El Lazarillo de Tormes (Anónimo, c. 1545 ). ¿A que llamamos España?
El Siglo XV fue una etapa clave para nuestra historia y para la de la Corona de España.
En particular el Siglo XV contempla el nacimiento efectivo, al consolidación y del desarrollo de la Monarquía Española hasta convertirse en el primer imperio de escala planetaria. Sin duda todos nosotros tenemos un amplio conocimiento de alguno de los hitos claves de este proceso tanto por nuestra formación como porque alguno de sus personajes claves siguen siendo objeto de nuevos análisis y de constantes rememoraciones literarias, cinematográficas o televisivas.
¿Pero que sabemos acerca de los españoles de esa época?. No es fácil encontrar testimonios al respecto ya que pese a que la llegada de imprenta había dado un impulso extraordinario a la creación y divulgación de los textos, la inmensa mayoría de ellos están en la orbita de la religión y el oficialismo y por lo tanto en ellos no debemos buscar testigos independientes del poder.
El Lazarillo de Tormes es una de las pocas excepciones. Un texto cuyo presunción de independencia nace de su propio anonimato pero que además contiene muchas más claves de las que en principio podía parecer sobre la sociedad española del llamado Siglo de Oro.
No descubrimos nada si decimos que el Lazarillo nos descubre una sociedad pobre que roza constantemente la miseria más absoluta. En la que, como leemos, el hecho de comer una sola longaniza motiva una anécdota ampliamente desarrollada en el texto.
Y en la que además los derechos reconocidos a los ciudadanos prácticamente quedaban reducidos prácticamente a la vida y a la (escasa) propiedad de cada uno. El Estado no tenía ninguna responsabilidad respecto a la situación desesperada de sus ciudadanos (el hambre, la sanidad, la ceguera, la orfandad...), ni siquiera la de generar algún tipo de ley que impidiera que, como leemos en la obra, los niños fueran dedicados a algún tipo de trabajo poco después de que pudieran caminar.
No estamos hablando tan sólo del personaje que protagoniza (y relata) la obra que se situaba en una de las castas mas bajas de la sociedad. Quienes lo toman a su cargo y le ayudan tampoco están en una situación mucho mejor. Los religiosos tienen que esperar a que alguien se muera para comer decentemente en el funeral a costa de los familiares. Y un elegante escudero de los que aparecen rodeando a los personajes principales en cualquier obra pictórica no probaba literalmente nada que no fuera agua durante días a la espera de que su siervo le diera unas migajas de pan.
Ni siquiera en Toledo, la ciudad Imperial, no sobraba nada en las casas, ni siquiera lo necesario para dar una limosna, los años en los que habían malas cosechas.
De esta forma, el testimonio anónimo del que hablamos, nos lleva a preguntarnos las razones de que la vida de los ciudadanos de dicha época tuviera tan poco que ver con la gloria de la Corona de España y de aquel Imperio sobre "el que nunca se ponía el sol". Y que quizá las imágenes ecuestres de los reyes y sus capitanes venciendo en mil batallas que todos tenemos en nuestra retina deberían de ser complementadas con la de niños muertos de hambre tratando de conseguir lo imprescindible para poder levantarse al día siguiente.
Y en este sentido lo primero que tendríamos que recordar que el "estado benefactor" preocupado por la protección de sus ciudadanos y el enriquecimiento de sus territorios es una realidad muy posterior a la etapa de la que estamos hablando. Y que por lo tanto que si en dicha época se oportunidades para salir de la miseria y el hambre endémico no era tanto por la voluntad de un poder magnánimo sino, fundamentalmente, como consecuencia colateral de intereses propios del poder.
En este sentido ha muchos ejemplo en los poderes dinásticos se han preocupado en desarrollar la riqueza de sus propias metrópolis y su base demográfica para poder asumir ciclos expansivos cada vez más ambiciosos. De hecho eso podría haber pasado perfectamente en la España del Siglo XV, la corona propiamente dicho y todo el entramado de poder que la rodeaba, podría haber optado por fortalecer la economía y la agricultura peninsular para así poder hacer frente a las costosas campañas marítimas y terrestres que exigían sus ambiciones expansivas en Flandes o en Italia.
Pero, lamenteblemente, el oro y la plata americana, de manera directa o a través de un complejo entramado de prestamistas europeos, cubrían suficientemente las necesidades de la Corona de España. No sólo eso, sino que además, las necesidades de disponer de las cuantiosas tropas tanto en el sitio de donde provenían los recursos como en donde se aplicaban (centroeuropa) suponía un drenaje constante de la demografía española que se veía desposeida de una parte esencial de su fuerza de trabajo.
Pero con independencia de esta fuente, entonces inagotable, de recursos, es posible que los goberantes inteligentes también planteen potenciar otras fuentes de riqueza propia más estables y menos coyunturales que los recursos provenientes de las colonias. Muchos siglos antes, el estado Chino había construido una increible red de canales que aún perdura en gran parte para asegurar el abastecimiento de la corte y de los ejércitos uniendo la zona de sus capitales tradicionales (Xian y su entorno) la desembocadura del Yantgsé. Un sistema que más allá de resolver tales necesidades ha permitido abastecer a los territorios que sufrían hambrunas.
Esto también paso en la Corona de España. Pero con una matización que quizá sorprenda a algunos. En la primera mitad del siglo XV la Corona de España no era española. Esto es, ni su ámbito se ceñía a España ni, lo que es mucho más importante, obedecía primordialmente a sus intereses penisnulares.
Es muy posible que Carlos I terminara siendo un gran estadista. Pero en 1516, tras la muerte de Fernando el Católico, se hace cargo de la Corona de España era un niño flamenco de 16 años cuya madre estaba encerrada. Sus dos abuelos españoles habían muerto (y también sus ancestros flamencos) de manera que era su abuelo Maximiliano de Habsburgo su "pariente más próximo". Y este no iba a perder la oportunidad de que el nuevo heredero del Reino de España y por lo tanto poseedor de la inmensa riqueza de las indias y de una posición privilegiada en Italia incorporase tales posesiones a la casa de Habsburgo. El procedimiento seguido para ello fue sin duda muy inteligente: colocó a su hija Margarita (tía de Carlos) como gobernadora de los Paises Bajos para tutelar al niño príncipe y educarlo, eso sí, en una corte flamenca/borgoñona con un nivel de cultura, conocimiento (y lujo) mucho mas avanzado de un ducado como el Viena entonces (otra vez) en el "limes" de la civilización occidental.
Por un momento hagamos la herejía a que nos lleva este razonamiento: no hablemos de Carlos I o de Carlos V sino de Carlos de Habsburgo. Y hablemos de él como un joven que (como es de esperar) se encontraba entre sus ilusiones personales y una increíble presión para manipular el que se sabía que iba a ser el mayor gobernante europeo desde de Carlomagno. Presiones que por descontado no sólo provenían de Flandes o desde Viena, sino también de la nobleza castellana y aragonesa, entonces aún con un gran nivel de independencia mutua y que veía en el joven Carlos un instrumento moldeable para el desarrollo de sus intereses. El término Corona de España quizá nos haga recordar mejor que no estamos ante las decisiones de una persona o familia sino ante entramado de poder mucho más complejo que a menudo permanece en la oscuridad de la historia y que generalmente se esconde tras una figura capaz de materializar ante los ciudadanos mucho más favorablemente para tales intereses el poder.
En algún momento se dirá que la efectividad del Reino de España nace del golpe de Estado que el joven Carlos y su entorno dan en 1516, asumiendo el Reino de España sin que su madre hubiera muerto o abdicado. De hecho, como es sabido, Juana la Loca no murió hasta poco antes que lo hiciera su hijo Carlos de manera que gran parte del reinado de este último se produjo en una situación que hoy hubiéramos llamado de "dudosa legalidad".
Es posible que exista una enfermedad llamada "locura de amor". Pero también lo es que Juana la Loca represente el triunfo de esa idea absolutista del poder renacentista por la cual cualquier buen objetivo justifica los medios empleados.
Pero más allá de ello, y tras los episodios de los Comuneros y de las Germanías, la Corona de España queda consolidada como un complejo entramado de poder en el que la casa de Habsburgo y determinados sectores de la nobleza y de la alta burguesía castellana, aragonesa y flamenca han llegado a un equilibrio que se demostraría estable durante al menos dos siglos.
Tras esta tesis sobre el poder que gobernó España durante el siglo XVI, y volviendo a lo que antes comentábamos, cabría especular sobre cuales eran sus intereses primordiales en materia económica. Sin duda la península tenía una gran potencialidad agrícola y ganadera, pero sus conexiones hacia centroeuropa no eran buenas y el comercio mediterráneo tan activo en tiempos anteriores estaba ahora asolado por la piratería. Sin embargo, en centroeuropa, la Casa de Habsburgo controlaba el Danubio desde Viena y la salida al mar del norte a través de los puertos de Flandes y los Países Bajos. Se establecía así un eje que desde este a oeste, mediante el Rin, el Meno y el propio Danubio articulaban lo que después llamaríamos Alemania.
El desarrollo de determinados sectores manufactureros en Flandes y de los Países Bajos como potencia marítima y comercial está ligado con este nuevo mapa. Las guerras de religión en Alemania en los tiempos de Carlos V y la obsesión casi enfermiza de la rama española de los Austrias por mantener el control de Flandes quizá tengan mucho que ver con ello.
Esto no quiere decir que determinados del poder castellano (La Mesta, los manufactureros de Burgos...) no intentaran y en algunos casos lograran en algunos casos favores de la Corona para potenciar sus negocios, pero al final la falta de facilidades para las exportaciones hacia el norte probablemente pesaran de una manera decisiva para comenzara a abrirse una brecha entre la península y el norte de Europa que quizá tenga que ver la divergencia de los niveles de riqueza y renta que hoy en día aun son muy patentes.
A esta ausencia de acciones destinadas a desarrollar los territorios peninsulares es necesario añadir el mantenimiento de las fronteras interiores. El Reino de España nace como una unión política pero no económica. Dentro del equilibrio de poder alcanzado entre la Corona y la nobleza territorial no figuraba ni la desaparición de las fronteras interiores no de la facultad de que dichos poderes regularan una parte esencial de su "economía interior" como se habían hecho durante.
España como unidad económica no nace hasta 2 siglos después tras la llegada de los Borbones, y esto quiere decir por poner sólo algunos casos que la exportación de las sederías valencianas no tenían un mejor trato en Castilla que los textiles flamencos (o ingleses). O que el trigo de Castilla no fuera competitivo en Valencia o Barcelona frente a las importaciones sicilianas o francesas.
El retraso en la creación de un mercado único fué sin duda un factor que impidió desencadenar todos los efectos positivos que suponía el flujo de recursos proveniente de América. Pero aún hubo algo mucho peor: el mantenimiento del monopolio de los puertos castellanos de Sevilla (y luego Cádiz) y la prohibición impuesta a los puertos de la Corona de Aragón de comerciar directamente con América, prohibición que sólo se levantaría en la etapa borbónica.
Esta decisión, fruto sin duda de los "consensos" con las respectivas noblezas territoriales del periodo inicial del reinado de Carlos V garantizaba al núcleo de poder entorno a la Casa de Contratación a la vez que la vieja nobleza y la burgesía emergente de Barcelona eliminaba la competencia casetellana en sus territorios del sistema comercial que habían desarrollado durante los dos siglos anteriores en el mediterráneo occidental.
La creación de España como una unidad económica al estilo de Francia probablemente pudiera haber sido un factor de progreso para los ciudadanos peninsulares, pero no necesariamente para los núcleos territoriales de poder.
Sin embargo sí que hay que decir en favor de la Corona de España que los españoles le deben otro elemento que es esencial no tan sólo para el progreso de los territorios sino para eliminar la situación de constante incertidumbre en la que habíamos vivido durante el medievo. La "pax carolina". No biusquen el término en la wikipedia por que no existe. Pero sin duda lo que sucedió tras la conclusión en la década de los 20 del siglo XVI de las revueltas de los comuneros y de las germanías y de la integración de Navarra en la Corona frente a las pretensiones francesas es que comenzó un una etapa de casi tres siglos en las que ningún ejército exterior entró en la península (frente a las constantes guerras que se siguieron desarrallondo en suelo italiano o francés o el terror constante que el naciente imperio Otomano hacía sentir a los habitantes de la otra "metropolí" de los Habsburgo, al ducado de Viena).
Así que a la situación desesperada en lo económico del Lazarillo y de una buena parte de la población española no había que sumar la certeza de que o bien antes de morir o en vida de sus hijos asolaría Salamanca o Toledo un ejército de no se sabe que reino por no se sabe que razón. Y eso se debió a la política que ahora llamaríamos de "defensa adelantada" de la Corona española que mediante sus constantes guerras en Italia o Flandes impedía el fortalecimiento de la primera y cercaban al poder francés-
Una situación de paz que sin embargo tenía un flanco débil. El gran error de la Corona de España fué el creer que se podía mantener un Imperio abandonando el perfil de talasocracia que hasta entonces habían tenido los grandes estados de la historia Europea, basados en la navegación (marítima o fluvial) y en la defensa de las logística militar y del comercio en los mares.
La Corona de España nunca llegó a ser una gran potencia marítima. Es cierto que durante mucho tiempo logró mantener la carrera de América. Pero en el momento de su hegemonía europea fué incapaz no tan sólo de controlar la piratería en el atlántico sino que países entonces de una entidad mucho menor como Inglaterra o los Paises Bajos se fueran posicionando en el caribe y en en toda la "Tierra Firme" al norte de Florida, en el actual Estados Unidos.
Tampoco llegó nunca a controlar el Golfo de Vizcaya o el Canal de La Mancha viéndose obligada a mantener una increible línea de logística militar y comercial que implicaba el mantener los dominios del Milanesado y el Franco Condado y tener que cruzar los Alpes. Y ni siquiera consiguió que el Mediterráneo occidental fuera un mar propicio para el desarrollo del comercio, constantemente asolado por la piratería berberisca. Lo cual supuso el dilapidar todo el esfuerzo que se había desarrollado en su día por la Corona de Aragón y lastrar seriamente el desarrollo de sus territorios mediterráneos.
Para terminar la descripción de la Corona de España como sistema de poder es necesario hablar de la Iglesia Católica. En el medievo la justificación de los poderes locales y de los propios reinos estaba basado en la defensa local frente a otros nobles y reinos vecinos, de una u otra religión. Pero el crecimiento de la Corona de España y de los otros estados emergentes europeos suponían un cambio de escala en el que tal defensa inmediata pasaba a ser un elemento clave desde el punto de vista de los ciudadanos. De esta forma la Religión pasaba a ser un elemento esencial del sistema de poder. Tanto desde el punto de justificar el esfuerzo económico y personal de la contribución a la "evangelización" o la "unidad de la religión católica" como en la difusión a toda la población de una batería de valores en cuyo centro estaba el aval divino al poder terrenal del emperador. Difusión para la cual la red de la Iglesia era el elemento esencial: alcanzaba todos los extremos del imperio y llegaba tanto a los habitantes de las grandes ciudades como a los últimos soldados (o indígenas) en los rincones más perdidos del Imperio. Desde Guam, en medio del Pacífico a lo más profundo de la montaña Asturiana pasando por la selva amazónica.
El Lazarillo nos aporta algunos datos interesantes acerca de como este poder afectaba a la vida de los ciudadanos. En particular no encontramos ninguna acción de misericordia o ayuda a los más débiles (que sin duda la hubo), pero si de como la acción de la Iglesia no solamente se desarrollaba por los medios más convencionales sino también con instituciones como los bulderos que, literalmente, vendían a los pecadores su salvación mediante la venta de las correspondientes bulas. Un buen ejemplo de como la trasmisión de unos determinados valores religiosos, morales y civiles se acompañaba también del constante drenaje de los recursos de los campesinos por procedimientos obligatorios, voluntarios o, como este es el caso, a cambio de un presunto salvoconducto para evitar el infierno.
Y además, esta posición de dominio en ciertos casos podía llegar a lo que hoy consideramos graves delitos en relación con la protección de la infancia. En el testimonio anónimo al que nos estamos refiriendo el lector encontrará uno de las formas más inteligentes que podemos encontrar en la literatura universal para referirse a este tema. Por descontado no mediante ningún tipo de mención expresa o enrevesada. Sino simplemente dedicando un capítulo de tan sólo unas pocas líneas a una de las etapas de la vida del Lazarillo sirve a un fraile, a diferencia de la minuciosidad con la que se abordan otras etapas. De esta manera cualquier lector, del siglo XVI o del XXI, se pregunta a que se debe este radical cambio de las pautas del relato.
El gigantesco ejército de clérigos constituía en esa etapa del antiguo régimen un porcentaje muy significativo de la población. La inmensa mayoría huían de la miseria para acogerse a un manto protector que le aseguraba un mínimo nivel de subsistencia. Pero ello a cambio de convertirse en un elemento esencial para el poder y, lo que es más dramático, sentirse amparado en dicho manto para establecer límites a sus acciones mucho más laxos que los que tenía el resto de la población. La imagen del poder no debiera ser la de un tirano malísimo que mantiene su potestad por el terror directo, sino de un complejo mecanismo (el anillo tolkeniano) que atrae irresistiblamente a personas que en su origen no on muy diferentes de las que van a ser sojuzgadas.
El papel que desarrollo la Iglesia, especialmente en países como España, durante los tres siglos del Antiguo Régimen tiene mucho que ver con la capacidad de generar procesos de progreso y de desarrollo económico. Junto a los abundantes ejércitos suponía una constante sangría demográfica que impedía desarrollar todas las capacidades de producción agraria. Pero además una gran parte de los recursos que disponía la Iglesia carecían de cualquier tipo de inversión productiva (y muchos de ellos ni siquiera se cultivaba) ya que la pervivencia y crecimiento económico de dicha institución quedaba perfectamente asegurada por los abundantes recursos que como vemos recaudaba en España y los que en paralelo provenían de América.
La historia de pobreza y miseria del Lazarillo en parte se desarrolla en Salamanca y en Toledo, en donde podemos admirar una gigantesca colección de edificios religiosos encabezada por sus respectivas catedrales, dos edificios que aún hoy no sorprenden no tan sólo por la excelencia de su arquitectura sino por la utilización de recursos que entonces supuso.
Así pues la vida del Lazarillo (y de la inmensa mayoría de los españoles) trascurrió bajo la estricta sumisión a una lejana Monarquía, a una cercana Iglesia y auna igualment cercana red de conformada por la nobleza local y la alta burguesía que controlaba mediante una economía posgremialista tanto la producción agraria como gran parte de la manufacturera y comercial. Tres patas de este complejo sistema de poder conformado hace ahora 500 años, tras el inicio del reinado de Carlos I "de Habsburgo" que estamos llamando Corona de España.
Pero para nada, desde mi punto de vista, el Lazarillo es la "canción triste" de un joven frente a ese Estado que no hace nada por ayudarle a salir de su situación, sino un verdadero "relato de superación", del heroísmo cotidiano de la mayoría de los españoles del Siglo XVI (y de los siguientes) que a la vista de tales circunstancias lucharon por sobrevivir y, si era posible por que sus hijos vivieran un poco mejor.
Frente a la locura indolente del Quijote o la resignación de Sancho el Lazarillo nos cuenta su lucha desde que, literalmente, empezó a andar, para salir adelante. Y para ello, frente al brutal desencanto que suponía el poder ejercido por la Corona, desarrollando un sentido que ha estado presente en muchas etapas de nuestra historia: la "astucia", una vía intermedia al trabajo productivo cuando ese era negado por el sistema de Estado que antes describíamos, y a la delincuencia, que seguía siendo tan contundentemente reprimida como en la etapa medieval.
La astucia se mueve en los "límites del bien y del mal" : conseguir un trozo de pan exagerando la condición de uno mismo para movilizar la lastima de los demás, el engaño, la mentira, el timo, la defensa rayana en el homicidio y la explotación de otros aún más débiles (otros niños, las mujeres...) hasta llegar al proxenitismo de la misma esposa. Por cierto sugerido en el texto con la misma elegancia de la que antes hablábamos y que obliga al lector a pensar si el autor la practicó o no.
Y todo ello compaginado con que Lázaro es un ser moral y por lo tanto en repetidas ocasiones se plantea si queda disculpado o no de saltarse sus reglas por el estado de necesidad al que se ve sometido. Y duda, pro cierto, con una jovialidad completamente distante del enfoque trágico tan habitual en el teatro español o ingles de la época. Es curioso además de que en ningún caso tal sentimiento personal se plantee en relación al pecado (que al fin y al cabo se podía solucionar con una confesión o una bula) sino a un esquema de convicciones personales que subyacen debajo del tipo de religión entonces imperante.
El testimonio que nos deja esta obra anónima es de gran interés si pensamos que su vida no fue muy diferente de la que habían tenido sus ancestros en los anteriores dos mil años ni la que seguirían teniendo sus descendientes durante varios siglos más. Una vida marcada por objetivos muy básicos como era la mera sobrevivencia y, en la medida que fuera posible, progresar para tener un futuro algo mejor para ellos mismos y para su descendencia.
Desde luego no lo hacían solos: sino dentro del complejo entramado de interrelaciones productivas, comerciales, culturales, sociales y afectivas que se establece en los habitantes de un determinado territorio. Por cierto, interrelaciones que a lo largo del tiempo ha tenido un ámbito variable, desde las circunscritas a las tribus de los primeros ancestros que se establecieron junto al río Tormes hasta el proceso de universalización en el que hasta ahora estamos incursos y en el que los una parte no despreciable de los salmantinos desarrolla su formación o su actividad en lugares muy lejanos a la vez que en desde su Universidad se difunde el conocimiento igualmente a jóvenes venidas de todos los continentes.
Encima de este entramado social el poder ha ido adoptando formas muy distinta. Al poder tribal de los pueblos celtíberos sucedió el poder romano que conllevó la aparición de una nueva lengua vehicular y de una inusitada extensión del ámbito de las interrelaciones de las que antes hablábamos. Tras la caída del Imperio el Poder se disgregó en territorios cada vez más pequeños durante la etapa visigoda y musulmana, hasta llegar a la etapa de los microreinos medievales. Pero al final del medievo vuelve a desarrollarse un nuevo ciclo de concentración del Poder liderada en el centro peninsular por Castilla, proseguida por la aparición de la Corona de España, una monarquía "tarsnacional" que nace del dominio de la casa de Habsburgo y acaba en manos de la familia reinante en Francia.
Durante 1.400 años muchos de los elementos comunes de este entramado social trataron de perdurar por debajo del poder : por ejemplo la religión, una buena parte del derecho, la cultura y las estructuras familiares y la lengua, si bien con una evolución distinta en cada territorio con el consiguiente debilitamiento de su carácter vehícular. No obstante, en esta larga época el poder estaba divido y en constante en constantes lucha por la supremacía, de manera que limitó seriamente la entidad de las interrelaciones poniendo el germen de lo que luego sería el nacionalismo.
Pero, como decía la célebre canción, debajo de ese poder "ahí está, ahí está" la gente viéndolo pasar sobre sus cabezas en el pleno conocimiento de que nunca iba a hacer nada para ayudarles a progresar y que no había posibilidad alguna de limitar su control sobre sus propias vidas.
En todo ese largo ciclo la historia del poder tiene poco que ver con la historia de la gente. Los ejércitos, los reyes o las religiones dominantes iban y venían. Pero la vida de Lázaro era igualmente mísera que la de un campesino de Sajonia o de la Berbería.
Hace tan sólo 200 años empezó a desarrollarse un sistema de poder radicalmente diferente al anterior. Poco a poco, de la mano de los Estados Constitucionales las libertades y los derechos de los ciudadanos fueron progresando a la vez que estos fueron consiguiendo que el poder pasara a ser un mero elemento de protección respecto a otros poderes a un instrumento capaz de dar opciones de progreso a sus ciudadanos y de proveerle de unos medios básicos para desarrollar su vida cotidiana (educación, sanidad...).
Quizá debamos llamar España al Estado Constitucional que inició su lenta andadura a principios del XIX, de la mano de las nuevas ideas que llegaban imparables tras las revoluciones norteamericanas y francesas y que, por primera vez trasladaron a la gente la idea de que podían existir otras formulas de poder limitado más benévolas para sus aspiraciones personales y sociales.
La historia nacionalista sistemáticamente lanza (y muchas veces no por error sino de forma interesada) el concepto de esta España hacia los siglos anteriores para describir de manera entusiasta y pormenorizada los problemas y los logros del poder de la Corona de España, de Castilla, de la Corona de Aragón o, incluso dentro de ella del Condado de Barcelona o del reino de Valencia.
Pero no sabemos casi nada de lo esencial. De que tipo de procesos permitieron a ciudadanos como Lázaro limitar el poder y convertirlo en un elemento en su beneficio que garantice los derechos de todos y le ayude a progresar. Hace unos años, con motivo del quinto centenario del nacimiento de Carlos V, una larga serie de historiadores publicaron un sinnúmero de artículos sobre la vida del monarca. Muchos de ellos los puede encontrar el lector en la red. Pero debe de ser advertido que encontrará muy pocas pistas sobre la economía y la estructura productiva de la península y, casi ninguna, de como la más gloriosa de las etapas de lo que dicha corriente de pensamiento llama "España" no solamente no fue para nada una buena época para una amplia mayoría de sus habitante sino que, al revés, en ella nació la divergencia de progreso respecto al resto de Europa.
Ante la pasividad del Poder real en lo referente a fortalecer su reino peninsular, nuestro Lazarillo se vió forzado a elegir la vía de la astucia para progresar. De la misma forma que Rinconete, Cortadillo o Preciosa y sus amigos debieron recurrir al robo o al timo. O que muchos otros optaron por engancharse a la red clientelar de los mecanismos de poder como caballeros, clérigos, soldados o meros alguaciles.
Una serie de vías que siguieron abiertas durante siglos ante la carencia de otras alternativas de progreso. Y en parte aún las percibimos en nuestros días de manera significativa, si bien de forma mucho más compleja que con la simplicidad con la que la describen los escritores del llamado nuestro Siglo de Oro.
Pero aún deberíamos plantearnos un comentario más sobre la cuestión de a que llamamos España. Para la historia nacionalista España es "una unidad de destino en lo universal", cerrada y diferenciada de las demás "unidades de destino". Muy al contrario de lo que se nos ha hecho creer la Corona de España nace de una vocación claramente "trasnacional" y no peninsular. Isabel de Castilla se embarca en la aventura de las Indias a la vez que Frenando el Católico, como el resto de monarcas de la Corona de Aragón en los trescientos años anteriores tienen el sueño de extender sus dominios por todo el medietrráneo (de hecho hasta llegar a la misma Atenas). Y por descontado nadie hace un planteamiento nacionalista (ni castellanos, ni aragoneses, ni catalanes, ni vascos) a que que se conforme el Reino de España y que el trono lo ocupe un chaval flamenco siempre que se respeten los intereses económicos de sus respectivas noblezas territoriales.
Esta idea de España no cerrada sino como una corona europea más se conserva hasta finales del XVIII. Hasta que el absolutismo lo trasforma en un concepto cerrado no por que los poderes de la época renunciaran a ser un actor relevante en el escenario europeo, sino por que debían de oponerse desesperadamente a las nuevas ideas de libertad que venían de Francia. Y curiosamente alguna de las obras de Goya dejan de ser entendidas como una denuncia del terror para convertirse en símbolos de la "resistencia de los españoles" para defender "nuestra nación" frente a "los franceses".
En ese sentido, a lo que llamamos España tiene mucho más que ver con Hispania en lo que tenía de elemento incurso en una realidad "panmediterránea/paneuropea" que de la España "una, grande y libre" que parece estar detrás de otras lecturas interesadas del término.
Con todo es necesario reconocer que el concepto decimonónico de "nación española" como definición alternativa a la de un ámbito constitucional tiene al menos raices más solidas que el micronacionalismo que trata de formar "pueblos" (¿?) en base a la reconstrucción de microsistemas de poder medievales como por ejemplo fue un determinado condado durante algunos centenares de años en el medievo.
En los tiempos en los que los reconstruccionistas tratan de anclar su "historia nacional" la vida de los campesinos europeos era como la que nos describe el Anónimo del Lazarillo o Cervantes. Una vida de miseria en lo que a ninguno de ellos le importaba quien era el rey o el conde de turno salvo en lo referente a que le defendiera de otros reyezuelos y de que no fuera excesivamente cruel. Algunos de esos reyes (como los de la Corona de Aragón) se modernizaron avanzando hacia entidades territoriales que albergaban diversos territorios y lenguas, a lo que evidentemente se opusieron los poderes microterritoriales previos (en Sicilia, Barcelona o Nápoles).
En la lucha entre los poderes territoriales medievales y el nuevo tipo de estado la lengua era un elemento de diferenciación esencial que fue manejada por los primeros evitando procesos de reconvergencia y favoreciendo la mas mínima diferencia. Pero en el fondo los intereses de tales poderes eran fundamentalmente económicos, en relación con ello, de control de sus poblaciones. De manera que en plazos cortos y sin conflictos armados significativos los poderes catalanes (por ejemplo) acordaron someterse a una dinastía castellana primero y austriaca después mediante los compromisos de Caspe y los subsiguientes a la llegada a España de Carlos V, siempre que se respetara sus derechos sobre sus súbditos.
Y cuando se presentó una coyuntura distinta tales poderes apoyaron sin dudar a la casa de Austria (que mantuvo el plurinacionalismo en sus dominios del este de Europa hasta su extinción hace poco más de un siglo) frente a los Borbones que habían desarrollado un potente estado centralista en Francia.
Obviar los primeros acuerdos citados en el proceso de formación de España o atribuir intenciones centralizadoras previas a los Austria en la guerra de Secesión son licencias previas que los partidarios de la historia nacionalista se han tomado como alternativa a la historia real que lo que nos dice es que sólo a partir de principios del XIX la vida real de los catalanes empezó a cambiar en la medida que los poderes territoriales y generales empezaron a ser limitados por los ciudadanos y estos pudieron entrar en una senda de mayor libertad y progreso.
Y por descontado tras esa etapa y en la subsiguientes los poderes territoriales y generales siguieron oponiéndose por todos los sistemas en los avances en las libertades de los ciudadanos reproduciendo entre ellos las alianzas necesarias al respecto en la etapa de la primera república (recurriendo por primera vez para ello a la posición de fuerza del micronacionalismo) y en la postguerra reciente.
Frente a ello los descendientes de los Lázaros del siglo XVI, van consiguiendo gracias a su propio esfuerzo un nivel de "autogobierno" (de limitación por el poder estatal o territorial ejercido sobre los ciudadanos y sus interrelaciones) en una larga lucha que para nada debemos dar por concluida.
En particular el Siglo XV contempla el nacimiento efectivo, al consolidación y del desarrollo de la Monarquía Española hasta convertirse en el primer imperio de escala planetaria. Sin duda todos nosotros tenemos un amplio conocimiento de alguno de los hitos claves de este proceso tanto por nuestra formación como porque alguno de sus personajes claves siguen siendo objeto de nuevos análisis y de constantes rememoraciones literarias, cinematográficas o televisivas.
¿Pero que sabemos acerca de los españoles de esa época?. No es fácil encontrar testimonios al respecto ya que pese a que la llegada de imprenta había dado un impulso extraordinario a la creación y divulgación de los textos, la inmensa mayoría de ellos están en la orbita de la religión y el oficialismo y por lo tanto en ellos no debemos buscar testigos independientes del poder.
El Lazarillo de Tormes es una de las pocas excepciones. Un texto cuyo presunción de independencia nace de su propio anonimato pero que además contiene muchas más claves de las que en principio podía parecer sobre la sociedad española del llamado Siglo de Oro.
No descubrimos nada si decimos que el Lazarillo nos descubre una sociedad pobre que roza constantemente la miseria más absoluta. En la que, como leemos, el hecho de comer una sola longaniza motiva una anécdota ampliamente desarrollada en el texto.
Y en la que además los derechos reconocidos a los ciudadanos prácticamente quedaban reducidos prácticamente a la vida y a la (escasa) propiedad de cada uno. El Estado no tenía ninguna responsabilidad respecto a la situación desesperada de sus ciudadanos (el hambre, la sanidad, la ceguera, la orfandad...), ni siquiera la de generar algún tipo de ley que impidiera que, como leemos en la obra, los niños fueran dedicados a algún tipo de trabajo poco después de que pudieran caminar.
No estamos hablando tan sólo del personaje que protagoniza (y relata) la obra que se situaba en una de las castas mas bajas de la sociedad. Quienes lo toman a su cargo y le ayudan tampoco están en una situación mucho mejor. Los religiosos tienen que esperar a que alguien se muera para comer decentemente en el funeral a costa de los familiares. Y un elegante escudero de los que aparecen rodeando a los personajes principales en cualquier obra pictórica no probaba literalmente nada que no fuera agua durante días a la espera de que su siervo le diera unas migajas de pan.
Ni siquiera en Toledo, la ciudad Imperial, no sobraba nada en las casas, ni siquiera lo necesario para dar una limosna, los años en los que habían malas cosechas.
De esta forma, el testimonio anónimo del que hablamos, nos lleva a preguntarnos las razones de que la vida de los ciudadanos de dicha época tuviera tan poco que ver con la gloria de la Corona de España y de aquel Imperio sobre "el que nunca se ponía el sol". Y que quizá las imágenes ecuestres de los reyes y sus capitanes venciendo en mil batallas que todos tenemos en nuestra retina deberían de ser complementadas con la de niños muertos de hambre tratando de conseguir lo imprescindible para poder levantarse al día siguiente.
Y en este sentido lo primero que tendríamos que recordar que el "estado benefactor" preocupado por la protección de sus ciudadanos y el enriquecimiento de sus territorios es una realidad muy posterior a la etapa de la que estamos hablando. Y que por lo tanto que si en dicha época se oportunidades para salir de la miseria y el hambre endémico no era tanto por la voluntad de un poder magnánimo sino, fundamentalmente, como consecuencia colateral de intereses propios del poder.
En este sentido ha muchos ejemplo en los poderes dinásticos se han preocupado en desarrollar la riqueza de sus propias metrópolis y su base demográfica para poder asumir ciclos expansivos cada vez más ambiciosos. De hecho eso podría haber pasado perfectamente en la España del Siglo XV, la corona propiamente dicho y todo el entramado de poder que la rodeaba, podría haber optado por fortalecer la economía y la agricultura peninsular para así poder hacer frente a las costosas campañas marítimas y terrestres que exigían sus ambiciones expansivas en Flandes o en Italia.
Pero, lamenteblemente, el oro y la plata americana, de manera directa o a través de un complejo entramado de prestamistas europeos, cubrían suficientemente las necesidades de la Corona de España. No sólo eso, sino que además, las necesidades de disponer de las cuantiosas tropas tanto en el sitio de donde provenían los recursos como en donde se aplicaban (centroeuropa) suponía un drenaje constante de la demografía española que se veía desposeida de una parte esencial de su fuerza de trabajo.
Pero con independencia de esta fuente, entonces inagotable, de recursos, es posible que los goberantes inteligentes también planteen potenciar otras fuentes de riqueza propia más estables y menos coyunturales que los recursos provenientes de las colonias. Muchos siglos antes, el estado Chino había construido una increible red de canales que aún perdura en gran parte para asegurar el abastecimiento de la corte y de los ejércitos uniendo la zona de sus capitales tradicionales (Xian y su entorno) la desembocadura del Yantgsé. Un sistema que más allá de resolver tales necesidades ha permitido abastecer a los territorios que sufrían hambrunas.
Esto también paso en la Corona de España. Pero con una matización que quizá sorprenda a algunos. En la primera mitad del siglo XV la Corona de España no era española. Esto es, ni su ámbito se ceñía a España ni, lo que es mucho más importante, obedecía primordialmente a sus intereses penisnulares.
Es muy posible que Carlos I terminara siendo un gran estadista. Pero en 1516, tras la muerte de Fernando el Católico, se hace cargo de la Corona de España era un niño flamenco de 16 años cuya madre estaba encerrada. Sus dos abuelos españoles habían muerto (y también sus ancestros flamencos) de manera que era su abuelo Maximiliano de Habsburgo su "pariente más próximo". Y este no iba a perder la oportunidad de que el nuevo heredero del Reino de España y por lo tanto poseedor de la inmensa riqueza de las indias y de una posición privilegiada en Italia incorporase tales posesiones a la casa de Habsburgo. El procedimiento seguido para ello fue sin duda muy inteligente: colocó a su hija Margarita (tía de Carlos) como gobernadora de los Paises Bajos para tutelar al niño príncipe y educarlo, eso sí, en una corte flamenca/borgoñona con un nivel de cultura, conocimiento (y lujo) mucho mas avanzado de un ducado como el Viena entonces (otra vez) en el "limes" de la civilización occidental.
Por un momento hagamos la herejía a que nos lleva este razonamiento: no hablemos de Carlos I o de Carlos V sino de Carlos de Habsburgo. Y hablemos de él como un joven que (como es de esperar) se encontraba entre sus ilusiones personales y una increíble presión para manipular el que se sabía que iba a ser el mayor gobernante europeo desde de Carlomagno. Presiones que por descontado no sólo provenían de Flandes o desde Viena, sino también de la nobleza castellana y aragonesa, entonces aún con un gran nivel de independencia mutua y que veía en el joven Carlos un instrumento moldeable para el desarrollo de sus intereses. El término Corona de España quizá nos haga recordar mejor que no estamos ante las decisiones de una persona o familia sino ante entramado de poder mucho más complejo que a menudo permanece en la oscuridad de la historia y que generalmente se esconde tras una figura capaz de materializar ante los ciudadanos mucho más favorablemente para tales intereses el poder.
En algún momento se dirá que la efectividad del Reino de España nace del golpe de Estado que el joven Carlos y su entorno dan en 1516, asumiendo el Reino de España sin que su madre hubiera muerto o abdicado. De hecho, como es sabido, Juana la Loca no murió hasta poco antes que lo hiciera su hijo Carlos de manera que gran parte del reinado de este último se produjo en una situación que hoy hubiéramos llamado de "dudosa legalidad".
Es posible que exista una enfermedad llamada "locura de amor". Pero también lo es que Juana la Loca represente el triunfo de esa idea absolutista del poder renacentista por la cual cualquier buen objetivo justifica los medios empleados.
Pero más allá de ello, y tras los episodios de los Comuneros y de las Germanías, la Corona de España queda consolidada como un complejo entramado de poder en el que la casa de Habsburgo y determinados sectores de la nobleza y de la alta burguesía castellana, aragonesa y flamenca han llegado a un equilibrio que se demostraría estable durante al menos dos siglos.
Tras esta tesis sobre el poder que gobernó España durante el siglo XVI, y volviendo a lo que antes comentábamos, cabría especular sobre cuales eran sus intereses primordiales en materia económica. Sin duda la península tenía una gran potencialidad agrícola y ganadera, pero sus conexiones hacia centroeuropa no eran buenas y el comercio mediterráneo tan activo en tiempos anteriores estaba ahora asolado por la piratería. Sin embargo, en centroeuropa, la Casa de Habsburgo controlaba el Danubio desde Viena y la salida al mar del norte a través de los puertos de Flandes y los Países Bajos. Se establecía así un eje que desde este a oeste, mediante el Rin, el Meno y el propio Danubio articulaban lo que después llamaríamos Alemania.
El desarrollo de determinados sectores manufactureros en Flandes y de los Países Bajos como potencia marítima y comercial está ligado con este nuevo mapa. Las guerras de religión en Alemania en los tiempos de Carlos V y la obsesión casi enfermiza de la rama española de los Austrias por mantener el control de Flandes quizá tengan mucho que ver con ello.
Esto no quiere decir que determinados del poder castellano (La Mesta, los manufactureros de Burgos...) no intentaran y en algunos casos lograran en algunos casos favores de la Corona para potenciar sus negocios, pero al final la falta de facilidades para las exportaciones hacia el norte probablemente pesaran de una manera decisiva para comenzara a abrirse una brecha entre la península y el norte de Europa que quizá tenga que ver la divergencia de los niveles de riqueza y renta que hoy en día aun son muy patentes.
A esta ausencia de acciones destinadas a desarrollar los territorios peninsulares es necesario añadir el mantenimiento de las fronteras interiores. El Reino de España nace como una unión política pero no económica. Dentro del equilibrio de poder alcanzado entre la Corona y la nobleza territorial no figuraba ni la desaparición de las fronteras interiores no de la facultad de que dichos poderes regularan una parte esencial de su "economía interior" como se habían hecho durante.
España como unidad económica no nace hasta 2 siglos después tras la llegada de los Borbones, y esto quiere decir por poner sólo algunos casos que la exportación de las sederías valencianas no tenían un mejor trato en Castilla que los textiles flamencos (o ingleses). O que el trigo de Castilla no fuera competitivo en Valencia o Barcelona frente a las importaciones sicilianas o francesas.
El retraso en la creación de un mercado único fué sin duda un factor que impidió desencadenar todos los efectos positivos que suponía el flujo de recursos proveniente de América. Pero aún hubo algo mucho peor: el mantenimiento del monopolio de los puertos castellanos de Sevilla (y luego Cádiz) y la prohibición impuesta a los puertos de la Corona de Aragón de comerciar directamente con América, prohibición que sólo se levantaría en la etapa borbónica.
Esta decisión, fruto sin duda de los "consensos" con las respectivas noblezas territoriales del periodo inicial del reinado de Carlos V garantizaba al núcleo de poder entorno a la Casa de Contratación a la vez que la vieja nobleza y la burgesía emergente de Barcelona eliminaba la competencia casetellana en sus territorios del sistema comercial que habían desarrollado durante los dos siglos anteriores en el mediterráneo occidental.
La creación de España como una unidad económica al estilo de Francia probablemente pudiera haber sido un factor de progreso para los ciudadanos peninsulares, pero no necesariamente para los núcleos territoriales de poder.
Sin embargo sí que hay que decir en favor de la Corona de España que los españoles le deben otro elemento que es esencial no tan sólo para el progreso de los territorios sino para eliminar la situación de constante incertidumbre en la que habíamos vivido durante el medievo. La "pax carolina". No biusquen el término en la wikipedia por que no existe. Pero sin duda lo que sucedió tras la conclusión en la década de los 20 del siglo XVI de las revueltas de los comuneros y de las germanías y de la integración de Navarra en la Corona frente a las pretensiones francesas es que comenzó un una etapa de casi tres siglos en las que ningún ejército exterior entró en la península (frente a las constantes guerras que se siguieron desarrallondo en suelo italiano o francés o el terror constante que el naciente imperio Otomano hacía sentir a los habitantes de la otra "metropolí" de los Habsburgo, al ducado de Viena).
Así que a la situación desesperada en lo económico del Lazarillo y de una buena parte de la población española no había que sumar la certeza de que o bien antes de morir o en vida de sus hijos asolaría Salamanca o Toledo un ejército de no se sabe que reino por no se sabe que razón. Y eso se debió a la política que ahora llamaríamos de "defensa adelantada" de la Corona española que mediante sus constantes guerras en Italia o Flandes impedía el fortalecimiento de la primera y cercaban al poder francés-
Una situación de paz que sin embargo tenía un flanco débil. El gran error de la Corona de España fué el creer que se podía mantener un Imperio abandonando el perfil de talasocracia que hasta entonces habían tenido los grandes estados de la historia Europea, basados en la navegación (marítima o fluvial) y en la defensa de las logística militar y del comercio en los mares.
La Corona de España nunca llegó a ser una gran potencia marítima. Es cierto que durante mucho tiempo logró mantener la carrera de América. Pero en el momento de su hegemonía europea fué incapaz no tan sólo de controlar la piratería en el atlántico sino que países entonces de una entidad mucho menor como Inglaterra o los Paises Bajos se fueran posicionando en el caribe y en en toda la "Tierra Firme" al norte de Florida, en el actual Estados Unidos.
Tampoco llegó nunca a controlar el Golfo de Vizcaya o el Canal de La Mancha viéndose obligada a mantener una increible línea de logística militar y comercial que implicaba el mantener los dominios del Milanesado y el Franco Condado y tener que cruzar los Alpes. Y ni siquiera consiguió que el Mediterráneo occidental fuera un mar propicio para el desarrollo del comercio, constantemente asolado por la piratería berberisca. Lo cual supuso el dilapidar todo el esfuerzo que se había desarrollado en su día por la Corona de Aragón y lastrar seriamente el desarrollo de sus territorios mediterráneos.
Para terminar la descripción de la Corona de España como sistema de poder es necesario hablar de la Iglesia Católica. En el medievo la justificación de los poderes locales y de los propios reinos estaba basado en la defensa local frente a otros nobles y reinos vecinos, de una u otra religión. Pero el crecimiento de la Corona de España y de los otros estados emergentes europeos suponían un cambio de escala en el que tal defensa inmediata pasaba a ser un elemento clave desde el punto de vista de los ciudadanos. De esta forma la Religión pasaba a ser un elemento esencial del sistema de poder. Tanto desde el punto de justificar el esfuerzo económico y personal de la contribución a la "evangelización" o la "unidad de la religión católica" como en la difusión a toda la población de una batería de valores en cuyo centro estaba el aval divino al poder terrenal del emperador. Difusión para la cual la red de la Iglesia era el elemento esencial: alcanzaba todos los extremos del imperio y llegaba tanto a los habitantes de las grandes ciudades como a los últimos soldados (o indígenas) en los rincones más perdidos del Imperio. Desde Guam, en medio del Pacífico a lo más profundo de la montaña Asturiana pasando por la selva amazónica.
El Lazarillo nos aporta algunos datos interesantes acerca de como este poder afectaba a la vida de los ciudadanos. En particular no encontramos ninguna acción de misericordia o ayuda a los más débiles (que sin duda la hubo), pero si de como la acción de la Iglesia no solamente se desarrollaba por los medios más convencionales sino también con instituciones como los bulderos que, literalmente, vendían a los pecadores su salvación mediante la venta de las correspondientes bulas. Un buen ejemplo de como la trasmisión de unos determinados valores religiosos, morales y civiles se acompañaba también del constante drenaje de los recursos de los campesinos por procedimientos obligatorios, voluntarios o, como este es el caso, a cambio de un presunto salvoconducto para evitar el infierno.
Y además, esta posición de dominio en ciertos casos podía llegar a lo que hoy consideramos graves delitos en relación con la protección de la infancia. En el testimonio anónimo al que nos estamos refiriendo el lector encontrará uno de las formas más inteligentes que podemos encontrar en la literatura universal para referirse a este tema. Por descontado no mediante ningún tipo de mención expresa o enrevesada. Sino simplemente dedicando un capítulo de tan sólo unas pocas líneas a una de las etapas de la vida del Lazarillo sirve a un fraile, a diferencia de la minuciosidad con la que se abordan otras etapas. De esta manera cualquier lector, del siglo XVI o del XXI, se pregunta a que se debe este radical cambio de las pautas del relato.
El gigantesco ejército de clérigos constituía en esa etapa del antiguo régimen un porcentaje muy significativo de la población. La inmensa mayoría huían de la miseria para acogerse a un manto protector que le aseguraba un mínimo nivel de subsistencia. Pero ello a cambio de convertirse en un elemento esencial para el poder y, lo que es más dramático, sentirse amparado en dicho manto para establecer límites a sus acciones mucho más laxos que los que tenía el resto de la población. La imagen del poder no debiera ser la de un tirano malísimo que mantiene su potestad por el terror directo, sino de un complejo mecanismo (el anillo tolkeniano) que atrae irresistiblamente a personas que en su origen no on muy diferentes de las que van a ser sojuzgadas.
El papel que desarrollo la Iglesia, especialmente en países como España, durante los tres siglos del Antiguo Régimen tiene mucho que ver con la capacidad de generar procesos de progreso y de desarrollo económico. Junto a los abundantes ejércitos suponía una constante sangría demográfica que impedía desarrollar todas las capacidades de producción agraria. Pero además una gran parte de los recursos que disponía la Iglesia carecían de cualquier tipo de inversión productiva (y muchos de ellos ni siquiera se cultivaba) ya que la pervivencia y crecimiento económico de dicha institución quedaba perfectamente asegurada por los abundantes recursos que como vemos recaudaba en España y los que en paralelo provenían de América.
La historia de pobreza y miseria del Lazarillo en parte se desarrolla en Salamanca y en Toledo, en donde podemos admirar una gigantesca colección de edificios religiosos encabezada por sus respectivas catedrales, dos edificios que aún hoy no sorprenden no tan sólo por la excelencia de su arquitectura sino por la utilización de recursos que entonces supuso.
Así pues la vida del Lazarillo (y de la inmensa mayoría de los españoles) trascurrió bajo la estricta sumisión a una lejana Monarquía, a una cercana Iglesia y auna igualment cercana red de conformada por la nobleza local y la alta burguesía que controlaba mediante una economía posgremialista tanto la producción agraria como gran parte de la manufacturera y comercial. Tres patas de este complejo sistema de poder conformado hace ahora 500 años, tras el inicio del reinado de Carlos I "de Habsburgo" que estamos llamando Corona de España.
Pero para nada, desde mi punto de vista, el Lazarillo es la "canción triste" de un joven frente a ese Estado que no hace nada por ayudarle a salir de su situación, sino un verdadero "relato de superación", del heroísmo cotidiano de la mayoría de los españoles del Siglo XVI (y de los siguientes) que a la vista de tales circunstancias lucharon por sobrevivir y, si era posible por que sus hijos vivieran un poco mejor.
Frente a la locura indolente del Quijote o la resignación de Sancho el Lazarillo nos cuenta su lucha desde que, literalmente, empezó a andar, para salir adelante. Y para ello, frente al brutal desencanto que suponía el poder ejercido por la Corona, desarrollando un sentido que ha estado presente en muchas etapas de nuestra historia: la "astucia", una vía intermedia al trabajo productivo cuando ese era negado por el sistema de Estado que antes describíamos, y a la delincuencia, que seguía siendo tan contundentemente reprimida como en la etapa medieval.
La astucia se mueve en los "límites del bien y del mal" : conseguir un trozo de pan exagerando la condición de uno mismo para movilizar la lastima de los demás, el engaño, la mentira, el timo, la defensa rayana en el homicidio y la explotación de otros aún más débiles (otros niños, las mujeres...) hasta llegar al proxenitismo de la misma esposa. Por cierto sugerido en el texto con la misma elegancia de la que antes hablábamos y que obliga al lector a pensar si el autor la practicó o no.
Y todo ello compaginado con que Lázaro es un ser moral y por lo tanto en repetidas ocasiones se plantea si queda disculpado o no de saltarse sus reglas por el estado de necesidad al que se ve sometido. Y duda, pro cierto, con una jovialidad completamente distante del enfoque trágico tan habitual en el teatro español o ingles de la época. Es curioso además de que en ningún caso tal sentimiento personal se plantee en relación al pecado (que al fin y al cabo se podía solucionar con una confesión o una bula) sino a un esquema de convicciones personales que subyacen debajo del tipo de religión entonces imperante.
El testimonio que nos deja esta obra anónima es de gran interés si pensamos que su vida no fue muy diferente de la que habían tenido sus ancestros en los anteriores dos mil años ni la que seguirían teniendo sus descendientes durante varios siglos más. Una vida marcada por objetivos muy básicos como era la mera sobrevivencia y, en la medida que fuera posible, progresar para tener un futuro algo mejor para ellos mismos y para su descendencia.
Desde luego no lo hacían solos: sino dentro del complejo entramado de interrelaciones productivas, comerciales, culturales, sociales y afectivas que se establece en los habitantes de un determinado territorio. Por cierto, interrelaciones que a lo largo del tiempo ha tenido un ámbito variable, desde las circunscritas a las tribus de los primeros ancestros que se establecieron junto al río Tormes hasta el proceso de universalización en el que hasta ahora estamos incursos y en el que los una parte no despreciable de los salmantinos desarrolla su formación o su actividad en lugares muy lejanos a la vez que en desde su Universidad se difunde el conocimiento igualmente a jóvenes venidas de todos los continentes.
Encima de este entramado social el poder ha ido adoptando formas muy distinta. Al poder tribal de los pueblos celtíberos sucedió el poder romano que conllevó la aparición de una nueva lengua vehicular y de una inusitada extensión del ámbito de las interrelaciones de las que antes hablábamos. Tras la caída del Imperio el Poder se disgregó en territorios cada vez más pequeños durante la etapa visigoda y musulmana, hasta llegar a la etapa de los microreinos medievales. Pero al final del medievo vuelve a desarrollarse un nuevo ciclo de concentración del Poder liderada en el centro peninsular por Castilla, proseguida por la aparición de la Corona de España, una monarquía "tarsnacional" que nace del dominio de la casa de Habsburgo y acaba en manos de la familia reinante en Francia.
Durante 1.400 años muchos de los elementos comunes de este entramado social trataron de perdurar por debajo del poder : por ejemplo la religión, una buena parte del derecho, la cultura y las estructuras familiares y la lengua, si bien con una evolución distinta en cada territorio con el consiguiente debilitamiento de su carácter vehícular. No obstante, en esta larga época el poder estaba divido y en constante en constantes lucha por la supremacía, de manera que limitó seriamente la entidad de las interrelaciones poniendo el germen de lo que luego sería el nacionalismo.
Pero, como decía la célebre canción, debajo de ese poder "ahí está, ahí está" la gente viéndolo pasar sobre sus cabezas en el pleno conocimiento de que nunca iba a hacer nada para ayudarles a progresar y que no había posibilidad alguna de limitar su control sobre sus propias vidas.
En todo ese largo ciclo la historia del poder tiene poco que ver con la historia de la gente. Los ejércitos, los reyes o las religiones dominantes iban y venían. Pero la vida de Lázaro era igualmente mísera que la de un campesino de Sajonia o de la Berbería.
Hace tan sólo 200 años empezó a desarrollarse un sistema de poder radicalmente diferente al anterior. Poco a poco, de la mano de los Estados Constitucionales las libertades y los derechos de los ciudadanos fueron progresando a la vez que estos fueron consiguiendo que el poder pasara a ser un mero elemento de protección respecto a otros poderes a un instrumento capaz de dar opciones de progreso a sus ciudadanos y de proveerle de unos medios básicos para desarrollar su vida cotidiana (educación, sanidad...).
Quizá debamos llamar España al Estado Constitucional que inició su lenta andadura a principios del XIX, de la mano de las nuevas ideas que llegaban imparables tras las revoluciones norteamericanas y francesas y que, por primera vez trasladaron a la gente la idea de que podían existir otras formulas de poder limitado más benévolas para sus aspiraciones personales y sociales.
La historia nacionalista sistemáticamente lanza (y muchas veces no por error sino de forma interesada) el concepto de esta España hacia los siglos anteriores para describir de manera entusiasta y pormenorizada los problemas y los logros del poder de la Corona de España, de Castilla, de la Corona de Aragón o, incluso dentro de ella del Condado de Barcelona o del reino de Valencia.
Pero no sabemos casi nada de lo esencial. De que tipo de procesos permitieron a ciudadanos como Lázaro limitar el poder y convertirlo en un elemento en su beneficio que garantice los derechos de todos y le ayude a progresar. Hace unos años, con motivo del quinto centenario del nacimiento de Carlos V, una larga serie de historiadores publicaron un sinnúmero de artículos sobre la vida del monarca. Muchos de ellos los puede encontrar el lector en la red. Pero debe de ser advertido que encontrará muy pocas pistas sobre la economía y la estructura productiva de la península y, casi ninguna, de como la más gloriosa de las etapas de lo que dicha corriente de pensamiento llama "España" no solamente no fue para nada una buena época para una amplia mayoría de sus habitante sino que, al revés, en ella nació la divergencia de progreso respecto al resto de Europa.
Ante la pasividad del Poder real en lo referente a fortalecer su reino peninsular, nuestro Lazarillo se vió forzado a elegir la vía de la astucia para progresar. De la misma forma que Rinconete, Cortadillo o Preciosa y sus amigos debieron recurrir al robo o al timo. O que muchos otros optaron por engancharse a la red clientelar de los mecanismos de poder como caballeros, clérigos, soldados o meros alguaciles.
Una serie de vías que siguieron abiertas durante siglos ante la carencia de otras alternativas de progreso. Y en parte aún las percibimos en nuestros días de manera significativa, si bien de forma mucho más compleja que con la simplicidad con la que la describen los escritores del llamado nuestro Siglo de Oro.
Pero aún deberíamos plantearnos un comentario más sobre la cuestión de a que llamamos España. Para la historia nacionalista España es "una unidad de destino en lo universal", cerrada y diferenciada de las demás "unidades de destino". Muy al contrario de lo que se nos ha hecho creer la Corona de España nace de una vocación claramente "trasnacional" y no peninsular. Isabel de Castilla se embarca en la aventura de las Indias a la vez que Frenando el Católico, como el resto de monarcas de la Corona de Aragón en los trescientos años anteriores tienen el sueño de extender sus dominios por todo el medietrráneo (de hecho hasta llegar a la misma Atenas). Y por descontado nadie hace un planteamiento nacionalista (ni castellanos, ni aragoneses, ni catalanes, ni vascos) a que que se conforme el Reino de España y que el trono lo ocupe un chaval flamenco siempre que se respeten los intereses económicos de sus respectivas noblezas territoriales.
Esta idea de España no cerrada sino como una corona europea más se conserva hasta finales del XVIII. Hasta que el absolutismo lo trasforma en un concepto cerrado no por que los poderes de la época renunciaran a ser un actor relevante en el escenario europeo, sino por que debían de oponerse desesperadamente a las nuevas ideas de libertad que venían de Francia. Y curiosamente alguna de las obras de Goya dejan de ser entendidas como una denuncia del terror para convertirse en símbolos de la "resistencia de los españoles" para defender "nuestra nación" frente a "los franceses".
En ese sentido, a lo que llamamos España tiene mucho más que ver con Hispania en lo que tenía de elemento incurso en una realidad "panmediterránea/paneuropea" que de la España "una, grande y libre" que parece estar detrás de otras lecturas interesadas del término.
Con todo es necesario reconocer que el concepto decimonónico de "nación española" como definición alternativa a la de un ámbito constitucional tiene al menos raices más solidas que el micronacionalismo que trata de formar "pueblos" (¿?) en base a la reconstrucción de microsistemas de poder medievales como por ejemplo fue un determinado condado durante algunos centenares de años en el medievo.
En los tiempos en los que los reconstruccionistas tratan de anclar su "historia nacional" la vida de los campesinos europeos era como la que nos describe el Anónimo del Lazarillo o Cervantes. Una vida de miseria en lo que a ninguno de ellos le importaba quien era el rey o el conde de turno salvo en lo referente a que le defendiera de otros reyezuelos y de que no fuera excesivamente cruel. Algunos de esos reyes (como los de la Corona de Aragón) se modernizaron avanzando hacia entidades territoriales que albergaban diversos territorios y lenguas, a lo que evidentemente se opusieron los poderes microterritoriales previos (en Sicilia, Barcelona o Nápoles).
En la lucha entre los poderes territoriales medievales y el nuevo tipo de estado la lengua era un elemento de diferenciación esencial que fue manejada por los primeros evitando procesos de reconvergencia y favoreciendo la mas mínima diferencia. Pero en el fondo los intereses de tales poderes eran fundamentalmente económicos, en relación con ello, de control de sus poblaciones. De manera que en plazos cortos y sin conflictos armados significativos los poderes catalanes (por ejemplo) acordaron someterse a una dinastía castellana primero y austriaca después mediante los compromisos de Caspe y los subsiguientes a la llegada a España de Carlos V, siempre que se respetara sus derechos sobre sus súbditos.
Y cuando se presentó una coyuntura distinta tales poderes apoyaron sin dudar a la casa de Austria (que mantuvo el plurinacionalismo en sus dominios del este de Europa hasta su extinción hace poco más de un siglo) frente a los Borbones que habían desarrollado un potente estado centralista en Francia.
Obviar los primeros acuerdos citados en el proceso de formación de España o atribuir intenciones centralizadoras previas a los Austria en la guerra de Secesión son licencias previas que los partidarios de la historia nacionalista se han tomado como alternativa a la historia real que lo que nos dice es que sólo a partir de principios del XIX la vida real de los catalanes empezó a cambiar en la medida que los poderes territoriales y generales empezaron a ser limitados por los ciudadanos y estos pudieron entrar en una senda de mayor libertad y progreso.
Y por descontado tras esa etapa y en la subsiguientes los poderes territoriales y generales siguieron oponiéndose por todos los sistemas en los avances en las libertades de los ciudadanos reproduciendo entre ellos las alianzas necesarias al respecto en la etapa de la primera república (recurriendo por primera vez para ello a la posición de fuerza del micronacionalismo) y en la postguerra reciente.
Frente a ello los descendientes de los Lázaros del siglo XVI, van consiguiendo gracias a su propio esfuerzo un nivel de "autogobierno" (de limitación por el poder estatal o territorial ejercido sobre los ciudadanos y sus interrelaciones) en una larga lucha que para nada debemos dar por concluida.
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