El Periquillo Sarniento. (José Joaquín Fernández de Lizardi, 1816 ). La nueva España

En el Siglo XVIII podemos encontrar las primeras raíces de nuestro actual sistema de organización política.  A la vez que se desarrollaba un movimiento intelectual de tanto calado como la Ilustración el Estado evolucionaba hacia nuevas fórmulas y comenzaban a transformarse las estructuras de la sociedad española.

Curiosamente una etapa tan interesante como esta nos ha dejado pocos ejemplos de buena narrativa. Una de las excepciones es El Periquillo Sarniento que además tiene la gran ventaja de ser una obra escrita por un español de Nueva España que nos aporta un testimonio tremendamente interesante de lo que supusieron estos cambios sino de  la situación de tales tierras poco antes de la desmembración del Imperio español.

Lo primero que sorprenderá al lector es que se va a encontrar con una obra moderna, en la que muchas de las reflexiones, historias, personajes e incluso dichos que en ella aparecen si no actuales si de un pasado no lejano del que nos hablaban nuestros abuelos. Ya no encontramos caballeros con espada, nobles en lances de honor y vasallos, sino funcionarios, jueces, médicos, soldados profesionales o gente de la calle a veces en la miseria pero otras desempeñando un oficio.

Y moderna también en su enfoque. Como es bien sabido se trata de un relato en primera persona en que "Periquillo" repasa su vida. Pero el personaje/autor lo hace desde un a mirada ilustrada en el que constantemente se plantea las razones de porqué las cosas le fueron de una manera determinada y en el que conste e insistentemente se aconseja al lector al respecto. Pero no estamos hablando de una obra exclusivamente moralista: las reflexiones alcanzan a aspectos sociales y a la actuación de los poderes de la época en un enfoque crítico del que sólo se salva la figura del Rey.  Lizardi se nos presenta de esta forma como un reformista constantemente preocupado por cómo puede progresar su patria.

Comenzaremos precisamente por este último aspecto. Veamos que nos aporta el testimonio que hemos escogido sobre los cambios en las relaciones entre el poder y el ciudadano en las etapas finales del Antiguo Régimen.

Si consideramos que el elemento esencial del Estado es el la capacidad de otorgar y proteger los derechos de los ciudadanos tenemos que decir que la historia del "Periquillo" nos habla de serios avances en relación a las etapas anteriores.  Las leyes penales y civiles no habían cambiado gran cosa (de hecho el autor recuerda cómo aún se aplicación del Fuero Juzgo), pero ahora través de un sistema normado tanto en lo referente a la administración gubernativa como a la justicia propiamente dicha y no como en siglos anteriores bajo la arbitrariedad absoluta del poder, especialmente en lo tocante al fuero especialmente benigno aplicado a la nobleza y a los hidalgos.

En la obra de Lizardi vemos, a veces con una minuciosidad propia de un informe, como funcionan ambos aspectos en el México de finales del XVIII. Y lo que es más interesante: como el autor denuncia las causas de corrupción en ambas instituciones.

Así por ejemplo se nos habla de un "subdelegado" (esto es, el gobernador designado por el Rey para administrar una determinada ciudad) a sueldo de las cuatro familias poderosas del lugar y que constantemente impone multas y tasas injustas al resto de los ciudadanos.  Un comportamiento sin duda muy frecuente en los siglos anteriores a una y otra parte del Atlántico. Pero que en la ficción de Lizardi es objeto de una denuncia liderada por los indios del lugar que da lugar al cese y procesamiento del culpable y de sus cómplices.

En lo referente a la Justicia la situación es parecida. Lizardi alaba la rectitud de la mayor parte de los jueces, pero también señala sus focos de corrupción.  Los alguaciles (la policía) encarcelan a los posibles delincuentes, pero estos tienen el derecho a ser juzgados por jueces independientes y a ser defendidos por abogados, y las penas son impuestas sólo tras la valoración de pruebas y testimonios. Incluso el sistema funciona en la justicia militar en el que la pena se impone tras la valoración de los hechos de una fiscalía independiente y la posibilidad de defensa con abogado.

Sin embargo Lizardi denuncia como las injusticias en gran parte se deben a los "Escribientes" , esto, los que desempeñan las funciones de lo que hoy llamaríamos secretarios judiciales. Según el autor la mayoría de ellos no tenían ningún tipo de formación y eran corruptos, y esto era la fuente de una gran cantidad de injusticias.  Este reclamo por la formación "reglada" se repite en varias ocasiones a lo largo de la obra, señalando dos aspectos muy propios de la ilustración: el peso de la formación de la spersonas en el avance de las sociedades y la necesidad de que esa formación fuera reconocida por terceros para acreditar la fiabilidad de su ejercicio profesional.

Una postura que quizá tenga que ver con el hecho de que el padre de Lizardo fuera médico.  Una profesión que entonces ya no sólamente se circunscribía a atender a las grandes ciudades y a las castas privilegiadas sino que se extendía por las pequeñas poblaciones y a la gente con recursos muy limitados incluyendo los indios. Que por cierto retribuían a los médicos con gallinas y productos del campo, como nos pueden contar aún los médicos de la España rural de la posguerra.

Y , volviendo a los "escribientes", algo parecido se reclama cuando ejercían funciones notariales, de cara a evitar que los derechos civiles que les asistían a la gente sin estudios y a las mujeres fueran manipulados por tales escribientes por desgana o por favorecer a otros.

En lo referente al ejército la imágen que nos traslada el nuestro testimonio ya tiene poco que ver con los caballeros de la guerra medievales. Lo que vemos es una maquinaria propia de un ejército profesional en el que los que ocupan los puestos de mando tienen un determinado nivel de instrucción para los que la lealtad al rey significaba cada vez más el respeto al Estado que el monarca representaba.

Si atendemos al testimonio de Lizardi, en la Nueva España funcionaba un Estado que si bien tenía graves problemas de corrupción suponía un tremendo avance respecto a las formas de poder medievales y postmedievales. Un Estado capaz de otorgar y proteger cierto nivel de derechos de los ciudadanos y cuyo manto empezaba a abarcar no sólamente a la nobleza y a la hidalguía sino también a los sectores míseros de la población "española" (los blancos), a los indios y a las mujeres.

Edificios como el Cabildo de Nueva Orleans nos recuerdan este progreso en el sistema de administración del Virreinato en la segunda parte del Siglo XVIII.  Progresos que además, y por primera vez en siglos , se iban extendiendo a lo que hoy denominariamos fomento de la actividad productiva: a incrementar la "riqueza de las naciones" no solamente mediante la estabilidad institucional sino en temas tales como los transportes y en particular de los Caminos Reales. Durante la etapa de los Austrias la mayor parte del transporte interior se debía realizar en animales de carga ante la ausencia casi total de caminos aptos para el transporte en carros lo que suponía un encarecimiento desmesurado de los costes de transporte.

Carlos III decide acabar con este estado de cosas y dicta un real decreto con la que se inicia un proceso sistemático de las comunicaciones que dura hasta nuestros días. La frase con la que el monarca inicia su exposición de motivos nos dice mucho de los fines que perseguía: " Tengo considerado que uno de los estorvos capitales de la felicidad de estos mis reinos el mal estado en que se hallan sus Caminos por la suma dificultad y aun imposibilidad de usarlos en todos los tiempos del año, para conducir con facilidad los frutos y géneros que sobran de unas provincias a otras..."  

Este esfuerzo de mejora de comunicaciones se extendió a una y otra parte del Atlántico dejando en el Virreinato de Nueva España un ejemplo especialmente interesante como es el Camino Real destinado a articular el progreso de California. Un Camino Real diseñado con los mejores principios científicos de la ciencia ahora disponible, con una ancha calzada, trazados rectilíneos y con un pavimento "solido y firme". Una vía que aún hoy en día conserva su nombre y que en su llegada a la Bahía de San Francisco es la avenida central del Silicon Valley.

El empleo de tan buena ingeniería en el cumplimiento del objetivo planteado es una muestra de uno de los triunfos más importantes del siglo de la Ilustración. Frente a las creencias atávicas de antaño se vuelve a la confianza en la ciencia, en la formación y en la investigación, y ello se hace además recuperando sus raíces clásicas. Siguiendo con el ejemplo que antes decíamos las técnicas de firmes utilizadas en el Virreinato ( y en el resto de la administración borbónica) se trasladan a España como una prolongación de lo que la misma familia reinante estaba haciendo a la otra parte de los Pirineos. Y en Francia tales soluciones no habían salido de la nada, sino de la evolución de las técnicas empleadas en las calzadas romanas.

 Estos aspectos los vemos constantemente rememorados en el testimonio de Lizardi.  En primer lugar en la defensa de la racionalidad frente al "conocimiento ancestral" en materias tales como la medicina, la farmacia o el derecho. Defensa casi siempre argumentada con referencias a las autoridades latinas o griegas en la materia como buen ejemplo del empleo del procedimiento científico. Y en segundo lugar en la constante reclamación de que sean ejercidos tales oficios por profesionales formados y titulados.

¿Cuales eran las razones de este cambio?. ¿Como el poder de la Corona de España basado en la potencia militar y en los recursos de las Indias se estaba transformando poco a poco en un Estado moderno?. ¿Como no explica esto la historia convencional?.

Ciertamente la historia convencional es, en gran parte, la historia del poder. Y por lo tanto lo que muchas veces nos llega a los ciudadanos al respecto es la solución más simplista posible: hay reyes y gobernantes buenos y malos:  Carlos I, Carlos III, Churchil o Kenedy fueron buenos;  Felipe III, Fernando VII y Stalin fueron malos.

Una respuesta parecida a que hay días buenos y malos. Y que dios dirá cual nos toca mañana. En este caso todos opinamos que los ciudadanos debemos de resolver las cosas de manera que sea cual sea el tipo de día nuestra vida funcione. Una reflexión sobre dicha solución simplista debería también avanzar más allá de lo obvio.

El poder por su propia esencia tiene por objeto expandirse a costa de limitar las libertades de los ciudadanos. Y para ello conforma mecanismos sumamente complejos en los que intervienen personas que pueden tener actitudes muy distintas respecto al resto de la gente: algunos pueden ser despiadados y carentes de cualquier tipo de conmiseración con los otros. Y otros a lo mejor han recibido una formación que les hace situar la honradez en el primero lugar de su escala de valores y escandalizarse constantemente de las malas condiciones de vida de los otros.  Algunos de ellos pueden tener un papel más relevante en el proceso de conformación de las decisiones del poder (algunos de los mencionados antes lo tuvieron), mientras que otros estuvieron sometidos a un juego de influencias muy potente.  Pero en todo caso las decisiones del poder nunca debieran estudiarse como una conducta personal. Y, lo que es más importante: sean cuales fueran obedecen al principio básico que las promueve: su consolidación y expansión.

Y en este proceso de expansión y consolidación aparecen dos fórmulas alternativas: integrando nuevos súbditos y territorios o haciendo crecer la riqueza del país. No sabemos nada sobre de como el poder mogol hizo prosperar su territorio primigenio, pero en sendos momentos de la historia controlaron el Estado Chino y la India. Y en el otro extremo las "Provincias Unidas" nunca fueron un gran territorio, pero la burguesía que las dirigía llegó a manejar grandes riquezas.  Sin duda esto es una caricatura, pero curiosamente algunos de los grandes altos en nuestra cultura han estado unidos a este segundo tipo de estados. Desde la antigua Grecia a la Venecia medieval.

Quizá la Corona de España en la etapa de los Austrias obedezca al primero de los modelos. El control territorial no trajo a los habitantes de la metrópoli la prosperidad que cabía esperar y al final se descubrió que el oro no era un factor productivo sino simplemente un objeto de intercambio y especulación.  Frente a este tipo de estado, el poderío de Inglaterra fué creciendo constantemente durante los siglos XVI y XVII basándose sobre todo en el comercio y en el dominio de los mares. Y en paralelo, de la mano de los Borbones, Francia también comenzaba a desarrollar su potencial productivo con actuaciones públicas tan importantes como la creación de una importante red de canales de navegación.

Quizá igualmente la guerra de Sucesión debiera entenderse como el enfrentamiento entre estas dos formas de poder, ya que con independencia de la cadena de victorias y acuerdos que también nos relata la historia convencional se salda con el ocaso de la Corona de España tal como le entendían los Austria, sustituida por una nueva dinastía d de la mano de la cual llegan de Francia nuevos aires de modernidad.  Y con ello los ciudadanos comienzan tener ciertas opciones de libertad y de progreso que hoy nos parecen insignificantes pero que suponían un importante avance sobre el anterior sistema de poder.

El tema central del Periquillo es la respuesta de la gente frente a este nuevo escenario.  Tiene la forma de un obra didáctica destinada a los hijos del propio Periquillo en el que mediante una catarata de ejemplos y reflexiones les aconseja como deben responder en este nuevo escenario.

Lizardi enfoca su pedagogía desde una nueva visión ilustrada, basando los valores que propugna no en la autoridad de la Iglesia o de la tradición sino en la razón y en la experiencia. Y ello en sí mismo supone un cambio radical respecto a los ideales que se habían repetido en obras semejantes de los siglos anteriores. Valores tales como la formación, esfuerzo, respeto a los mayores y solidaridad, bien diferentes al temor de Dios, la obediencia a Reyes y Señores, el honor o la astucia tantas veces repetidos en la literatura de la época de los Austria.

Así por ejemplo los padres del Periquillo se empeñan reiteradamente en que tenga una formación básica en lenguas (incluyendo el latín), matemáticas o física y que tras ello se licencia en letras, abogacía u otra rama similar. Pero como el joven Periquillo es muy propenso a la jarana, el juego o la vagueza le encaminan a que se forme para acceder a un "oficio" o "industria". Y en último caso a que tome los hábitos.  ¿Nos suena esto?.  Es el relato de nuestros días (salvo la última opción) y el que estamos cansados de oír en muchas historias familiares de nuestras generaciones y de las anteriores.  Un relato esencialmente diferente de la sociedad estamental postmedieval en el que los hidalgos se obstinaban a mantener sus privilegios y rentas sin un esfuerzo distinto que el servir al poder y en el que para la gran mayor parte de la población el esfuerzo sólo servía para sobrevivir sin que el conocimiento les aportara ninguna opción de progreso.

Pero los grandes desvelos de los padres no tienen ninguna respuesta por parte del joven Periquillo de manera que mueren y que su escasa herencia se agota nuestro protagonista debe enfrentarse a un futuro incierto. Un futuro en el que como es obvio el Estado estaba lejos de adquirir las fórmulas hiperprotectoras actuales en las que el esfuerzo del que nos habla Lizardi ha ido decayendo de ser un elemento central del debate.

¿Que opciones abría la sociedad de finales del XVIII a los ciudadanos a partir de este punto?.  Por descontado la primera de ellas seguía siendo la picaresca, la gran protagonista de nuestra vida y literatura del Siglo de Oro que seguía siendo un elemento esencial de la sociedad de las Españas. La astucia es mecanismo natural de corrección de la desigualdad ya que para que funcione requiere alguien que use la mentira y el engaño hasta los límites del delito, pero también alguien al que le sobren recursos. A veces un poco más de lo necesario para sobrevivir (el pícaro muchas veces actúa sobre el mísero) pero otras sobre el que tiene cierto nivel de riqueza que en general no ha conseguido por el esfuerzo sino por las posiciones de privilegio propias de la sociedades estamentales.

Si no fuera por las otras razones apuntadas la obra de Lizardi sería un tratado de picaresca, dada la catarata de fórmulas que vemos.  Especialmente la de acercarse al más poderoso mediante la lisonja y la alabanza hasta tomar el control de sus decisiones. Poderosos que ahora ya incluían un nuevo tipo los administradores de la Corona, una casta que poco a poco había venido a sustituir a la hidalguía tradicional que por otra parte en la Nueva España tenía mucho menor relevancia que en la península.

La picaresca en Madrid o en la ciudad de México era por lo tanto la consecuencia casi antropológica de una sociedad de manos muertas que llevaba viviendo desde hacía tres siglos de la ilusión de El Dorado,  de la confusión entre la disposición de metales preciosos y la economía productiva.

Pero también se habían desarrollado otras fórmulas de picaresca. En el Lazarillo encontramos buleros que literalmente vendían la salvación divina. Y ahora que en la nueva etapa borbónica empezaba ha prodigarse médicos y boticarios en paralelo lo hacían los correspondientes impostores. Algo que Lizardi denuncia de manera especialmente tanto por sus antecedentes personales como por el respecto que le merecen a todos ilustrado los profesionales que ponen la ciencia al servicio de la sociedad. Y que por cierto da lugar a algunas escenas muy interesantes desde el punto de vista literario y que tienen la frescura de las mejores comedias negras de nuestros días.

¿Cuando dejó de ser la picaresca una pieza básica de la sociedad de las Españas?.  ¿Ha dejado de serlo en algún momento?   Es posible que los niveles de picaresca frente a los que tienen más recursos, frente a la familia o frente al Estado sean muy superiores a los países que surgieron de la Corona de España que en otros.  Y es igualmente posible que esa valoración positiva e incluso a veces de admiración de las técnicas empleadas que vemos en nuestra literatura, desde los inicios del Siglo de Oro hasta la novela realista del XIX siga siendo en nuestros días un elemento sin el que es incomprensible nuestra sociedad actual.

Más allá de la picaresca está el delito. Y en el testimonio de Lizardi encontramos al respecto también claves muy interesantes.

En el nuevo Estado que se iba desarrollando el delito pasaba a ser una opción para extensas capas de la población condenadas a la miseria. No lo fué durante la edad media y en gran parte del tiempo de los Austrias en las que el poder respondía a los delitos de las clases desfavorecidas muchas veces con la muerte inmediata, sin casi ningún amparo de la justicia. Pedro ahora comenzaba a funcionar un un mínimo sistema de protección (como decíamos antes incluso extendido a los indios) cuya consecuencia era un sistema carcelario cada vez más amplio tanto para la fase preventiva como de cumplimiento de penas que desde nuestro punto de vista ahora nos parecería tremendamente cruel pero que entonces no sólamente era una alternativa a la pena de muerte sino que aseguraba un mínimo nivel subsistencia a los menesterosos, incluyendo tanto la alimentación como la sanidad.

Lizardi analiza pormenorizadamente este tema, incluyendo un interesante debate con un chino sobre las consecuencias de la gravedad de las penas, comparando los sistemas utilizados en uno u otro estado.  Vale la pena que hablemos un momento sobre que hace un chino en Nueva España ya que nos habla de una dimensión desconocida (y despreciada desde la historiografía peninsular) de lo que entonces era México. Desde el Virreinato de nueva España se llegó a mantener una colonia en la actual Formosa y si bien eso fué un anécdota no lo es el que desde él se gobernaba las Filipinas y las Marianas y por lo tanto se mantuvo durante tres siglos una línea de relación no solamente comercial sino también cultural con Oriente. De manera que Lizardi, siguiendo la línea de Montesquieu o Cadalso recurre inteligentemente a otras civilizaciones para reflexionar sobre lo que desde la civilización occidental parecían verdades incontestables. Y en este caso lo más próximo no era Persia o Marruecos sino China. Reflexiones de mucho calado en las que se pone de manifiesto por ejemplo el desconcierto de el "chino" ante una nobleza que no deviene del esfuerzo sino que es meramente hereditaria y al ejercicio de los cargos públicos sin tener en cuenta la capacidad de los que lo ejercen.

En todo caso Lizardi se extiende profusamente en las formas de delincuencia de la época, incluyendo algún capítulo memorable que adelanta lo que luego sería el género del oeste (no en vano la obra de Lizardi está escrita unas décadas antes desde la capital de lo que era entonces el oeste estadounidense). Y de como la desesperación de muchos (indios, "prietos" o criollos, ya sean de las clases populares o de las más pudientes caídos en la desgracia) les lleva a saltar la línea de la delincuencia.

Como en el caso de la picaresca, la delincuencia sigue siendo un grave problema en algunos de los países en los que se desgajó la Corona de España. Y su evolución desde la época de Lizardi nos habla de la persistencia de un sistema incapaz de generar opciones para todos. Un  tema que ya señala entonces nuestro autor indicando que el esfuerzo de las personas es muchas veces una condición necesaria pero no suficiente para eludir la delincuencia o la picaresca.

Una tercera vía para los que pretendían eludir la miseria era el juego. Otra vez el enfoque del testimonio del que hablamos nos parece increíblemente actual.  Si nos parece que ahora es fácil jugar veremos en el "Periquillo" aún lo era más en el México de finales del siglo XVIII. Debe de advertirse a los lectores futuros de esta obra que no intenten comprender como eran tales juegos (de la  forma que muchos nunca llegaremos a saber jugar al mus). Pero si que vemos pautas que nos sonaran. Hasta los que no tenían literalmente nada podían comenzar a jugar (bonos de bienvenida actuales) pero poco después muchos debían de vender hasta la totalidad de su ropa o endeudarse en unas condiciones brutales (préstamos rápidos telemáticos).  Lizardi critica duramente el juego como alternativa al esfuerzo y antesala de la delincuencia. Y cuando es el desencadenante de la desatención total de una familia hasta llevarla literalmente a la muerte.

Pero frente a la picaresca, la delincuencia y el juego también está la alternativa de la solidaridad, la generosidad y la amistad. Bien para comer o cenar (Lizardi nos traslada la angustia de como mucha gente vivía sin saber cuando se despertaba como resolvería su manutención diaria) o para enderezar vidas desencaminadas. Y por descontado no como una parte del Estado benefactor sino de lo que hoy llamaríamos la "sociedad civil".

Sin duda la limosna salvaba de morir de hambre a mucha gente cada día. Requería en general un "relato" que justificara la situación de necesidad (el actual cartón escrito) al que lo correcto era dar siempre algo. Lizardi se detiene en ello para establecer una línea entre la limosna y la picaresca criticando esta última duramente en cuanto perjudica especialmente a los verdaderamente necesitados. Pero en general la solidaridad que vemos en el testimonio de Lizardi se ejercía mediante las redes familiares y de amistad dentro de una misma clase.  Y cuando daba lugar a un cambio real en la situación de las personas a las que se ayudaba meran por que estas recuperaban sus valores personales y aprovechaban la mucha o poca formación recibida. Desde la reglada a la "formación profesional" que suponía el aprendizaje como mozo o mancebo de un oficio.

Por descontado, cuando se abría la puerta a  las aspiraciones de progreso personal las aspiraciones no eran muy distintas que las de los personajes creados por los autores de los siglos pasados: acceder a la riqueza o el poder y olvidarse del esfuerzo. Bien sea encontrando un tesoro, una herencia, un cargo en la administración o cualquier otra "retribución" por lo servicios al poder. Per ahora además empezamos a ver otras vías de progreso: la del ejercicio profesional (abogados, boticarios, médicos...), le "industria" (palabra que ya se utilizaba en un sentido cercano del actual), el comercio o los negocios.  Nuestro personaje sueña literalmente con ser Virrey, pero al final su acomodará a lo que realmente le deparaba su futuro.

 Cabe dedicar unas líneas sobre el papel que la Iglesia jugaba en todo este proceso. En el testimonio de Lizardi ya no vemos a una Iglesia jugando un papel muy distinto al que tenían en la época de los Austrias. Por descontado seguía siendo una institución gigantesca, probablemente mayor que la propia administración, capaz de llegar a los últimos pueblos y a las capas más humildes de las ciudades. En siglos anteriores había sido un mecanismo basado en la difusión de una determinada moral cuya vulneración llevaba al pecado, al fuego eterno y en muchos casos a la Inquisición.  Lo que vemos en el "Periquillo" es por el contrario una batería de instituciones formativas y asistenciales y unos clérigos con una formación bastante superior a la media de la época a los que la universalidad de la institución permitía un proceso de difusión del conocimiento más allá de las nacionalidades. El latín seguía (y sigue) siendo la lengua vehicular de la Iglesia católica, una lengua cuyo conocimiento no sólo sirvió para difundir la religión universalmente sino también a los grandes autores romanos y griegos, y por lo tanto las bases de lo que es nuestra actual ciencia y cultura. Así,en la Nueva España de finales del XVII los abogados contrastaban el Digesto de Justiniano con los Fueros Castellanos o recordaban frases de Ovidio para hablar de las vicisitudes de los barrios de la ciudad de México.

Entre las novedades que encontramos respecto a los tiempos de los que nos habla Cervantes cabe citar la situación de la mujer y de los indígenas.  Por descontado en  la Nueva España de Lizardi las mujeres supeditadas totalmente a los hombres en la estructuras familiares y sociales. Pero ya aparecen como sujetos de derecho: desde la cuestión de la defensa de ejercer su autonomía en materia de derecho civil a la denuncia del maltrato, que aparece quizá por primera vez en una obra de nuestra literatura con esta denominación.

En lo referente a los indios los vemos como una capa social desfavorecida, pero ni más ni menos que los de la mayoría de los criollos. Las clases populares comparten diversiones, servicios o cárceles y entre ellas las barreras no necesariamente se establecen por cuestiones de limpieza de sangre, como si sucede en los estamentos más altos de la sociedad novoespañola. El autor en ningún caso los ridiculiza o estigmatiza como habíamos visto en otros autores peninsulares al hablar de judíos o gitanos.  Tienen su propia estructura gubernativa autónoma (el "gobernador de los indios") y la Iglesia respeta y se adapta a sus lenguas. Parece que la reforma  interna en la Iglesia por la que también luchó Bartolomé de las Casas había  dado sus frutos.

La situación de los indígenas en Nueva España a finales del Siglo XVIII no parece que fuera de discriminación social sino de la falta de oportunidades consustancial con las estructuras de la Corona de España.  Un Estado que ciertamente había avanzado bajo los Borbones respecto a las pautas postmedievales de los Austrias, pero que se asentaba en una estructura basada en las regalías provenientes del poder. De la distribución arbitraria de cargos, ventajas comerciales y monopolios dependiendo ni del mérito ni del mercado sino de decisiones de la corte y de las aristocracias de título de la península y de la carente de  títulos que se había desarrollado entorno al Virreinato.

Un sistema que obviamente reservaba las pocas oportunidades de progreso personal al resto de la sociedad criolla frente a la mayoría indígena, generando una situación de desigualdad que aún persiste en nuestros días.

Los tiempos habían cambiado sin duda. Bajo la Corona de España la sociedad civil comenzaba lentamente un camino de progreso.  Y ello había venido de la mano de la mejora de la formación de estratos cada vez más amplios de la población, del movimiento ilustrado y la consiguiente recuperación de la antigua racionalidad, de unos nuevos de valores personales y sociales independientes de los religiosos y de la difusión de todas estas tendencias más allá de las barreras estatales.

Y fué un avance paralelo a una y otra parte del Atlántico. Como decíamos al principio el "Periquillo" es quizá el relato más antiguo en el que nos podemos reconocer. Los valores que se propugnan, las respuestas frente a las oportunidades de la vida, el abismo siempre cercano de  la degradación, la solidaridad...parecen historias de las que les contaban a nuestros abuelos. Por descontado un avance que afectó especialmente a los estratos urbanos más favorecidos de la sociedad. Así sucedió en México, en Santiago de Chile, en Madrid  o en Barcelona en donde las discusiones sobre literatura, ciencia o el buen gobierno de las élites convivieron con el analfabetismo de la gran mayoría de la población rural.

Pero con alguna diferencia. La sociedad de la Nueva España crecía más lejos de las raíces ancestrales de la sociedad peninsular: de la nobleza postmedieval, los sectores de la Iglesia más inmovilistas y de la hidalguía que seguía pensando que la gloria de algún lejano antepasado era incompatible con una profesión u oficio (véase como  sin embargo en México ser Ingeniero o Licenciado es un mérito igual que el de ser Don, término que históricamente reconocía la hidalguía).

Realmente, la parte americana de la Corona era la nueva España. En donde prosperaban los nuevos valores de una manera distinta que en la vieja península. De la misma forma que habían prosperado en los territorios americanos de la Corona Británica. Y quizá por ello no tengamos en la literatura peninsular una testimonio tan novedoso, ilustrado y a la vez popular como el de Lizardi.

Y en ambos casos los procesos que se estaban desencadenando no pueden sólo ser analizados desde el nacionalismo independentista.

Lizardi completa el Periquillo en medio de la Guerra que daría lugar al nacimiento del Estado Mexicano. Era un periodista muy activo involucrado en todas las tendencias que allí se desarrollaban a principios del XIX. Pero sin embargo en ningún momento de vemos ninguna reflexión independentista, sino que al contrario, repetimos en plena guerra, habla por ejemplo del orgullo por la fiesta de la Patrona de "todas las Españas".

La Corona de España era un instrumento eficaz para las élites de Nueva España de lo misma forma que lo era en la "vieja" España. Permitía anclar su poder respecto al resto de la sociedad criolla y a los indígenas y mantener sus privilegios para el comercio con Europa mediante el cuasimonopolio real. E incluso para los ilustrados significaba el vínculo con las corrientes de progreso europeas. Y por descontado, para la mayor parte de la población de fuera de la capital, no tenía la menor importancia si el poder se ejercía desde México, Madrid o Paris ya que durante generaciones y generaciones habían aprendido que nada cambiaba por ello y que sus opcione de progreso y libertades seguían siendo las mismas.

Pero la Corona de España estaba en proceso de autoliquidación. Después de tres siglos su complejo entramado de poder se derrumbaban y eran incapaces de impedir la entrada de ejércitos extranjeros en la metrópoli, de respetar la sucesión dinástica o de impedir que fuera una algarada y no la decisión real la que liquidara al valido de turno. Desde las posiciones absolutistas era un instrumento inútil de cara a impedir lo que había sucedido en Francia. Y desde las ilustradas  se veía con ilusión el nuevo como el experimento de una República en América estaba funcionando razonablemente,  una alternativa a la Monarquía que había demostrado no ser la antesala del caos.

Del desplome de la Corona de España fué surgiendo poco a poco en la península un Estado constitucional. La Constitución de 1812, la raíz de ese nuevo Estado, fue elaborada por representantes de una parte y otra del Atlántico en unos momentos en los que aún se soñaba con una Monarquía constitucional común. Fué la reacción absolutista la que liquidó esta posibilidad.

A partir de ahí, el Virreinato de Nueva España y el resto del poder de la Corona en el centro y del sur de América, la batería de estados constitucionales que han llegado hasta nosotros. Nuestras actuales estructuras políticas tienen fechas de nacimiento paralelas y, más atrás de ello, una historia común de sometimiento a una misma Corona.

Pero esa historia común también es la de sociedades similares con una cultura común. En la que se dieron comportamientos repugnantes pero también en la que fué avanzando poco a poco el progreso y la ilustración.

El testimonio de Lizardi nos recuerda constantemente esta historia común, pero a la vez del potencial de las nuevas Españas que quizá con más vigor que la peninsular comenzaron su andanza independiente.   Desde luego, a una y otra parte del Atlántico los nuevos poderes ya independientes nu supusieron para nada un salto inmediato hacia la libertad y el progreso de la mayoría de los ciudadanos.  Y por descontado en un primer momento supuso particularmente poco para las capas míseras indias o criollas de las que nos habla el autor. En ambos casos la consolidación del estado constitucional y democrático fué un proceso lento, jalonado por innumerables conflictos.

La historia nacionalista convencional escrita a una u otra parte del Atlántico nos habla de terminologías absurdas como las de la Madre Patria, la descolonización o el dominio de "los españoles" sobre "los americanos" para describir un escenario más del conflicto entre el poder y la gente.

Quizá los tres siglos de historia común deberían de ser considerados como un ciclo de extensión de  Europa más allá del ámbito geográfico a que hace referencia la acepción geográfica del término. Y de unos valores comunes desgranados por Lizardi con mejor maestría de ningún otro contemporáneo de la vieja España.



















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