La letra escarlata (Nathaniel Hawthorne, 1850). De colonia a república.

El sistema colonial surge ya en los albores de nuestra civilización. Siracusa, Nápoles, Marsella o fueron en su inicio colonias creadas en el borde exterior de la esfera del poder predominante pero que posteriormente cobraron una fuerte personalidad propia. Fueron potentes focos de expansión de la cultura, la tecnología y el comercio y en ellas nacieron algunas de las grandes personalidades de la época.

Un sistema que, muchos siglos después, resurge con fuerza tras el descubrimiento de América y que se extendería posteriormente por  Africa y Asia.  A finales del pasado Siglo pudimos ver asistir al final de este nuevo ciclo de colonización, y por lo tanto es horta de que la historia pueda hacer un balance sereno de sus resultados en relación con cuestiones tan vidas como la falta de perspectivas de progreso de muchos países o la inmigración.  Quizá con razón, la opinión general es muy negativa en la mayor parte de los casos. Pero sin embargo, un sistema parecido también fue capaz de  alumbrar a la mayor una serie de democracias muy estables en las que las libertades públicas coexisten con grandes niveles de progreso. Y entre ellas la mayor potencia de estos tiempos: Estados Unidos.

Por lo tanto parece muy interesante buscar testimonios sobre lo que fue la norteamérica colonial y cuales fueron las razones que explican su transformación en una república democrática que ha conservado hasta nuestros días su Constitución primigenia y su estabilidad.

Entre los muy escasos testimonios de estas épocas destaca sobremanera "La letra escarlata". En general en este Blogg aspiramos a disponer testimonios de primera mano, esto es, de autores que vivieron en el tiempo en el que queremos indagar.  No es el caso de la trama central de la obra,  ambientada en el Massachusetts del Siglo XVII. Pero por contra tenemos dos cuestiones que avalan el testimonio de Hawthorne. En primer lugar el autor desciende de una familia muy arraigada en Nueva Inglaterra desde los inicios de la colonia (hasta el punto de que su tatarabuelo fue uno de los jueces del celebre juicio de las Brujas de Salem) de manera que con toda seguridad pudo recoger información fideligna de la vida colonial en los dos siglos anteriores. Pero por otra hay que decir que una parte no despreciable de la obra (todo su largo primer capítulo) discurre en el mismo Salem de principios del XIX, esto es en el inicio de los tiempos republicanos.

Este primer capítulo, escrito por el autor en primera persona, relata su experiencia  como funcionario responsable de la Aduana. Hawthorne no sólamente ostento en realidad este cargo sino que fue amigo del siguiente presidente de Estados Unidos en una etapa en la que aún era una pequeña república titubeante en el extremo de occidente. Un tiempo en el que literalmente había que poner en marcha todos los entresijos de un Estado republicano que cumpliese con la utopía de las revoluciones americana y francesa. 

En la obra de Hawthorne encontramos alguna de las claves de este proceso. El había sido elegido por el Gobierno de Estados Unidos, pero desarrollaba su función junto con cargos que aún debían su nombramiento del Rey. En una atmosfera insufrible de desidia, en el que pese a los conocimientos profesionales de algunos de ellos, la corrupción era la única posibilidad para dar entrada a una mercancía.  Por descontado no podemos encontrar en la obra ningún atisbo de que eso fuera a cambiar en un futuro próximo.  Quizá la mafia bostoniana tan brillantemente descrita por Eastwood en Mystic River, como las del resto del país, tengan sus raíces más profundas en estas mafias portuarias que muchas decenas de años después, a medida que el comercio se liberalizaba se centraron en  productos de importación prohibida como las drogas.

El régimen  republicano no pudo hacer nada en su inicio contra ellos. Pero por contra Hawthorne nos describe con precisión como él ahora se sentía supeditado a su Presidente y sabía, indubitablemente, que su poder dependía sólo de él y no de un Rey cercano o lejano. Y por lo tanto que en el fondo estaba sometido, en su esencia, a una ley que tarde o temprano actuaría. 

Este convencimiento de irreversibilidad de la Revolución, probablemente alentada después del triunfo sobre los ingleses en la guerra anglo-americana que el ya había vivido en su juventud, es quizá la clave del desarrollo de la que sería la mas grande y longeva democracia del planeta. El amparo sin límites de un rey y de toda su corrupta esfera cortesana había desaparecido para siempre. Y de la misma forma el terror a ser tratado por el mismo rey o por sus favorecidos al margen de la ley con la mayor crueldad imaginable.  El autor era plenamente consciente de su futuro cese (en broma decía de si mismo que se iba a trasformar en uno de los caballeros sin cabeza de Sleppy Hollow , homenajeando así a Washington Irving), y que a partir de ahí iva a depender de un próximo presidente que eligieran los norteamericanos.

Este espíritu republicano perduró en Estados Unidos mientras que, simultameamente, la Convención de Viena expandía el absolutismo por todo el viejo continente, difiriendo más de medio siglo la llegada, en Francia, de la primera gran república europea.

Hawthorne nos da una segunda pista muy interesante para adivinar algunos de los parámetros del modelo de progreso que iva a tener la nueva nación. Su condición de caballero sin cabeza le obligaba a ganarse el sustento ya que, para ello, ya no le amparaba el viejo Rey y el nuevo régimen republicano no se iva a ocupar de eso.   Y, por esta razón, por dinero, decide dedicarse a escribir (afortunadamente para la historia de la literatura americana).

No es de extrañar que a partir de estas coordenadas Estados Unidos se haya desarrollado como un pais capaz de enterrar la economía de manos muertas del antiguo régimen, sustituyéndola por un sistema tremendamente productivo.  Pero a la vez, bajo este principio de que la nueva República ni te controla ni te ayuda (salvo mediante la caridad pública o privada) incapaz de sacar de la pobreza a aquellos que no han podido o querido desengancharse de ese modelo de competitividad.

Pero para comprender mejor el éxito del nuevo estado revolucionario (Hawthorne sigue empleando esta terminología para la guerra que ahora llamamos de la Independencia) debíamos de volver la vista al resto de su relato, al que se desarrolla en el Siglo XVII.

Durante dos siglos y medio la colonia fue una parte más de Inglaterra.  Los ingleses de Nueva Inglaterra tenían la misma cultura, la misma tecnología, la misma regulación, y los mismos valores que los de la isla. Y entre estos aspectos la Religión. Y con ella integrismo religioso. Los sucesos que narra "La letra esacarlata" no son en nada distintos a los que en el mismo Siglo estaban sucediendo en el Imperio Español, y probablemente mucho más benignos que en el Otomano o en la Rusia Ortodoxa.

La magia del relato de Hawthorne no es la descripción de tales sucesos. Su obra habla fundamentalmente de la lucha por la dignidad, y en este caso de la desde una perspectiva femenina. Y habla sobre todo de las convicciones personales y del abismo del alma humana ante ellas cuando pugnan entre ellas. La respuesta de la sociedad a la conducta de la protagonista no es ni la prisión ni la muerte, sino el ostracismo dentro de una sociedad completamente cerrada. Peor que las otras penas ya que exigen una respuesta por parte de la víctima. Y en este caso no vamos encontrar nada parecido a lo que ante situaciones parecidas encontramos repetidamente en toda la novela realista y naturalista del XIX.

Estos inquebrantables principios personales al margen de la masa son resaltados en la época republicana en unos momentos en los que la religión seguía teniendo un gigantesco peso en la recién nacida sociedad estadounidense, pero en la que la Constitución acababa de amparar la libertad personal de culto. Desde esta atmósfera, la familia de Hawthorne se arrepintió del comportamiento de sus antepasados en lo referente al juicio de Salem, y el autor, en la obra de la que hablamos, denuncia la opresión y la hipocresía del integrismo oponiéndola las convicciones de la protagonista.

La firmeza de principios va mucho más allá de la religión dominante, y cuando se asumen los nuevos principios republicanos estos se defienden con un gran convicción y vigor.  Es posible que este dato sea interesante para comprender como prosigue el periodo de consolidación del nuevo Estado hasta culminar con la Guerra de Secesión y la abolición de la esclavitud.  Y quizá también con las dos siguientes grandes guerras muchos norteamericanos lucharon pensando que defendían sus ideales.

Dos siglos y medio integrados en Inglaterra es bastante más tiempo que el que tienen los estados belga, noruego, italiano o alemán.  Con la Guerra Revolucionaria quizá no vino un cambio de "patria", un cambio de los elementos esenciales que constituyen una sociedad. Sino un cambio en el Poder.  La Aduana creada bajo normas inglesas y probablemente con el mismo nivel de nepotismo y corrupción  de las inglesas de la época siguieron funcionando tranquilamente. Con la diferencia de que el sistema cortesano ya no era el que ejercía el poder real, sustituido ahora por representes designados por un gobierno democrático.

La integración de los viejos valores europeos y de los nuevos principios revolucionarios conformaron un modelo de éxito que llega hasta nuestros días, casi dos siglos y medio después, con pleno vigor.  Empleamos el término Revolucionaria y no de Indepencia para calificar a una guerra que sirvió, esencialmente, para diseccionar al Poder, y por eliminar la versión absolutista de este en el nuevo Estado. Y no para "independizar" la sociedad europea de la americana, sociedades que siguen coincidiendo en la mayor parte de su valores que comparten, como vemos, casi cinco siglos.

El proceso de trasformación de Colonia a República fue semejante en Canadá, Australia y Nueva Zelanda, en estos últimos casos con independencia de la persistencia nominativa de la monarquía. Hoy en nuestro día podemos contemplarlo como un modelo de éxito, pese a sus sombras a veces gigantescas en materias tan esenciales como el tratamiento de las poblaciones autóctonas.

Pero debemos de reconocer que otros modelos no pueden ser calificados de igualmente satisfactorios.  Sin  duda se produjeron en etapas y circunstancias bien distintas, pero no por tiene menos interés analizarlo a la vista del fenomenal testimonio de Hawthorne.

P.D.  El buen cine es a menudo un interesante testimonio de tiempos pasados. En este caso la película realizada sobre el relato de Hawthorne dos genios como Gary Oldman y Robert Duvall tienen la capacidad de trasladarnos la tragedia  interior de sus personajes.  Sin ánimo de polémica con los entendidos en esta materia, quien lea ahora la obra sin duda estará pensando en otras dos o tras actrices que entonces también podrían haber hecho lo mismo con el personaje protagónico.
























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