La marcha Radetzky (Joseph Roth, 1931). El último emperador.
El proceso de desaparición del Antiguo Régimen adoptó muy diversas formas. En Francia y España el proceso de desarrollo del nuevo nacionalismo se apoyó Reinos que ya disponían desde antaño de elevados niveles de coherencia cultural e idiomática, factor que también se daba en el caso de Alemania o Italia por lo que el desarrollo de los correspondientes Estados nacionales encontraron un sustrato muy favorable.
Pero este factor no se saba en la cuenca del Danubio y en los Balcanes, en el "limes occidental" de la civilización europea que sucesivamente había debido resistir los embates de los pueblos provenientes de la llanura euroasiática, del Islam y de Rusia. La batalla de Mohacs pudo haber sido el final de una Europa incapaz de desarrollar unitaria frente a los enemigos exteriores y pasa a que al final pudo contenerse el empuje de los otomanos la zona permaneció durante varios siglos dentro de una gran estabilidad en la que nunca pudieron desarrollarse procesos de unificación efectivos como se habían desarrollado en el resto de Europa.
En este escenario, en el sistema diseñado en el Congreso de Viena, Metternich atribuyó a los Hausburgo el triple papel de defensa de su defensa exterior (frente al Islam) e interior (frente a los aires de libertad que habían surgido de la mano de la independencia de Estados Unidos y dela Revolución Francesa.
La obra de Roth nos habla del periodo clave de esta etapa del Este de Europa y en particular de la figura del emperador Francisco José I, cuyo reinado especialmente longevo abarca desde el proceso de unificación de Italia (la batalla de Solferino es un referente constante en la obra) hasta su muerte a finales del 1916.
La figura de Francisco Jose I, ocultada en la cultura popular por el amilbarado semblante de su mujer Sisí, es muy interesante. Fue el último emperador de Europa y tras su muerte solo le sobrevivió tres décadas más el Imperio del Japón. Desde luego que la Reina Victoria y sus emperadores eran soberanos de un basto imperio. Pero su gobierno no tenía nada que ver con el que ejerció Francisco José I, una fórmula de poder que no era en su esencia muy diferente de la que desempeñaban los emperadores romanos. Un ejercito y una administración imperial ejercida de forma autoritaria y jerarquizada por austriacos (y en todo caso húngaros) que mantenían con el emperador una relación de supeditación directa que recuerda mucho a la deificación de los emperadores romanos.
La historia de la familia Trotta protagonista del relato se desenvuelve en esas funciones a lo largo de todo el imperio con niveles jerárquicos muy diversos. Pero en todo caso eludiendo las relaciones con los pueblos a los que gobiernan/defienden/controlan. En un momento uno de ellos exclama, con toda razón que "el emperador es mi Patria". El "estado" austro-húngaro, como lo habían sido muchos otros imperios a lo largo de la humanidad es pues una superposición de la "patria" gobernante y de los pueblos gobernados. Y afuera si este gobierno se ejercía con crueldad o si, como en los tiempos de la familia Trotta, si se ajustaba a un mínimo marco legal que reconocía cada vez más los derechos de sus ciudadanos.
A principios del pasado siglo las fórmulas de gobernanza del limes del Danubio que seperaba Europa del Islam no eran en su esencia diferentes de la etapa en la que Marco Aurelio lo debió defender de las hordas exteriores según el famoso relato de Dion Casio repetidamente llevado a la gran pantalla. Incluso en sus aspectos más formales y epidérmicos: la cultura como elemento de identificación de las élites gobernantes, la escenografía como elemento esencial del poder (especialmente interesante la descripción que hace Roth de las fiestas religiosas/mundanas de la Viena de los años 10), la persistencia de instituciones democráticas nominales, el "buenismo" del emperador, la extensión de la "ciudadanía" de los dominantes a los dominados y el respeto a sus religiones y costumbre.
Y en una y otra etapa, pese a que el ejército seguía manteniendo una gran capacidad militar, todo parecía presagiar el final. Final que en el relato de Roth es descrito como una "crónica de una muerte anunciada" que tenía mucho más que ver con la podredumbre del Poder que con la victoria de los enemigos interiores o exteriores.
En el caso del ocaso del Imperio Austro-Húngaro un proceso que según Roth estubo muy relacionado con la llegada, aunque fuera atenuada, de las sucesivas olas de libertad que venían desde el oeste y que sacudían no tan sólo a los los pueblos gobernados sino también a la conciencia de una parte de la élite austrohúngara. Especialmente cuando el compromiso con el Emperador exigía enfrentarse con las armas a los movimientos reivindicativos de las masas obreras de una forma que ya se había olvidado en otros países occidentales.
Y en todo ello la desaparición de la religión como sustento del poder absoluto jugaba un papel clave:
"........... El
emperador de Austria-Hungría no se puede
permitir que Dios le abandone. Pero ahora Dios le
ha abandonado.
Nuestro siglo no nos quiere ya. Los
tiempos quieren crearse ahora Estados nacionales.
Ya no se cree en Dios. La nueva religión es el
nacionalismo. Los pueblos ya no van a la iglesia.
Van a las asociaciones nacionalistas. La
monarquía, nuestra monarquía, se basa en la
religiosidad, en la creencia de que los Habsburgo
fueron escogidos por la gracia de Dios para reinar
sobre tales y tales pueblos, muchos pueblos de la
cristiandad. Nuestro emperador es el hermano del
Papa en el siglo, es Su Real e Imperial Apostólica
Majestad, y nadie más sino él: apostólico. Y
ninguna majestad en Europa depende tanto de la
gracia de Dios y de la fe de los pueblos en la
gracia de Dios. "
Pocas veces encontramos de una forma tan sintética el papel que desempeñado por la Religión en el antiguo régimen. Y de la mano de la desaparición de este la incógnita sobre como construir un sistema alternativo de gobernanza de los territorios.
El libro de Roth, como vemos, apuesta por el "micronacionalismo" afiliándose a la corriente dominante en Europa. Las creaciones artificiales de Bélgica y la nueva Grecia habían tenido cierto éxito. Pero quizá más por su carácter de "estados de equilibrio" que resolvieran las tensiones entre las grandes potencias que por sus propias esencias nacionalistas. En todo caso muchas décadas después de su creación se ofrecían como una solución de manera que se propugnaba añadir a los grandes estados-nación recién creados una pléyade de micronaciones desarrolladas desde unas pecualiaridades étnicas, culturales y linguísticas sin duda existentes pero sin precedente histórico alguno de una vida independiente.
Micronaciones sin una entidad mínima desde el punto de vista económico o militar para cuya pervivencia sin duda se apostaba por el modelo de equilibrio entre los grandes Estados colindantes antes señalados.
No es extraño que Joseph Roth fuera uno de los que apostaron por este sistema. Se habla de él como un escritor austriaco. Pero nada más lejos de la verdad. Realmente nació en Brody una pequeña ciudad del oriente de Galitzia próxima a L´vov, muy cerca de la frontera rusa. Ciudad trascrita con nombre supuesto en el relato gracias a lo cual tenemos una imagen especialmente interesante de lo que era el Imperio más allá de los límites de Viena y Budapest. Y el resto de su vida vivió a caballo de diversas ciudades europeas. Roth fue lo que hoy llamariamos a lo mejor un apátrida. O mejor deberíamos decir un "europeo no adscrito a ninguna nación". Una situación hoy inexistente en lo jurídico pero a la que sin duda muchos les gustaría optar.
Roth escribió su libro en el periodo entreguerras. Y por ello quizá aún no pudo diagnosticar como el nacionalismo, tanto en su versión "macro" como en la "micro" estuvieron en la base del uno de los mayores desastres de la historia del continente como fueron las dos guerras mundiales. Sin duda hubiera tenido una opinión distinta tras el final de la Segunda Guerra Mundial cuando su ciudad, como otras muchas más de las micronaciones balcánicas recién inventadas pasaron a ser de una lejana ciudad de provincias austrohúngara a un eslabón más dentro de la cadena de pobreza, y persecución de la cultura y de la libertad que extendió el estalinismo por buen parte de Europa a partir de 1945.
Pasado un siglo del tratado de Versalles el universo micronacionalista surgido en el bajo Danubio y en el conjunto de los balcanes sigue siendo la zona más inestable de Europa. Una zona en la que tan sólo hace un par de décadas pudimos ver procesos de limpieza étnica que nunca hubiéramos podido predecir. Tras tantos fracasos Europa se va abriendo poco a poco paso en la zona pero aún sin haber dado pasos tan importantes como la incorporación de Serbia.
Al final de la obra Roth nos describe con especial maestría como comienza todo este ocaso. Unas páginas en las que la mezcla entre el horror a la guerra que viene se mezcla con la vida de lujo y diversión de un Imperio que ya sabía que se acercaba a su final. Páginas que como decíamos nos vuelven a recordar la etapa de la historia de Roma que antes rememorábamos en las que Cómodo sigue viviendo en una Roma ensimismada en el zenit aparente de su gloria mientras que el Imperio se derrumba. Una etapa que curiosamente no supuso el final de Roma ya que un siglo después pudo reinventarse mediante una formula (una cultura y dos estados soportados por la Religión) que permitiría mantener 1.000 años más el control Danubio, prácticamente hasta la etapa en la que los Husgurgo, esto es el Sacro Imperio Romano Germánico, empezaron a sustituir a Constantinopla como potencia ejemonica de la principal conexión de la Europa continental con oriente.
Francisco José I falleció a finales del 1916, unos meses antes de la abdicación de Nicolás II. Pero aún tubo un efímero sucesor de manera que el Imperio descrito tan eficazmente por Roth es realmente el eslabón final de un un sistema de Estado que durante cinco siglos había gobernado Europa. Un sistema que desaparecía entre la angustia de no poder ser sustituido por un sistema de gobernanza capaz de consolidar los calores constitucionales y republicanos que en otros lugares habían reemplazado al Antiguo Régimen.
La historia de la familia Trotta protagonista del relato se desenvuelve en esas funciones a lo largo de todo el imperio con niveles jerárquicos muy diversos. Pero en todo caso eludiendo las relaciones con los pueblos a los que gobiernan/defienden/controlan. En un momento uno de ellos exclama, con toda razón que "el emperador es mi Patria". El "estado" austro-húngaro, como lo habían sido muchos otros imperios a lo largo de la humanidad es pues una superposición de la "patria" gobernante y de los pueblos gobernados. Y afuera si este gobierno se ejercía con crueldad o si, como en los tiempos de la familia Trotta, si se ajustaba a un mínimo marco legal que reconocía cada vez más los derechos de sus ciudadanos.
A principios del pasado siglo las fórmulas de gobernanza del limes del Danubio que seperaba Europa del Islam no eran en su esencia diferentes de la etapa en la que Marco Aurelio lo debió defender de las hordas exteriores según el famoso relato de Dion Casio repetidamente llevado a la gran pantalla. Incluso en sus aspectos más formales y epidérmicos: la cultura como elemento de identificación de las élites gobernantes, la escenografía como elemento esencial del poder (especialmente interesante la descripción que hace Roth de las fiestas religiosas/mundanas de la Viena de los años 10), la persistencia de instituciones democráticas nominales, el "buenismo" del emperador, la extensión de la "ciudadanía" de los dominantes a los dominados y el respeto a sus religiones y costumbre.
Y en una y otra etapa, pese a que el ejército seguía manteniendo una gran capacidad militar, todo parecía presagiar el final. Final que en el relato de Roth es descrito como una "crónica de una muerte anunciada" que tenía mucho más que ver con la podredumbre del Poder que con la victoria de los enemigos interiores o exteriores.
En el caso del ocaso del Imperio Austro-Húngaro un proceso que según Roth estubo muy relacionado con la llegada, aunque fuera atenuada, de las sucesivas olas de libertad que venían desde el oeste y que sacudían no tan sólo a los los pueblos gobernados sino también a la conciencia de una parte de la élite austrohúngara. Especialmente cuando el compromiso con el Emperador exigía enfrentarse con las armas a los movimientos reivindicativos de las masas obreras de una forma que ya se había olvidado en otros países occidentales.
Y en todo ello la desaparición de la religión como sustento del poder absoluto jugaba un papel clave:
"........... El
emperador de Austria-Hungría no se puede
permitir que Dios le abandone. Pero ahora Dios le
ha abandonado.
Nuestro siglo no nos quiere ya. Los
tiempos quieren crearse ahora Estados nacionales.
Ya no se cree en Dios. La nueva religión es el
nacionalismo. Los pueblos ya no van a la iglesia.
Van a las asociaciones nacionalistas. La
monarquía, nuestra monarquía, se basa en la
religiosidad, en la creencia de que los Habsburgo
fueron escogidos por la gracia de Dios para reinar
sobre tales y tales pueblos, muchos pueblos de la
cristiandad. Nuestro emperador es el hermano del
Papa en el siglo, es Su Real e Imperial Apostólica
Majestad, y nadie más sino él: apostólico. Y
ninguna majestad en Europa depende tanto de la
gracia de Dios y de la fe de los pueblos en la
gracia de Dios. "
Pocas veces encontramos de una forma tan sintética el papel que desempeñado por la Religión en el antiguo régimen. Y de la mano de la desaparición de este la incógnita sobre como construir un sistema alternativo de gobernanza de los territorios.
El libro de Roth, como vemos, apuesta por el "micronacionalismo" afiliándose a la corriente dominante en Europa. Las creaciones artificiales de Bélgica y la nueva Grecia habían tenido cierto éxito. Pero quizá más por su carácter de "estados de equilibrio" que resolvieran las tensiones entre las grandes potencias que por sus propias esencias nacionalistas. En todo caso muchas décadas después de su creación se ofrecían como una solución de manera que se propugnaba añadir a los grandes estados-nación recién creados una pléyade de micronaciones desarrolladas desde unas pecualiaridades étnicas, culturales y linguísticas sin duda existentes pero sin precedente histórico alguno de una vida independiente.
Micronaciones sin una entidad mínima desde el punto de vista económico o militar para cuya pervivencia sin duda se apostaba por el modelo de equilibrio entre los grandes Estados colindantes antes señalados.
No es extraño que Joseph Roth fuera uno de los que apostaron por este sistema. Se habla de él como un escritor austriaco. Pero nada más lejos de la verdad. Realmente nació en Brody una pequeña ciudad del oriente de Galitzia próxima a L´vov, muy cerca de la frontera rusa. Ciudad trascrita con nombre supuesto en el relato gracias a lo cual tenemos una imagen especialmente interesante de lo que era el Imperio más allá de los límites de Viena y Budapest. Y el resto de su vida vivió a caballo de diversas ciudades europeas. Roth fue lo que hoy llamariamos a lo mejor un apátrida. O mejor deberíamos decir un "europeo no adscrito a ninguna nación". Una situación hoy inexistente en lo jurídico pero a la que sin duda muchos les gustaría optar.
Roth escribió su libro en el periodo entreguerras. Y por ello quizá aún no pudo diagnosticar como el nacionalismo, tanto en su versión "macro" como en la "micro" estuvieron en la base del uno de los mayores desastres de la historia del continente como fueron las dos guerras mundiales. Sin duda hubiera tenido una opinión distinta tras el final de la Segunda Guerra Mundial cuando su ciudad, como otras muchas más de las micronaciones balcánicas recién inventadas pasaron a ser de una lejana ciudad de provincias austrohúngara a un eslabón más dentro de la cadena de pobreza, y persecución de la cultura y de la libertad que extendió el estalinismo por buen parte de Europa a partir de 1945.
Pasado un siglo del tratado de Versalles el universo micronacionalista surgido en el bajo Danubio y en el conjunto de los balcanes sigue siendo la zona más inestable de Europa. Una zona en la que tan sólo hace un par de décadas pudimos ver procesos de limpieza étnica que nunca hubiéramos podido predecir. Tras tantos fracasos Europa se va abriendo poco a poco paso en la zona pero aún sin haber dado pasos tan importantes como la incorporación de Serbia.
Al final de la obra Roth nos describe con especial maestría como comienza todo este ocaso. Unas páginas en las que la mezcla entre el horror a la guerra que viene se mezcla con la vida de lujo y diversión de un Imperio que ya sabía que se acercaba a su final. Páginas que como decíamos nos vuelven a recordar la etapa de la historia de Roma que antes rememorábamos en las que Cómodo sigue viviendo en una Roma ensimismada en el zenit aparente de su gloria mientras que el Imperio se derrumba. Una etapa que curiosamente no supuso el final de Roma ya que un siglo después pudo reinventarse mediante una formula (una cultura y dos estados soportados por la Religión) que permitiría mantener 1.000 años más el control Danubio, prácticamente hasta la etapa en la que los Husgurgo, esto es el Sacro Imperio Romano Germánico, empezaron a sustituir a Constantinopla como potencia ejemonica de la principal conexión de la Europa continental con oriente.
Francisco José I falleció a finales del 1916, unos meses antes de la abdicación de Nicolás II. Pero aún tubo un efímero sucesor de manera que el Imperio descrito tan eficazmente por Roth es realmente el eslabón final de un un sistema de Estado que durante cinco siglos había gobernado Europa. Un sistema que desaparecía entre la angustia de no poder ser sustituido por un sistema de gobernanza capaz de consolidar los calores constitucionales y republicanos que en otros lugares habían reemplazado al Antiguo Régimen.
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