Nana (Émile Zola, 1881). La agonía del Antiguo Régimen.

El final del Antiguo Régimen es uno de acontecimientos más interesantes de nuestra historia. Hasta hace tan sólo 230 años la vida de la inmensa mayoría de los europeos se desarrollaba en medio de horrores tales como la servidumbre, las hambrunas cíclicas, la sumisión a la versión más despiadada del poder y, más allá der todo ello, la angustia del fuego eterno para todos aquellos que apartaran sus vidas cotidianas de la verdad única.

¿Como conseguimos salir de siglos y siglos de esa terrible oscuridad? El Antiguo Régimen no se extinguió con los sucesos revolucionarios de los últimos años del XVIII. La historia del XIX, especialmente en Francia, es la de la batalla entre lo Viejo y lo Nuevo. Es cierto que el sistema de Poder y los valores en los que se apoyaba habían sido fuertemente socavados, pero aún no había aparecido un nuevo equilibrio. Desde 1798 hasta la llegada de la tercera república se repetía cansínamente el movimiento pendular entre el progreso y la vuelta al principio nunca se perdieron: la servidumbre abolida desde el primer impulso revolucionario no se volvería a implantar nunca más, y por lo tanto la Libertad había dado uno de sus mayores pasos adelante en muchos siglos. Pero sin embargo el Poder aún no había abandonado sus antiguas estructuras y parecía que era incapaz de adoptar una nueva forma estable.

 El proceso de desmantelamiento del viejo Poder es uno de los temas más interesantes para comprende como el conjunto de los ciudadanos pueden progresar frente al Poder. La Ilustración y el conjunto de movimientos revolucionarios que se sucedieron dese los sucesos de Paris en la última década del XVII tuvieron mucho que ver con ello. Pero no son capaces de explicar la sustitución de todo un entramado que, en sus elementos esenciales, había perdurado más de diez siglos. Como fruto del propio cambio, tanto en Francia como en Inglaterra surge una pléyade de excelentes autores capaces de ofrecer inapreciables testimonio de aquella apasionante época de nuestra historia. Testimonios que no sólo nos siguen produciendo horas y horas de lectura placentera sino que nos permiten tener una mirada personal, autónoma y crítica sobre aquellos hechos. Una mirada más halla historia convencional que nos llega a través de los libros de texto y de los enfoques a menudo tópicos, anecdóticos y descontextualizados de los medios. 1798 no fue el final de nada sino el principio de un largo proceso. Y a la Convención y a los asaltantes de la Bastilla les debemos unas páginas iniciales que hoy contemplamos en Europa como el gérmen de nuestras libertades. Pero más allá de ello necesitamos explicaciones más profundas del gran cambio. Y las necesitamos por que sin duda a todos nos gustaría conocer la esencia de los mecanismos que hacen progresar a las sociedades, especialmente en las etapas en las que ante nosotros aparecen nuevos muros que nos parecen infranqueables.

 En este caso el testimonio del escribidor que comentamos es Nana, en obra de Zola en la que podemos encontrar interesantes claves de la etapa agónica del Antiguo Régimen en Francia. Cuando llega la etapa final del Segundo Imperio, al final de la década de los 70, indudablemente las libertades de los ciudadanos habían progresado firmemente. Las libertades políticas y las sociales: las reglas que durante siglos y siglos se habían impuesto a la vida privada de los ciudadanos habían ido relajándose a medida que los valores religiosos habían dejado de ser un elemento esencial del Poder. Pero para relajación no quiere decir desaparición de forma que la ética pública seguía pareciéndose a la del Antiguo Régimen mientras que una nube gigantesca de hipocresía pública y familiar trataba de ocultar, cada vez con más dificultades las conductas personales, cada vez más libres.

 Cierto es es que este proceso ya lo habíamos visto retratado en los autores de la primera parte del XIX. Solamente cabe recordar el debate entre los comportamientos privados y la llamada moral pública de los personales de Balzac y como cada vez les era más difícil desatender a las consecuencias que traían tales conductas cuando traspasaban ciertos límites en materia de amor, sexo, la afición a la bebida o el juego.

 Pero en Nana Zola nos lleva a una nueva etapa en el que esta contradicción se ha convertido ya en trágica. Ya nada puede ocultar. El choque entre lo viejo y lo nuevo destroza vidas personales y familias de forma inmmisericorde.

 Por una parte las clases dominantes: la nueva burguesía y la vieja aristocracia (si, dos generaciones después de la Revolución no sólo pervive la antigua aristocracia sino que ha ella se le ha añadido la nueva "aristocracia napoleónica") no renuncia mantener las costumbres y las apariencias del antiguo régimen, pero no encuentran la forma de hacerlo compatible con el desarrollo de su libertad y con su aspiración a ser felices. Y de esta forma, el entramado de infidelidades, queridas, y prostitución en todas su formas se convierte en público y notorio. E incluso los matrimonios nobles pactan abierta y públicamente vidas independientes en lo amoroso y en lo sexual olvidando cualquier tipo de apariencia. Y en el oro extremo incluso las jóvenes que han sido arrojadas a la prostitución desde la terrible pobreza de las calles de Paris aspiran, en el fondo, a adquirir el "envoltorio social" de la aristocracia. Un proceso que en otros escritores es descrito en clave a veces de tragicomedia pero que Zola acaba conduciendo a la caricatura trágica: a emplear como en otras de sus obras personajes y circunstancias límites que el lector percibe como imposibles pero que a través de la inmensa maestría del autor no dejan de helarle la sangre. Incluso cuando se trata de poner de tela de juicio valores que se creían universales y atemporales como es la maternidad. Y más allá de sus desgracias en vida reaparece la vieja religión, un sistema de valores aparente que no había sido sustituido por otro tipo de ética pública. A ella acuden los personajes desesperados viendo como la felicidad que parecían haber alcanzado de la mano de la nueva libertad en realidad les va a llevar irremediablemente al fuego eterno.

 Pero el declive del antiguo régimen no solamente fue un proceso social y político. Sino también (y quizá fundamentalmente) económico. Prácticamente desde la caída de Roma 1.500 años antes el crecimiento del Poder se había basado en la lucha por el control de la riqueza y no en el desarrollo de la riqueza. La pobreza endémica de la Europa seguí perviviendo en los siglos XVII y en buena parte del XVIII de la mano de un sistema de explotación agraria de manos muertas en donde la riqueza no crecía por la innovación y por la capitalización sino por la lucha contra los otros poseedores de la tierra y, como último recurso, a la vuelta a la esclavitud como sistema de "laminar los costes" de la mano de obra.

 Quizá en el futuro recordemos la Ilustración no tanto por sus avances intelectuales y políticos sino por el rescate de la racionalidad y la innovación como la fuerza motora de la "riqueza de las naciones". De la mano de ello en la primera parte del XIX la tecnología había avanzado de una forma extraordinaria y había puesto en las manos del Poder económico un nuevo procedimiento de generar riqueza sin recurrir a la lucha continua por el dominio de la tierra. La Independencia de Estados Unidos no sólo abra una nueva era de Libertad sino que obliga a Inglaterra a adoptar un nuevo modelo de crecimiento económico basado en la tecnología y en el comercio. Tras las guerras napoleónicas Inglaterra inicia un ciclo de fuerte crecimiento basado en la inversión en maquinaria y medios de transporte que le llevaría a consolidar su dominio mundial, distanciándose de Francia, la gran potencia continental de los siglos anteriores.

 ¿Que tiene que ver todo esto con Nana?. El Paris de Zola de 1865 no es muy diferente del que vemos en la sobras de Balzac escritas en la generación anterior. El poder económico sigue basado en la tierra y en un sistema que, pese al final de la servidumbre, seguía condenando a la más absoluta pobreza a la mayor parte de la población. Afortunadamente encontramos en su obra datos económicos concretos: no disponer de 3 francos suponía a las familias parisinas de clase media baja no poder ni comer ni calentarse mientras que no era inusual los regalos joyas de más de 50.000 francos con los que nobles y aristócratas agasajaban a sus "queridas". El sistema de manos muertas seguía condicionando la actividad económica francesa salvo algún caso excepcional de inversiones financieras en sectores emergentes como el ferrocarril.

 Leyendo estas y obras de Zola nos llega la sensación "finisecular" de este sistema que deja de ser sostenible. La crisis de la vieja aristocracia y de la nueva burguesía es personal, familiar, social y, como no podía ser de otra forma, económica. A través de los procedimientos más curiosos emerge gente proveniente de los estratos más bajos que van horadando las grandes fortunas de una forma lenta pero constante. A veces con lo que llamaríamos "iniciativas productivas" y otras con métodos que van desde el abuso de confianza a la delincuencia pura y dura.

 Quien entienda las descripciones de Zola en esta y en otras obras como un relato moral en el que estas y otras prácticas son condenadas con el castigo de la infelicidad, la ruina final y la muerte se equivoca. Sin duda esto es lo que le sucede a algunos personajes, pero el autor sabiamente nos menciona otros casos en los que tales conductas acaban con el ascenso social, la consideración pública y la longevidad.

 De una forma magistral, Zola concluye esta trama sobre la agonía del antiguo régimen exactamente el día en el que se proclama la guerra contra Prusia. Como es bien sabido una guerra que acabaría con buena parte del antiguo sistema de Poder y que daría lugar a la tercera república. Como en el caso de la guerra de independencia norteamericana, la derrota de Francia en la guerra franco-prusiana supuso el derribo definitivo de un edificio de Poder que llevaba décadas arruinado. El cesarismo de Napoleón I salvó una parte del entramado del Antiguo Régimen, pero la derrota de su nieto demostraba que la etapa de los Reyes, Emperadores o Gobiernos que "salvaban la patria" a cambio de la sumisión de los ciudadanos había acabado definitivamente. Al menos en Francia.

 Con todo, como en algunas películas, lo mejor de la obra de Zola está tras "los títulos de crédito". Como decíamos, la trama de Nana acaba el día de la declaración de guerra a Prusia. Por descontado no es función de estas líneas contar dicho final sino, al contrario, interesar en la lectura de la obra. Sólo diremos que tras la conclusión de la trama las páginas finales relatan una animada tertulia entre varias colegas de Nana en la que se debate la futura guerra y, en consecuencia, las opiniones sobre los alemanes. Algunas "tertulianas" conocen a alemanes y en general hablan bien de ellos, mientras que en otras ha calado la opinión general de que estos se dedican constantemente a ofender a Francia. Mientras tanto en la calle sucesivas oleadas de parisinos se dirigen hacia el Ayuntamiento al grito de "A Berlín, a Berlín...".

 Quizá el Antiguo Régimen iba a morir en meses pero a la vez el Poder se estaba reencarnando en su nueva y terrible reencarnación: el Nacionalismo. Un arma capaz de movilizar a la gente en la nueva etapa de Libertades de los ciudadanos. Estas últimas páginas del libro, y las opiniones puestas en las bocas inocentes de esas chicas, deben pues inscribirse en el debate entre el internacionalismo y el nacionalismo. Un debate que ha sido la esencia de nuestra historia en el último siglo y medio y que dio lugar a un desastre como las Guerras Mundiales que entonces, en ese Paris "alegre y confiado" era imposible de prever. Zola escribe Nana diez años después del tiempo en el que sitúa el final de la obra. Quizá un plazo perfecto para trasladar toda la vida parisina del final del Segundo Imperio. Pero también suficiente para analizar con tranquilidad lo que supuso para Francia la derrota de Sedán y el restablecimiento de la República.

 La lectura de Nana también nos da interesantes pistas sobre algunos otros aspectos de la evolución social. De la mano de los ideales republicanos y del progreso económico el papel de las mujeres que describe el libro es distinto con el que encontramos en la literatura de principio de siglo. Zola nos muestra a una serie de mujeres que toman sus propias decisiones en todos los sentidos (incluso en materia de sexo, incluyendo la bisexualidad) y que se plantean objetivos que desbordan el de limitarse al papel de meras esposas fieles. Pero de la misma forma nos relata como dos generaciones después de la Revolución siguen persistiendo prácticas como el castigo físico a las mujeres o el mantenerlas completamente al margen de cualquier tipo de administración familiar.

 En las páginas de la obra encontramos también interesantes datos sobre la evolución del Territorio y de las ciudades en donde transcurre la acción. El Territorio en si mismo es, con mucha frecuencia, un testimonio inestimables de tiempos pasados. Su mutación es en general lenta, y detrás del paisaje actual podemos adivinar las dinámicas que lo han conformado y las realidades económicas, sociales y políticas a las que obedecen.

 En 1880 el Paris que describe Zola ya es el del nuevo urbanismo de Haussmann, hasta el punto que el Teatro en el que gravitan parte de las actividades de la protagonista (y que por cierto afortunadamente aún existe) se situa en el Bulevar que ya entonces tenía su nombre. La obra de Haussmann sigue siendo polémica por su propia esencia: detrás de ella estaba sin duda la especulación (retratada específicamente en otra obra de Zola) y el abasallamiento de los derechos de los humildes. Pero también aspectos que por su esencia ponen de manifiesto los valores triunfantes tras la caída del antiguo Régimen tales como la vuelta al concepto clásico del predominio de lo público respecto a lo privado en la conformación de la ciudad, la racionalidad técnica y el higienismo. Parte del Paris de Balzac o de Victor Hugo se pierde irremediablemente y eso lo lamentamos todos, pero con toda seguridad si el Gobierno del Segundo Imperio no hubiera decidido intervenir de forma contundente la degradación del centro de Paris hubiera tenido un efecto demoledor semejante hast que hubieran surgido las tendencias de regeneración urbana que, no olvidemos, sólo aparecen a finales del Siglo pasado.

En la obra también encontramos la otra faceta del urbanismo del Segundo Imperio: la de un ensanche en algunos casos de una calidad extraordinaria que marcó la tendencia de los nuevos desarrollos urbanos en las décadas venideras en toda Europa. El tramo de la vida de Nana que refleja la novela nos habla de todos estos cambios urbanos y como en diversas etapas su vida gravita en los barrios afectados por las nuevas aperturas de viales, la Av. Villiers, uno de los mejores ejemplos de ensanche que hoy admiramos aún y la vida abigarrada y popular de Montmatre en donde la pobreza coexiste con todo un nuevo mundo de tendencias sociales y artísticas.

 El testimonio de Zola sobre la apasionante y convulsa década de la última monarquía francesa antes triunfo de los valores republicanos que curiosamente llega de la mano de quizá la más amarga derrota de la historia del país nos lleva a preguntarnos sobre como ese salto se dio en otros países europeos. Y de cuales son las responsabilidades de todos los ciudadanos para que tal tipo de salto se produzca.

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