Resurección (León Tolstói, 1899). ¿Como salimos de la miseria?

Hasta el siglo XIX los europeos estuvimos sumidos en la más cruel de las miserias. Si nos piden que evoquemos los Siglos XIII, XV, XVI, XVII o XVIII probablemente acudirán a nuestra mente los palacios renacentistas, la pintura de Rubens o Velázquez ,  las obras de Shakespeare o Cervantes, las grandes catedrales góticas o, en el caso de España los galeones cargados de oro viniendo de un imperio en el que no se ponía el sol. Nada de eso formaba parte de la vida de la inmensa mayoría de los ciudadanos europeos, que probablemente ni siquiera llegaron a saber de la existencia de tales personas, eventos u obras. Su existencia se limitaba a esperar de la suerte (de la providencia) no verse afectados por la peste, las hambrunas o las guerras que ciclicamente les asolaban y, de esta forma, poder malvivir (hasta una edad media del orden de la mitad que la actual) sin ninguna esperanza de dejar a sus descendientes un mundo mejor que el que habían conocido ellos y todos sus ancestros.

¿Como logramos salir de aquella situación?. Pocas contestaciones nos interesan tanto como la que reclama esta cuestión. Y ello no sólo por interés histórico sino, sobre todo para conocer las fórmulas tras las que se esconde el progreso de las sociedades.

A lo largo del siglo XIX las condiciones antes descritas empezaron a mejorar sustancialmente en el centro de Europa. Pero estos cambios eran mucho más lentos en países como Rusia, en donde las condiciones deleznables en las que vivían de la inmensa mayoría de los ciudadanos seguían persistiendo.  Tolstói escribe Resurección, su última obra, al final de este siglo de cambios y tan sólo unos años antes de la Revolución de Octubre, dejándonos un testimonio increiblemente valioso no sólo de tales condiciones de miseria sino de todo el abanico de inquietudes y soluciones que se planteban al respecto en la etapa final de la Rusia zarista.

Debajo de una tenue trama asistimos al viaje a los infiernos del protagonista de la obra, el joven aristócrata Nejliúdov.  Con este hilo conductor Tolstói nos plantea un fresco en donde se suceden hechos y personajes que nos describen la situación real de miseria, desigualdad e injusticia en la que trascurre la vida de la gran mayoría de rusos. 

Así por ejemplo, en el inmenso mundo rural los que hasta tres décadas antes habían sido siervos malviven hacinados en cabañas de unas dimensiones mínimas, conviviendo con sus animales y con el estiércol. Para sobrevivir a la muerte por hambre en el durísimo invierno necesitan los 6 rublos al mes que les permitirán disponer del grano necesario. Una cifra muy baja (una solo botella de aguardiante en las capitales constaba eso) pero que no estaba al alcance de muchos de ellos. La terrible desigualdad se daba entre la aristocracia y los agricultores sin tierra, pero también entre los propios trabajadores de las ciudades, y entre la alta burguesía adherida a la aristocracia y muchos de sus descendientes que por una razón u otra se veían apartados de la dulce vida de rentistas.


Ante ello el sistema actuaba a veces con benevolencia y otras crueldad, pero casi nunca con justicia y legalidad. El clientelismo o la corrupción abrían cualquier puerta, mientras que la venganza, política o personal, mandaba a la muerte o a la cárcel indiscriminadanente a culpables o inocentes.  En una de la spartes más sobrecogedoras del relato el protagonista acompaña a una caravana de presos que a pie marchan meses y meses a través de la Siberia helada a los lugares en donde han sido deportados o deben de cumplir con su pena de trabajos forzados. Incluyendo mujeres, ancianos y niños.  


La inquietud por esta situación no es nueva en la obra de Tolstói. Lëvin, el personaje de Ana Karenina que el autor probablemente aprovechó para expresar sus inquietudes personales, se enfrentaba ya a la situación de miseria y desigualdad de sus trabajadores y a como tal situación ni debía ni podía pervivir en el tiempo.


Dos décadas después, Tolstoi, ya anciano, recrea el personaje de Nejliúdov con las mismas inquietudes poro no desde el enfoque racional de Lëvin sino de la angustia desesperada ante un sufrimiento que día a día acaba con la vida y las esperanzas de muchas personas. Ante el desfilan una la larga serie de movimientos teóricos y políticos que prometen un cambio radical en ese estado de cosas: desde el socialismo y el comunismo hasta el terrorismo (referido con otra terminología) o el anarquismo. Pasando por el anarquismo, el nihilismo, la propiedad pública de la tierra y, sorprendentemente, el neoevagelismo: la esperanza en que el conocimiento directo de la Biblia más allá de la Iglesia formal es capaz de llevar a la bondad a las personas, en especial en relación con su comportamiento social.


La opción de Nejliúdov/Tolstoi a la vista de tal constelación de soluciones sorprenderá sin duda al lector. Pero más allá de tal elección nos habla de un intenso debate político, intelectual y social previo al proceso revolucionario que sólo 15 años después llevaría a los soviets al poder que se había extendido a amplias capas de la sociedad rusa con un denominador común:  la consciencia general de que se acercaba el final de un sistema insostenible.   


Perfiles como Nejliudov o Lëvin, preocupados desde su prevalencia social de la miseria y la injusticia de su país, nos recuerda al Charles Darnay de La Historia de Dos Ciudades. Pero a diferencia de la "visión rusa" de Tolstói, el personaje de Dickens a la vez que renuncia a sus privilegios elige una profesión con la cual ganarse la vida de una manera diferente que mediante el disfrute de sus rentas. De la misma forma que Jane Eyre antepone su derecho al trabajo a que su amor le conlleve un ascenso social.

Los escritores de la época de oro de la literatura rusa viven en un entorno semejante a la etapa imperial española. La riqueza del país parece ilimitada y por lo tanto el problema de todos se va a solucionar, simplemente, con su reparto igualitario. Un entorno en el que la cuestión de lograr un sistema eficiente y de creación de riqueza y de oportunidades se orilla.

En un momento determinado de la obra se ofrece la tenencia gratis de la tierra a los antiguos asalariados para que la exploten directamente, e incluso consiguiéndoles fuentes de financiación para ello. Algunos de ellos, los más viejos, se oponen a dicha oferta porque sospechan, quizá de forma premonitoria, de que eso no les sacará de su situación.   Y en otra ocasión ponen encima de la mesa como actuar cuando la producción de unas y otras explotaciones sea muy diferente pese a tener las mismas condiciones de cultivo.

Con el tiempo, gran parte de las teorías referidas con esperanza en Resurección se han demostrado incapaces de explicar los procesos que permiten a las sociedades abandonar la miseria y a la desigualdad. Y en algún caso sólo han servido para sustituir lo anterior por nuevas etapas de desigualdad, injusticia y falta de libertad. La pregunta que al principio hacíamos requiere, probablemente, respuestas mucho más complejas de los tópicos simplistas que muchas veces presiden el debate público.

Por último un comentario sobre el proceso de difusión de las ideas.  En la Europa misera previa a la ilustración la gran mayoría de la población vivía en núcleos rurales aislados  de manera que la únicas corrientes de pensamiento que podía manejarse es la que provenía de la Iglesia o del propio señorío.  La ilustración y la revolución industrial rompieron este enclavamiento rural de manera que poco a poco los ciudadanos dispusieron  de un abanico cada vez más amplio de información a la vez que las ideas se divulgaban con rapidez de un extremo a otro de Europa.

En uno de sus capítulos el protagonista de nuestra historia viaja en un tren atestado de viajeros  desde Moscú a Nizhny Novgorod. Algo que hoy nos parece tribial pero que entonces era revolucionario. Se intercambian historias, se discute, se habla de lo que decide el gobierno y, sobre todo, se divulga la situación de crueldad e injusticia que afecta a todo el país. La apertura de Rusia hacia Europa en la época de Pedro I comenzó un largo camino de integración en las inquietudes de libertad que crecían en el continente, que al final, con la llegada del ferrocarril se extendieron imparablemente por todos los rincones del imperio.

En 1910 moría León Tolstoi.  No pudo asistir ni al fracaso de la república burguesa de Kerenski ni al nacimiento de la Unión Soviética.  Pero sin duda lo que entonces ocurrió es explica más fácilmente a la vista de la Rusia agónica de finales del XIX que tan bien supo describir.
















Comentarios

Entradas populares de este blog

Mi Tío Napoleón. (Iraj Pezeshkzad, 1970) Regreso a las tinieblas.

Decamerón

El genocidio americano.