamencos a comenzar la circunvalación de las islas británicas por el oeste de cara al invierno.
A Felipe II le precedieron cuatro generaciones que fueron capaces de desarrollar una exitosa política de fusiones de pequeños ducados y reinos hasta conformar la Corona de España. Incluso llegaron a él situarle a el mismo en el trono de Inglaterra propiciando quizá la futura integración con ese pequeño reino insular. Una vez coronado Rey de España no es de extrañar que uno de sus grandes sueños fuera volver a intentar dicha integración, sobre todo tras el éxito de Lepanto.
Pero lo que pasó fué todo lo contrario. La Corona de España no había logrado convertirse en una talasocracia a la escala de los descubrimientos de sus navegantes. El antiguo poderío de la Corona de Aragón en el Mediterráneo se había dilapidado y tras los intentos de Carlos I y de la propia coalición vencedora en Lepanto la piratería y los otomanos no sólo controlaban el Mediterráneo Oriental sino que convertían las costas del Mediterránero Occidental, en un entorno tremendamente peligroso no sólamente para el comercio sino para los habitantes cristianos de sus orillas. En otra de las Novelas vemos como una apacible tarde de asueto de una familia señorial de la Sicilia Española junto al mar podía acabar con la captura por piratas dependientes del "Gran Turco". Y a partir de ahí la "grandeza de España" sólo consistía en pagar el rescate y alimentar las arcas del enemigo.
La elección de Madrid y no de un puerto de mar para la capital del Imperio sin duda es un eslabón más en esta elección por lo que podríamos llamar el poder continental frente al marítimo. Y es muy posible que los investigadores nos puedan aportar muchos datos de como se formó la "Gran Armada" como resultado del juego de poder de la Corte y quizá sin recurrir a factores que si que hubieran logrado un mejor resultado en la expedición y en el conjunto de la guerra franco-británica.
La toma de Cádiz por la armada de Isabel I al final de esta guerra nos habla del nacimiento de una gran potencia marítima capaz de bloquear el nexo de la Corona de España con su Imperio. Potencia que no dejaría de incrementar su poder (territorial y económico) hasta el siglo pasado sobreponiéndose incluso a la perdida de las colonias americanas.
Cervantes nunca llegó a saber que su relato fantástico de la captura del navío procedente de la "India de Portugal" era casi profético. Unos años después , la supremacía marítima de británicos y neerlandeses hizo posible la creación de sus primeras bases en la India, arrebatando a la Corona de España al cabo de unas décadas la primacía en el comercio marítimo con oriente. Y simultáneamente en norteamérica.
De esta forma, en los tres siglos siguientes, la hegemonía de los mares y del proceso de expansión de occidente pasó de manos latinas a manos anglosajonas. Del entorno del Mediterráneo al del Mar del Norte. Un proceso de cuyas causas últimas que esperamos mejores respuestas de los historiadores que el fracaso frente a los elementos de una flota en un momento determinado.
Y entre estas respuestas quizá tenga algo que ver los procesos de tomas de decisiones del poder. Probablemente las decisiones que tomaron los círculos de poder que controlaban la Corona de España de los que antes hablábamos eran mucho menos eficientes que el modelo inglés en el que ya existían ciertas reglas de juego que limitaban el poder del monarca mediante un sistema parlamentario que si bien hoy nos parece rudimentario era capaz de trasladar más eficazmente al gobierno del Estado intereses más generales.
El siglo XVI no fue una buena época para la inmensa mayor parte de la población española, que siguió viviendo en condiciones de miseria y con una vida cotidiana constantemente dependiente de las decisiones en muchos casos crueles de los llamados hidalgos y caballeros.
Pero frente a este triste panorama podemos ver en las Novelas Ejemplares algunos datos que llaman la atención.
El primero de ellos se lo dá un perro a otro con el cual está conversando: En la Universidad de Alcalá hay 5.000 estudiantes de los cuales 2.000 estudian medicina. El ocaso de la vieja clase señorial de que nos habla el Don Quijote lleva a que las nuevas generaciones (o al menos los que no se dedican a desfacer entuertos imaginarios) deban elegir entre "armas y letras". Y un porcentaje cada vez más importante se decide por lo segundo.
Poco a poco, de la mano de la Corona y de la Iglesia se va consolidando un sistema universitario que permite la expansión del conocimiento y de la ciencia entre ciertas élites. Por otra parte no debemos olvidar que en esa época la Corona española era la potencia de referencia en Italia de manera que todos los avances culturales, artísticos y científicos que allí se produjeron a partir el Renacimiento allí tenían una entrada preferente en España. No es de extrañar que una de las Novelas Ejemplares se centra en las peripecias de dos estudiantes españoles en Bolonia. E igualmente encontramos como aquellos jóvenes caballeros que tenían ciertas aspiraciones se dedicaban a hacer "turismo" por Italia admirando la forma en la que estaban evolucionando sus ciudades.
De la misma forma comienza a extenderse una red de Hospitales (la conversación perruna a la que nos referíamos sucede en el Hospital de la Resurección de Valladolid, hoy desgraciadamente desaparecido) que, al menos en las grandes ciudades, suponía una mejora abismal respecto a las posibilidades que al respecto habían tenido los ciudadanos en los siglos anteriores.
Ningún otro edificio define esta época como el Monasterio del Escorial. Un edificio de unas dimensiones entonces desconocidas levantado sin ninguna protección militar (innecesaria en la metrópoli del poderoso imperio español), de acuerdo con los rigurosos cánones de la racionalidad arquitectónica y preparado para albergar una administración imperial que iba mucho más allá de las escuetas cortes medievales. Todo un salto abismal respecto a las alcazabas medievales.
La espiral de conocimiento que se ponía en marcha y la integración en las corrientes europeas eran signos que a la larga iban a ser claves para debilitar el poder absoluto tardomevieval de los Austrias, y de que los viejos estamentos que habían venido conformando la sociedad española iban a sufrir fuertes trasformaciones.
Cervantes seguirá siendo uno de los hitos claves de la literatura universal. Pero eso no obsta para que estemos obligados a decir que su testimonio sobre lo que estaba pasando a principios del Siglo XVI en España no tiene nada de crítico. Algunos de los comportamientos de los señores que nos cuenta hoy nos parecen espeluznantes. Pero realmente el autor en lo que estaba interesado es en la forma que resolvían sus penas de amor y demostraban su hidalguía.
Para nada es un testimonio reformista (como por ejemplo el de Bartolomé de las Casas o el de Luis Vives) y sólo escuchamos decir a un mozo en una de las Novelas alguna frase relacionada sobre lo bueno que es que las decisiones sobre la pena de muerte inmediata a los ladrones ya nos las pueda dictar el Corregidor de forma unipersonal sino que deba de ser aplicada entre varios (refiriéndose probablemente a la Audiencia).
Hoy diríamos que se Cervantes se debía a sus lectores: precisamente a ese mismo estamento que él retrata en sus obras. El mismo tuvo una vida dura. Participó en la batalla de Lepanto, pero sin que a lo largo de todas las Novelas de las que hablamos veamos la más mínima referencia a lo que dicha batalla supuso para el brillo de la Armada nacional. Y supo lo que era los duros cautiverios en el norte de África en relación a los cuales la Corona hacía bien poco. Y evidentemente son increíblemente brillantes sus relatos de los viajes por el Mediterráneo siempre bajo la amenaza de los naufragios y de los piratas.
Un testimonio tan directo como el suyo no se parece en nada al canto triunfal de las glorias de la España Imperial. Y el propio enfoque de su obra nos habla de las dificultades de una sociedad en la que las oportunidades de progreso personal estaban muy ligadas con el grado de implicación que se tuviera con su sistema de poder.
La fidelidad a la Corona (y a su sistema de poder) no es lo mismo que el patriotismo. En la España de Cervantes existió lo primero, pero deberían de llegar el siguiente Siglo para que una serie de autores empezaran a preocuparse en serio acerca de los grandes problemas del país y a aplicar la razón para tratar de encontrar fórmulas de progreso.
Quizá sorprenda que para ello recurramos a una obra de Cervantes mucho menos difundida que el Quijote. Es cierto que con independencia de sus valores literarios el Quijote es un excelente testimonio de la época. Pero no lo es menos que se ciñe a unos personajes y una situaciones muy concretas dentro de la diversidad de lo que entonces era nuestro país. La lectura, por otra parte muy entretenida, de las Novelas Ejemplares complementan algunos de los datos que encontramos en la obra cumbre de nuestra literatura.
Entre todos los enfoques desde los que se puede mirar las andanzas de Don Quijote quizá uno de los más interesantes sea la cuestión de como afrontamos las etapas a las etapas de la historia en las que se producen grandes cambios.
La caballería, con este u otros nombres, había sido un elemento esencial del poder durante toda la edad media. Las epopeyas medievales que tanto entusiasmaban a Don Quijote nos hablan de nobleza, fidelidad, valor, manganimidad, amores galantes y reconocimiento social. Una época que quizá vivieron sus antepasados y ahora se añoraba, entre sensaciones de tristeza y locura propias de quien sabe que nunca volverá.
Pero detrás de este halo el papel que desempeñaron caballeros, hidalgos y hombres de armas en el medievo era bien distinto. Realmente lo que sucedía era que conformaban el sistema mediante el cual las monarquías medievales y los señoríos feudales desarrollaban sus mecanismos de poder enfrentándose a otros reinos y feudos y sometiendo a sus siervos, súbditos o al resto de ciudadanos libres. Y a veces lo hacían ferozmente, respondiendo tan sólo a sus señores directos más allá de las leyes que se imponían al resto de la población.
De manera que la relación con sus señores, con independencia de sus aspectos formales, incluía la protección de los protección de estos cuando utilizaban procedimientos al margen de los fuero o del sistema de justicia existente, por otra parte tremendamente tenue.
Pero, como vemos en el testimonio de Cervantes, a principios del Siglo XVII este sistema de poder había cambiado radicalmente. En tan sólo cien años el puñado de microreinos medievales de religión católica o musulmana de la península se habían convertido en una potente corona fuertemente cohesionada en lo militar. De manera que el papel que habían desarrollado los caballeros medievales se había convertido en gran parte en inútil frente a los nuevos mecanismo del poder absoluto. Desde luego la nobleza territorial seguía teniendo grandes potestades, pero poco a poco sobre ella se iba desarrollando un estado centralizado controlado desde la corona de manera directa.
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